viernes, 27 de enero de 2023

Mateo 5, 1-12

 


Se nos regala hoy la maravillosa página de las bienaventuranzas que, para muchos estudiosos, es el resumen perfecto del evangelio. Si perdiéramos todos los evangelios y nos quedaría esta página, nos quedaría lo esencial del mensaje de Jesús.

Las bienaventuranzas nos hablan de la gran vocación a la alegría. Estamos llamados a la alegría. Estamos llamados a rendir honor a la vida a través de nuestra alegría y a pesar y a través, de las dificultades de la existencia: Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí” (5, 11).

Dios nos quiere alegres. Es la invitación de la gran predicación de Jesús en la montaña. El evangelio de Juan nos transmitirá palabras parecida del maestro: “Les he dicho esto para que mi gozo sea el de ustedes, y ese gozo sea perfecto” (Juan 15, 11).

Dios es alegría infinita”, subrayaba Santa Teresa de los Andes (1900-1920), joven carmelita chilena.

 

La alegría del evangelio, la alegría de Dios y la alegría de Jesús es una alegría especial, con un sabor único y distinto.

No es la alegría pasajera de los placeres – también legítimos – de esta vida: la alegría de una copa de vino con una buena cena o la alegría de unas lindas vacaciones en familia.

No es la alegría efímera del capitalismo o del consumismo, ni la alegría de nuestros logros.

Es una alegría tremenda y profunda. Una alegría que hunde sus raíces en el ser y en la verdad. Es la alegría serena de la confianza, la alegría de vivir a la Presencia de Dios. Es la alegría del amor y de la paz. La increíble y simple alegría de ser y de vivir, como afirma el poeta Jorge Guillen:

Ser, nada más. Y basta.

Es la absoluta dicha.

¡Con la esencia en silencio

tanto se identifica!

 

 

Esta alegría se busca y se practica.

El gran rabino Najman de Breslev (1772-1810), nacido en Ucrania, hizo de la alegría el eje de su vida y de su propuesta de camino espiritual. Decía que estar alegres es la mejor forma de adorar a Dios. Hasta lo formuló en un “mandamiento”: “Es una obligación muy grande estar alegres.

Resuena la invitación de San Pablo a los filipenses: “Alégrense siempre en el Señor. Vuelvo a insistir, alégrense” (Fil 4, 4).

 

Cuando estamos alegres estamos en conexión profunda con Dios y con la naturaleza.

Cuando estamos alegres todos los problemas se ven de manera distinta y se van resolviendo solos.

La alegría vive en nuestro corazón y es nuestra herencia, nuestro llamado y nuestro destino.

La alegría nos acompaña y nos espera. La alegría nos vive y nos ilumina.

Podemos encontrar alegría también en los momentos tristes o en las normales dificultades y perdidas de la vida.

La alegría está ahí, siempre, como fiel compañera de la Presencia de Dios.

Hacemos de la alegría – como nos enseña el rabino Najman de Breslev – nuestro camino espiritual.

Decía Thich Nath Hanh que cuando estamos contentos sonreímos, pero que vale también al revés: si sonreímos generamos la alegría interna.

La alegría entonces es también un trabajo espiritual, una práctica.

No solo la experiencia de la comunión con Dios nos trae alegría, sino también que el esfuerzo – a veces necesario  por estar alegres, nos hace experimentar la comunión con Dios.

 

Como forma de agradecimiento, terminemos con una linda oración de Najman de Breslev:

“Querido Dios, aquí estoy, golpeado y maltratado por las incontables manifestaciones de mis propias deficiencias. Pero a pesar de todo tenemos que vivir con alegría. Debemos superar la desesperación, buscando y encontrando cada atisbo de bondad, cada punto positivo dentro de nosotros mismos, y así descubrir la verdadera alegría. Ayúdame en esta búsqueda, HaShem (Dios). Ayúdame a encontrar la satisfacción y un placer profundo y duradero en todo lo que tengo, todo lo que hago y todo lo que soy…”

 

 

sábado, 21 de enero de 2023

Mateo 4, 12-17

 



Sabemos que el evangelista Mateo es el más atento a la Primera Alianza (Antiguo Testamento) y, en su relato, quiere demostrar que, en Jesús de Nazaret, se cumplen las profecías; por eso su evangelio tiene muchas citas proféticas.

 

Hoy Mateo nos propone el texto de Isaías 8, 23 – 9, 1:

 

¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí,

camino del mar, país de la Transjordania,

Galilea de las naciones!

El pueblo que se hallaba en tinieblas

vio una gran luz;

sobre los que vivían las oscuras regiones de la muerte,

se levantó una luz.

 

Mateo nos quiere decir que la luz que Isaías anuncia, se manifestó en Jesús. La luz llegó y las tinieblas se dispersan.

 

El tema de la luz es fascinante y recorre toda la Escritura, como también todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad.

 

Desde siempre la luz tiene una atracción muy potente hacia el ser humano. La misma palabra “Dios” en una de sus etimologías, se hace derivar de una raíz sanscrita que significa “brillar” o “alumbrar”.

Desde siempre el ser humano asocia la luz a lo divino y al bien y las tinieblas al mal; en realidad el tema es más complejo, hermoso y profundo.

 

Las profundidades simbólicas y metafóricas de la luz son, prácticamente, infinitas.

La misma Biblia empieza con la luz: Entonces Dios dijo: Que exista la luz. Y la luz existió. (Gen 1, 3) y termina con la luz: “Ya no habrá allí ninguna maldición. El trono de Dios y del Cordero estará en la Ciudad, y sus servidores lo adorarán. Ellos contemplarán su rostro y llevarán su Nombre en la frente. Tampoco existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol, porque el Señor Dios los iluminará, y ellos reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 22, 3-5).

El evangelio recurre al símbolo de la luz en muchas ocasiones. Nos quedamos con dos afirmaciones muy fuertes de Jesús: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12) y “ustedes son la luz del mundo” (Mt 5, 14).

 

La revelación es la manifestación de la luz y, a la vez, su ocultamiento. “Re-velar” tiene un doble y muy interesante significado; es una de estas palabras “mágicas” del español, que nos abre al meta-lenguaje, al más allá de la palabra.

Re-velar puede indicar el “sacar el velo” para que se vea mejor la luz y, a la vez, volver a poner el velo.

Dios se revela y esta revelación es fuente de luz. Dios a la vez se oculta ya que no podríamos soportar la intensidad de la Luz Infinita… pero también su ocultamiento, es luz.

Se oculta y revela, en este juego de amor, al cual estamos invitados a participar.

Nosotros mismos somos esta revelación y ocultamiento: en cada uno de nosotros Dios se está manifestando y revelando y en cada uno de nosotros, Dios se oculta también.

Muchos místicos cristianos entendieron esta dinámica y tienen textos bellísimos:

Tú, oh Dios, eres Uno.

Tu multiforme e insondable Energía

revela de mil maneras tu Esencia

y habla de tu inmensidad.

Lo más admirable y maravilloso

es que Tú habites en aquellos

a quienes te has dado a comprender.

Porque Tú eres totalmente incomprensible

en tu Esencia y en tus Energía,

y nadie puede comprender tu poder.

¿Quién ha podido descubrir su medida?

¿Quién ha sondeado nunca tu sabiduría?

¿Quién ha conocido jamás el océano de tu bondad?

¿Quién ha comprendido alguna vez plenamente

algo de tuyo?

Tú abrasas mi espíritu con la herida del eros, iluminándolo cada vez más,

y lo introduces en las maravillas

que le haces contemplar,

maravillas inaccesibles, místicas,

qué están por encima del cielo.

¡Oh Unidad infinitamente celebrada,

Trinidad infinitamente venerada,

Abismo sin fondo de poder y sabiduría!

¿Cómo consigues hacer entrar

en tu Tiniebla divina al espíritu

que se ha elevado tal como lo quiere la Ley, llevándolo de gloria en gloria

y concediéndole con frecuencia habitar

dentro de la Tiniebla-más-que-luminosa?

(Calixto Cataphygiotés, siglos XIV-XV)

 

Calixto define a Dios como la “Tiniebla más que luminosa”: para nosotros la Luz es Tiniebla, por su desborde, potencia e infinitud.

Solo nos queda una actitud de apertura y humildad.

La teología tiene que volver a la humildad de la mística. Todos tenemos que volver a la humildad frente al Misterio: no somos nada, no sabemos nada.

Esta nada, una vez aceptada y asumida, es hermosísima. Esta nada es la que permite a la luz entrar y manifestarse.

Cuanto más estemos abiertos y humildes, más la luz se revelará y descubriremos con asombro infinito y gratitud, cual es la luz que vinimos a revelar.

Acá “nos lo jugamos” todo: la experiencia humana de paz y plenitud solo se nos regalará siendo fieles a la luz Una, única y original que somos y que nos habita.

