Celebramos hoy la fiesta de la Ascensión de Jesús al cielo. El simbolismo del texto nos regala unas pistas extraordinarias para nuestro crecimiento espiritual y nuestro caminar en esta tierra.
“Cielo” y “tierra” son expresiones que, desde su simbolismo, nos revelan una profunda verdad. Desde siempre el “cielo” es la metáfora de lo divino y de la trascendencia, de lo que nos supera. La “tierra” es metáfora de lo humano, de lo inmanente, de lo que podemos alcanzar y de cierta manera, controlar.
El “cielo” sería el mundo de Dios y la “tierra” el mundo de los hombres. La Ascensión nos muestra la profunda e intrínseca unidad de estos dos mundos. En realidad no hay “dos mundos” y “dos realidades”: solo hay Una Realidad que se manifiesta de manera distinta y a, a menudo, por opuestos.
Raimon Panikkar acuñó la expresión de raíz griega “cosmoteandrico”, palabra compuesta por tres palabras: “cosmos”, “theos” (Dios), “andros” (hombre).
La realidad en su totalidad e intrínsecamente es “cosmoteandrica”: Una Realidad que se expresa, revela y manifiesta en el cosmos y en la humanidad.
Desde el evangelio y la fe cristiana, la Ascensión revela justamente esto: el Cristo resucitado une “cielo” y “tierra”.
San Pablo, en su genialidad, vislumbró este misterio:
· “Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está por encima de todo, lo penetra todo y está en todo” (Ef 4, 5-6).
· “Ahí no se hace distinción entre judío y griego, circunciso e incircunciso; extranjero, bárbaro, esclavo o libre, sino que Cristo es todo en todos” (Col 3, 11)
Desde esta experiencia y esta visión solo cabe bendecir.
Por eso, el detalle es significativo, el último gesto de Jesús en nuestro texto, es un gesto de bendición.
“Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo” (24, 50).
¡Qué lindo es bendecir! Se bendice cuando caemos en la cuenta de la bondad y belleza de la vida. Se bendice cuando nos descubrimos amados y cuando descubrimos que el fondo inmaculado de lo real es el amor.
“Bendecir” es “bien decir”: decir bien del otro, de los demás. Bendecir es desear el bien, la plenitud, la alegría.
Por eso que la bendición es una de las características y de las claves del judaísmo, el islamismo y el cristianismo.
El judaísmo – al no nombrar a Dios – se refiere a él como al “Bendito” o “Bendito sea el Nombre” (Baruj HaShem).
Hablando de Dios se dice: “bendito sea”.
Dios, el Bendito, nos bendice. Dios siempre nos bendice, porque Dios solo desea nuestra plenitud.
Estamos llamados a ser reflejo de la bendición de Dios para todos.
¡Qué hermoso es vivir, bendiciendo!
Bendecir siempre y en todo lugar. Bendecir a cada persona y a cada cosa.
Afirma José Antonio Pagola:
“La bendición hace bien al que la recibe y al que la practica. Quien bendice a otros se bendice a si mismo. La bendición queda resonando en su interior como plegaria silenciosa que va transformando su corazón, haciéndolo más bueno y noble.”
¡Qué nuestra vida sea bendición para muchos, para todos!
Bendecimos a Dios con esta hermosa oración del monje griego del siglo XIV, Calixto Cataphygiotés:
“Oh Maestro que dominas el universo,
origen de todo lo visible y de todo lo espiritual,
Increado, que tienes por principio
lo que no tiene principio;
Infinito, que tienes por límite
lo que carece de límites;
Incomprensible, que tienes por naturaleza
lo que está por encima de la naturaleza;
Inengendrado, que tienes por ser
lo que está por encima del ser;
Invisible, que tienes por figura
lo que no tiene figura;
Incorruptible, que tienes por propiedad
lo que no tiene propiedad alguna;
Inencontrable, que tienes por forma
lo que carece de toda forma;
Ilimitado, que tienes por lugar
lo que no se puede definir;
Insondable, que tienes por comprensión
lo que no es posible comprender;
Inaccesible e Incomprensible,
que tienes por conocimiento y contemplación
lo invisible y lo desconocido;
Inexplicable, que tienes por palabra lo inefable;
Inconcebible, que tienes por pensamiento
lo que no puede ser pensado;
Más-que-Dios, que en todo tienes por morada
el retiro que está por encima de todo…
Tú habitas de lleno en nosotros
en forma de maravilla, serenidad, coraje,
amor, dulzura, gozo, confianza,
ausencia de toda inquietud, alegría…
Tú eres la única Gloria, el único Reino,
la única Sabiduría, el único Poder personificado.
Por eso, Tú eres natural e inefablemente
el éxtasis más allá de lo visible,
la plenitud más allá de lo espiritual,
el maravilloso descanso
de quienes te contemplan
y participan del Espíritu Santo,
Oh Dios inefable.”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario