sábado, 28 de agosto de 2021

Marcos 7, 1-8. 14-15.21-23

 


El texto de hoy tiene una belleza e importancia fundamental. Si lo comprendemos en profundidad sin duda dará comienzo a un proceso de transformación de nuestra vida.

Jesús discute con los fariseos; no hay que olvidar que Jesús mismo era un fariseo y un rabino y que las discusiones entre rabinos eran algo muy común y aceptado en la época de Jesús.

Los debates entre rabinos buscaban la mejor interpretación de la Torá y eran debates totalmente abiertos y libres. La iglesia tiene mucho que aprender de esta libertad radical de búsqueda, reflexión y estudio y el evangelio de hoy nos da pistas fundamentales.

El debate de hoy que Marcos nos transmite vierte sobre el tema de la pureza y, de manera más especifica, sobre la pureza ritual.

El tema de la pureza religiosa es un tema que recorre las tradiciones religiosas desde siempre y fue – y es usado a menudo – como una forma de control y manipulación de las conciencias.

 

¿Qué hay detrás del legalismo y el dogmatismo?

¿Qué hay detrás de la tendencia al control de la autoridad religiosa?

 

En líneas generales se esconde una gran inseguridad. Establecer normas morales y reglas rituales (la “pureza religiosa”) permite tranquilizar y narcotizar la conciencia, permite controlar a las personas y sus conductas y permite “decidir” quien está afuera y quien adentro… en todos los casos, otorga seguridad. Aparente y falsa, obviamente.

Cuando la autoridad o cualquier persona quiere imponer una visión – a menudo amenazando con castigos y marginando a quien piensa distinto – está revelando una enorme inseguridad.

Las consecuencias son evidentes y la historia lo confirma fehacientemente: hipocresía, superficialidad, exterioridad, rigidez, embrutecimiento.

¿Por qué el legalismo tiene tanta atracción y aparente éxito?

Las razones son varias y profundas.

El legalismo es menos exigente y radical que la vivencia del amor: cumplida la norma “todos a casa”, tranquilos y contento. El amor nunca termina, nunca se acaba… siempre va a más.

El legalismo además otorga, como vimos, una sensación de seguridad; seguridad especialmente anhelada por los perfiles psicológicos que sufren de culpabilidad y de escrúpulos.

En tercer lugar el legalismo aporta una sensación de superioridad moral: quien cumple con las normas se percibe mejor persona que los demás.

Por ultimo el legalismo fortalece el ego y calma su obsesión de perfeccionismo.

Por todo eso, el texto de hoy nos trae una de las criticas más tajantes y contundentes de Jesús: “Ustedes dejan de lado el mandamiento de Dios, por seguir la tradición de los hombres” (7, 8).

Las religiones caen con tremenda facilidad en la tentación de creerse acreedoras de la revelación y de la voluntad de Dios e imponen sus criterios y sus reglas a las conciencias. La persona religiosa suele caer con facilidad en la trampa denunciada por Jesús: creer que la voluntad de Dios está encerrada en doctrinas y en las normas de la propia religión.

En realidad todas las religiones “son tradición de los hombres”, porque cada religión es una construcción humana dependiente de las culturas y de las épocas. Las religiones están llamadas a vehicular el Misterio, a ser transparencia del Misterio y a ser maestras de espiritualidad… no a manipularlo y encerrarlo en doctrinas y leyes.

Por eso que Jesús insiste sobre la interioridad.

Jesús invita a “cuidar el corazón”, a cuidar la intención con la cual hacemos algo. Jesús sugiere que el Misterio amoroso y luminoso que llamamos “Dios” se alcanza desde la humildad, el respeto, la conexión con nuestra interioridad.

Jesús nos invita a conectarnos con la pureza interior, con nuestra esencia, con el amor que nos constituye, nos sostiene y nos anima desde dentro.

Toda “pureza ritual” y toda norma están llamadas a revelar el amor y ayudar a vivir desde este mismo amor que nos conforma.

Cuando no cumplen esta función traicionan “el mandamiento de Dios” y necesitan ser obviadas, corregidas, transformadas.

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 21 de agosto de 2021

Juan 6, 60-69


 

 

Estamos al final del capitulo 6 de Juan, el capitulo del “pan de vida”.

El conflicto que aparece en nuestro texto muy probablemente no se refiere a la época histórica de Jesús, sino que refleja unos conflictos posteriores de la comunidad del evangelista Juan.

El evangelista quiere resolver el conflicto interno de su comunidad desde una renovada y profunda profesión de fe que pone en boca de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (6, 68-69).

 

Desde siempre hay conflictos e incomprensiones en las comunidades religiosas de todas las tradiciones y en todos los grupos humanos… en muchos casos seguimos así y tal vez es un pasaje necesario para el crecimiento individual y comunitario.

Nos preguntamos:

¿Por qué no logramos convivir en paz?

¿Por qué nos cuesta tanto la fraternidad y el amor fraterno?

