sábado, 30 de enero de 2021

Marcos 1, 21-28


 

 

Las últimas y más serias investigaciones no dejan lugar a duda: Jesús fue un rabino fariseo plenamente insertado en el judaísmo del siglo primero.

Es lo que aparece claramente en el texto de hoy.

Devolver a Jesús al judaísmo es esencial para una cabal comprensión de su persona, su mensaje y el evangelio en su conjunto.

A partir del siglo segundo y especialmente después del siglo cuarto – por temas políticos, económicos y teológicos – la cristología fue aplicando a Jesús esquemas y conceptos que lo aislaron de su judaísmo.

Perdimos así la conexión del rabino de Nazaret con sus raíces, su cultura, su experiencia religiosa. Devolver a Jesús al judaísmo – más allá de ser un impostergable compromiso ético y de honestidad intelectual – nos reservará hermosísimas sorpresas.

Marcos nos dice que Jesús – como buen judío y buen rabino – va a la sinagoga a enseñar.

El evangelista subraya un detalle importante: Jesús enseña con autoridad.

Su palabra autoritaria aleja el espíritu del mal y devuelve dignidad humana a las personas.

En el judaísmo del primer siglo era muy común la practica de debates teológicos entre rabinos y cada rabino tenía la posibilidad de interpretar con libertad la Torá, la ley de Moisés que fundamentaba y fundamenta el pueblo de Israel.

Jesús interpreta la Torá con una libertad y una profundidad sorprendente. La gente percibe que su explicación es auténtica y verdadera. Capta la vida que late profunda y serena en las palabras del maestro.

¿De dónde le vienen esta autoridad y libertad?

¿Por qué las enseñanzas de Jesús transmiten vida?

La clave son la experiencia y la visión.

Jesús habla porque ha experimentado y porque ha visto.

Para hablar y enseñar es esencial la experiencia.

Es bastante fácil darse cuenta si una persona está hablando de realidades que aprendió intelectualmente pero que no experimentó, como es también fácil darse cuenta de quien habla desde la experiencia.

En nuestra sociedad occidental se dio y se da demasiada importancia a la formación académica e intelectual y menos a la vivencia personal.

Por eso tenemos tanta gente hablando y enseñando simplemente desde lo racional y un exceso de información: aburridos, sin chispa, sin pasión… y el paso a la hipocresía es breve.

Tal vez comenzando justamente por los que “tienen autoridad”: políticos, curas, profesores, maestros de todo tipo y color.

La autoridad de Jesús es distinta y estamos llamados a entrar en ella.

En primer lugar la “autoridad” de Jesús no es impuesta. Es reconocida.

En esto radica el primer criterio fundamental: una verdadera autoridad nunca se impone. Tal vez se propone. Lo mejor es que se reconozca.

Los verdaderos lideres y maestros nunca se presentan como “lideres” y “maestros”; son reconocidos tales por el pueblo y los discípulos.

Por eso Jesús advierte: “no se hagan llamar «maestros», porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. Nadie en el mundo llamen «padre», porque no tienen sino uno, el Padre celestial.” (Mt 23, 8-9).

Pasaron dos mil años y seguimos fascinados y enceguecidos por los títulos…

Jesús enseña con autoridad.

Su enseñanza surge de su experiencia y su visión. Jesús experimentó a Dios, vio la Presencia de Dios que empapa la realidad y el corazón humano.

Su experiencia y su visión surgen de largas horas de silencio y soledad, de estudio y reflexión, de compartir con sus amigos.

Jesús vio, por eso habla. Jesús vio que el amor es la raíz de lo real y por eso puede hablar del amor y vivirlo con radicalidad.

El sacerdote anglicano y poeta inglés Thomas Traherne (1636-1674) lo expresa bellamente: “Nunca gozamos debidamente del mundo, hasta que el mismo mar corre por nuestras venas, hasta que el firmamento te viste y te coronan las estrellas.”

 

Jesús se experimentó amado, reconocido, aceptado. Por eso puede hablar con sentido del amor.

En una época marcada por las redes sociales y un exceso de información, aprender a callar y a escuchar se convierte en un elemento fundamental.

Si nuestras palabras no fluyen serenas y pacificas de una real experiencia, lo mejor es el silencio.

Este mismo y vivo silencio que nos introducirá solapadamente en la experiencia y la visión.

