sábado, 28 de mayo de 2022

Lucas 24, 46-53

 

Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo. El simbolismo del texto nos regala unas pistas extraordinarias para nuestro crecimiento espiritual y nuestro caminar en esta tierra.

“Cielo” y “tierra” son expresiones que, desde su simbolismo, nos revelan una profunda verdad. Desde siempre el “cielo” es la metáfora de lo divino y de la trascendencia, de lo que nos supera. La “tierra” es metáfora de lo humano, de lo inmanente, de lo que podemos alcanzar y de cierta manera, controlar.

El “cielo” sería el mundo de Dios y la “tierra” el mundo de los hombres. La Ascensión nos muestra la profunda e intrínseca unidad de estos dos mundos. En realidad no hay “dos mundos” y “dos realidades”: solo hay Una Realidad que se manifiesta de manera distinta y a, a menudo, por opuestos.

Raimon Panikkar acuñó la expresión de raíz griega “cosmoteandrico”, palabra compuesta por tres palabras: “cosmos”, “theos” (Dios), “andros” (hombre).

La realidad en su totalidad e intrínsecamente es “cosmoteandrica”: Una Realidad que se expresa, revela y manifiesta en el cosmos y en la humanidad.

Desde el evangelio y la fe cristiana, la Ascensión revela justamente esto: el Cristo resucitado une “cielo” y “tierra”.

San Pablo, en su genialidad, vislumbró este misterio:

·     Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo, lo penetra todo y está en todo” (Ef 4, 5-6).

·     Ahí no se hace distinción entre judío y griego, circunciso e incircunciso; extranjero, bárbaro, esclavo o libre, sino que Cristo es todo en todos” (Col 3, 11)

 

Desde esta experiencia y esta visión solo cabe bendecir.

Por eso, el detalle es significativo, el último gesto de Jesús en nuestro texto, es un gesto de bendición.

Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo” (24, 50).

¡Qué lindo es bendecir! Se bendice cuando caemos en la cuenta de la bondad y belleza de la vida. Se bendice cuando nos descubrimos amados y cuando descubrimos que el fondo inmaculado de lo real es el amor.

“Bendecir” es “bien decir”: decir bien del otro, de los demás. Bendecir es desear el bien, la plenitud, la alegría.

Por eso que la bendición es una de las características y de las claves del judaísmo, el islamismo y el cristianismo.

El judaísmo – al no nombrar a Dios – se refiere a él como al “Bendito” o “Bendito sea el Nombre” (Baruj HaShem).  

Hablando de Dios se dice: “bendito sea”.

Dios, el Bendito, nos bendice. Dios siempre nos bendice, porque Dios solo desea nuestra plenitud.

Estamos llamados a ser reflejo de la bendición de Dios para todos.

¡Qué hermoso es vivir, bendiciendo!

Bendecir siempre y en todo lugar. Bendecir a cada persona y a cada cosa.

Afirma José Antonio Pagola:

La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a si mismo. La bendición queda resonando en su interior como plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble.

¡Qué nuestra vida sea bendición para muchos, para todos!

 

Bendecimos a Dios con esta hermosa oración del monje griego del siglo XIV, Calixto Cataphygiotés:

 

Oh Maestro que dominas el universo,

origen de todo lo visible y de todo lo espiritual,

Increado, que tienes por principio

lo que no tiene principio;

Infinito, que tienes por límite

lo que carece de límites;

Incomprensible, que tienes por naturaleza

lo que está por encima de la naturaleza;

Inengendrado, que tienes por ser

lo que está por encima del ser;

Invisible, que tienes por figura

lo que no tiene figura;

Incorruptible, que tienes por propiedad

lo que no tiene propiedad alguna;

Inencontrable, que tienes por forma

lo que carece de toda forma;

Ilimitado, que tienes por lugar

lo que no se puede definir;

Insondable, que tienes por comprensión

lo que no es posible comprender;

Inaccesible e Incomprensible,

que tienes por conocimiento y contemplación

lo invisible y lo desconocido;

Inexplicable, que tienes por palabra lo inefable;

Inconcebible, que tienes por pensamiento

lo que no puede ser pensado;

Más-que-Dios, que en todo tienes por morada

el retiro que está por encima de todo…

Tú habitas de lleno en nosotros

en forma de maravilla, serenidad, coraje,

amor, dulzura, gozo, confianza,

ausencia de toda inquietud, alegría…

Tú eres la única Gloria, el único Reino,

la única Sabiduría, el único Poder personificado.

