sábado, 20 de julio de 2019

Lucas 10, 38-42




También el relato de hoy es exclusivo de Lucas. Es un relato vibrante, revolucionario, inspirador.
En la cultura machista del tiempo de Jesús el relato nos presenta la figura de dos mujeres hermanas: Marta que sirve y María que escucha.
Todo se da un clima de hogar, de casa, de amistad: ¿no será esto el futuro – y el presente – de la iglesia? Estoy seguro que si. Un futuro lejos de los grandes templos, fríos e impersonales para celebrar la comunión en casas acogedoras, fraternas, humanas.

Lucas nos dice que María estaba “sentada a los pies” de Jesús: es la actitud típica del discípulo. Jesús abre las puertas del discipulado a las mujeres y les da la misma dignidad e importancia que tenían los varones. Actitud revolucionaria. Actitud de Jesús que todavía en la iglesia no encuentra plena cabida.

Marta sirve, trabaja, se mueve. Al final se queja: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola con todo el trabajo? Dile que me ayude” (10, 40).

¿Por qué nos quejamos tanto?

Se quejan los gobiernos y se queja la oposición, se quejan los curas y se quejan los laicos, nos quejamos si hace frío o si hace calor, si el dólar sube o si el dólar baja, nos quejamos si la comida está fría o si está caliente, nos quejamos de los programas de televisión y los seguimos mirando, nos quejamos del ritmo inhumano de vida y seguimos viviendo de la misma manera…
Parecería que la queja hiciera parte del ADN humano. En realidad no es así.
La queja es una de las formas más evidentes del ego. La queja desenmascara al ego. Solo el ego puede quejarse.
Nuestro verdadero ser – plenitud de amor – no puede quejarse.
El corazón del mensaje de nuestro texto va justamente en este sentido.

Muchas veces se interpretó nuestro texto como una contraposición entre acción y contemplación o como una demostración de la superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa: “María eligió la mejor parte, que no le será quitada” (10, 42).
La visión que subyace a esta interpretación es la visión mental o dual de la realidad.
Podemos abrirnos, desde el silencio, a otra visión: la mística, la que descubre la Realidad Una, la que hunde sus raíces en el Ser.
Acción y contemplación son dos dimensiones de lo mismo, dos caras de la misma moneda. La Vida integral, la Vida plena está constituida por las dos.
No hay verdadera acción sin contemplación y no hay verdadera contemplación que no se exprese en la acción amorosa.
Dicho de otras maneras: no hay Ser que no se exprese, no hay Amor que no sea concreto.

Jesús muestra con ternura a Marta su inquietud y nerviosismo. No es en absoluto una critica a la acción y al servicio.
El domingo pasado escuchamos la parábola del buen samaritano que precede el texto de hoy y que termina así: “Ve, y procede tú de la misma manera” (Lc 10, 37). Acción, compromiso.
La vida de Jesús fue toda servicio, hasta el punto que Marcos identifica la misma persona y vocación de Jesús con el servicio: “Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud” (Mc 10, 45).

Maestro Eckhart – místico alemán de siglo XIII – interpreta el texto de Marta y María en un sentido revolucionario y original: para él Marta “es más” que María porque, después de escuchar, ya está actuando. Su interpretación tiene un enorme peso si consideramos que viene de uno de los más grandes místicos y contemplativos de la historia.

Demos un paso más preguntándonos:
¿De dónde surgen inquietud y nerviosismo?

De la desconexión con nuestro auténtico ser, con nuestra esencia. Surgen de la creencia mental que identifica lo que somos con nuestros pensamientos y emociones.
Lo que somos justamente es paz y calma.
Una sola cosa es necesaria” (10, 42): vivir en conexión con lo que somos, con nuestra verdadera identidad.
Desde ahí contemplación y acción se complementarán armónica y maravillosamente.
Centrados en la paz que somos (contemplación) surgirá la acción amorosa correcta que será expresión de esta misma paz que somos y que hemos visto y tocado. A su vez la acción amorosa y correcta nos devolverá a su fuente silenciosa y eterna.

La contemplación es acción en cuanto es puro amor y gratuidad, es la acción más pura. Sentados en silencio y quietud actuamos profundamente desde la eternidad y plenitud del Ser.
La acción es contemplación en cuanto expresión eficaz, única y original del amor que somos y nos constituye.
En palabras de Dorothee Sölle: “No necesito aferrarme a mí, puesto que soy sostenido. No necesito cargar con el peso, porque soy soportado. Puedo salir de mí mismo y entregarme.
¡Buen camino!









sábado, 13 de julio de 2019

Lucas 10, 25-37




Hoy se nos regala el famoso y hermoso texto del “Buen samaritano”. Es un relato exclusivo de Lucas, el evangelista de la misericordia.
El texto arranca con la pregunta trampa del doctor de la ley: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?” (Lc 10, 25).
Los doctores de la ley eran los teólogos oficiales de Israel, los expertos “sobre Dios” y su ley. Lucas nos advierte desde ya de la mala fe del doctor. No pregunta para saber, pregunta para “poner a prueba”.

