domingo, 27 de noviembre de 2016

Mateo 24, 37-44



Empezamos hoy el Adviento y con eso empezamos también el año litúrgico. “Adviento”: celebramos el Viniente; ¡Dios siempre está viniendo! Año litúrgico: entrar otra vez y con más profundidad en el Misterio de Cristo. Misterio de Cristo que es nuestro Misterio y el Misterio del Universo. Hay un único Gran Misterio: Vida y Amor desbordantes manifestándose aquí y ahora. Misterio justamente por eso: demasiada luz para nuestra capacidad de ver.

El texto evangélico de este domingo no es de fácil interpretación. Quisiera compartir dos breves pautas de reflexión. Empiezo por la más sencilla.

Ustedes también estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá a la hora menos pensada” (Mt 24, 44). Así se concluye el texto. Es la invitación clásica y repetida del tiempo de Adviento: ¡estén preparados! ¡Vigilen!
A menudo se interpretó en sentido negativo y amenazador, sin duda a partir de una visión de Dios como Alguien separado pronto para juzgarnos.
Una visión mística de la realidad supone otra y más fecunda comprensión de la vigilancia y del “estar preparados”. “Vigilancia” y “estar preparados” los podemos sintetizar en otra hermosa palabra: atención. Estar atentos no supone miedo ni amenazas. Supone y genera conciencia. Estar atentos es la clave de la vida espiritual, porque nos pone en el Centro: aquí y ahora. La atención nos despierta a la Presencia de Dios. Dios está aconteciendo aquí y ahora: justo el mensaje del Adviento. ¡Maravilloso!

Enigmática es la otra expresión: “De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada” (Mt 24, 40-41).

¿Qué quiere decir? ¿Cómo interpretarlo?

Hay que salir de las interpretaciones superficiales y moralistas que no nos conducen muy lejos y a menudo solo llevan a la frustración.
Interpretaciones que afirmarían que en el día de la venida del Señor – día del juicio – los “malos” serán dejados y los “buenos” llevados al cielo.

¿Qué es esto de “dejar” o “llevar” a dos personas que están en la misma situación?

Estos versículos apuntan a algo mucho más profundo y humanizante que podemos empezar a comprender solo saliendo del pensamiento. Nuestra mente es profundamente dual e interpreta todo en clave de opuestos. Para centrarnos en nuestros oscuros versículos: bien y mal, antes y después, dejar y llevar. La mente, para conocer, fragmenta.

La autentica experiencia espiritual es unificadora y nos hace trascender las categorías mentales. El camino espiritual reconduce a la unidad lo que la mente fragmentó.

La realidad es Una y simple y maravillosamente se expresa. Es esta expresión que la mente capta de manera dual. Callada la mente y el pensamiento, desde el silencio radical, lo Uno nos aferra y enamora. Desde lo Uno nos vamos dando cuenta que no importa tanto la situación y las coordenadas concretas. Hay algo más. Hay algo más allá del bien y del mal y más allá de toda dualidad.

Continuamente lo estamos experimentando pero sin ser conscientes: bien y mal conviven en nosotros. Todo convive en perfecta y profunda unidad.

El tiempo es pleno. Dios es ahora. Desde esta plenitud que somos a veces experimentamos que nos dejan y otras que nos llevan. Otras veces experimentamos el bien y otras el mal. Experimentamos también el tiempo: antes y después.
La clave está en comprender que no somos “objetos” de una experiencia ni “sujetos” individuales sino que, desde lo Uno que somos, experimentamos la plenitud de la vida en cada momento presente.
Somos Vida que se manifiesta en infinitas formas.

Aplicado a nuestro texto: siendo Uno con el Señor que ahora y aquí está aconteciendo experimentamos la vida en toda su amplitud.
En el fondo es cuestión de actitud y de atención: ¿desde donde vivo y contemplo la vida?

Si vivo simplemente desde los acontecimientos experimentaré una constante fragmentación, típica de la mente y me perderé en los acontecimientos mismos. Si vivo desde lo Uno experimentaré los acontecimientos transitorios y a veces contradictorios de la vida como manifestación de lo mismo: me encontraré a mi mismo, a Dios y a los demás.

En realidad “dejar y llevar” son las dos caras de lo mismo. La mente no lo comprende, el corazón si. La vida se vive y solo desde la unidad con ella se comprende.