Las posibles respuestas son muchas, de distinta profundidad y nivel: la tendencia de la autoridad a imponer su visión, la creencia de poseer la verdad o tener la razón, el dominio del ego, la inconsciencia, el desconocimiento de uno mismo, una vida superficial.

 

El texto de hoy nos regala una autopista para salir del círculo vicioso.

Es justamente el maravilloso versículo de la confesión de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios

Jesús tiene “palabras de vida eterna”… ¿por qué sus palabras tienen vida y comunican vida?

La respuesta es tan sencilla como profunda: Jesús está anclado a la Fuente de la Vida, Jesús se percibe y se sabe Uno con la Vida. Por eso que sus palabras solo pueden ser “palabras de Vida”.

Estamos llamados a entrar en la experiencia de Jesús, a compartir su misma visión y su mismo sentir.

Solo la experiencia directa y personal es realmente transformadora. Por eso que la confesión de Pedro termina diciendo: “nosotros hemos creído y sabemos…”. Se “sabe” cuando se experimenta.

“Saber” y “sabor” comparten la misma raíz latina “sapere”: solo cuando probamos efectivamente algo lo saboreamos y podemos decir que sabemos, que lo conocemos.

La “fe” de la cual habla Juan no es un asentimiento mental a doctrinas. La “fe” de la cual habla Juan es la confianza radical en la Vida misma, en Jesús, en la realidad. Es la confianza de que lo real – el aquí y ahora – está atravesado por la Presencia divina. Es la radical confianza que, más allá de la superficie y de las apariencias, todo está repleto del respiro divino y el corazón de la historia late al ritmo del corazón divino.

 

Esta confianza abre a la visión y entrenar la visión abre a la confianza: es una ida y venida maravillosa que nos hace crecer.

Experiencia, confianza y visión son una triada fundamental en el desarrollo espiritual de la persona y en la vida de las comunidades.

Dios hay que experimentarlo directa y personalmente, como Jesús. Este es el camino de la mística al cual todos estamos llamados. Los verdaderos maestros nos introducen hasta los umbrales de la experiencia y nos sueltan para que podamos crecer en confianza y caminar solos.

Dios no hay que pensarlo, hay que vivirlo”, decía Pascal. La vida cotidiana y concreta es el lugar espiritual adonde experimentamos y vivimos a Dios. Así lo entendió y lo hizo el maestro de Nazaret.

A Dios lo vivimos en la Vida y Dios nos vive en la Vida: palpar esta verdad nos hace crecer en la confianza y en la visión.

Todo se convierte en experiencia de Dios y también nuestras palabras serán palabras de vida.

 

 

 


sábado, 14 de agosto de 2021

Lucas 1, 39-56


  

En esta fiesta de la Asunción de María se nos presenta el bellísimo texto de la visitación de María a su prima Isabel.

Un texto que inspiró a muchos artistas y poetas y generó hermosas expresiones artísticas y culturales.

Nuestro texto gira alrededor de la alegría y la felicidad.

Isabel está “llena del Espíritu Santo”, se bendice, se alaba, se canta, se danza.

Es un texto “espejo”, un texto que refleja como tiene que ser una vida humana y cristiana plena.

Así que lo mejor y más directo es arrancar con las siguientes preguntas:

¿Estoy lleno del Espíritu Santo?

¿Soy bendición para mí mismo y los demás?

¿Alabo, canto, danzo?

 

El canto de María – Magnificat en su primera palabra latina – es una sabia recopilación de Lucas de temas y cantos del Primer Testamento. Es un canto lleno de sabiduría, alegría, alabanza.

¿De dónde surge la alegría?

¿Qué es la felicidad?

 

María está “preñada” de Dios y esta es la fuente de su alegría y la fuente de la alegría de su prima.

Me gusta mucho esta expresión que no solo indica – obviamente – el estado de embarazo, sino también una situación de plenitud espiritual: María está llena de Dios, cargada de lo divino.

¿Y no es así para nosotros?

Claro que si. Lo que se dice de María y de Jesús, en cierta medida, vale también para cada uno y este es el gran secreto del evangelio.

Cada cual está “preñado” de lo divino, somos “portadores de Dios” – teoforos – como se decía en los primeros siglos del cristianismo.

Dios es nuestra esencia, es lo más íntimo de nuestra intimidad, el alma de nuestra alma, nuestra raíz.

La felicidad entonces es la conexión plena con esta esencia, es la conciencia plena de nuestra verdadera identidad.

¿Por qué a menudo la gente no es feliz o vive de altibajos emocionales?

Porque confunde la felicidad con los “estados de animo”, con objetos (reales o mentales) y con algo a conseguir.

En realidad la felicidad es un “estado del ser” y un “estado de conciencia”.

Si hacemos depender la felicidad de los estados de animo o de lo que podamos lograr, estamos desplazando la felicidad “afuera”, cuando en realidad está adentro, porque es lo que somos, es lo que nos define.

