“El Padre y yo somos uno”: esta es, tal vez, la afirmación cumbre de todo el evangelio de Juan.
Jesús expresa y revela el núcleo de su consciencia y de su experiencia de Dios: la Uno, la unidad.
Este núcleo es el mismo de prácticamente todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad.
Hoy en día se expresa este Misterio a través del termino “no-dualidad”.
La filosofía, la ciencia, la espiritualidad y la teología se están centrando siempre más en este Misterio e intentan explicarlo desde su perspectiva propia.
La no-dualidad es un signo de los tiempos y un llamado del Espíritu.
¿Qué significa “no-dualidad”?
La no-dualidad expresa que el fondo de lo real es Uno y que este Uno se manifiesta en la multiplicidad. Maestro Eckhart diría: “mi fondo y el fondo de Dios son un mismo y único fondo.”
La no-dualidad resuelve y disuelve el enigma que desde siempre acecha a la filosofía y a la teología: lo uno y lo múltiple, la coexistencia de la experiencia de lo Uno con la experiencia de la diversidad y lo distinto.
Podemos imaginarnos la no-dualidad como el abrazo que contiene todo, un gran abrazo que abarca toda la diversidad.
¿Por qué nos resulta tan difícil entender este Misterio?
Porque la mente y el funcionamiento del pensar es, por su naturaleza, dual.
La mente opera de manera dual: sujeto y objeto.
La mente conoce y aprende, separando y fragmentando… pero esta separación que hace la mente – útil y necesaria por fines prácticos – no refleja ni expresa la realidad. La mente no llega a descifrar el Ser y nuestra verdadera identidad. La mente no está diseñada para comprender lo esencial y lo invisible.
¿Cómo y qué hacer entonces?
Silenciar la mente. Existe otra manera de conocer. Es el conocimiento místico o “por identidad”: se conoce siendo lo que se está conociendo. Es un conocimiento silencioso e intuitivo.
Por eso que en la Biblia – el detalle no es menor – el “conocer” indica una actitud totalizante y unificadora. Se conoce desde el ser, no desde la mente.
En la terminología bíblica Adán conoce a Eva cuando se unen sexualmente… cuando se convierten en uno.
Yo “conozco” realmente una comida en el momento que la estoy saboreando… los demás conocimientos – tal vez útiles y necesarios también – son mentales y exteriores.
Otro gran problema es el lenguaje.
El lenguaje, por surgir de una mente dual, es también dual.
El lenguaje no puede expresar lo Uno y la unidad, simplemente puede sugerir, dar pistas, invitar.
Solo el silencio es no-dual. Por eso el conocimiento místico se nutre de silencio.
Cuando Jesús afirma “el Padre y yo somos uno” está diciendo algo mucho más profundo de lo que se capta desde una lectura superficial o moral.
Jesús está expresando lo esencial de su experiencia mística y de su visión de Dios y de la existencia.
Jesús nos está diciendo en que consiste la esencia de la vida, nos está revelando el Misterio central que sostiene el Universo.
Si nos aferramos fanáticamente a la palabra “Padre” que Jesús utiliza no lograremos entrar en su experiencia y en su visión.
“Padre” es también una palabra y como toda palabra humana es finita, limitada y sujeta a interpretación y revisión.
No podemos reducir el Misterio de Dios al concepto “Padre” por distintos y evidentes motivos: en primer lugar “Padre” es palabra humana como ya dijimos; en segundo lugar “Padre” expresa una experiencia humana de paternidad y la “paternidad” de Dios no es humana y en tercer lugar el Misterio de Dios es infinitamente más que solo lo que se desprende de la palabra “Padre”.
Jesús, muy inteligentemente, usó esta palabra ya que en su tiempo y en su contexto socio-religioso era tal vez, la palabra menos inadecuada para expresar el Misterio.
Cada época está llamada a decir el Misterio de manera nueva, fresca, actual.
La humanidad crece y crece su comprensión. La evolución de la consciencia exige un nuevo lenguaje y una apertura cada vez mayor.
No tengamos miedo. El miedo nos encierra en un determinado lenguaje y lo absolutiza creyendo que nos otorga seguridad, ilusionándonos con el control.
No tengamos miedo de buscar caminos nuevos para decir el Misterio, para cantar el Amor, para celebrar la Vida.
No tengamos miedo de abrirnos a la maravillosa verdad que Jesús nos reveló: somos uno. Somos Uno con el Misterio; somos expresión, revelación, manifestación de lo Uno.
“En el vivimos, nos movemos y somos”, como dice San Pablo (hechos 17, 28).
“No hay nada afuera de Él” dice la Escritura (Dt 4, 35) y la mística hebrea.
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