sábado, 26 de noviembre de 2022

Mateo 24, 37-44

 



Con este domingo empezamos el camino del Adviento que nos prepara a la Navidad. El texto evangélico de hoy nos regala una de las claves de este camino y de la vida espiritual en general: la atención, la vigilancia, el despertar.

Tres conceptos y tres dimensiones que apuntan a los mismo, tal vez con matices distintos.

 

El texto insiste en la expresión: “Cuando venga el Hijo del hombre”.

 

Hijo del hombre” es una expresión un tanto misteriosa que apunta a la revelación plena de la estructura crística de lo real, más allá de indicar a la persona histórica del maestro de Nazaret.

 

¿Cuándo viene, o vendrá, el Hijo del hombre?

 

Podemos dar tres pistas de interpretación. Tres pistas incluyentes y no excluyentes. Tres pistas que hay que asumir y vivir de manera simultánea.

1)  El Hijo del hombre vendrá al final de los tiempos, cuando el Universo, así como lo conocemos, regresará a su origen, en el seno de Dios.

2)  El Hijo del hombre vendrá al final de nuestra vida individual y personal. Nuestra muerte personal abrirá una puerta luminosa para la venida del Hijo del hombre.

3)  El Hijo del hombre viene ahora, está viniendo en cada instante y circunstancia. La Presencia de Dios es siempre plena. Siempre es aquí y siempre es ahora.

 

Estas tres venidas son complementarias, reales y verdaderas las tres, cambiando solo el grado y la intensidad de la manifestación y la venida.

 

Para nuestra vida concreta y nuestro crecimiento es fundamental concentrarse en la tercera forma de la venida.

 

El Cristo viene a tu encuentro en este momento, en este aquí y en este ahora.

Por eso la invitación del evangelio a despertar.

 

Todas las tradiciones religiosas y espirituales de la humanidad hacen hincapié en el tema del despertar.

 

¿Qué es el despertar?

¿Qué significa despertar?

 

El plano físico nos ayuda a la comprensión.

Cuando despertamos del sueño, “cambiamos de chip”, cambiamos nuestro estado de consciencia. El despertar físico nos permite ver las cosas de manera distintas y darnos cuenta de la irrealidad de los sueños.

 

El despertar indica un cambio del nivel de consciencia, un cambio en la percepción, un agudizar la lucidez.

 

El despertar espiritual apunta a un elevado nivel de consciencia, a una manera de ver la realidad más real y más profunda. Ya no percibimos las apariencias, lo pasajero, lo superficial; empezamos a percibir y percatarnos de la esencia, lo eterno, lo profundo.

Puedo ver un árbol simplemente como árbol y puedo ver un árbol como manifestación de lo divino: el mismo árbol nos ofrece percepciones distintas.

 

Podemos entender así la frase misteriosa del evangelio:

 

Los mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre. De dos hombres que estén en el campo, uno será llevado y el otro dejado. De dos mujeres que estén moliendo, una será llevada y la otra dejada” (24, 39-41).

 

La situación exterior es la misma y, de cierta forma, no importa. Lo que lo cambia todo es la actitud interior, el nivel de consciencia, la percepción.

 

Quién está atento, quién despierta del sueño de la inconsciencia, “viene llevado”, es decir, entra en “otro mundo”, en otra forma de ver lo real. Empieza a ver todo desde Dios, a ver las cosas como Dios la ve. Esta es la visión y la experiencia fundamental a la cual apunta la mística.

Así lo expresa Giuseppe Lanza del Vasto (1901-1981): “Nadie ha visto a Dios, porque en toda mirada es Dios quien ve.

En cierta ocasión se le preguntó a Bâyazîd Bistâmî – místico sufí del 800 – cuál era el signo más notable del verdadero conocedor de los secretos divinos, y esto fue lo que contestó: «Es que lo veas comiendo y bebiendo en tu compañía, bromear contigo, venderte o comprarte algo, mientras que su corazón está en el reino de la santidad divina. Ese es el signo más prodigioso».

 

Despertar es vivir lo cotidiano con el “corazón en el reino de la santidad divina”.

 

 

 

 

 

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