Por eso, Tú eres natural e inefablemente

el éxtasis más allá de lo visible,

la plenitud más allá de lo espiritual,

el maravilloso descanso

de quienes te contemplan

y participan del Espíritu Santo,

Oh Dios inefable.

 


 

 

sábado, 21 de mayo de 2022

Juan 14, 23-29

 


Otro texto de una profundidad excepcional, donde cada versículo necesitaría un comentario a parte y espacio de silencio contemplativo.

Nos centraremos en algunos aspectos.

El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”: así comienza nuestro texto.

La fidelidad a la palabra de Jesús es la fidelidad a su enseñanza y a su visión y en definitiva es la fidelidad a uno mismo. Las palabras de Jesús son verdaderas y fecundas porque nacen de la fidelidad a su consciencia. La única verdadera fidelidad es la fidelidad a nuestra consciencia… porque “nuestro fondo y el fondo de Dios son un mismo y único fondo” nos recuerda Maestro Eckhart. Entonces, cuando somos verdaderamente fieles a nosotros mismos, somos fieles a Dios y cuando somos fieles a Dios, somos fieles a nosotros mismos.

Desde esta fidelidad ocurre lo extraordinario, lo sorprendente, lo maravilloso: ¡nos descubrimos habitados!

Por eso, desde siempre, la mística habla de “inhabitación divina”: Dios nos habita y nosotros habitamos en Dios.

Una de las místicas cristianas más conscientes de este luminoso misterio es Santa Isabel de la Trinidad (1880-1906), carmelita francesa. Isabel expresa la “inhabitación divina” a través de la imagen conyugal:

Ser esposa es entregarse como Él se entregó, ser inmolada como Él, por Él y para Él… es Cristo mismo que se hace todo nuestro, y nosotros que nos hacemos totalmente suyos… ser esposa es tener plenos derechos sobre su corazón.

Es un cruce de corazones abiertos a toda la vida… Es vivir con, siempre con… es reposar de toda cosa en Él, y permitirle a Él reposar de todo en nuestra alma…

Es no saber otra cosa que amar: amar adorando, amar reparando, amar orando, suplicando olvidando; amar siempre y de todas las formas.

“Ser esposa” es tener los ojos en sus ojos, el pensamiento obsesionado por Él, el corazón apresado totalmente, totalmente invadido, como fuera de sí mismo, traspasado a Él, el alma llena de su alma, llena de su oración, tener el ser cautivado y dado…

En fin, ser tomada por esposa, mística esposa, es haber fascinado su corazón hasta tal punto que olvidando toda distancia, el Verbo se derrama en el alma como en el seno del Padre, con el mismo éxtasis de amor infinito.

Y así el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo invaden el alma, la deifican y la convierten en uno por amor.

 

Esta fidelidad a uno mismo y esta consciencia de estar habitados por la divinidad nos hace comprender de otra manera el regalo de la paz: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!” (14, 27).

Nuestro mundo anhela la paz, necesita la paz, busca la paz.

¿Por qué nos resulta tan difícil?

Estamos asistiendo desde siglos a diálogos por la paz entre naciones, entre las religiones, entre grupos sociales, entre familias. Solo para citar unos conflictos actuales: Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, Siria, Estados Unidos, Venezuela, Cuba, Corea del norte… los vecinos de al lado, nuestro corazón y nuestra mente…

Los progresos en la paz – cuando los hay – a menudo son lentos y escasos.

¿Por qué?

Porque esta búsqueda de paz es superficial, interesada, hipócrita.

No es la paz de Jesús. La paz de Jesús es la paz interior, integral, completa… “Shalom” – “paz” en hebreo – viene de “shalem”, completo.

Todos los grandes maestros espirituales de la humanidad lo repiten desde siglos: no puede haber paz “afuera” si no hay paz “adentro”.

Hasta que no haya paz en el corazón de los seres humanos no habrá paz real y duradera en el mundo.

Por eso decía San Juan Bosco (1815-1888): “Quien tiene paz en su consciencia, lo tiene todo”.

Y el monje cristiano ortodoxo ruso, Serafín de Sarov (1759-1833), dijo una de las cosas más hermosas que escuché: Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.

Esta paz interior se adquiere solo desde la fidelidad a uno mismo, la honestidad y el desapego.

La “inhabitación divina” y la paz conforman entonces un circulo amoroso y reciproco: la consciencia de estar habitados nos regala la paz y la adquisición de la paz interior hace crecer esta misma consciencia.

¿Queremos paz en el mundo?

