sábado, 28 de octubre de 2023

Mateo 22, 34-40


 


Qué el amor es lo único real, eso es cuanto sabemos del amor”, escribió hace casi 200 años la poeta Emily Dickinson y podría resumir a la perfección el texto evangélico de hoy.

 

Paralelamente, el teólogo francés Henri de Lubac, nos recordó: “no creas saber muy pronto lo que significa amar”.

 

Dos frases que son un programa de vida. Dos frases que iluminan nuestro texto.

 

Los judíos tenían y tienen seiscientos mandamientos y, entre los rabinos, era muy común el debate: ¿Cuál es el más importante?

 

Eso mismo le preguntaron a Jesús: “Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la Ley?” (22, 36).

 

Jesús responde uniendo dos textos de la Torá, la cual está conformada por los primeros cinco libros de la Biblia y concentra toda la ley:

1)  Deuteronomio 6, 4-5: “Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.

2)  Levítico 19, 18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.

 

La respuesta de Jesús, entonces, no es original ni novedosa, sino que confirma la enseñanza de la Torá.

 

El famoso rabino Hillel, poco años antes de Jesús, ya había dicho: “No hagas a tu vecino lo que no quieres que él te haga a ti. En esa frase se resume toda la enseñanza de la Torá. El resto es comentario. Ve y apréndelo.

 

Si queremos descubrir la novedad de Jesús, la encontraremos en su vida y en la radicalidad de su amor. Jesús vivió la sugerencia de su antecesor Hillel y la llevó a su culmen y a su máximo esplendor.

 

Otra vez Jesús da un giro ético a la religión y el criterio clave que nos propone – como toda mística y toda verdadera tradición espiritual – es un criterio esencialmente humano, no religioso.

Sin amor, las religiones pierden su sentido, su cometido, su valor.

 

Jesús termina diciendo: “De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas” (22, 40).

 

“Dependen” a veces se traduce también con “sostienen”: el mandamiento del amor es el sostén de todo. Todos los mandamientos, todas las reglas, todas las estructuras, toda institución, todo rito, todo dogma, toda doctrina se sostienen sobre el amor. Sin el amor todo se cae, sin el amor todo lo demás es un peso y una carga, sin el amor todo lo demás se desvirtúa.  

 

San Pablo lo afirma claramente en su famoso himno en la carta a los corintios (1 Cor 13) e Hillel nos sugirió que todo es un “comentario” al único mandamiento del amor.

 

Por eso los místicos y los poetas nos repiten con Emily Dickinson que “solo el amor es real”.

 

¿Qué significa?

¿Qué quieres expresar?

 

Solo el amor es real”, nos recuerda esta verdad única y tan profunda. El amor no es un sentimiento o una emoción, aunque en ellos se pueda expresar y revelar. El amor es lo más real de la realidad. El núcleo de lo real es el amor. El amor constituye y conforma la realidad. Todo está empastado, fermentado, iluminado por el amor.

No somos nosotros que amamos - ¡oh terrible ilusión! – sino es el amor que ama a través de nosotros.

 

“Solo el amor es real”, nos advierte que todo lo que no es amor, todo lo que no surge de él es ilusorio, efímero y destinado al olvido. Solo el amor tiene consistencia, lo demás es fantasmal: parece real, pero no lo es.

 

“Solo el amor es real”, nos recuerda lo que somos y lo que es. Somos amor: esta es nuestra verdadera identidad; identidad común y compartida. El olvido de esta verdad nos lleva a la desconexión y a una vivencia angustiosa del amor: buscamos el amor por todos lados, buscamos que nos amen… buscamos “afuera” lo que, en realidad, somos.

Rumi lo dijo así: “Tu tarea no es buscar el amor, sino simplemente buscar y encontrar todas las barreras dentro de ti que has construido contra él.

 

Esta es la vida. Estamos acá simple y maravillosamente para eso: aprender el amor. Aprender lo que somos y vivirnos desde ahí. Tarea no fácil, pero hermosa. De Lubac nos desafió: “no creas saber muy pronto lo que significa amar”.

 

El amor y el amar, entonces, son el arte por excelencia. Somos artistas del amor, aunque Dios, en realidad, es el Gran y Único artista y la vida es nuestra escuela.

