miércoles, 23 de diciembre de 2020

Una pandemia de sonrisas

 



 

Sin duda esta Navidad 2020 se recordará como la Navidad de la pandemia… a la espera de lo que ocurra en el 2021.

Un año atípico y sin duda desafiante, pero sobre todo un año de gracia.

Las crisis y dificultades vienen a mostrarnos nuestros puntos débiles, nuestras zonas de sombra, a nivel tanto individual como colectivo.

La pandemia vino para ayudarnos a despertar. ¿Cómo no agradecer?

¿Supimos aprovecharla?

¿Sabremos aprovechar los nuevos desafíos para crecer?

 

Entorno a la pandemia revolotean muchas y distintas opiniones, coincidentes y discordantes.

El coronavirus puso en jaque nuestra arrogancia y todas las posturas dogmáticas… se dice de todo y el contrario de todo.

En el fondo sabemos muy poco, casi nada.

 

La primera enseñanza que extraemos entonces es la humildad. Humildad como reconocimiento de nuestra propia verdad, nuestras profundas limitaciones y nuestra ignorancia básica.

Estamos acá para aprender.

 

La segunda enseñanza tiene que ver con la vulnerabilidad. Somos vulnerables, tremendamente frágiles: por si alguien todavía no se hubiera dado cuenta.

La existencia es un soplo: “El hombre es semejante a un soplo; sus días son como una sombra que pasa”, dice el salmo (144, 4).

La vida humana es hermosa pero frágil, pasajera. Seguimos viviendo con delirios de omnipotencia, con arrogancia, con prepotencia. ¡Somos ridículos!

Un sereno y pausado paseo por un cementerio nos recordará adonde están el Imperio romano, los “grandes de la tierra”, Maradona y todos nuestros anhelos de grandeza.

La pandemia nos recordó la fragilidad constitutiva de la existencia y nos invita a mirar a lo eterno, a lo estable. Nos invita a centrarnos en lo único real: el amor.

 

La tercera enseñanza que extraemos de este pandémico 2020 es justamente el amor. El amor como origen y meta, el amor como esencia y tarea.

Somos amor, pero no sabemos amar. Estamos en constante y perenne camino de aprendizaje. Los que creen saber amar, a menudo son justamente los que no saben o no quieren aprender.

No quiera saber muy pronto lo que significa amar”, solía repetir el teólogo francés Henry de Lubac.

 

Entonces llega la Navidad, esta Navidad extraña, esta Navidad a distancia, sin ruido y con pocas luces.

 

Humildad, vulnerabilidad, amor: ¿no es esto Navidad?

 

¿No vino la pandemia para que pudiéramos vivir la esencia de la Navidad?

Y la pandemia viral se transformó en pandemia de sonrisas. Podemos sonreír.

Tal vez será una Navidad sin tantos abrazos y con menos besos. Será una Navidad más sobria, también afectivamente.

Pero podemos resolverlo con sonrisas. Podemos sonreír a la pandemia y desde la pandemia, inventada o real que sea.

Podemos sonreír desde cerca o desde lejos. Podemos sonreír con abrazos o sin abrazos: que cada cual elija, desde su conciencia, libre y soberana y respetando – sonriendo – al otro y su conciencia.

Podemos viralizar las sonrisas. Podemos hacernos eco de la sonrisa del niño Jesús, de la sonrisa de María y de José: sin duda gente sonriente!

Este mundo necesita más sonrisas. Sonrisas sinceras y libres. Sonrisas que liberen y absuelvan. Sonrisas livianas y poderosas.

El milagro de la sonrisa nos transformará y transformará nuestro entorno.

Es la sonrisa que relativiza nuestros delirios, egoísmos, miedos. Moriremos igual, cuando nos toque: con pandemia o sin pandemia, con tapaboca o sin tapaboca, enojados o en paz, ricos o pobres, poderosos o desgraciados, cristianos y no cristianos.

 

¿No es mucho mejor confiar y sonreír?

 

La sonrisa nos revela que hemos soltado, la sonrisa es el desarme del ego y de nuestra arrogancia. La sonrisa nos revela a nosotros mismos que estamos creyendo que solo el amor es real.

Nuestra sonrisa es reflejo de la sonrisa del Dios silencioso que nos sonríe desde Belén y desde cada acontecimiento de nuestra vida.

En realidad todo lo que nos ocurre esconde, en su oculta esencia, esta sonrisa misteriosa.

Es Navidad: el Misterio silencioso se hace Misterio sonriente.

¡Feliz Navidad desde la sonrisa de Belén!

 

sábado, 19 de diciembre de 2020

Lucas 1, 26-38

 



En este cuarto domingo de Adviento nos encontramos con la figura central de este tiempo: María de Nazaret.

Es el domingo llamado de “la divina maternidad de María”… pero nos preguntamos: ¿Cuál maternidad no es “divina”?

¿No hay algo divino en cada maternidad?

 

Los textos del nacimiento y de la infancia de Jesús (presentes solo en Mateo y Lucas) son los últimos en redactarse. Los evangelistas redactan a partir del acontecimiento pascual y van para atrás para responder a la pregunta: ¿Quién es este hombre que murió y resucitó?

 

Los relatos de la infancia de Jesús tienen un marcado carácter simbólico y si logramos penetrarlo, el texto nos ofrecerá luminosas pistas para nuestra reflexión y oración.

También es importante reconocer la teología del evangelista que se esconde en el texto.

Con en relato de la anunciación, la genialidad de Lucas nos regala una de las paginas más hermosas y famosas de todos los evangelios.

Nuestros texto exuda vida, alegría, confianza.

No temas” es la invitación del ángel a María y es la perenne invitación que la Vida nos hace, la constante y delicada sugerencia que el Misterio nos susurra al oído del corazón.

El evangelio es “Buena Noticia” y es un repetido llamado a no temer, a confiar.

La base de la existencia es la confianza. Es importante subrayar que en el hebreo no existe el termino “fe”, tal como lo conocemos en nuestros idiomas modernos occidentales.

En hebreo se usa el termino confianza (emunah). Para la Biblia la relación fundamental con Dios y la vida es la confianza. La religión transformó e interpretó la “confianza” como “fe”, una fe entendida como asentimiento racional a supuestas verdades que no podemos comprender… ¡nada que ver!

En la línea de la confianza va obviamente el mensaje del rabí de Nazaret: confíen. La vida es maravillosa, la vida tiene sentido, nos dice Jesús.

En el fondo tenemos solo dos maneras de vivir el regalo maravilloso de la vida: o desde el miedo o desde la confianza.

Todavía la gran mayoría de la humanidad vive a partir del miedo y esta pandemia puso a relucir los miedos atávicos que nos atrapan y condicionan terriblemente.

María en cambio, confía. Tal vez en esta confianza se encuentra su estatura humana. María no entiende bien lo que va a pasar – eso parece decirnos Lucas – pero confía, se entrega el Misterio, dice que “si” a la vida.

Cuando vivimos desde la confianza, la vida es un continuo acontecer de milagros. Nuestra visión se aclara y percibimos más claramente la Presencia.

La confianza ilumina y nos hace ver la luz. Todo se transforma.

La confianza es el milagro.

La confianza de María la lleva a una entrega serena: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. (1, 38).

Quién confía, se entrega a la Vida porque sabe – lo ha visto – que nada “malo” puede ocurrir.

 

Surge entonces el agradecimiento hecho poesía, porque solo la poesía puede quebrar el Misterio del Silencio sin estropearlo.

 

¡Cuánto amor desparraman los cielos!

Salgo a vivir y solo Vida encuentro,

Vida plena, oculta por luminosos velos.

Me respiran las noches desde el Centro.


Puedo mirar sereno el porvenir,

hecho historia y profecía.

La Presencia me vive, la puedo sentir,

Me susurra el Amor: ¡solo confía!

 

Me llama la luz que me precede

y en la luz me pierdo y gozo.

No hay nadie, solo el Amor que excede,

suspiro enamorado en el infinito pozo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 12 de diciembre de 2020

Juan 1, 6-8.19-28

 


 

En este tercer domingo de Adviento se nos presenta un texto del primer capitulo del evangelista Juan que va en continuidad con el evangelio de Marcos del domingo pasado.

