sábado, 21 de agosto de 2021

Juan 6, 60-69


 

 

Estamos al final del capitulo 6 de Juan, el capitulo del “pan de vida”.

El conflicto que aparece en nuestro texto muy probablemente no se refiere a la época histórica de Jesús, sino que refleja unos conflictos posteriores de la comunidad del evangelista Juan.

El evangelista quiere resolver el conflicto interno de su comunidad desde una renovada y profunda profesión de fe que pone en boca de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (6, 68-69).

 

Desde siempre hay conflictos e incomprensiones en las comunidades religiosas de todas las tradiciones y en todos los grupos humanos… en muchos casos seguimos así y tal vez es un pasaje necesario para el crecimiento individual y comunitario.

Nos preguntamos:

¿Por qué no logramos convivir en paz?

¿Por qué nos cuesta tanto la fraternidad y el amor fraterno?

Las posibles respuestas son muchas, de distinta profundidad y nivel: la tendencia de la autoridad a imponer su visión, la creencia de poseer la verdad o tener la razón, el dominio del ego, la inconsciencia, el desconocimiento de uno mismo, una vida superficial.

 

El texto de hoy nos regala una autopista para salir del círculo vicioso.

Es justamente el maravilloso versículo de la confesión de Pedro: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios

Jesús tiene “palabras de vida eterna”… ¿por qué sus palabras tienen vida y comunican vida?

La respuesta es tan sencilla como profunda: Jesús está anclado a la Fuente de la Vida, Jesús se percibe y se sabe Uno con la Vida. Por eso que sus palabras solo pueden ser “palabras de Vida”.

Estamos llamados a entrar en la experiencia de Jesús, a compartir su misma visión y su mismo sentir.

Solo la experiencia directa y personal es realmente transformadora. Por eso que la confesión de Pedro termina diciendo: “nosotros hemos creído y sabemos…”. Se “sabe” cuando se experimenta.

“Saber” y “sabor” comparten la misma raíz latina “sapere”: solo cuando probamos efectivamente algo lo saboreamos y podemos decir que sabemos, que lo conocemos.

La “fe” de la cual habla Juan no es un asentimiento mental a doctrinas. La “fe” de la cual habla Juan es la confianza radical en la Vida misma, en Jesús, en la realidad. Es la confianza de que lo real – el aquí y ahora – está atravesado por la Presencia divina. Es la radical confianza que, más allá de la superficie y de las apariencias, todo está repleto del respiro divino y el corazón de la historia late al ritmo del corazón divino.

 

Esta confianza abre a la visión y entrenar la visión abre a la confianza: es una ida y venida maravillosa que nos hace crecer.

Experiencia, confianza y visión son una triada fundamental en el desarrollo espiritual de la persona y en la vida de las comunidades.

Dios hay que experimentarlo directa y personalmente, como Jesús. Este es el camino de la mística al cual todos estamos llamados. Los verdaderos maestros nos introducen hasta los umbrales de la experiencia y nos sueltan para que podamos crecer en confianza y caminar solos.

Dios no hay que pensarlo, hay que vivirlo”, decía Pascal. La vida cotidiana y concreta es el lugar espiritual adonde experimentamos y vivimos a Dios. Así lo entendió y lo hizo el maestro de Nazaret.

A Dios lo vivimos en la Vida y Dios nos vive en la Vida: palpar esta verdad nos hace crecer en la confianza y en la visión.

Todo se convierte en experiencia de Dios y también nuestras palabras serán palabras de vida.

 

 

 


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