sábado, 30 de julio de 2022

Lucas 12, 13-21

 


Cuídense de toda avaricia, porque aun en medio de la abundancia, la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas” (12, 15): afirmación fuerte y tajante de Jesús en el texto evangélico de este domingo.

Nuestra vida y una vida plena y realizada no depende de los bienes, del dinero, del éxito. Nuestra experiencia y aventura humana está marcada por la fragilidad, lo efímero, el cambio, lo pasajero.

No tenemos nada asegurado, no tenemos nada o casi nada bajo control.

Todo esto nos puede asustar en un primer momento… pero es un susto “de los buenos”, de los que sirven, si sabemos captar su mensaje y su enseñanza.

Todo empieza por un pedido de una persona anónima – “uno de la multitud” – que le pide a Jesús que intervenga en un problema de herencia.

La respuesta de Jesús no se hace esperar: “¿quién me ha constituido juez o árbitro entre ustedes?

Este episodio, que podía parecer una simple anécdota, en realidad encierra una profunda y revolucionaria enseñanza.

El mismo evangelio de Lucas nos trae otra palabra de Jesús que va en la misma línea, tal vez con mayor fuerza y profundidad: “¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?” (Lc 12, 57).

 

Jesús nos invita a ser autónomos.

Jesús nos llama a la madurez de la relación con Dios y a crecer hacia la madurez y plenitud de nuestra humanidad.

¡Qué hermoso y extraordinario!

 

A la largo de la historia hemos usado a Dios – consciente e inconscientemente  para justificar nuestra comodidad, superficialidad y falta de compromiso. Hemos reducido al Misterio a nuestros criterios y a nuestras ambiciones humanas.

Todavía en muchos casos seguimos con este pobre estilo: en nuestro problemas y dificultades nos dirigimos a Dios con actitud infantil, intentando convencerlo de la bondad y necesidad de nuestras peticiones y cayendo en una triste manipulación.

Pero Dios no se amolda a nuestros esquemas y no se deja manipular: “mis caminos no son sus caminos y mis pensamientos no son sus pensamientos”, nos recuerda el profeta Isaías (55, 8).

 

Jesús nos invita, una y otra vez, a la madurez y a la autonomía.

Jesús nos invita a descubrirnos en nuestra esencia de hijos de Dios, a conectar con nuestro valor, capacidad, belleza.

¡Son capaces!, ¡Ustedes pueden!, nos dice Jesús. 

Todo esto, obviamente, tiene que ver con la visión mística y no-dual de Jesús y de todos los místicos.

Hasta que seguimos en la creencia de un Dios exterior y separado, caeremos una y otra vez en este estilo infantil, cómodo y miedoso de vivir la religiosidad.

En el momento que caemos en la cuenta de la esencia no-dual de lo real, todo se trasforma y captaremos la profundidad y belleza de las palabras de Jesús.

Descubriendo la profunda unidad que nos habita y que somos, percibiremos que la acción del Espíritu no proviene desde afuera, sino actúa en perfecta sinergia desde dentro.

Por eso Maestro Eckhart pudo decir: “mi fondo y el fondo de Dios es uno mismo y único fondo”.

No hay un Dios exterior y separado. Dios es la raíz vital de todo lo que es.

Conectando con nuestro ser, conectamos también con Dios.

Siendo fiel a nosotros mismos, seremos fieles a Dios.

Entonces comprenderemos también las tajante invitación de Jesús: “la vida de un hombre no está asegurada por sus riquezas”.

La riqueza no puede estar en el exterior, en lo que cambia y pasa.

Nuestra riqueza eterna e imperturbable es nuestra propia esencia, es lo que somos. Es nuestra identidad de “hijos de Dios”.

Viviendo desde esta percepción, ya no tendremos necesidad de aferrarnos o apegarnos a nada: dinero, bienes, afectos, doctrinas, proyectos, ideas.

Viviremos todo como un regalo para desplegar y manifestar nuestra esencia: la vida divina que somos y que nos habita.

Seremos verdaderamente ricos.

Ricos de nuestra esencia reconocida y amada.

Ricos de la Presencia de Dios.

Ricos de la Paz y del Amor que solo Dios puede ofrecer.

 

jueves, 21 de julio de 2022

Lucas 11, 1-13

 


El texto de hoy refleja una maravillosa e importante enseñanza de Jesús sobre la oración.

Desde siempre el ser humano reza. Hasta los no-creyentes tienen formas de oración, que a menudo son inconscientes.

Parece que la oración hace parte de la estructura humana y de nuestro ADN.

 

El texto empieza con la pujante petición de los discípulos: “Señor, enséñanos a orar.