Sigue apareciendo la figura de Juan Bautista.

En nuestro texto el evangelista se refiere a Juan el Bautista como “testigo de la luz.

Me parece una hermosa expresión y definición para todos nosotros, para todos los que nos llamamos cristianos y para cada ser humano.

Somos “testigos de la luz”.

La luz es uno de los símbolos más potentes y universales del camino espiritual.

La luz expresa especialmente la conciencia y su nivel de comprensión de lo real. La luz se asocia a la visión y la lucidez.

Por eso que es un símbolo muy apropiado para la divinidad: Dios es luz; pleno conocimiento, plena comprensión.

Jesús se define a sí mismo como luz: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12).

 

Afirma también muy bellamente la primera carta de Juan (1 Juan 1, 5-7):

Dios es luz, y en él no hay tinieblas.

Si decimos que estamos en comunión con él

y caminamos en las tinieblas,

mentimos y no procedemos conforme a la verdad.

Pero si caminamos en la luz,

como él mismo está en la luz,

estamos en comunión unos con otros,

y la sangre de su Hijo Jesús

nos purifica de todo pecado.

 

¿Qué significa entonces ser “testigo de la luz”?

 

En primer lugar darse cuenta que esa luz no está “afuera”, sino que es la luz que somos, que nos constituye.

Como afirma la carta de Juan: “caminamos en la luz”.

Toda la vertiente mística de todas las tradiciones nos advierte: no busquen afuera lo que está adentro.

Podemos resumir la experiencia mística de esta forma: somos luz que ve la luz.

La física cuántica está confirmando científicamente lo que los místicos ya vislumbraron: todo es luz.

 

La mística y monja benedictina medieval Hildegarda de Bingen (1098-1179) es un reflejo y un testimonio maravilloso de este Misterio de Luz.

Escribe Hildegarda:

Desde que era niña […], y todavía hoy, he experimentado siempre en mi interior la fuerza y el misterio de esas secretas y misteriosas facultades de visión. En el tercer año de mi vida vi una luz tan intensa que hizo temblar mi alma, pero como todavía era demasiado pequeña, no la podía expresar.”

Y en otro lugar afirma:

Digo pues que la luz que veo no está localizada, pero es mucho más brillante que una nube que lleva en sí al sol, y yo no soy capaz de considerar en ella su altura ni su longitud ni su anchura: la llamo sombra de la Luz Viviente, y así como el sol, la luna y las estrellas se reflejan en el agua, así en esa Luz resplandecen para mí las Escrituras, los sermones, las virtudes y algunas obras hechas por los hombres.

 

Hildegarda se refiere al Misterio divino como a la “Luz Viviente”.

En esta Luz vive y esta Luz anuncia a través de una vida excepcional y polifacética: mística, música, escritora, botánica, medico, misionera, predicadora, abadesa.

 

La clave del camino espiritual está en descubrirse luz. Como Jesús y como todos los que se atrevieron a poner todo en juego.

Jesús nos reveló lo que somos, pero tenemos miedo a nuestra misma luz.    

Javier Melloni lo afirma así: “Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos.

 

A nivel más psicológico es lo que afirma Abraham Maslow (1908-1970): “La gente no le tiene miedo al fracaso, le tiene miedo al éxito, a su mejor versión.

 

Las cumbres de la experiencia espiritual son para los que entregan todo y se vuelven “nada”. 

Como dice San Juan de la Cruz:

Para venir a gustarlo todo,

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

no quieras ser algo en nada.

 

Somos luz, estamos en camino hacia la luz y todo lo que vemos es luz o esconde luz.

 

Terminamos con una hermosa cita del Maestro Eckhart:

Hay una chispa dentro de nosotros que conoce a Dios - una luz interior, más allá de todo tipo de conocimiento y sentimiento -. Es una chispa que es una con Dios, y cuando nos permitimos estar vivos a esta luz, llegamos a un desierto tranquilo, donde todo es uno, es Dios, soy yo.

 

 

 

 

 

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