sábado, 28 de marzo de 2020

Juan 11, 1-45




La genialidad del evangelista Juan nos regala un texto maravilloso y que conocemos como “la resurrección de Lázaro”.
Más allá de la raíz histórica difícilmente detectable, es un texto profundamente simbólico y catequético. Resume muy bien el eje de todo el evangelio de Juan: la vida. Para el evangelista y su comunidad, Jesús es vida, vino a revelarnos la vida y a regalarnos vida plena.

Recordemos que Juan presenta a Jesús como el “vino nuevo” de la alegría, “el pan de vida” que nos alimenta y el “agua viva” que sacia plenamente nuestra sed de infinito. Tal vez el versículo central de este evangelio podría ser: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).

Nuestro texto empieza de una manera sorprendente: avisan a Jesús que su amado amigo Lázaro está enfermo, está grave. Jesús no pierde la calma, no corre en auxilio del amigo y se queda dos días más adonde estaba. ¡Qué maravillosa entereza! ¡Qué calma! Nosotros probablemente hubiéramos salido corriendo, nerviosos y apurados.
Más allá de su calma, Jesús nos sorprende con su afirmación: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella” (Jn 11, 4).
Nos viene como anillo al dedo esta afirmación. En este tiempo de pandemia podemos escuchar con profunda atención estas palabras del maestro: “Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios…”
Lo que nuestra corta visión y nuestra fe superficial interpretan como negativo, terrible y oscuro, Jesús lo interpreta como Presencia de Dios y como oportunidad para que la gloria de Dios se manifieste.
Todo eso recuerda lo que decía Maestro Eckhart: Cada cosa alaba a Dios; la oscuridad, las faltas, los defectos y hasta el mismo mal alaban a Dios y bendicen a Dios”.
Estas afirmaciones de Jesús y del místico alemán pueden sorprendernos. No podemos comprenderlas desde el nivel de conciencia mental. Tenemos que dar un paso, dar un salto al vacío.
Solo una visión espiritual, una visión interior y mística puede captar la profundidad, importancia y belleza de tales expresiones… expresiones que revelan una realidad, vislumbres de lo real.

¿Cómo cambiaría nuestra vida si lográramos ver la Presencia de Dios hasta en las cosas que más nos duelen o nos complican la existencia?
Entrar en esta visión de Jesús es lo más hermoso que nos pueda ocurrir. Es esta la visión que lleva a Jesús a “ver” la misma muerte como un sueño: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo” (Jn 11, 11). Lo mismo que había dicho en la resurrección de la hija de Jairo: “La niña no está muerta, sino que duerme” (Mc 5, 39).

¿Qué es lo que Jesús ve que nosotros no vemos?
¿Cómo puede ver en una enfermedad mortal algo que glorifica a Dios?
¿Cómo puede ver en la muerte un simple y reparador sueño?

Esta visión es un regalo sin duda, un don de lo alto. Pero podemos abrirnos a esta posibilidad y a este regalo.
Abrirnos, sin duda, significa poner entre paréntesis nuestras creencias y el apego enorme que tenemos a nuestra manera de ver las cosas y de interpretar la vida. Sin esto ejercicio de apertura y humildad será difícil que se nos regale esta visión.

Visión que podemos captar en una de las definiciones más hermosas de todo el evangelio: “Yo soy la resurrección y la vida” (Jn 11, 25).
Jesús se percibe como vida, porque se percibe Uno con el Padre, con el Misterio divino.
Jesús percibe – hace experiencia – que el fondo último de la realidad es la Vida.
Y eso es lo que somos todos. Esta es la visión de Jesús y de todos los místicos de todas las tradiciones espirituales de la humanidad.
Es el Gran y Único anuncio del evangelio. Es el grito de jubilo y victoria de la mañana de Pascua.
¡Todo es Vida!
Nacimiento, historia, amor, pasión, culturas, dolor, muerte: todo se desarrolla en el seno misterioso de la Vida, en el Corazón del Ser.
Nacemos adentro de la Vida y morimos adentro de la Vida.
Por eso que Jesús logra captar lo que se esconde en la dramática experiencia humana que llamamos “muerte” y solo ve un dulce sueño.
Su visión penetra la enfermedad y la muerte y en sus entrañas solo ve Vida.
Que gran y esencial mensaje para los tiempos que vivimos.
Abrámonos entonces. Este regalo y esta visión son para todos y para todas. Nadie excluido.
Solo ábrete, confía, suelta tu mente y tus creencias.