¿Cómo son nuestras preguntas? Las preguntas que nos hacemos y que planteamos a los demás…
¿Son preguntas para saber, conocer, crecer, cambiar?
¿O son preguntas para hacernos daños o para que el otro caiga?

La pregunta engañosa del doctor – ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna? – evidencia el terrible y omnipresente “ego religioso”.
El ego religioso se preocupa por su salvación individual, por cumplir con leyes y por ganar méritos. Todas realidades que en la iglesia estaban – y en muchos casos siguen estando – muy presentes.
El ego religioso es ilusorio obviamente, como todo ego en general, con la desventaja que el “ego religioso” es tal vez el más peligroso, porque llega a manipular a Dios por sus intereses y beneficios… estos también, ilusorios.

Jesús se pone en el nivel de conciencia del doctor: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?” (Lc 10, 26).
El doctor pregunta por la ley y Jesús responde reenviando a la ley.
¡Qué grande el Maestro! ¡Cuánto para aprender!
No podemos comunicar realmente desde una supuesta superioridad y el sabio es justamente sabio porque “baja” al nivel del otro.
La única superioridad es la superioridad de la compasión: justamente el eje de nuestro texto.

Aprovechando la siguiente pregunta del doctor: “¿quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29), Jesús relata la parábola del buen samaritano.
La parábola destruye, delicada y amorosamente, el ego religioso del doctor de la ley y muestra la falacia de sus preocupaciones: salvación individual, cumplir con leyes, ganar méritos.
La parábola muestra a claras letras lo que Dios es: compasión. En la compasión se percibe y se vive la gratuidad del Amor. En la gratuidad no hay salvación individual, cumplir con leyes y ganar méritos. En la gratuidad nos descubrimos amados y descubrimos que el Amor es la raíz de nuestro propio ser y de todo lo que existe.
La parábola nos muestra un rostro de Dios que va mucho más allá de nuestra imágenes, construcciones, pensamientos, ideales.
Hemos aplicado a Dios nuestras categorías humanas y ahí nos hemos quedado: en términos técnicos es el llamado “antropomorfismo”.
A partir de nuestra humana experiencia de tener “voluntad” creemos que también lo que llamamos “Dios” tenga una voluntad… y desde ahí se entiende mejor la pregunta del doctor: ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?.
A partir de nuestra experiencia de “ser personas” hemos aplicado a Dios la categoría de “super-persona”.
En realidad Dios – no podría ser de otra manera – está más allá de toda categoría y toda tentativa de definición y manipulación.
Jesús con la parábola nos invita a mirar hacia dentro: no hay una voluntad de Dios externa que tenemos que cumplir. Hay un Amor interno que vivir y desarrollar.
A nivel moral es el fundamental pasaje de una moral heterónoma a una moral autónoma. La ley está escrita en el corazón. Como en semilla ya somos lo que anhelamos y ya somos lo que deberíamos ser.
Así termina la primera lectura de la liturgia de hoy: “la palabra está muy cerca de ti, en tu boca y en tu corazón, para que la practiques” (Dt 30, 14).
Así afirma la hermosa profecía de Jeremías: “Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días –oráculo del Señor–: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo” (Jer 31, 33).

Esto es lo que Jesús vivió y vino a compartir.
Todavía seguimos con la moral de los mandamientos y de leyes externas que en muchos y desgraciados casos hasta hacemos derivar de Dios.
La única ley – personal y universal – está ya escrita en el corazón de cada ser viviente y de cada cosa: es la ley del Amor, la ley de la compasión.
Afirma Bede Griffiths: “El enfrentar este problema llevó a San Pablo a ver a la ley bajo una luz completamente nueva. Las observaciones de la ley eran una «pedagogía», una guía para el género humano, durante su estado de inmadurez, similar a los niños que necesitan un maestro. Y va más allá cuando dice que la ley es un signo del estado pecaminoso de hombre. La gente necesita una ley, un sistema de reglas y regulaciones, porque se encuentra sujeta a sus pasiones y deseos. Una persona que ha alcanzado la madurez descubre que la ley no es una compulsión externa sino más bien un principio interior.

Este “principio interior” es lo que descubrieron y aplicaron todas las tradiciones religiones a través de sus maestros.
La mística sufí Rabia al Adawiyya (713-801) y Santa Teresa de Avila (1515-1582) tienen dos oraciones muy parecidas… y probablemente Teresa tomó inspiración de Rabia.

¡Oh Dios mío! Si te adoro por miedo del infierno, quémame en él.
Si te adoro por la esperanza del paraíso, exclúyeme de él.
Pero si te adoro sólo por ti mismo, no apartes de mí tu eterna belleza” (Rabi’ha Adawiya)

No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido:
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
No tienes que me dar porque te quiera;
pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera” (Teresa de Avila).

Lo mismo había visto y entendido San Bernardo (1090-1153): “El amor basta por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por amar.”