Necesitamos maestros que nos enseñen el arte de la oración. Necesitamos maestros que nos introduzcan en el gran y fascinante misterio de la oración.

Por lo menos al comienzo y por un tiempo, es necesario un maestro, una guía, un acompañante.

Después el Espíritu se encargará de conducirnos directamente por los senderos de la soledad, del silencio, del combate espiritual.

Todo esto sin dejar de caminar con otros y sin dejar que nos acompañen.

¿Cuál es tu maestro o cuales son tus maestros en la oración?

La enseñanza de Jesús se centra en dos aspectos, aparentemente contradictorios: la insistencia y la confianza.

Porque, “quién insiste no confía y quien confía, no insiste”.

En realidad no hay contradicción, sino profunda unidad y armonía.

Nuestra oración tiene que ser insistente, perseverante.

La oración es el camino hacia el abandono, hacia la total aceptación de la vida y del momento presente.

En este camino hay que ser disciplinado: nuestra visión y nuestra percepción se van abriendo de a poco.

En el fondo, el camino de la oración es el camino de la plenitud y del descubrimiento de la Presencia.

Cuándo descubrimos que la Presencia de Dios nos envuelve por completo, ¿qué sentido asume nuestra oración?

Asume la forma plena del agradecimiento.

La oración de petición se convierte en oración silenciosa y agradecida.

La oración se convierte en un simple y profundo “estar”, en un vivir a la Presencia y desde la Presencia.

Afirma San Juan María Vianney: “La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Creador”; y también nos regala una de las definiciones más hermosas y sintéticas de la oración: “Yo lo miro, Él me mira”.

Y Teresa de Ávila dice: “Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.

 

Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” nos dice Jesús.

La ilusoria sensación de carencia se convierte en percepción de plenitud: ¡Qué extraordinario y maravilloso!

Toda la mística de todas las tradiciones espirituales apunta a esta vivencia tan profunda e integral de la oración.

La sensación de carencia espiritual, afectiva y emocional surge de nuestro ego. El ego se nutre de la sensación de carencia e intenta llenarla con cosas… y nunca se llena. Por eso el ego nos hace vivir desde la ansiedad, la agitación y una búsqueda compulsiva.

 

La oración nos lleva a descubrir la plenitud que nos habita: somos plenitud, experimentando la fragilidad de la vida.

Somos plenitud vivenciando la fragilidad en nuestra personalidad.

Cuando conectamos con esta experiencia iluminadora y transformadora nuestra visión se transforma, nuestra oración se transforma.

Empezamos a percibir con claridad que todo lo que nos ocurre en la vida, es justo lo que necesitamos para crecer y para aprender.

¡Todo es gracia!”, decía Teresita de Lisieux.

Se abre la visión de lo Uno y la unidad: somos lo que buscamos.

Todo ya está dado: “el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.”

La oración se hace puro agradecimiento.

La oración se hace simple, silenciosa, profunda.

Sobran las palabras.

Simplemente estamos, simplemente somos.

Luz que susurra agradecida: ¡Gracias!

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 16 de julio de 2022

Lucas 10, 38-42

 


Se nos presenta hoy el famoso texto de “Marta y María”, un texto de mucha ternura y profundidad.

¿Cuál es el centro de la vida cristiana y de la espiritualidad?

¿Contemplación o acción?

¿Ser o hacer?

Son preguntas claves: dejemos que nos cuestionen y que escarben en nuestro corazón.

El camino de la mística y de la visión no-dual es una invitación a pasar del “o” al “y”.

No es “Marta o María”.

Es “Marta y María”.

No hay que elegir entre “contemplación” o “acción”. Hay que vivir las dos desde la unidad.

Las dos dimensiones son lo mismo desde distintas perspectivas.

Una vida plena y fecunda integra todas las dimensiones y las vive en armonía.

En la vida cristiana hemos perdido el eje y este mismo eje – por distintas situaciones y motivos – se corrió hacia la acción y con eso hemos perdido el sentido del hacer y la eficacia del hacer. Es el desequilibrio del activismo, que solo genera agotamiento, estrés y nerviosismo.

La pregunta clave, tal vez, sea la siguiente:

¿De dónde proviene el “hacer”?

Cuando nuestro “hacer” – aunque tengas buenas intenciones – no surge del ser, del silencio, de la contemplación caemos con facilidad en las trampas del “ego”, en la frustración, en el cansancio y en la comparación.

Cuando el “hacer” surge del “ser” todo fluye sereno y la alegría y el entusiasmo serán nuestros compañeros de camino.