 

En 1956 el genial psicólogo alemán, Erich Fromm, publicaba su libro: “El arte de amar”, libro que se convirtió en un hito y un clásico.

 

Amar es un arte y las demás artes están a su servicio.

Amar es un arte porque, en esta experiencia humana, el amor viene mezclado con todos los condicionamientos y los límites y viene de la mano del ego… ¡el arte consiste en desenterrar la perla preciosa del amor! Somos artistas llamados a encontrar los caminos que, entre los vericuetos del dolor, del mal, del ego, de los límites, nos lleven a reconocer la esencia amorosa de la realidad: en eso consiste la creatividad.  

 

No sabemos nada del amor, nos recordó Emily; solo sabemos que es lo único real: suficiente para ponernos a su escuela.

Nadie es maestro en este arte. Solo hay uno. Todos somos alumnos.

Solo importa aprender y aprender juntos. Solo importa descubrir, una vez más, que “solo el amor es real”.

 

 

 

viernes, 20 de octubre de 2023

Mateo 22, 15-21


 


El texto evangélico de hoy termina con una de las sentencias más famosas y repetidas: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios” (15, 21).

 

Para comprenderla en profundidad, y desde nuestra lectura mística y no-dual, es importante comprender el contexto.

 

Unos fariseos se acercan a Jesús para hacerle una pregunta. Recordemos que Jesús también era fariseo y que los debates entre rabinos, sobre la interpretación de la Escritura, eran muy frecuentes y normales. Lo que no parece tan normal es la “intención”: Mateo nos dice que estos fariseos quieren “sorprender a Jesús”; su pregunta será una “pregunta trampa”, para que Jesús tome partido y tengan una oportunidad para acusarlo.

 

Esta anotación de Mateo puede pasar desapercibida, pero es clave.

 

¿Cuál es nuestra intención cuando debatimos con alguien o preguntamos?

¿Es la búsqueda sincera y libre de la verdad o una forma para reafirmar nuestro ego y nuestras posturas?

 

Los problemas de relaciones y los conflictos nacen justamente de esta confusión, inconsciencia y, a menudo, deshonestidad.

Muchas veces nuestros diálogos están viciados por el ego: no queremos descubrir la verdad, no queremos el bien del otro; lo que queremos, es reafirmar nuestras razones y nuestras opiniones.

 

El sistema político mundial actual está fallando clamorosamente, entre otras cosas, por esta falta de consciencia y de honestidad general. “Gobiernos” y “oposiciones” carecen de honestidad: cada cual busca reafirmar su visión y su postura y el bien real de la gente queda en segundo plano. El problema es que todo esto responde a mecanismos inconscientes de nuestra mente y que solo un camino de crecimiento espiritual podrá desenmascarar. Por eso no estaría mal que todos los que trabajan en política y todos lo que tengan un rol de responsabilidad en cualquier nivel – incluido en los niveles institucionales de la iglesia – tengan un serio acompañamiento psicológico. Esto evitaría también – así lo creo – que tengamos políticos con serias patologías mentales.

Más grave aún es, obviamente, cuando la búsqueda del poder es intencionada y cuando el ego domina sin ningún control.

 

La clave está, como siempre, en crecer en consciencia y en honestidad con uno mismo.

Por eso que Jesús es muy tajante: “Hipócritas, ¿por qué me tienden una trampa?” (22, 18).

 

La condena de la hipocresía es una constante en las enseñanzas de Jesús: él sabe que no hay crecimiento y despertar espiritual hasta que no desterremos la hipocresía.

 

Jesús no cae en la trampa de la pregunta. La honestidad del maestro es impecable y su perspicacia tan profunda que se da cuenta de la mala intención de sus interlocutores.

 

La respuesta de Jesús es genial: “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios.

 

Jesús no responde directamente, sino que pone al descubierto la manera de operar del ego. Podemos ver esta respuesta de Jesús también como un “koan”. El koan es un acertijo que los maestros zen entregan a sus discípulos para que lo resuelvan. En realidad, el koan no tiene una solución mental y su función consiste justamente en “romper” la manera egoica y racionalista de funcionar de la mente, para que pueda ver de otra manera. La solución intuitiva del koan, lleva al despertar de consciencia.

 

Es lo que hace la respuesta de Jesús. “Den al César lo que es del César, y a Dios, lo que es de Dios”, quiere llevarnos a otro nivel de consciencia, a ver la realidad desde un lugar más profundo, más integral, más unitario.

 

Si el “César” representa a nuestro mundo material, pragmático y cotidiano, “Dios” representa el mundo espiritual, eterno, trascendente. Jesús nos viene a decir: no separen lo que está unido. No hay dos mundos; hay un solo mundo y una sola realidad. La realidad es Una, justamente, y no puede haber “dos realidades”. Esta realidad Una, se revela y manifiesta en todo. Cada manifestación es manifestación de lo mismo, pero tiene sus reglas propias: pagar el impuesto no va en contra del servicio a Dios y servir a Dios no tiene por qué llevarnos a no pagar el impuesto.

 

Si actuamos desde el nivel de consciencia de unidad, de honestidad y de servicio amoroso, todo lo viviremos en armonía y como camino de crecimiento. Todo lo que hagamos, en cualquier campo, estará al servicio del amor, de la luz y de la alegría: desde lavar los platos, hasta las oraciones más excelsas, desde construir un hospital hasta el estar involucrados en política, desde la denuncia de las injusticias sociales hasta el compartir la mesa con amigos.

 

 

 

 

 

 

 

 

viernes, 13 de octubre de 2023

Reflexión sobre el conflicto en Medio Oriente

Hace poco traje unos gansos a “la casa del silencio” – donde vivo en el medio del campo, acá en Uruguay – y los pobres duraron unas pocas horas: sirvieron de cena a unos zorros.

Los animales matan por comer, por defenderse a sí mismos o a sus crías.

Los seres humanos casi siempre matamos otros seres humanos por otros motivos y, especialmente en las guerras, los motivos son bastantes peores que el de los animales: matamos por ambición, por odio, por interés.

 

Lo que estamos viendo en la reciente guerra entre Israel y la organización terrorista Hamás, carece de calificativos. Sin olvidar, por supuesto, la guerra entre Rusia y Ucrania (y las demás guerras que salpican al planeta) que ya pasó en segundo plano: nos encantan las novedades y así enterramos en el olvido hasta el sufrimiento que ya se volvió costumbre.

 

La tristeza es inmensa. Si tenemos algo de sensibilidad es muy posible que hasta la angustia nos visite: dejémosla ser; nos recuerda que todavía somos humanos.

Como decía el gran George Orwell: “lo más importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano”.

Las guerras siempre deshumanizan, más allá de que alguien quede vivo.

 

¿Cómo explicar tanta violencia, tanto odio, tanto dolor?

¿Y cómo no caer en el enojo y la sed de venganza y de violencia?

 

Se hace muy difícil.

 

Cuando caemos en la trampa de la ideología, todo es posible.

¡Estemos atentos, por favor!

 

Una guerra es una guerra: no hay izquierda ni derecha, no hay pobres ni ricos… en realidad algunos ricos, casi siempre políticos, lograrán zafar de la muerte, pero no quisiera estar en su consciencia por las noches, si es que les queda un hilo de esta misma consciencia.  

 

Todos mueren, todos sufren.

Mueren los niños palestinos y mueren los niños israelíes. Mueren las mujeres palestinas y mueren las mujeres israelíes. Mueren los soldados de ambas partes. Sufren los que quedan de ambas partes.

 

La vida no conoce de ideologías. La vida es vida. La vida vive. Las flores florecen en Gaza y florecen en Israel. Los bebés nacen en Gaza y nacen en Israel. Los niños quieren jugar en Gaza y quieren jugar en Israel. Nos gusta comer cosas ricas en Gaza y nos gusta comer cosas ricas en Israel.

 

¿Por qué no logramos disfrutar del hermoso regalo de la vida y de la existencia?

 

Somos estúpidos, los seres humanos. Demasiado.

 

Tal vez la estupidez supera el miedo a la muerte. Parecería que el miedo a la muerte es lo que más nos atrapa y nos condiciona… ¡pero no!

La estupidez – increíblemente – es más fuerte.

Sin guerras o con guerras, la muerte nos espera serena: no tiene apuro, ella.

 

Y somos tan estúpidos, tan egoístas, tan mezquinos que, en lugar de disfrutar en nuestra corta vida de la belleza y el amor, nos matamos antes. Y nos matamos con furia, con tortura, con inaudita violencia.