El buen samaritano – que no era un hombre religioso y no conocía las leyes religiosas de Israel – actuó a partir de una ley interior, la ley del Amor. Descubrió en sí mismo la raíz de su propio ser y de todo ser viviente, descubrió el Amor que lo animaba y lo vivió.
Por eso Jesús invita al doctor: “Ve, y procede tú de la misma manera” (Lc 10, 37).

Esta invitación resuena hoy en nuestro corazón. Escuchamos la voz de la compasión y del Amor que nos llama desde dentro y nos invita a hacer de nuestras vidas un canto al Amor y a la gratitud.










sábado, 6 de julio de 2019

Lucas 10, 1-9




Este relato es exclusivo de Lucas. Solo él narra este episodio y muy posiblemente tiene muy poco de histórico: el carácter simbólico es evidente y lo captamos especialmente por el número setenta. Según el libro del Génesis “setenta” era el numero de las naciones paganas. Lucas entonces quiere darnos un mensaje universal: el anuncio del evangelio es para todos.

Quiero subrayar tres puntos y proponerlos para nuestra reflexión.
En primer lugar nos tendría que sorprender la afirmación: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Lc 10, 2).
En la iglesia nos hemos enfocado en la siembra y perdimos de vista la cosecha. Ser cristiano y misionero tiene que ver con las dos cosas. No solo hay que sembrar, hay que cosechar. Aún más: acentuaría la cosecha con respecto a la siembra.
En nuestro texto Jesús nos invita a cosechar: ¿no será esto lo más hermoso de nuestra tarea misionera?
La cosecha indica una plenitud ya latente y presente. Ya tenemos los frutos: es la Vida, es la Presencia de Dios desbordante en cada cosa, cada latido, cada respiro, cada amanecer.
Cosechar entonces significa reconocer esta Presencia Viva y agradecerla. El invito de Jesús a cosechar nos indica la gratuidad del Amor, siempre presente y operante. Nos avisa sobre la prioridad absoluta de la gratuidad.
¡Cuantas veces en nuestros pequeños actos de amor descubrimos que, en realidad, éramos amados y el amor ahí nos estaba esperando!
Cuando aprendemos a cosechar, aprendemos a sembrar con más libertad y gratuidad.

Podemos descubrir así el segundo punto: la libertad radical del cristiano y del misionero.
El texto es muy clara y tajante. Lucas sugiere que el anuncio cristiano solo se puede vivir desde una libertad total y radical. Libertad que en su otra cara podemos llamar desapego: libertad de las cosas, las personas, los afectos, los ideales, los proyectos, el pasado, el futuro, las expectativas, los miedos. En su punto esencial: libertad de uno mismo. Esta es la única libertad. No existe “un poco de libertad” o “un porcentaje de libertad”: o somos libres o somos esclavos.
Recordemos la expresión de San Juan de la Cruz: “¡Qué importa que el pájaro esté atado a un hilo o a una soga! Por muy sutil que sea el hilo, el pájaro quedará atado como a la soga, hasta que no logre cortarlo para volar. 
Lo mismo vale para el alma apegada a algo: no obstante todas sus virtudes no alcanzará nunca la libertad de la unión con Dios.
En sentido estricto – en esto el hinduismo es maestro – no existe una libertad individual, sino la Única Libertad de la cual participamos. Esta Libertad no es algo mental o de la voluntad. Experimentarla es fruto del arraigo en el Silencio.

El tercer punto es la hermosa invitación a la paz.
Parece que Lucas centra la misión en la vivencia de la paz.
Afirma Fray Marcos: “Digan primero ¡Paz! Para entender esta recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la «paz» para los judíos de aquel tiempo. «Shalom» no significaba solo ausencia de problema y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de tensiones ni externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más humanos.
Este hermoso y profundo sentido de la paz nos muestra cuan superficial y hasta ridículo es el concepto de paz que sostiene la sociedad y buscan las naciones.
La profunda y continua inestabilidad de la paz mundial refleja esta situación hipócrita: “se desea” la paz pero sin ofrecer dignidad humana y medios para vivirla. “Se desea” la paz pero en complicidad con la injusticia, la opresión, el mercado salvaje, la represión de las minorías. “Se desea” la paz sin un compromiso de autoconocimiento y sin interioridad. Una paz de este género es prácticamente imposible.
La paz que el evangelio ofrece y que Jesús vivió es la paz integral del ser humano: paz con uno mismo, paz con los demás, paz con la creación. Una paz que surge desde dentro y se comunica hacia fuera. Es la paz del sentirse pleno, completo, aceptado, amado.
La paz recorre el evangelio de principio a fin y llenó la existencia de Jesús hasta el punto que los cristianos identificaron su vida con la paz: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2, 14).
Descubrir la paz que nos habita y la paz que somos es entonces la tarea esencial que nos llevará a transformar cada gesto de nuestra vida en un anuncio de paz.
San Serafín de Sarov lo expresó maravillosamente: “Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.
Esta paz interior es lo que somos, nuestra identidad más profunda. Es la mismísima paz de Dios y que es Dios.
La paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.” (Fil 4, 7).




Etiquetas