Trabajemos para nuestra paz interior y seamos fieles a nosotros mismos.


sábado, 14 de mayo de 2022

Juan 13, 31-35

 


Un texto extraordinario. Un texto revolucionario. Estamos en el corazón del mensaje evangélico.

¿Cuál es la señal del cristiano y del cristianismo?

El amor. El amor reciproco. El amor al estilo de Jesús.

Las personas, las instituciones, las religiones, las asociaciones buscan símbolos y señales con las cuales identificarse: una bandera, un himno, un escudo, unos ideales.

La revolución de Jesús es su señal: el amor.

Esto es tremendamente revolucionario y todavía no hemos comprendido su alcance.

Lo vio con claridad el teólogo francés Joseph Moingt: “La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta de la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo.

Una aclaración que me parece importante. Cuando el teólogo habla de “sagrado” se refiere a las prácticas religiosas, a los ritos, a las doctrinas y a los dogmas.

Todas las religiones están irremediablemente ligadas a una cultura y tienden a condicionar el acceso a Dios a la observancia de sus reglas y ritos. Las religiones, con el tiempo, pierden la inspiración original y en lugar de abrir y facilitar el acceso a lo divino, increíblemente, lo cierran.

Jesús quiebra esta criterio absoluto y establece un fundamento universal: el acceso a Dios está siempre radicalmente abierto a quien se compromete en el camino del amor.

Jesús no rechaza reglas y ritos. Sabemos que Jesús era un rabino y que normalmente cumplía con las leyes religiosas de su pueblo; pero Jesús da un giro ético de 180 grados: desde el amor concreto y compasivo hacia uno mismo y hacia lo demás el acceso a Dios está perenemente abierto.

Lo central es el amor y solo desde el amor todo lo demás cobra sentido.

Esta revolución está en pleno desarrollo.

Todas las instituciones con el pasar del tiempo – también y sobretodo las religiones – se ven arrastradas a lo exterior, a absolutizar los ritos y las doctrinas que les confieren identidad.

Jesús, como todo místico, descubre y propone una identidad mayor y más profunda. Es la identidad interior, la que proviene y se centra en el ser y en el amor.

Entonces “el amor” se convierte en el eje y en la vía profana de salvación y de acceso a Dios.

Como afirma Pagola: “Las religiones no tienen ya el monopolio de la salvación. Solo salva el amor. Este es el camino universal, la vía profana accesible a todos. Por el peregrinamos hacia el Dios verdadero, creyentes y no creyentes.

El texto de Mateo 25, 31-46 es de una claridad diáfana: “Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (25, 34-36).

Desde el amor todo cobra sentido y valor. Desde el amor también los ritos, las reglas y las doctrinas cobran su sentido; y los ritos, las reglas y las doctrinas tienen sentido si nos ayudan a crecer en el amor.

El “gran problema” (en realidad no es un “problema”…es un camino) es que no es tan fácil saber lo que es el amor y aprender a amar.

Decía el teólogo Henry de Lubac: “No creas saber tan pronto lo que es amar”.

Por eso también Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los focolares hablaba del “arte de amar”.

Amar es un arte y un arte se aprende.

Los hombres aprendemos por “ensayo y error” y el error es parte esencial del aprendizaje.

Jesús nos enseña a amar. El estilo de amar de Jesús es inconfundible.

Definir lo que es el amor y lo que es amar es tarea imposible y toda definición es una simple pista. No podemos definir el amor porque no podemos definir a Dios. El Misterio no se define, sino es el que nos define.

El gran psicólogo estadounidense Scott Peck es consciente de esta imposibilidad pero intenta una definicion: “la voluntad de extender los límites del propio yo, con el fin de impulsar el desarrollo espiritual propio o ajeno.

Esta hermosa pista que nos da Peck nos ayuda a comprender y a crecer: estamos llamados a extender los limites de nuestro yo.

Extender los limites es lo mismo que “ampliar la consciencia”.

En el amor todo tiene cabida, todo tiene aceptación, porque el amor es todo lo que hay y es la raíz esencial de todo lo que es.

La extensión del “yo” llega a tal punto – este es el camino de la mística – que ya no queda nada. Y se no queda nada, somos todo. Nuestra individualidad se funde en Uno con el Misterio.

El maestro cristiano de todo eso se llama Juan de la Cruz:

Para venir a gustarlo todo,
no quieras tener gusto en nada;
para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada;
para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada;
para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.”

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 7 de mayo de 2022

Juan 10, 27-30

 


 

El Padre y yo somos uno”: esta es, tal vez, la afirmación cumbre de todo el evangelio de Juan.

