viernes, 13 de octubre de 2023

Mateo 22, 1-14

 


 

El texto de hoy nos presenta dos parábolas entrelazadas que siguen la estela de la parábola del domingo pasado: la comunidad de Mateo reinterpreta el evento Jesús de Nazaret, desde su perspectiva y su vivencia. El centro del mensaje es el mismo del domingo pasado: la invitación que Dios hizo a través de su hijo Jesús, fue rechazada por el pueblo de Israel y especialmente por sus autoridades y la comunidad cristiana es el nuevo pueblo que acogió la propuesta divina. La segunda parabolita – la que cierra nuestro texto – se centra en el tema del bautismo: la referencia al “traje de fiesta” es una evidente referencia y un claro simbolismo. La comunidad mateana muestra, desde su comienzo, los signos negativos de toda tendencia al sectarismo: ¡quién no tiene el “traje de fiesta” que sea expulsado!

Tan fuerte es, en el ser humano, esta tendencia a cerrarse y a excluir, que se llega a desviar completamente el mensaje original.

 

Este mensaje original – el que viene de Jesús mismo – lo rastreamos justamente en la primera parábola. La invitación a la fiesta es para todos, “buenos y malos”.

La alegoría del banquete está muy presente en la tradición judía. Dice el profeta Isaías: “El Señor de los ejércitos ofrecerá a todos los pueblos sobre esta montaña un banquete de manjares suculentos, un banquete de vinos añejados, de manjares suculentos, medulosos, de vinos añejados, decantados” (25, 6).

 

Y la Biblia termina con la imagen de la boda y del banquete: “Felices los que han sido invitados al banquete de bodas del Cordero” (Ap 19, 9).

 

En el mundo judío banquete, bodas y fiesta eran algo muy importante: se celebraba la vida con inmensa alegría. Por eso esta imagen pasó a significar la plena y definitiva comunión con Dios.

 

Comprendemos entonces la profundidad y belleza de nuestra parábola inicial: Dios nos invita a la fiesta de la plena comunión con él.

 

Y ocurre lo inesperado; el giro de la parábola nos sorprende. Los invitados rechazan la invitación. Rechazar una invitación a una boda, era un desprecio enorme al anfitrión.

Las escusas son superficiales y no creíbles.

 

La parábola refleja la tendencia a la estupidez y a la superficialidad del ser humano. “Estupidez” que Einstein definía más infinita que el universo; estupidez que estamos viendo en las actuales guerras.

No logramos disfrutar de la vida, no logramos aprovechar de los pocos años de vida que se nos conceden. Nuestra ambición, nuestra sed de poder, de dinero, de fama, nos aturden, nos desvían del camino, nos impiden entrar a la fiesta de la vida.  

 

Estamos invitados al banquete desbordante de la Vida: invitados a disfrutar de un atardecer, de los sabroso de la comida, de la belleza de las flores, de lo hermoso de la amistad y de la sexualidad, de lo fantástico de la familia, del amor, de la música y las flores, de la variedad infinita de colores, plantas, animales, de la genialidad y la creatividad.

 

Invitados a esta fiesta preferimos quedarnos con las migajas del ego. La tentación del rechazo está siempre al acecho.

 

Pero la invitación continúa: ¡Dios no se rinde! Porque Dios es Fiesta, es Boda, es Banquete, es Vida.

¡Qué entren todos!

Resuenan las palabras del Papa Francisco: la iglesia es para todos, todos, todos.

 

Esta tiene que haber sido la experiencia fundante del maestro de Nazaret y el centro de su anuncio. Jesús no solo lo proclamaba, sino que lo vivía: el evangelio nos narra muchas de sus comidas. Jesús se sentaba a comer con todos: ricos y pobres, justos y pecadores, prostitutas y ladrones, sacerdotes y miserables. En este gesto tan entrañable del maestro podemos vislumbrar el banquete que late en el corazón del Padre.

 

Volvamos a celebrar la vida. Volvamos a compartir la mesa con más asiduidad y entremos a la fiesta.

 

La fiesta de la Vida late desde siempre en el corazón del Misterio. Estamos viviendo en esta fiesta, porque somos Vida, somos uno con la Vida.

Rechazar la invitación es rechazar lo que somos, nuestra esencia y la esencia de la creación.

 

Dejemos nuestras escusas y nuestros miedos. Dejemos atrás las ilusorias pretensiones del ego. La Vida es una fiesta, la Vida es belleza. La Vida nos invita a su baile: ¡bailemos!

 

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