Un texto extraordinario. Un texto revolucionario. Estamos en el corazón del mensaje evangélico.
¿Cuál es la señal del cristiano y del cristianismo?
El amor. El amor reciproco. El amor al estilo de Jesús.
Las personas, las instituciones, las religiones, las asociaciones buscan símbolos y señales con las cuales identificarse: una bandera, un himno, un escudo, unos ideales.
La revolución de Jesús es su señal: el amor.
Esto es tremendamente revolucionario y todavía no hemos comprendido su alcance.
Lo vio con claridad el teólogo francés Joseph Moingt: “La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús consiste en haber abierto a los hombres otra vía de acceso a Dios distinta de la de lo sagrado, la vía profana de la relación con el prójimo, la relación vivida como servicio al prójimo.”
Una aclaración que me parece importante. Cuando el teólogo habla de “sagrado” se refiere a las prácticas religiosas, a los ritos, a las doctrinas y a los dogmas.
Todas las religiones están irremediablemente ligadas a una cultura y tienden a condicionar el acceso a Dios a la observancia de sus reglas y ritos. Las religiones, con el tiempo, pierden la inspiración original y en lugar de abrir y facilitar el acceso a lo divino, increíblemente, lo cierran.
Jesús quiebra esta criterio absoluto y establece un fundamento universal: el acceso a Dios está siempre radicalmente abierto a quien se compromete en el camino del amor.
Jesús no rechaza reglas y ritos. Sabemos que Jesús era un rabino y que normalmente cumplía con las leyes religiosas de su pueblo; pero Jesús da un giro ético de 180 grados: desde el amor concreto y compasivo hacia uno mismo y hacia lo demás el acceso a Dios está perenemente abierto.
Lo central es el amor y solo desde el amor todo lo demás cobra sentido.
Esta revolución está en pleno desarrollo.
Todas las instituciones con el pasar del tiempo – también y sobretodo las religiones – se ven arrastradas a lo exterior, a absolutizar los ritos y las doctrinas que les confieren identidad.
Jesús, como todo místico, descubre y propone una identidad mayor y más profunda. Es la identidad interior, la que proviene y se centra en el ser y en el amor.
Entonces “el amor” se convierte en el eje y en la vía profana de salvación y de acceso a Dios.
Como afirma Pagola: “Las religiones no tienen ya el monopolio de la salvación. Solo salva el amor. Este es el camino universal, la vía profana accesible a todos. Por el peregrinamos hacia el Dios verdadero, creyentes y no creyentes.”
El texto de Mateo 25, 31-46 es de una claridad diáfana: “Entonces el Rey dirá a los que tenga a su derecha: Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (25, 34-36).
Desde el amor todo cobra sentido y valor. Desde el amor también los ritos, las reglas y las doctrinas cobran su sentido; y los ritos, las reglas y las doctrinas tienen sentido si nos ayudan a crecer en el amor.
El “gran problema” (en realidad no es un “problema”…es un camino) es que no es tan fácil saber lo que es el amor y aprender a amar.
Decía el teólogo Henry de Lubac: “No creas saber tan pronto lo que es amar”.
Por eso también Chiara Lubich, la fundadora del Movimiento de los focolares hablaba del “arte de amar”.
Amar es un arte y un arte se aprende.
Los hombres aprendemos por “ensayo y error” y el error es parte esencial del aprendizaje.
Jesús nos enseña a amar. El estilo de amar de Jesús es inconfundible.
Definir lo que es el amor y lo que es amar es tarea imposible y toda definición es una simple pista. No podemos definir el amor porque no podemos definir a Dios. El Misterio no se define, sino es el que nos define.
El gran psicólogo estadounidense Scott Peck es consciente de esta imposibilidad pero intenta una definicion: “la voluntad de extender los límites del propio yo, con el fin de impulsar el desarrollo espiritual propio o ajeno.”
Esta hermosa pista que nos da Peck nos ayuda a comprender y a crecer: estamos llamados a extender los limites de nuestro yo.
Extender los limites es lo mismo que “ampliar la consciencia”.
En el amor todo tiene cabida, todo tiene aceptación, porque el amor es todo lo que hay y es la raíz esencial de todo lo que es.
La extensión del “yo” llega a tal punto – este es el camino de la mística – que ya no queda nada. Y se no queda nada, somos todo. Nuestra individualidad se funde en Uno con el Misterio.
El maestro cristiano de todo eso se llama Juan de la Cruz:
“Para venir a gustarlo
todo,
no quieras tener gusto en nada;
para venir a poseerlo todo,
no quieras poseer algo en nada;
para venir a serlo todo,
no quieras ser algo en nada;
para venir a saberlo todo
no quieras saber algo en nada.”
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