sábado, 6 de julio de 2019

Lucas 10, 1-9




Este relato es exclusivo de Lucas. Solo él narra este episodio y muy posiblemente tiene muy poco de histórico: el carácter simbólico es evidente y lo captamos especialmente por el número setenta. Según el libro del Génesis “setenta” era el numero de las naciones paganas. Lucas entonces quiere darnos un mensaje universal: el anuncio del evangelio es para todos.

Quiero subrayar tres puntos y proponerlos para nuestra reflexión.
En primer lugar nos tendría que sorprender la afirmación: “La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha” (Lc 10, 2).
En la iglesia nos hemos enfocado en la siembra y perdimos de vista la cosecha. Ser cristiano y misionero tiene que ver con las dos cosas. No solo hay que sembrar, hay que cosechar. Aún más: acentuaría la cosecha con respecto a la siembra.
En nuestro texto Jesús nos invita a cosechar: ¿no será esto lo más hermoso de nuestra tarea misionera?
La cosecha indica una plenitud ya latente y presente. Ya tenemos los frutos: es la Vida, es la Presencia de Dios desbordante en cada cosa, cada latido, cada respiro, cada amanecer.
Cosechar entonces significa reconocer esta Presencia Viva y agradecerla. El invito de Jesús a cosechar nos indica la gratuidad del Amor, siempre presente y operante. Nos avisa sobre la prioridad absoluta de la gratuidad.
¡Cuantas veces en nuestros pequeños actos de amor descubrimos que, en realidad, éramos amados y el amor ahí nos estaba esperando!
Cuando aprendemos a cosechar, aprendemos a sembrar con más libertad y gratuidad.

Podemos descubrir así el segundo punto: la libertad radical del cristiano y del misionero.
El texto es muy clara y tajante. Lucas sugiere que el anuncio cristiano solo se puede vivir desde una libertad total y radical. Libertad que en su otra cara podemos llamar desapego: libertad de las cosas, las personas, los afectos, los ideales, los proyectos, el pasado, el futuro, las expectativas, los miedos. En su punto esencial: libertad de uno mismo. Esta es la única libertad. No existe “un poco de libertad” o “un porcentaje de libertad”: o somos libres o somos esclavos.
Recordemos la expresión de San Juan de la Cruz: “¡Qué importa que el pájaro esté atado a un hilo o a una soga! Por muy sutil que sea el hilo, el pájaro quedará atado como a la soga, hasta que no logre cortarlo para volar. 
Lo mismo vale para el alma apegada a algo: no obstante todas sus virtudes no alcanzará nunca la libertad de la unión con Dios.
En sentido estricto – en esto el hinduismo es maestro – no existe una libertad individual, sino la Única Libertad de la cual participamos. Esta Libertad no es algo mental o de la voluntad. Experimentarla es fruto del arraigo en el Silencio.

El tercer punto es la hermosa invitación a la paz.
Parece que Lucas centra la misión en la vivencia de la paz.
Afirma Fray Marcos: “Digan primero ¡Paz! Para entender esta recomendación hay que tener en cuenta el sentido de la «paz» para los judíos de aquel tiempo. «Shalom» no significaba solo ausencia de problema y conflictos, sino la abundancia de medios para que un ser humano pudiera conseguir su plenitud humana. Llevar la paz es proporcionar esos medios que hacen al hombre sentirse a gusto e invitado a humanizar su entorno. Significa no ser causa de tensiones ni externas ni internas. Sería ayudar a los hombres a ser más humanos.
Este hermoso y profundo sentido de la paz nos muestra cuan superficial y hasta ridículo es el concepto de paz que sostiene la sociedad y buscan las naciones.
La profunda y continua inestabilidad de la paz mundial refleja esta situación hipócrita: “se desea” la paz pero sin ofrecer dignidad humana y medios para vivirla. “Se desea” la paz pero en complicidad con la injusticia, la opresión, el mercado salvaje, la represión de las minorías. “Se desea” la paz sin un compromiso de autoconocimiento y sin interioridad. Una paz de este género es prácticamente imposible.
La paz que el evangelio ofrece y que Jesús vivió es la paz integral del ser humano: paz con uno mismo, paz con los demás, paz con la creación. Una paz que surge desde dentro y se comunica hacia fuera. Es la paz del sentirse pleno, completo, aceptado, amado.
La paz recorre el evangelio de principio a fin y llenó la existencia de Jesús hasta el punto que los cristianos identificaron su vida con la paz: “Cristo es nuestra paz” (Ef 2, 14).
Descubrir la paz que nos habita y la paz que somos es entonces la tarea esencial que nos llevará a transformar cada gesto de nuestra vida en un anuncio de paz.
San Serafín de Sarov lo expresó maravillosamente: “Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.
Esta paz interior es lo que somos, nuestra identidad más profunda. Es la mismísima paz de Dios y que es Dios.
La paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús.” (Fil 4, 7).




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