 

Jesús, con ternura y paciencia, intenta mostrar a Marta esta verdad. Jesús no critica el servicio de Marta, sino el “modo”: el nerviosismo y la agitación.

Cuando en nuestro diario vivir y en nuestro actuar percibimos nerviosismo y agitación es el momento de parar, el momento de detenernos para preguntarnos: ¿Desde donde estoy viviendo? ¿Desde donde estoy haciendo las cosas?

En occidente y en el cristianismo tenemos que recuperar el “sentido del hacer”; y este sentido solo puede ver la luz desde el ser, desde la contemplación.

La clave está en “vivir desde dentro”. Vivir de “adentro” hacia “afuera”.

Sabemos que la pandemia más grave de las sociedades occidentales tiene que ver con la falta de sentido, con la superficialidad, con la ansiedad, con el estrés y los suicidios.

Estamos llamados a recuperar un estilo contemplativo.

La espiritualidad de tradición oriental – budismo, hinduismo, taoísmo – puede ser de gran ayuda y puede darnos herramientas importantes.

En el taoísmo se habla de “wu wei” que literalmente significa “no acción” y que, en realidad, expresa el sentido profundo de nuestro texto evangélico.

Wu wei: hacer sin esfuerzo egoico, sin el “yo” como protagonista. Dejar que la acción surja por sí sola y por sí misma.

Cuando estamos en conexión con el ser, la acción “se hace sola”. Somos simplemente instrumentos y canales del amor y de la gracia. Por eso la acción que “se hace sola” no agota, no produce nerviosismo ni agitación. Simplemente puede causar un cansancio normal, físico y psíquico, que hace parte de las limitaciones de la condición humana.

Acá encontramos el sentido de la expresión paulina a los gálatas: “No soy yo quién vive, sino Cristo que vive en mí”.

Acá también comprendemos la original interpretación que Maestro Eckhart hace del texto de Marta y María.

Eckhart era un contemplativo y sin duda es uno de los más grandes místicos del cristianismo. Nos esperaríamos que Eckhart diera su preferencia a María.

Sorprendentemente, en cambio, nos dice que Marta es más perfecta que María: una contemplación que no tenga su desenlace en el servicio y en la materia es un engaño y una trampa del ego.

Marta es más plena porque ama concretamente. Solo tiene que “integrar más a María”, para salir de la agitación.

Y María tiene que moverse, tiene que vivir la palabra del Maestro Jesús.

¿Por qué ustedes me llaman: Señor, Señor, y no hacen lo que les digo?” (Lc 6, 46).

Marta y María: un mismo camino, un solo amor.

Seguimos la invitación de Jesús y vamos a elegir “la parte mejor”: vivir desde el ser, vivir desde dentro. Dejar que la Vida nos viva. Dejar que el Amor ame.

 

 

 

 

 

 

sábado, 9 de julio de 2022

Lucas 10, 25-37


 

Los debates sobre la Escritura al tiempo de Jesús – la Torah especialmente – eran muy comunes. Se discutía para encontrar la mejor y más acertada interpretación. Había libertad de pensamiento, sin una autoridad que impusiera una visión o expulsara a los que opinaban distinto. Creo que es un valor fundamental que el cristianismo y en especial la iglesia católica tiene que recuperar.

Poder pensar, opinar con libertad y sin miedo al juicio, son valores humanos y evangélicos fundamentales.

 

El debate de nuestro texto nos introduce en el corazón de la ley, en el centro de la revelación de Dios en la Escritura.

¿Qué hacer para tener una vida plena y con sentido?

Jesús no responde directamente, sino que invita a su interlocutor a buscar una respuesta. Jesús responde con otra pregunta.

Es la técnica ancestral de la mayéutica, propuesta y vivida por el filosofo griego Sócrates: el maestro es como una partera, que ayuda simplemente a extraer la verdad que tenemos adentro. ¡Qué extraordinario!

Es también la técnica pedagógica del zen y del hinduismo: formular preguntas en lugar de dar respuestas.

Es más oportuno e importante formular la pregunta correcta, en lugar de dar respuestas prefabricadas.

¡Aprendamos a plantearnos y a plantear las preguntas, en lugar de dar respuestas!

 

La respuesta que el doctor de la ley saca de su interior convence a Jesús: el amor es el centro de la ley. ¡Respuesta correcta!

El sentido de la ley y de la revelación de Dios es el amor. No podemos perder de vista esta interpretación y tenemos que aprender a interpretar toda la Escritura desde esta perspectiva.

Todavía falta un paso: la aplicación concreta de la interpretación.

¿Quién es el prójimo?

