El texto de hoy contiene una de las más hermosas “definiciones”
del cristiano: “hijo de la resurrección”.
“Hijo de la resurrección”
que se puede traducir justamente como “participe de la resurrección”.
El cristiano es aquel que ya desde su condición histórica y
concreta participa de la resurrección. Participa de la Vida, porque es uno con la Vida y expresión original de la misma.
¿Cómo entender todo esto y como vivirlo en plenitud?
Hay que comprender la resurrección más allá de nuestras categorías
necesariamente limitadas y condicionadas. Justo lo que no pueden y no logran
hacer los saduceos.
Los saduceos eran una elite religiosa y económica del tiempo de
Jesús: vivían tan bien que ni se le ocurría plantearse el tema de la
resurrección. Es el peligro siempre presente del excesivo bienestar y de la
comodidad: nos aturden, nos narcotizan, nos aíslan. Y nos vuelven insensibles
al dolor ajeno.
La resurrección no es un acontecimiento “histórico”. Diciendo que
no es histórico no afirmamos que no sea real. Más aún: es lo único real.
La resurrección rompe con todas las categorías existenciales
humanas y con lo limitado de la razón y la lógica. Por eso también el
planteamiento de los saduceos es absurdo y Jesús los lleva por otro camino.
La resurrección de Cristo y por ende la nuestra no se puede dar en
nuestra historia concreta por el simple hecho que la historia está marcada por
dos ejes fundamentales: espacio y tiempo.
La resurrección justamente hace saltar estas categorías. La
resurrección es plenitud de vida aquí y ahora: ni espacio ni tiempo. Sólo y
simplemente Vida.
La resurrección no acontece en la historia… ¡es la historia que
acontece en la resurrección!
Es la resurrección que se manifiesta como Vida en nuestra historia
concreta y en el desarrollo de la humanidad y del universo.
En este sentido creación
y resurrección coinciden: en este
instante, en este aquí y ahora, el mundo (vos, yo y todo…) está surgiendo de
Dios mismo y a Dios vuelve.
Eso se podría llamar propiamente Amor.
La resurrección de Cristo es lo que está aconteciendo en este
preciso instante. Vivimos, respiramos, sufrimos, amamos y morimos adentro mismo
de la resurrección.
“Porque
él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él”
(Lc 20, 38).
Jesús vivió plenamente este Misterio. Por eso para nosotros es el
hermano mayor, el Primogénito de entre los muertos.
En definitiva la resurrección es un estado de conciencia: una
manera de ver, de comprender, de vivir. Quien vive en este estado de conciencia
no se pregunta y no pregunta sobre realidades que pertenecen a otra dimensión.
Lo que preguntamos puede ser un buen indicador de nuestro estado de conciencia.
Vivir como “hijos de la
resurrección” entonces, es vivir conscientes que solo la Vida es. Vida que se está expresándose
admirable y misericordiosamente en nuestras concretas y limitadas condiciones
históricas y existenciales.
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