Abre de par en par tu corazón. Entonces resonará pura, en tu alma,  la misma voz que quiebra cada oscuridad: “Yo soy la resurrección y la vida”.

miércoles, 25 de marzo de 2020

¿Volverá la normalidad?



No volveremos a la normalidad porque la normalidad era el problema

Esta escrita en un edificio me empujó a retomar el tema de la “normalidad”. En este tiempo de pandemia se habla mucho de normalidad y muchos se preguntan si el mundo podrá volver a la normalidad una vez superada la crisis.
Reflexionando sobre el tema me vino a la mente lo que decía hace ya unos decenios el psiquiatra escocés Ronald David Laing (1927-1989). Es un texto muy duro y cuestionador. Merece enfrentarlo:

Mucho antes de que pueda tener lugar una guerra termonuclear, hemos tenido que reducir a escombros nuestra propia cordura. Empezamos con los niños. Es fundamental atraparlos antes de que sea demasiado tarde. Sin un concienzudo y veloz lavado de cerebro, su perspicaz mente descubriría nuestro sucio juego. Los niños no son todavía idiotas, pero les haremos tan imbéciles como nosotros, a ser posible con altos coeficientes intelectuales.
Desde el momento del nacimiento, cuando el niño de la edad de piedra se enfrenta a su madre del siglo XX, el niño se ve sometido a esas fuerzas de la violencia denominadas amor, como lo fueron sus padres y los padres de sus padres y los padres de los padres de sus padres. Dichas fuerzas van primordialmente encaminadas a destruir la mayor parte de su potencial y, en general, suelen lograrlo. Cuando el nuevo ser humano alcanza más o menos los quince años, nos queda un ente muy semejante a nosotros mismos, un ser medio loco ajustado más o menos a un mundo de locura. Esta es la normalidad en la época actual…
La condición de alienación, de somnolencia, de inconsciencia, de enajenación mental, es la condición del hombre normal.
La sociedad le otorga un gran valor a su hombre normal. Educa a los niños para que se pierdan en lo absurdo y sean, por consiguiente, normales.
Los hombres normales han matado a unos cien millones de hombres también normales en los últimos cincuenta años”

En el fondo todo eso nos pone delante de los ojos unas preguntas:
¿Qué significa ser normal?
¿Qué es la normalidad?

Sigo con las preguntas:
¿Es normal que se mida el crecimiento de una sociedad y un país en base a la economía?
¿Es normal que en el 2020 sigue una brecha infinita entre la opulencia y la miseria?
¿Es normal que en el 2020 siga habiendo niños padeciendo hambre y enfermedades totalmente curables?
¿Es normal que un futbolista en un mes gane más dinero que una maestro o un medico o un albañil en 10 o 20 años?
¿Es normal que todavía haya corrupción en la política?
¿Es normal el monopolio de las multinacionales y su injerencia en la vida política?
¿Es normal que en el 2020 haya millones de refugiados y exiliados?
¿Es normal acostumbrarse a 10 años de guerra en Siria?
¿Es normal que los estados gasten más en el ejercito y las armas que en educación y salud?
¿Es normal que se invierta más en tecnología que en poesía, arte y cultura?
¿Es normal pasarse horas viendo la televisión y renunciando al compartir familiar?
¿Es normal vivir corriendo y apurados?
¿Es normal vivir comiendo comida chatarra y tomar Coca Cola?
¿Es normal el abuso sistemático y la explotación de la tierra para aumentar continuamente la producción y los ingresos?
¿Es normal generar tanto sufrimiento animal para satisfacer nuestros paladares?
¿Es normal que nuestros niños sepan manejar un celular y no saben manejar sus emociones?
¿Es normal el fanatismo religioso y que todavía las religiones nos encuentren caminos de solidaridad y fraternidad?
¿Es normal enojarse cuando las cosas no salen como yo quiero?
¿Es normal mirar al desconocido con desconfianza?

¿Qué es la normalidad?
¿Qué significa ser normal?

No lo sé. No quiero saberlo y no me interesa.
Pero amo la locura del amor, la exuberancia de los colores, la vitalidad de los niños y el explotar de la primavera.
No, no me interesa la normalidad y lo que el mundo considere normal.
Jesús no era normal y Buda tampoco y Gandhi tampoco.
No quiero ser normal. Quiero vivir. Quiero sentir el viento sobre mi piel y ser cuestionado por el dolor del mundo.
Quiero salir de la apatía y del ruido de lo normal para vivir el silencio creativo del amor.
Quiero vivir desde el Amor y que la Vida me vida: siempre nueva, sorprendente, exuberante. Nunca normal.



sábado, 21 de marzo de 2020

Juan 9, 1-41




En este cuarto domingo de cuaresma leemos todo el capitulo nueve del evangelio de Juan: es el maravilloso relato de la curación del ciego de nacimiento.
Es un texto riquísimo que nos proporciona muchas e interesantes pistas de reflexión.
Nos centraremos en algunas.