 

Viniste a traer una luz que solo vos la puedes revelar.

Viniste a ser cauce de la luz.

Viniste a ser ventana y cristal transparente a la luz.

Gozo indecible.

Paz sin nombre.

 

 

 

 

 

 

sábado, 14 de enero de 2023

Juan 1, 29-34

 

 

 

Está comúnmente aceptado por los estudiosos que entre los discípulos de Juan Bautista y los discípulos de Jesús existía un cierto enfrentamiento. Por eso el evangelista Juan, que escribe alrededor del año 100, siente la necesidad de aclarar definitivamente el asunto y por eso pone en boca de Juan las famosas palabras: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (1, 29); un testimonio profundamente mesiánico.

 

En realidad, el reconocimiento del mesianismo de Jesús no viene del Bautista, sino de la comunidad del evangelista Juan.

 

Es importante reconocerlo y es fundamental la honestidad. Esto nos evitará caer en la que, Enrique Martínez llama, la “trampa teísta”.

 

Para explicar lo que es esta trampa, el mismo Enrique Martínez nos propone un cuento:

 

“Todos en la comunidad sabían que Dios hablaba al rabino todos los viernes, hasta que llegó un extraño que preguntó: —¿Y cómo lo saben? —Porque nos lo ha dicho el rabino. —¿Y si el rabino miente? —¿Cómo podría mentir alguien a quien Dios habla todas las semanas?”.

 

Otros teólogos lo expresan así: la iglesia deriva su autoridad de la Palabra de Dios; ¿Y quién dice lo que es la Palabra de Dios? La iglesia.

 

Es un círculo vicioso, que no permite discusión.

 

Es la trampa de las creencias, de las cuales solo salimos con humildad y honestidad intelectual. Falta mucho camino a recorrer. Las creencias nos atrapan porque nos otorgan el sentido de seguridad que tanto buscamos y además justifican el poder y el “statu quo”, que hace caer en el inmovilismo e impide el crecimiento y el desarrollo. Las creencias son tan potentes que a menudo llegan a cegar.

 

Ser abiertos y humildes; ser honestos y cuestionarnos: por ahí va el camino.

Estas cualidades psicológicas y espirituales nos permitirán comprender el tema del mesianismo de una forma más integral, potente, actual y fructífera.

 

Sabemos que, para los cristianos, Jesús de Nazaret es el enviado, el esperado, el Mesías (el ungido, Cristo) que nos revela el rostro de Dios.

Y sabemos que Israel, el pueblo elegido, sigue esperando a su Mesías.

 

Hoy en día, y recuperando también antiguas intuiciones, hay otras posturas; posturas sumamente interesantes y sugerentes.

 

Las investigaciones de la mística hebrea nos proponen dos ulteriores pistas.

 

1)  Cada uno – cada alma – es una chispa del Mesías.

2)  Cada uno – cada alma – es su propio Mesías.

 

Si en lugar de encerrarnos cada cual en su postura y visión, nos abriéramos al dialogo y a la investigación sin fanatismos, todos nos enriqueceríamos terriblemente y descubriríamos la deslumbrante belleza de la armonía naciente.

 

Estoy convencido – y conmigo muchos estudiosos que no existen posturas y posiciones totalmente incompatibles. Cada postura, cada visión, es una perspectiva y las perspectivas dependen de las culturas, de las creencias y de las cosmovisiones… es decir son siempre limitadas y condicionadas.

 

La Verdad no es manipulable y siempre está más allá de nuestros intentos de control y de posesión. Ha llegado la hora de comprenderlo y vivirlo, si queremos un futuro mejor para la humanidad.

 

Los cristianos estamos llamados a “entrar” en la consciencia del Maestro de Nazaret. Cuando soltamos los miedos, el afán de poder y de reconocimiento, cuando nos abrimos con confianza y humildad, la consciencia de Jesús nos atrapa y nos atraviesa.

Empezaremos a ver como él ve. Empezaremos a vivir verdaderamente desde el Espíritu. Seremos verdaderamente libres. Seremos uno con él, seremos él.

Lo afirma, de manera contundente y extraordinaria, Simeón el Nuevo Teólogo:

 

Nos despertamos en el cuerpo de Cristo

cuando Cristo despierta en nuestros cuerpos.

Bajo la mirada y veo que mi pobre mano es Cristo;

él entra en mi pie y es infinitamente yo mismo.

Muevo la mano, y esta, por milagro,

se convierte en Cristo,

deviene todo él.

 

¡Maravilla que no se puede decir!