Dejémonos aferrar por el Misterio de la Vida, por el Dios que acontece en este instante.
Dejémonos enamorar por el silencio que solo transforma y nos conduce paulatinamente en el Centro.
Un Centro que es Quietud y Paz y que se manifiesta en tu vida así como es: aquí y ahora. Reconocerlo es el comienzo de la transformación en lo que ya eres.


jueves, 24 de noviembre de 2016

Desenterrar la belleza




Hace varios años leí un estudio realizado en un barrio pobre de Londres. Seleccionaron dos calles paralelas, situadas a un kilómetro y medio de distancia, ambas en una situación de pobreza similar y con problemas comunes, que incluían un alto grado de delincuencia. Sin el conocimiento de los vecinos, se decidió en secreto que una de las calles se limpiaría cada día. Se recogía la basura, se limpiaban las pintadas de las paredes, se replantaban y regaban las flores en los canteros, se reparaban y pintaban las farolas y señales deterioradas. Públicamente no se comentó nada sobre estas actividades de limpieza y embellecimiento extras. Al cabo de un año, sin embargo, se compararon las calles. Las estadísticas demostraron una reducción de casi un 50 por ciento de la delincuencia en la calle que se había limpiado y cuidado

Jack Kornfield

Esta simple experiencia que nos comparte este maestro norteamericano de meditación me gustó mucho y nos sugiere algo tan sencillo como profundo: la belleza sana.

La humanidad lo sabe desde siempre. Los testimonios y las experiencias son infinitas y hermosas. En nuestra sociedad lo hemos un poco olvidado. La sociedad occidental, esclava del consumismo y excesivamente pragmática y racional, perdió este contacto sanador con el orden y la belleza. Creyó que la sanación y la plenitud surgieran del capital, la comodidad y el bienestar: parece claro que no es así.
El consumismo y el racionalismo degeneran a menudo en violencia y la violencia va siempre de la mano del desorden y la fealdad.
Sanar nuestra sociedad, sanar nuestros grupos humanos y nuestra convivencia pasa por recuperar el sentido de la belleza y el orden. Sin descuidar otros importantes aspectos: educación, justicia, solidaridad.

¿Cuál es la raíz de tan hermosa explicación?
¿Por qué la belleza sana?

El orden y la belleza sanan porque nos devuelven a lo esencial: la armonía de amor. El amor es armónico, ordenado, bello.
Esa armonía del amor es nuestra identidad más profunda y es una armonía siempre presente y siempre actuante. A menudo no la vemos: está recubierta de nuestros deseos egoístas y superficiales, de la ilusión del tener, del miedo a morir.
Hay que desenterrar la armonía oculta siempre presente. Hay que desenterrar la belleza infinita del corazón humano.

Es la experiencia de los artistas, en especial de los escultores. Escuchamos su testimonio:

Elijo un bloque de mármol y quito todo aquello que no necesito” (Auguste Rodin respondiendo a quien le preguntaba como lograba crear sus estatuas)
Ves un bloque, piensas en la imagen: la imagen está adentro, alcanza desnudarla” (Miguel Ángel Buonarroti)
Vi a un ángel en el mármol y tallé hasta liberarlo” (Miguel Ángel Buonarroti)
La figura ya estaba adentro del mármol y yo solo quité lo que sobraba” (Miguel Ángel Buonarroti)

La belleza siempre está y está porque es nuestra fuente y nuestra meta. Descubrirla, manifestarla y ordenarla, genera vida y paz.
Exterior e interior son simples categorías mentales: la realidad es siempre y solamente UNA que se expresa como adentro y como afuera. Por eso que construyendo belleza “afuera” se construye también “adentro”. Ordenando la vida “afuera” se ordena también “adentro”. Y al revés obviamente.

Tenemos que ser muy concretos en todo eso: cuidar nuestros espacios vitales, nuestros ambientes. Cuidar la limpieza, la prolijidad, el orden. Trabajar la armonía.
Hacer esto nos ayuda a ser más bellos y ordenados en todo sentido.
Y la belleza alimenta y expresa el amor.

Buen camino: desenterrando belleza.






domingo, 20 de noviembre de 2016

Lucas 23, 35-43




La iglesia celebra hoy la fiesta de Cristo Rey. Una fiesta instituida por el Papa Pío XI en 1925. Una fiesta tal vez difícil de comprender en la actualidad, cuando ya casi no hay reyes y cuando la institución monárquica en la historia de la humanidad no brilló por su sintonía con los valores evangélicos.

Podemos entender más cabalmente esta fiesta si entendemos la pregunta de fondo: ¿Cómo se ejerce la autoridad?

