jueves, 21 de julio de 2022

Lucas 11, 1-13

 


El texto de hoy refleja una maravillosa e importante enseñanza de Jesús sobre la oración.

Desde siempre el ser humano reza. Hasta los no-creyentes tienen formas de oración, que a menudo son inconscientes.

Parece que la oración hace parte de la estructura humana y de nuestro ADN.

 

El texto empieza con la pujante petición de los discípulos: “Señor, enséñanos a orar.

Necesitamos maestros que nos enseñen el arte de la oración. Necesitamos maestros que nos introduzcan en el gran y fascinante misterio de la oración.

Por lo menos al comienzo y por un tiempo, es necesario un maestro, una guía, un acompañante.

Después el Espíritu se encargará de conducirnos directamente por los senderos de la soledad, del silencio, del combate espiritual.

Todo esto sin dejar de caminar con otros y sin dejar que nos acompañen.

¿Cuál es tu maestro o cuales son tus maestros en la oración?

La enseñanza de Jesús se centra en dos aspectos, aparentemente contradictorios: la insistencia y la confianza.

Porque, “quién insiste no confía y quien confía, no insiste”.

En realidad no hay contradicción, sino profunda unidad y armonía.

Nuestra oración tiene que ser insistente, perseverante.

La oración es el camino hacia el abandono, hacia la total aceptación de la vida y del momento presente.

En este camino hay que ser disciplinado: nuestra visión y nuestra percepción se van abriendo de a poco.

En el fondo, el camino de la oración es el camino de la plenitud y del descubrimiento de la Presencia.

Cuándo descubrimos que la Presencia de Dios nos envuelve por completo, ¿qué sentido asume nuestra oración?

Asume la forma plena del agradecimiento.

La oración de petición se convierte en oración silenciosa y agradecida.

La oración se convierte en un simple y profundo “estar”, en un vivir a la Presencia y desde la Presencia.

Afirma San Juan María Vianney: “La oración es la elevación de nuestro corazón a Dios, una dulce conversación entre la criatura y su Creador”; y también nos regala una de las definiciones más hermosas y sintéticas de la oración: “Yo lo miro, Él me mira”.

Y Teresa de Ávila dice: “Orar es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama”.

 

Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” nos dice Jesús.

La ilusoria sensación de carencia se convierte en percepción de plenitud: ¡Qué extraordinario y maravilloso!

Toda la mística de todas las tradiciones espirituales apunta a esta vivencia tan profunda e integral de la oración.

La sensación de carencia espiritual, afectiva y emocional surge de nuestro ego. El ego se nutre de la sensación de carencia e intenta llenarla con cosas… y nunca se llena. Por eso el ego nos hace vivir desde la ansiedad, la agitación y una búsqueda compulsiva.

 

La oración nos lleva a descubrir la plenitud que nos habita: somos plenitud, experimentando la fragilidad de la vida.

Somos plenitud vivenciando la fragilidad en nuestra personalidad.

Cuando conectamos con esta experiencia iluminadora y transformadora nuestra visión se transforma, nuestra oración se transforma.

Empezamos a percibir con claridad que todo lo que nos ocurre en la vida, es justo lo que necesitamos para crecer y para aprender.

¡Todo es gracia!”, decía Teresita de Lisieux.

Se abre la visión de lo Uno y la unidad: somos lo que buscamos.

Todo ya está dado: “el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá.”

La oración se hace puro agradecimiento.

La oración se hace simple, silenciosa, profunda.

Sobran las palabras.

Simplemente estamos, simplemente somos.

Luz que susurra agradecida: ¡Gracias!

 

 

 

 

 

 

 

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