sábado, 28 de noviembre de 2020

Marcos 13, 33-37


 

Con este domingo empezamos el tiempo de Adviento, tiempo de Aquel que viene y siempre está viniendo. Tiempo del Misterio que nace y renace en la historia humana. La Presencia inefable se nos está acercando continuamente. La creación está ocurriendo en este mismo instante.

…y nosotros seguimos dormidos, desatentos, ocupándonos de la superficie… y como consecuencia caemos en la queja, el mal humor, la tristeza.

 

El texto evangélico de hoy nos invita justamente a despertar.

“Despertar” es un término muy usado en las tradiciones espirituales orientales para indicar el acceso a un nivel de conciencia que nos instala en una visión luminosa y pacifica de lo real.

El término de a poco está entrando también en la cultura occidental y cristiana.

Los que sostienen que despertaron afirman (u otros afirman de ellos) haber penetrado en la realidad, haber visto lo real y, en última instancia, nos dicen que lo real de lo real es Amor, Paz, Luz. Afirman que todo es perfecto, todo está bien y estará bien.

La mística cristiana medieval Juliana de Norwich lo dice con estas mismas palabras: “Todo irá bien, y todo irá bien, y toda clase de cosas irán bien.

Los que despertaron también nos dicen que, en lo concreto, todo sigue como antes. Todo cambia y nada cambia.

El zen lo afirma así: “Antes de la iluminación, cortar leña y acarrear agua. Después de la iluminación, cortar leña y acarrear agua.

 

Sin duda el despertar espiritual es una experiencia mística y una gracia que transforma la vida. Vale la pena confiar en quién lo vivió y nos comparte su experiencia.

 

¿Qué podemos hacer?

Por un lado, ya lo dijimos, confiar en aquellos que lo vivieron y dejarnos inspirar por ellos.

La acotación genial de Ken Wilber es importante:

Así pues nos encontramos ante dos opciones en cuanto al enjuiciamiento de la cordura, o de la realidad, o del nivel deseable de la mente, o del conscienciamiento místico: podemos creer en quienes lo han experimentado, o proponernos experimentarlo por nosotros mismos, pero si no somos capaces de hacer lo uno ni lo otro, lo más sensato es no formular ningún juicio prematuro”.

 

Si no creemos en quién lo han experimentado, ni somos capaces de ponernos en juego para experimentarlo por nosotros mismos, lo mejor sin duda es un respetuoso silencio.

 

Por otro lado podemos tomar la invitación que nos viene del evangelio en este primer domingo de Adviento: ¡estemos atentos! Vigilamos.

El despertar es esencialmente una experiencia de atención.

Entrenarse en la atención es, quizás, la mejor forma para preparar el terreno del despertar.

La atención siempre sugiere delicada y solapadamente: ¡hay algo más! Siempre hay algo más. La realidad es siempre mucho más profunda y bella de lo que parece a primera vista… las personas son también mucho más buenas de lo que aparentan.

La realidad – lo que está ocurriendo aquí y ahora – se parece a una cebolla: tiene muchas capas y siempre se puede ir más en profundidad.

“Despertar” es crecer en conciencia, ver más y mejor, crecer en lucidez y en comprensión.

La palabra es un indicador y no es necesario aferrarse a ella. Hay muchos que “despiertan” sin ni siquieran saberlo o nombrarlo.

La atención amorosa al momento presente y a la realidad así como se nos presenta, nos irá guiando en el camino. Casi sin darnos cuentas creceremos en conciencia. Los frutos que acompañarán este desarrollo de la conciencia serán la paz, la alegría, la compasión.

Por estos frutos podremos evaluar nuestro caminar.

Jesús, para nosotros cristianos, es el hombre despierto, iluminado. Jesús nos invita a entrar en su despertar y nos comparte su conciencia: ¡ánimo, solo el amor es real!

 

 

 

 

 

 


sábado, 21 de noviembre de 2020

Mateo 25, 31-46

 


 

En este último domingo del tiempo ordinario – el domingo que viene empezará el Adviento – se nos presenta el relato evangélico conocido como el “juicio final”.