Me parece que el texto del evangelio nos sugiere dos fecundas pistas de interpretación de la realeza de Cristo: la cruz y el presente.
En la Cruz tenemos la revelación del sentido profundo de Cristo rey y de todos reyes: la entrega en el amor. La única autoridad valida es la autoridad del amor y de un amor que se entrega hasta el final. Por eso la Cruz de Jesucristo queda como un icono perenne de todo aquel que – en la iglesia y en la sociedad civil – tenga algo de autoridad.

Toda autoridad entendida afuera del servicio del amor pierde su misma razón de ser.
Títulos, honores, privilegios solo tienen sentido cuando surgen y expresan el servicio del amor.
En este mundo muchas veces marcado por la apariencia y la superficialidad es muy fácil quedarse atrapados en los privilegios que la autoridad automáticamente confiere.

La autoridad de Jesús en la cruz es la autoridad de la extrema vulnerabilidad; la vulnerabilidad del amor que salva, perdona y pone de pie: nunca hay que olvidarlo.
Además la verdadera autoridad nunca es impuesta, sino que es reconocida. Los fariseos del tiempo de Jesús y los dictadores actuales que disfrazan la democracia imponían e imponen autoridad a través del poder económico y político. El pueblo va por otro lado: la gente le reconocía a Jesús una autoridad que él nunca buscó. Es la autoridad del amor, la transparencia, el servicio, como dijimos.

La segunda pista se centra en el presente.

Lucas nos transmite una palabra clave que pone en los labios de Jesús muriente: “hoy”. “Hoy estarás conmigo en el paraíso” le dice al buen ladrón.
Lucas en su evangelio insiste mucho en este “hoy”: es el eterno presente de Dios. En sentido estricto lo único que tenemos.
Cristo es rey porque es dueño del presente, no victima. Es uno con la Vida, no victima.
La salvación esta siempre presente, aquí y ahora. Es una puerta siempre abierta: simplemente hay que entrar. Cosa no tan fácil como parece.
La autoridad entonces es oferta de salvación en el eterno presente de Dios. Y si puede ofrecer porque se vio y se experimentó.

Podemos entonces vivir nuestros pequeños espacios de autoridad ofreciendo el don que siempre está: la presencia de Dios siempre actuante hoy. Aquí y ahora.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Lucas 21, 5-19




El evangelio de hoy se expresa en el genero literario apocalíptico. Una forma de escribir y expresarse para transmitir un mensaje: hay que buscar el mensaje y no quedarse en la expresión. Esto sería fundamentalismo: muy peligroso. Todavía hoy en día hay cristianos que toman al pie de la letra estos textos y predicen el fin del mundo.
En realidad siempre hubo guerras y catástrofes. Además Lucas escribe después de la caída de Jerusalén y del templo: expresa como profecía en boca de Jesús lo que ya ocurrió y lo que está viendo.
Quisiera subrayar y compartir con ustedes tres aspectos:

·      Impermanencia. Es un concepto clave en el budismo. Los cristianos lo podemos expresar de esta manera: “todo pasa”. Los evangelios y la tradición cristiana expresan a menudo esta realidad. Realidad que a partir del bienestar y del capitalismo occidental hemos olvidado. “La apariencia de este mundo es pasajera” nos recuerda San Pablo (1 Cor 7, 31). La literatura apocalíptica – catástrofes, muertes, guerras – nos recuerda eso. Hay que buscar lo esencial para perder el miedo a la muerte que todo parece agarrar y al tiempo que todo consume.

·      Templo. Jesús toma distancia de la institución del Templo, sin rechazarla. Para el maestro de Nazaret el encuentro con Dios pasa antes que nada por las relaciones, por el vinculo de amor con todo lo que existe. Jesús reza en soledad en las cálidas noches de Palestina. Se encuentra con Dios en su relación con los pobres y los que sufren, en la naturaleza y en el compartir con los discípulos. Los cristianos hemos centralizado el culto en los templos, perdiendo de vista lo esencial. Construimos templos y olvidamos construir relaciones sanas y profundas.

·      Confianza. “ni siquiera un cabello se les caerá de la cabeza” (Lc 21, 18).  Ya antes Lucas lo había revelado: “Ustedes tienen contados todos sus cabellos: no teman, porque valen más que muchos pájaros” (Lc 12, 7). Nuestra esencia está siempre a salvo. Nuestra esencia es la esencia de Dios: amor y vida en plenitud. Podemos perder lo que tenemos, nunca lo que somos. Descubrir eso nos permite vivir y trabajar construyendo desde el amor con una confianza inquebrantable.



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