 

 

sábado, 16 de enero de 2021

Juan 1, 35-42

 


 

¿Qué buscan? ¿Qué quieren?

Es la pregunta que Jesús le hace a dos de sus primeros discípulos... y es la pregunta que sigue resonando en el corazón de cada persona que se compromete con la vida y con su propio crecimiento.

¿Estamos buscando?

¿Qué estamos buscando?

No podemos evadir estas preguntas.

Muchos no buscan nada y simplemente sobreviven o se conforman con una existencia muy por debajo de su potencialidad.

Toda experiencia de fe y toda experiencia humana enriquecedora empiezan con una sincera búsqueda.

La búsqueda surge del anhelo del corazón. Quién conecta con su corazón no puede no vibrar con el anhelo de plenitud, amor y eternidad que nos habita.

Es el anhelo que San Agustín reconoció en sí mismo y plasmó en esta famosa y maravillosa expresión: Nos hiciste, Señor, para Ti e inquieto estará nuestro corazón hasta que descanse en Ti”.

Somos este anhelo. Somos anhelo de eternidad. El anhelo nos constituye y nos sostiene. Vivimos por este anhelo, aunque a menudo seamos inconscientes.

Conectar con este anhelo es el comienzo y el fin del camino espiritual.

 

En el extraordinario texto de hoy los discípulos siguen a Jesús, empiezan su búsqueda. Le preguntan a Jesús donde vive, quieren conocerle más.

La respuesta de Jesús es esencial y concreta y quedará como icono de todo camino o experiencia espiritual: “vengan y lo verán” (1, 39).

“Vengan y lo verán” pone de relieve lo fundamental de la experiencia.

Lo primero es siempre la experiencia personal.

Afirma Pagola: “Aquellos hombres no saben adónde los puede llevar la aventura de seguir a Jesús, pero intuyen que puede enseñarles algo que aún no conocen. «Maestro, ¿dónde vives?». No buscan en él grandes doctrinas. Quieren que les enseñe dónde vive, cómo vive y para qué. Desean que les enseñe a vivir.

Los discípulos quieren aprender a vivir: maravilloso!

Todos queremos aprender a vivir. Saber vivir no es tan obvio y tan fácil como parece.

No basta con comer, trabajar, construir una familia y unas amistades y tal vez estudiar algo.

La sabiduría de la vida pasa por otros cauces, aunque obviamente incluye – o puede incluir – todas estas dimensiones.

En el fondo la filosofía y las tradiciones espirituales – bien entendidas – son escuelas de vida, aprendizaje para vivir.

Pocos hoy enseñan a vivir. Nos enseñan muchas cosas – tal vez demasiadas – pero no nos enseñan a vivir.

Hay que volver a la escuela de la vida. El evangelio es una de estas escuelas de vida, como toda la existencia y las enseñanzas del maestro de Nazaret.

El cristianismo se enredó en doctrinas, ritos, normas y perdió el rumbo. Perdió el rumbo de la vida y de la sabiduría del vivir. A mi parecer eso es uno de los motivos centrales de la crisis de la iglesia y del cristianismo.

La gente busca alguien que les enseñe a vivir, a amar, a ser feliz. No necesita tanto de doctrinas y normas y ya no cree lisa y llanamente a una autoridad externa.

Sigue Pagola: “Hay que olvidar convicciones y dudas, doctrinas y esquemas… lo decisivo para ser cristiano es tratar de vivir como vivía Jesús, aunque sea de manera pobre y sencilla. Creer en lo que él creyó, dar importancia a lo que se la daba él, interesarse por lo que él se interesó. Mirar la vida como la miraba él, tratar a las personas como él las trataba: escuchar, acoger y acompañar como lo hacía él. Confiar en Dios como él confiaba, orar como oraba él, contagiar esperanza como la contagiaba él.

 

Volver a la búsqueda y al evangelio como escuela de vida es entonces esencial.

Buscar y buscar… hasta que suceda lo paradójico, extraordinario y maravilloso: ¡Darnos cuenta que no había nada que buscar!

Lo que buscas, te están buscando”, afirma toda la tradición mística de la humanidad.

La razón es simple, cuanto profunda.

Buscamos “adentro” del Misterio divino que nos hace ser. Somos este mismo Misterio.

“Afuera” no hay nada, ni nadie.