El tema de la ceguera es una constante en Jesús y en los evangelios.
Todas las curaciones de ciegos, en su simbolismo, apuntan a la curación de la ceguera interior y a la apertura del “tercer ojo”, la visión interior o espiritual.
En la vida espiritual parece que todo es cuestión de visión, de aprender a ver.
En el versículo final de nuestro texto Jesús dice a los fariseos: Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado, pero como dicen: “Vemos”, su pecado permanece” (Jn 9, 41).

Estamos todos convencidos de ver, convencidos de saber, convencidos de tener la razón, todos aferrados a nuestra idea de realidad… esta actitud es justamente lo que nos impide ver realmente.
El primer paso que nos encamina hacia la visión es el reconocimiento de nuestra ignorancia: no sabemos.
Es el mensaje central de un maravilloso librito de un anonimo mistico inglés del XIV siglo llamado “La nube del no saber”.

Escuchamos a Enrique Martínez:
Se cuenta que, al ser cuestionada su teoría heliocéntrica, Galileo pidió al cardenal presidente del consejo que lo juzgaba que mirara por el telescopio para poder apreciar por sí mismo el movimiento de los planetas. A tal invitación, el cardenal contestó con tanta rapidez como vehemencia: “No necesito mirar por ningún sitio. Yo sé bien cómo son las cosas”La creencia no indaga, pontifica; no le interesa la verdad, sino su propia autoafirmación.

La mente cree saber y se identifica con ese supuesto saber: desde ahí nacen las incomprensiones, los fanatismos, los conflictos.
Vivimos de creencias y hacemos de estas creencias una verdad absoluta. Todo esto nos lleva a la ceguera.
Es la ceguera de los fariseos: “Ese hombre no viene de Dios, porque no observa el sábado” (9, 16); Nosotros sabemos que ese hombre es un pecador” (9, 24): creencias que llevan a la ceguera… están tan aferrados a estas creencias que no logran ver otra cosa, no pueden captar quien es realmente Jesús ni alegrarse por la curación del ciego.
Estamos llenos de creencias: reconocerlas y desenmascararlas es el primer paso hacia una libertad radical.
¡Qué fantastico es estar libres de creencias!

Cuestionar nuestras creencias es doloroso y requiere paciencia pero en cuanto empezamos a cuestionarlas se nos abre un mundo nuevo. Se despierta la visión interior y empezamos a ver desde otro lugar: un lugar espiritual que no es la mente y está más allá de la mente.
Esta experiencia es una de las cosas más hermosas que nos pueda ocurrir.
¡No tengamos miedo en cuestionar nuestras creencias! ¡No tengamos miedo a salir de nuestra zona de confort! ¡No tengamos miedo al juicio de los demás!

Yo soy la luz del mundo” (9, 5) dice Jesús hoy! Es una de las afirmaciones más hermosas del evangelio.
Esta misma luz vive en nuestro corazón. Es la luz de nuestra verdadera identidad, es la luz que nos constituye. Es la luz del Amor y de la Paz que nos habitan.
Acceder a esta luz nos proporciona la visión correcta. La visión correcta no es nunca mental porque la mente solo puede ver parcialmente y a través de filtros, prejuicios, interpretaciones.
La visión correcta surge desde nuestro centro, más allá de la mente. Por eso es esencial silenciar la mente y conectar con este centro. “Centro” que, en la tradición cristiana occidental, bien podemos llamar corazón.

¿Qué ocurre cuando empezamos a ver desde ahí?
Surgen la libertad y la experiencia. Surge conciencia. La mente se aquieta y se convierte en servidora de la conciencia, servidora de la luz.

Entonces seremos fieles a la vida real, fieles a lo que nos hace humanos. La supuesta veracidad o oportunidad de una creencia se verifica en la Vida. La Vida es la única y mejor maestra.
Como dice el monje vietnamita Thich Nhat Hanh:
No creas nada, ni siquiera en lo que te digo! Respondió el Buda. Aunque sea una enseñanza antigua, aunque sea enseñado por un profesor altamente venerado. Deberías usar tu inteligencia y mente crítica para examinar cuidadosamente todo lo que ves o escucha. Y luego poner la enseñanza en práctica para ver si ayuda a liberarte de tu sufrimiento y de tus dificultades. Si sucede, puedes creerlo.


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