Jesús expresa y revela el núcleo de su consciencia y de su experiencia de Dios: la Uno, la unidad.

Este núcleo es el mismo de prácticamente todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad.

Hoy en día se expresa este Misterio a través del termino “no-dualidad”.

La filosofía, la ciencia, la espiritualidad y la teología se están centrando siempre más en este Misterio e intentan explicarlo desde su perspectiva propia.

La no-dualidad es un signo de los tiempos y un llamado del Espíritu.

¿Qué significa “no-dualidad”?

La no-dualidad expresa que el fondo de lo real es Uno y que este Uno se manifiesta en la multiplicidad. Maestro Eckhart diría: “mi fondo y el fondo de Dios son un mismo y único fondo.

La no-dualidad resuelve y disuelve el enigma que desde siempre acecha a la filosofía y a la teología: lo uno y lo múltiple, la coexistencia de la experiencia de lo Uno con la experiencia de la diversidad y lo distinto.

Podemos imaginarnos la no-dualidad como el abrazo que contiene todo, un gran abrazo que abarca toda la diversidad.

¿Por qué nos resulta tan difícil entender este Misterio?

Porque la mente y el funcionamiento del pensar es, por su naturaleza, dual.

La mente opera de manera dual: sujeto y objeto.

La mente conoce y aprende, separando y fragmentando… pero esta separación que hace la mente – útil y necesaria por fines prácticos – no refleja ni expresa la realidad. La mente no llega a descifrar el Ser y nuestra verdadera identidad. La mente no está diseñada para comprender lo esencial y lo invisible.

¿Cómo y qué hacer entonces?

Silenciar la mente. Existe otra manera de conocer. Es el conocimiento místico o “por identidad”: se conoce siendo lo que se está conociendo. Es un conocimiento silencioso e intuitivo.

Por eso que en la Biblia – el detalle no es menor – el “conocer” indica una actitud totalizante y unificadora. Se conoce desde el ser, no desde la mente.

En la terminología bíblica Adán conoce a Eva cuando se unen sexualmente… cuando se convierten en uno.

Yo “conozco” realmente una comida en el momento que la estoy saboreando… los demás conocimientos – tal vez útiles y necesarios también – son mentales y exteriores.

 

Otro gran problema es el lenguaje.

El lenguaje, por surgir de una mente dual, es también dual.

El lenguaje no puede expresar lo Uno y la unidad, simplemente puede sugerir, dar pistas, invitar.

Solo el silencio es no-dual. Por eso el conocimiento místico se nutre de silencio.

Cuando Jesús afirma “el Padre y yo somos uno” está diciendo algo mucho más profundo de lo que se capta desde una lectura superficial o moral.

Jesús está expresando lo esencial de su experiencia mística y de su visión de Dios y de la existencia.

Jesús nos está diciendo en que consiste la esencia de la vida, nos está revelando el Misterio central que sostiene el Universo.

Si nos aferramos fanáticamente a la palabra “Padre” que Jesús utiliza no lograremos entrar en su experiencia y en su visión.

“Padre” es también una palabra y como toda palabra humana es finita, limitada y sujeta a interpretación y revisión.

No podemos reducir el Misterio de Dios al concepto “Padre” por distintos  y evidentes motivos: en primer lugar “Padre” es palabra humana como ya dijimos; en segundo lugar “Padre” expresa una experiencia humana de paternidad y la “paternidad” de Dios no es humana y en tercer lugar el Misterio de Dios es infinitamente más que solo lo que se desprende de la palabra “Padre”.

Jesús, muy inteligentemente, usó esta palabra ya que en su tiempo y en su contexto socio-religioso era tal vez, la palabra menos inadecuada para expresar el Misterio.

Cada época está llamada a decir el Misterio de manera nueva, fresca, actual.

La humanidad crece y crece su comprensión. La evolución de la consciencia exige un nuevo lenguaje y una apertura cada vez mayor.

No tengamos miedo. El miedo nos encierra en un determinado lenguaje y lo absolutiza creyendo que nos otorga seguridad, ilusionándonos con el control.

No tengamos miedo de buscar caminos nuevos para decir el Misterio, para cantar el Amor, para celebrar la Vida.

No tengamos miedo de abrirnos a la maravillosa verdad que Jesús nos reveló: somos uno. Somos Uno con el Misterio; somos expresión, revelación, manifestación de lo Uno.

En el vivimos, nos movemos y somos”, como dice San Pablo (hechos 17, 28).

No hay nada afuera de Él” dice la Escritura (Dt 4, 35) y la mística hebrea.

 

 

 

 

 

 

 

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