La búsqueda nos llevará al punto de comienzo. Pero es un camino necesario y hermoso. Es el regalo de la existencia y la aventura de la vida. Es la búsqueda que genera creatividad, compasión, arte y cultura. Es la búsqueda de la revelación y expresión del Misterio de Dios.

Cuando caemos en la cuenta – despertamos – que somos lo que buscamos nos encontraremos con la paz del corazón, con nuestro ser y con nuestra original esencia.

En este plano histórico seguiremos buscando, pero ya sin ansias ni angustias, sino como expresión pacifica y amorosa del dinamismo interno de la existencia que quiere manifestar la vida divina.

 

sábado, 9 de enero de 2021

Marcos 1, 7-11

 

 

Celebramos hoy la fiesta del bautismo de Jesús y este texto abre prácticamente el evangelio de Marcos. Es un texto breve donde los potentes simbolismos nos llevan a una profundidad insospechable.

Marcos quiere dejar claro a su comunidad quién es el enviado y ya nos hace entrever el tema de la identidad de Jesús, tema central en su evangelio que se dilucidará en el famoso capitulo 8.

Juan bautiza con agua, Jesús bautiza en el Espíritu.

Jesús, sorpresivamente, se deja bautizar por Juan y, desde ahí, aparece la fuerza simbólica del texto para expresar una hondura inexplicable a través de los conceptos.

Se abren los cielos”: se restablece la comunicación entre cielo y tierra, entre el mundo de Dios y el mundo de los hombres. Ya no hay separación.

Baja una paloma”: el aleteo del Espíritu creador – “el soplo de Dios aleteaba sobre las aguas” (Gen 1, 2) – se hace presente en Jesús. La visión es cósmica.

Se oye una voz del cielo”: el Padre confirma al Hijo amado. Otra vez comunión profunda entre cielo y tierra.

 

Una lectura mística del texto nos lleva aún más en profundidad. Pero necesitamos una condición previa: silencio mental. Silencio que se hace apertura integral y escucha radical.

Sin este silencio la lectura mística o contemplativa resulta prácticamente imposible y caeremos otra vez en juicios mentales, etiquetando y excluyendo a quienes no “piensan” como nosotros.

 

Tomamos hoy como guía a uno de los más grandes místicos cristianos: Maestro Eckhart (1260-1328).

Escuchamos su invitación:

Esta verdad es todo lo que importa, si bien se esconde en las profundidades de la oscuridad, un misterio tan grande y sublime que no hay palabras que lo contengan. Así que vacíate de lo que creías saber, y confía en el silencio al principio y al final del pensamiento. Aquí es donde Dios espera encontrarte, la perla preciosa, así que debes olvidar lo que sabes y vender todo lo que tienes para adquirirla. Una vez que lo hagas, es todo lo que necesitas, nada más importa.

 

El silencio y el vaciarse son condiciones previas para una comprensión espiritual y mística.

 

¿Que nos dice la lectura mística entonces?

 

Maestro Eckhart sugiere que el “Hijo amado” somos todos y es todo.

Toda la creación en su totalidad y en su particularidad es “el Hijo amado”.

Jesús de Nazaret – más allá de su misión histórica – es metáfora y símbolo de esta verdad luminosa.

Dice poética y maravillosamente Eckhart:

 

¿Qué hace Dios todo el día? Dios engendra. Desde toda la eternidad Dios está sobre el lecho de las parturientas y engendra.

 

No sólo me engendra en tanto que su hijo sino me engendra en tanto que Él mismo y Él se engendra en tanto que yo mismo y yo en tanto su ser y su naturaleza.

 

En el manantial más íntimo broto yo del Espíritu Santo; allí hay una sola vida, un solo ser, una sola obra. Todo lo que Dios obra es uno; eso es porque me engendra como hijo suyo sin ninguna distinción. Mi padre según la carne no es, propiamente hablando, mi padre… El Padre celestial es de veras mi Padre porque yo soy su hijo y tengo de él todo lo que poseo y soy el mismo Hijo y no otro.

 

Echkart, desde su percepción mística, capta lo esencial y maravilloso del mensaje cristiano: “soy el mismo Hijo y no otro”.

En este nivel de conciencia y percepción “no hay otro”: somos el Hijo. Somos manifestación, expresión y revelación de la  Vida Una y el Amor Uno.

Comprender existencialmente esta verdad y vivirse desde ahí es el único cometido del camino espiritual.

Estamos en el Centro, estamos en el eje: silencio, quietud, paz desbordando amor y vida.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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