Y Jesús cuenta su extraordinaria parábola, conocida como la del “buen samaritano”.

La parábola es sorprendente y revolucionaria; pone del revés nuestra visión de lo religioso y quiebra nuestras imágenes de Dios.

El hombre golpeado y medio muerto no es socorrido por las personas “religiosas” de su tiempo: sacerdote y levita. Ellos pasan de largo; probablemente iban al Templo de Jerusalén a rezar o a ofrecer sacrificios. Su relación con Dios pasaba por cumplir con las leyes y los ritos y su corazón no se conmovió frente al dolor.

Es el gran peligro de toda religión: refugiarse en doctrinas, reglas y ritos y perder de vista la compasión. Vivir de teorías y no ser capaz de amar.

 

El samaritano se detiene y presta su ayuda incondicional. Es lo revolucionario. El samaritano no es un hombre “religioso”. Es simplemente “humano”. Además el samaritano era mal visto, justamente por no ser “religioso” y por su situación social y política.

El samaritano no sabe de leyes y ritos, pero cumple con su sentido.

El samaritano no tiene una relación explicita y exterior con Dios, pero vive el mensaje central que se encierra en la revelación.

Su profunda humanidad lo lleva a vivir lo divino.

Como decía Leonardo Boff, refiriéndose a Jesús: “tan humano, solo Dios”.

El camino es el camino de humanización, no hay otro. Somos seres humanos y solo en la vivencia de nuestra humanidad descubriremos y viviremos también nuestra divinidad. Como Jesús.

¡Cuánto más humanos, más divinos!

Jesús lo entendió y lo vivió. Por eso la compasión fue el eje de su caminar por esta hermosa tierra.

La divinidad se encierra en nuestra maravillosa, doliente y compleja humanidad.

No hay separación: vivir lo humano es vivir lo divino, vivir lo divino es transformarse en seres humanos completos.

El camino es más sencillo de lo que parece. Lo hemos complicado mucho.

Resuenan las hermosas palabras del profeta Miqueas (6, 8):

Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 


sábado, 2 de julio de 2022

Lucas 10, 1-9

 


 

Leer este texto desde la consciencia de unidad nos hace dar cuenta de algo extraordinario, actual y urgente: la misión de Jesús consistía en llevar la paz y anunciar la Presencia y la actualidad del Reino.

Estos textos misioneros, a la largo de la historia, fueron leídos muchas veces en clave proselitista.

El proselitismo hizo y hace tanto daño a la humanidad y a las consciencias de las personas. El proselitismo está convencido de la posesión exclusiva de la verdad e intenta atraer a todos a su grupo, a menudo a través del miedo, la culpa y la manipulación.

El proselitismo intenta convencer, faltando al respeto y a la libertad del otro.

Jesús no fue proselitista. Jesús, siendo observante judío y amando a su tradición, vivió desde la gratuidad y la libertad.

Jesús vive y ama.

Jesús llevó la paz e invitó a descubrir el Reino de Dios ya presente.

¡Qué extraordinario y fecundo comprender y vivir así la misión!

En un mundo y una sociedad a menudo desgarrados, estamos llamados a llevar la paz y generar la consciencia de la Presencia.

Caminar en paz en esta tierra, es ser misionero.

Caminar con la paz en el corazón, es manifestar al Misterio de Dios.

Cuando nuestro corazón está en paz, todo lo demás se genera por sí solo y aparece el compartir, la comunión: “Permanezcan en esa misma casa, comiendo y bebiendo de lo que haya” (10, 7).

La paz genera el deseo de estar juntos, de crecer, de conversar. La paz crea comunidad y fecunda el futuro. La paz sana las relaciones y los corazones heridos.

La paz del corazón muestra el Reino presente. La paz revela la Presencia de Dios oculta. La paz es luz, la paz manifiesta.

Cuando la paz no es recibida hay que seguir, alegres y serenos. Sin quejas ni demoras, sin reproches ni acusaciones.

 

Cantemos a la paz y vivamos enamorados:

 

Queremos respirar paz,

queremos sembrar paz por doquier

y sonreír al triste y al violento.

 

Late fecunda la paz en tu alma

y solo pide luz.

¡Escucha, te lo ruego! ¡Déjala salir!

Regala la paz que te habita,

abre tus manos, no la retengas.

Conviertas en paz todo lo que toques.

 

No te pierdas en cosas y palabras inútiles.

El mundo te espera y Dios te anhela;

el Universo espera tu paz y tu sonrisa.

 

El mundo necesita tu caminar

y tu siembra. Respira otra vez.

¡Eres paz! ¡Qué tus ojos la suelten!

 

 

 

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