 

En las redes sociales esta misma estupidez y violencia campan a sus anchas. Pocas veces, como caído del cielo, aparece algún comentario decente.

 

¿Qué podemos hacer?

¿Qué estamos llamados a ser los que creemos que el amor es lo único real?

 

Para comenzar, callar. El silencio es siempre un buen consejero.

Opinar sin saber, es el principio de la estupidez.

El conflicto en Medio Oriente es tan complejo y tan manipulado por varios lados que cualquier opinión, tendrá errores. Si no eres un excelente e imparcial (¿es posible?) profesor de historia experto en el tema, tal vez es mejor abstenerse de opinar. Si estás involucrado emotivamente o ideológicamente, mejor no opines. Opinar sin fundamentos, genera más violencia, más rechazo: totalmente inútil.  

 

Sé consciente de tus ideologías. Si tu tendencia es de izquierda es muy posible que apoyarás el lado palestino y si tu tendencia es de derecha apoyarás al lado israelí. Si eres anti-imperialista estarás con los palestinos y si eres imperialista o capitalista estarás con Israel. Si tendrás parientes o amigos en Gaza, apoyarás a Palestina y si, en cambio, tienes parientes o amigos en Israel, lo apoyarás.

En cualquier de los casos tu mirada no será serena ni objetiva. Las ideologías y la emotividad distorsionan la lectura de la realidad.

 

No está mal tener una ideología y es normal la tormenta emocional: ¡pero sé consciente!

 

Solo habla cuando estés sereno, resuelto adentro, en paz. En caso contrario fomentarás más estupidez y más odio.

 

En segundo lugar, los que estamos lejos del conflicto y no podemos actuar directamente, lo mejor que podamos hacer es crear consciencia de unidad. Dejemos de fomentar división y separación. Dejemos de elegir bandos, sin dejar de denunciar la violencia, la barbarie y la estupidez. Elijamos la vida. Elijamos la consciencia y seamos más conscientes de nuestros actos y palabras. Cada palabra de odio y de violencia, afecta al mundo. La palabra es poderosa y crea lo que significa.

Que nuestras palabras sean impecables, honradas y amorosas.

Miramos a todo y a todos con ojos de amor y de compasión. Y amemos la vida. Amemos esta vida maravillosa que se revela a través de los niños y las flores. Amemos la vida que se manifiesta en la belleza de la mujer palestina y la mujer israelí.

 

Y hagamos silencio, por favor. Un corazón silencioso no puede odiar. El silencio nos sana y nos restablece. El ruido, especialmente el mental y el emocional, nos pone agresivos, ansiosos.

El silencio amoroso llega a todas partes. Es la oración más poderosa, porque es la oración gratuita, sin ego, sin pretensiones.

 

Y ofrecemos la vida, si somos valientes y capaces. Como Jesús. Morir por amor es el culmen de la belleza. Cristo en la Cruz es pura belleza: el terror se transfigura.

 

El terror de este conflicto puede ser transfigurado. Tu eres parte, porque somos uno.

No hay dos humanidades. Hay una.

 

Florecen las margaritas en Gaza y florecen en Jerusalén.

Asoma la luna en Gaza y asoma la luna en Jerusalén.

 

 

 

Mateo 22, 1-14

 


 

El texto de hoy nos presenta dos parábolas entrelazadas que siguen la estela de la parábola del domingo pasado: la comunidad de Mateo reinterpreta el evento Jesús de Nazaret, desde su perspectiva y su vivencia. El centro del mensaje es el mismo del domingo pasado: la invitación que Dios hizo a través de su hijo Jesús, fue rechazada por el pueblo de Israel y especialmente por sus autoridades y la comunidad cristiana es el nuevo pueblo que acogió la propuesta divina. La segunda parabolita – la que cierra nuestro texto – se centra en el tema del bautismo: la referencia al “traje de fiesta” es una evidente referencia y un claro simbolismo. La comunidad mateana muestra, desde su comienzo, los signos negativos de toda tendencia al sectarismo: ¡quién no tiene el “traje de fiesta” que sea expulsado!

Tan fuerte es, en el ser humano, esta tendencia a cerrarse y a excluir, que se llega a desviar completamente el mensaje original.

 

Este mensaje original – el que viene de Jesús mismo – lo rastreamos justamente en la primera parábola. La invitación a la fiesta es para todos, “buenos y malos”.