Silencio.

 

 

 

 

sábado, 7 de enero de 2023

Mateo 3, 13-17


 

 

Celebramos hoy la fiesta del bautismo de Jesús.

El bautismo revela una encrucijada en la vida de Jesús: hay un antes y un después.

Para él fue una experiencia de Dios tan fuerte que cambió el rumbo de su vida; con el bautismo empieza la vida de Jesús como maestro itinerante.

 

¿Cuál fue nuestro “bautismo” no sacramental que transformó nuestra vida?

 

Cada experiencia renovadora y transformadora es un bautismo.

Cada “muerte y resurrección” es un bautismo.

La palabra “bautismo” deriva del griego y significa sumergir.

El bautismo es una inmersión. Cuando nos sumergimos en el Espíritu nuestra vida se transforma.

 

En su bautismo, Jesús se siente poseído por el Espíritu y esta consciencia no lo abandonará nunca más.

Es la experiencia clave y fundante de la existencia humana y del camino espiritual: descubrirnos inmersos en el Espíritu, descubrirnos habitados por el Espíritu.

Todo el camino espiritual consiste justamente en “dejarse poseer por el Espíritu”, para que él conduzca nuestra vida y la transforme en fuego: “Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego” (Mt 3, 11).

 

Espíritu y fuego a menudo son sinónimos y simbolizan esta dimensión abrasadora y transformadora; como dice la carta a los hebreos 12,29: “nuestro Dios es un fuego devorador”, en sintonía con Deuteronomio 4, 24.

 

El camino es “espiritual”, solo si nos dejamos atrapar y poseer por el Espíritu.

 

Dejarse atrapar y poseer por el Espíritu”: ¿no es, tal vez, la definición más hermosa de la vida espiritual?

 

La tradición cristiana, especialmente a partir de Pablo, asocia el bautismo a la muerte y resurrección de Cristo.

¿No saben que todos nosotros, al ser bautizados en Cristo Jesús, hemos sido sumergidos en su muerte? Por este bautismo en su muerte fuimos sepultados con Cristo, y así como Cristo fue resucitado de entre los muertos por la Gloria del Padre, así también nosotros empezamos una vida nueva. Si la comunión en su muerte nos injertó en él, también compartiremos su resurrección” (Rom 6, 3-5).

 

Vivir como bautizados es entonces entrar en el dinamismo central de la experiencia cristiana.

 

Vivimos el bautismo, cuando morimos a nuestro “yo” y dejamos que Cristo viva en nosotros.

Vivimos el bautismo cuando nos dejamos vivir por el Espíritu.

Vivimos el bautismo cuando estamos abiertos a la luz y al amor.

 

Vivir el bautismo es ser consciente a cada instante de esta Presencia: “en él somos, nos movemos y existimos”, nos recuerda San Pablo (Hechos 17, 28).

 

Es muy interesante y sugerente notar que Mateo, Marcos y Lucas concuerdan en que, después de su bautismo, Jesús fue “arrojado” por este mismo Espíritu al desierto para ser tentado.

El Espíritu no nos hace la vida fácil. La obra del Espíritu es sacar lo mejor de cada uno y llevar a cada cual a vivir su vocación y a revelar la luz por la cual ha venido a este mundo. Por eso el Espíritu purifica, nos pasa por el fuego, para que solo quede el amor.

 

Si logramos leer toda dificultad o problema a la luz del Espíritu que nos está formando y puliendo encontraremos la paz definitiva.

 

El Espíritu nos habla y nos hace crecer a través de cada acontecimiento y encuentro, a través de cada incomprensión u obstáculo.

 

El Espíritu nos habla a través de todo y de todos.

Solo se nos pide apertura, atención y escucha.

 

Terminamos haciendo nuestras las palabras de gratitud al Espíritu Santo de San Simeón el Nuevo Teólogo:

 

Te doy las gracias por haberte hecho un solo espíritu conmigo: sin confusión, sin cambio, sin transformación, tú el Dios sobre todas las cosas. Tú mismo te has hecho por mí todo en todo, alimento inexpresable y completamente gratuito, que siempre te desbordas sobre los labios de mi alma y brotas en la fuente de mi corazón; vestido deslumbrante que quemas los demonios, purificación que me limpias con lágrimas inmortales y santas que tu presencia concede a aquellos a los que asistes. Te doy las gracias por haberte hecho por mí luz perenne y sol sin ocaso, tú que llenando el universo de tu gloria no tienes dónde ocultarte.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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