Somos amor, somos paz, somos luz… y también felicidad. Somos felicidad más allá de los que pueda ocurrir afuera y más allá de las situaciones pasajeras de conflictos o dolores emocionales; todo esto va y viene; lo que somos, permanece.

Por eso es esencial el descubrimiento y la conexión con nuestra esencia divina, con la alegría divina que nos habita.

¿Por qué muchos mártires pudieron cantar en sus agonías?

¿Por qué muchos pudieron vivir su enfermedad y situaciones difíciles desde una profunda paz?

Porque estaban “preñados de Dios” y lo descubrieron.

Somos lámparas que llevan la luz.

Somos cauces que llevan agua divina.

¿Qué podemos hacer sino cantar, danzar, bendecir?

Solo quiero vivir para cantar, danzar y bendecir.

¿y tú?

sábado, 7 de agosto de 2021

Juan 6, 41-51

 


 

El texto de hoy “empieza mal”: “Los judíos murmuraban de él” nos dice Juan.

El verbo griego aquí traducido por “murmurar” significa también quejarse, criticar.

Murmuración, queja y critica son un coctel muy dañino y peligroso. Por eso que Jesús, en seguida, es muy tajante: “No murmuren entre ustedes”.

Unos de los primeros pasos en el camino espiritual es dejar de murmurar, dejar de quejarse, dejar de criticar.

¿Por qué a menudo caemos en estas actitudes tan destructivas e inútiles?

Las motivaciones son muchas y a menudo inconscientes: una baja autoestima, los prejuicios, las creencias, los miedos, la pretensión de verdad.

Podemos tal vez resumir todo esto en una “falta de comprensión profunda.”

El ser humano tiende a rechazar y a juzgar lo que no comprende.

Albert Eistein lo había expresado de esta manera: “todo aquello que el hombre ignora, no existe para él. Por eso, el universo de cada uno se resume al tamaño de su saber

Hoy sabemos que “no-sabemos” o sabemos muy poco. El avance de la ciencia es un avance asombroso hasta lo desconocido y el Misterio. Cuanto más avanzamos, más Misterio.  

El gran filosofo Socrates lo dejó plasmado para los siglos: “yo sé que no sé nada”.

Entonces la primera actitud es la humildad, la apertura, la confianza.

En segundo lugar podemos centrarnos en la necesidad de comprensión profunda; esta comprensión profunda va de la mano de la experiencia.

Las creencias son algo mental, la comprensión es integral, abarca todo el ser.

Afirma Enrique Martínez Lozano: “La creencia se apoya en algo recibido - en definitiva, es un conocimiento “de segunda mano” -; la comprensión viene como fruto de la experiencia y de la autoindagación.

 

“Creer” para el evangelista Juan es “confiar”. En realidad el sentido genuino de la fe en la Escritura – emuná en hebreo – y la tradición judía es justamente la de “confianza”.

Fe es confianza. No es de ninguna manera recitar un credo o asentir mentalmente a “verdades dogmáticas”. Nos hemos alejado del verdadero sentido de la fe y es importante volver.

Volver a confiar. A confiar en la Vida y en la bondad. A confiar que todo tiene un sentido, aunque a primera vista no lo percibimos.

Esta confianza y este esfuerzo de comprensión profunda nos abren la puerta a la Vida plena que Jesús nos ofrece.

El “pan” del cuarto evangelio no es solo o simplemente el pan eucarístico. El “pan” de Juan es toda la enseñanza de Jesús, sus gestos, su estilo de vida, su manera de proceder en el mundo.

Así se entiende el desfase que se dio y se da en la vida de la iglesia y de muchos cristianos: no basta con comulgar los domingos para ser “buenos cristianos” y buenas personas.

Sabemos de dictadores o políticos corruptos de comunión diaria o semanal. Sabemos por experiencia directa y personal de la hipocresía que nos puede agarrar por sorpresa y de tantas dobles vidas: comunión eucarística por un lado y egoísmos, juicios, amargura, critica por el otro.

Comulgar los domingos “es fácil”: vivir como Jesús no tanto.

Comulgar los domingos “es fácil”: practicar las enseñanzas de Jesús no tanto.

Por eso se requiere comprensión profunda.

No podemos amar sin comprender. No podemos “entrar” en la Vida plena sin comprensión.

El monje budista Thich Nath Hanh lo tiene sumamente claro: “Cuando comprendes una persona no puedes evitar amarle, no puedes evitar alimentar tu amor hacia él. La comprensión es la base del amor verdadero.

Cuando comprendemos en profundidad logramos ver la esencia de la persona, más allá de la apariencia. Y este esencia es, indefectiblemente, amor y luz.

Cuando comprendemos en profundidad a una persona, vemos su dolor, sus heridas, sus anhelos de felicidad, sus esfuerzos para ser mejor… y entonces ¿qué podemos hacer? Solo amarla, obvio.

La comprensión profunda exige esfuerzo, humildad, disciplina, confianza.

La compresión profunda nos libera de la murmuración y la queja y nos abre al maravilloso mundo del amor y de la vida plena.

 

 

 

 

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