La alegoría del banquete está muy presente en la tradición judía. Dice el profeta Isaías: “El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados” (25, 6).

 

Y la Biblia termina con la imagen de la boda y del banquete: “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19, 9).

 

En el mundo judío banquete, bodas y fiesta eran algo muy importante: se celebraba la vida con inmensa alegría. Por eso esta imagen pasó a significar la plena y definitiva comunión con Dios.

 

Comprendemos entonces la profundidad y belleza de nuestra parábola inicial: Dios nos invita a la fiesta de la plena comunión con él.

 

Y ocurre lo inesperado; el giro de la parábola nos sorprende. Los invitados rechazan la invitación. Rechazar una invitación a una boda, era un desprecio enorme al anfitrión.

Las escusas son superficiales y no creíbles.

 

La parábola refleja la tendencia a la estupidez y a la superficialidad del ser humano. “Estupidez” que Einstein definía más infinita que el universo; estupidez que estamos viendo en las actuales guerras.

No logramos disfrutar de la vida, no logramos aprovechar de los pocos años de vida que se nos conceden. Nuestra ambición, nuestra sed de poder, de dinero, de fama, nos aturden, nos desvían del camino, nos impiden entrar a la fiesta de la vida.  

 

Estamos invitados al banquete desbordante de la Vida: invitados a disfrutar de un atardecer, de los sabroso de la comida, de la belleza de las flores, de lo hermoso de la amistad y de la sexualidad, de lo fantástico de la familia, del amor, de la música y las flores, de la variedad infinita de colores, plantas, animales, de la genialidad y la creatividad.

 

Invitados a esta fiesta preferimos quedarnos con las migajas del ego. La tentación del rechazo está siempre al acecho.

 

Pero la invitación continúa: ¡Dios no se rinde! Porque Dios es Fiesta, es Boda, es Banquete, es Vida.

¡Qué entren todos!

Resuenan las palabras del Papa Francisco: la iglesia es para todos, todos, todos.

 

Esta tiene que haber sido la experiencia fundante del maestro de Nazaret y el centro de su anuncio. Jesús no solo lo proclamaba, sino que lo vivía: el evangelio nos narra muchas de sus comidas. Jesús se sentaba a comer con todos: ricos y pobres, justos y pecadores, prostitutas y ladrones, sacerdotes y miserables. En este gesto tan entrañable del maestro podemos vislumbrar el banquete que late en el corazón del Padre.

 

Volvamos a celebrar la vida. Volvamos a compartir la mesa con más asiduidad y entremos a la fiesta.

 

La fiesta de la Vida late desde siempre en el corazón del Misterio. Estamos viviendo en esta fiesta, porque somos Vida, somos uno con la Vida.

Rechazar la invitación es rechazar lo que somos, nuestra esencia y la esencia de la creación.

 

Dejemos nuestras escusas y nuestros miedos. Dejemos atrás las ilusorias pretensiones del ego. La Vida es una fiesta, la Vida es belleza. La Vida nos invita a su baile: ¡bailemos!

 

sábado, 7 de octubre de 2023

Mateo 21, 23-33


 

El texto de hoy se puede leer como una parábola o una alegoría y es, sin duda, uno de los textos más duros de todo el evangelio.

 

La imagen de la viña es muy usada en la biblia y representaba al pueblo de Israel: famoso y hermoso el texto de Isaías 5, 1-7.

 

La comunidad cristiana, a través de esta parábola/alegoría, hace una relectura de la muerte de Jesús, de sí misma y de su misión: Jesús es el Hijo del Padre que Israel no aceptó y que sus autoridades mataron y la comunidad cristiana es el nuevo pueblo de Dios que dará los frutos esperados, que Israel no supo dar.

 

¿Cuál es el gran peligro al acercarnos y al leer este texto?

 

Es creer que solo se refiere al Israel del tiempo de Jesús y a sus autoridades… es la forma fácil y sutil de evadir nuestras responsabilidades y es la lectura ciega del ego espiritual.

 

Cada religión, cada nación, cada grupo social (y cada uno también) hace una relectura de la historia y de los acontecimientos desde su lugar, es decir, desde una perspectiva situada concreta, tanto a nivel histórico-social, como psico-emocional: por eso es siempre una perspectiva y no “La Perspectiva”, es siempre un acercamiento a la verdad y no “La Verdad”.

 

Los judíos, obviamente, hacen una relectura distinta de este texto, de la muerte de Jesús y de la comunidad cristiana.

 

¿Dónde está la verdad?

¿Dónde está la lectura correcta?

 

Siempre más nos estamos dando cuenta – y las ciencias los confirman de manera contundente – de lo fundamental de una visión integral. Cada perspectiva y cada relectura es válida y fecunda en la medida que no excluye a las demás visiones. Cuando nos encerramos en nuestra visión, caemos en el fanatismo y en el dogmatismo, con los resultados evidentes de violencia, discriminación, intolerancia y parcialidad.

Siempre más nos damos cuenta que la verdad no es posesión de nadie, que es integral, no excluyente, y que tiene relación estricta con la realidad: si algo “es” y “existe” es porque está revelando algo de la verdad.

 

Volvamos a nuestro texto tan cuestionador.

 

Una de las claves la podemos encontrar en los “frutos”. La parábola gira alrededor de este término: quizás sea el eje del texto y su clave de lectura más profunda.

Parece que en la viña no hay lugar para los que no dan frutos. Recordemos la maldición de Jesús a la higuera estéril: “Al ver una higuera cerca del camino, se acercó a ella, pero no encontró más que hojas. Entonces le dijo: «Nunca volverás a dar fruto». Y la higuera se secó de inmediato” (Mt 21, 19).

 

Estamos en este mundo, viviendo esta experiencia humana, ¡para dar frutos!

Dios espera frutos. La vida se nos regala para que la vivamos, para manifestar la belleza, la creatividad, el entusiasmo. La vida por sí misma es fecunda. Todo es fecundo. Quien no da fruto va en contra de la ley esencial del universo.

Cada cual vino a revelar una luz especial, cada cual vino a dar frutos únicos, cada cual vino a mostrar algo del Misterio de Dios: ¡que belleza! ¡qué extraordinario!

 

Este es el sentido más profundo de la vida y si no lo comprendemos, encerrándonos en nosotros mismos, nos secaremos y el Espíritu buscará otros caminos para revelarse.

Yo soy la vid, ustedes los sarmientos El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada pueden hacer. Pero el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca; después se recoge, se arroja al fuego y arde” (Jn 15, 5-6)

 

Es lo que lo ocurre a los viñadores homicidas. Están obsesionados con la herencia, como el hijo prodigo de la parábola de Lucas.

 

La herencia: causa de muchos conflictos y sufrimiento. La herencia – en su sentido más amplio y no solo material – no se puede desgajar de la raíz, sino pierde su significado y su sentido. Por eso escribe el gran psicoanalista italiano, Massimo Recalcati: “La autoridad simbólica del padre ha perdido peso, se ha eclipsado, ha llegado irremisiblemente a su ocaso”.

 

Cuando no reconocemos de donde venimos, cuando no reconocemos y no amamos nuestras raíces, el ego se encargará de “matar al padre”, en sus distintas manifestaciones simbólicas.

 

Hemos matado a Dios”, reiteraba Nietzsche.

Y nuestro mundo loco sigue matando, para quedarse con la herencia. Seguimos con los fanatismos religiosos que matan la libertad y la búsqueda sincera de tantos. Seguimos con dictadores y gobiernos, que matan a los pueblos para quedarse con la herencia, en este caso, muy material también.

 

El olvido de las raíces causa estragos y abre autopistas para el ego.

 

Para dar frutos, estamos llamados a reconectar con nuestra raíz esencial: el Espíritu. Nada es nuestro y todo es nuestro. El Padre misericordioso ya se lo había dicho al hijo menor: “Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo” (Lc 15, 31).

 

El genio de Pablo también lo vio: “En consecuencia, que nadie se gloríe en los hombres, porque todo les pertenece a ustedes: Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Cor 3, 21-23).

 

Extraordinario y conmovedor San Juan de la Cruz: “Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en meajas que se caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón.

 

Cuando descubriremos que la herencia ya es nuestra, terminará la violencia.

Cuando descubriremos la raíz eterna y el amor que somos y que nos habita, los frutos se producirán por si solos.

Cuando abriremos la mente y el corazón a la realidad con un amor compasivo, todo será belleza y fecundidad.

 

 

 

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