En realidad la parábola es una invitación a vivir el presente y nos regala una clave esencial para que nuestra existencia sea feliz y fecunda.

Lamentablemente una lectura literal y superficial del texto nos llevó a interpretaciones y elucubraciones tanto fantasiosas como inútiles sobre el llamado “juicio final”.

 

El evangelio – y con él todos los textos sagrados de las tradiciones espirituales y religiosas – son mapas para vivir en plenitud la vida presente y no suposiciones de un hipotético futuro.

Un cuento zen que cito a menudo nos viene muy bien:

Un discípulo fue a ver a su gran maestro:

-     Maestro, ¿qué hay después de la muerte?, le preguntó.

-     No lo sé querido hijo, respondió el maestro.

-     ¡Como es posible! Usted es un gran y sabio maestro…

-     Soy un maestro si, pero estoy vivo.

 

Cuando vivimos en plenitud el presente ocurre el milagro y algo paradójico: entramos desde ya en la vida eterna. Nos damos cuenta que lo único que hay es Vida y ya no nos preocupamos por el futuro.

 

La parábola quiere responder a las preguntas:

¿Cómo vivir para encontrarse con Dios?

¿Qué hacer?

 

Nuestro texto es tan profundo como sorprendente.

Jesús no hace ninguna referencia a actitudes “religiosas”: no dice que hay que rezar, ir al templo, obedecer doctrinas, cumplir con leyes.

Jesús da una respuesta profundamente humana y ética: preocúpate del que sufre, sé atento y compasivo, alivia el dolor del otro.

¡Qué maravillosa grandeza! ¡Qué belleza!

 

La clave está en la compasión atenta y activa hacia el otro y la parábola del “buen samaritano” (Lc 10, 25-37) lo muestra de manera contundente.

Es también sumamente interesante y sugerente que Jesús no hable de “amor”, sino de actitudes muy concretas: visitar, vestir, dar de comer y de beber, curar.

En realidad Jesús habló muy poco del “amor”… lo vivió. Nosotros hablamos demasiado del amor y nos cuesta vivirlo.

Raimon Panikkar sugirió un ayuno de dos siglos de palabras tan usadas y abusadas como “amor” y “Dios”.

No sabemos nada o casi nada sobre el “amor” y sobre “Dios”: mejor callar y servirnos concretamente.

 

Hay otro aspecto tremendamente sorprendente y profundo.

Jesús – en relación al servicio concreto hacia el necesitado – no dice: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, es como si lo hicieron conmigo.

Sino dice: “lo hicieron conmigo”.

Estamos en el corazón místico, en el centro de la no-dualidad. El evangelio invita también, y muy claramente, a la visión no dual.

Jesús era un místico y sabía bien que todos somos uno, que “el otro soy yo”.

Podemos afirmar de esta manera la visión no dual de la realidad: “somos diferentes pero somos lo mismo”.

Somos Vida, somos Amor manifestándose de manera distinta, única, original.

Esta es la paradoja central de la vida y de la visión mística de todas las tradiciones y de todos los sabios.

Entrar en esta visión es revolucionario y fascinante.

Podemos así comprender más cabalmente el eje del texto: la compasión.

La compasión – no es menor subrayarlo – es el eje alrededor del cual giran todas las religiones y tradiciones espirituales… parece ser el centro de la Vida, el centro del Ser.

La compasión más profunda y verdadera surge de esta visión mística: “el otro soy yo”, “el otro es no-otro de mí”. Por eso lo que hago (o no hago) al otro me lo estoy haciendo o no-haciendo a mí mismo… y al revés.

Por eso también el Buda afirmó: “la compasión no es completa si no te incluye a ti mismo”.

Por todo eso también, “la regla de oro” de todas las religiones es la misma: “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes” (Lc 6, 31; Mt 7, 12).

Lo que me hago – como me trato, considero, valoro – se manifestará y reflejará “afuera”, en mi entorno y relaciones.

Lo que hago a los demás me lo estoy haciendo a mí mismo.

Y, maravilla de las maravillas, todas estas series de relaciones y de idas y venidas, es el Misterio que llamamos “Dios”.

“Dios” precede estas relaciones, es el espacio vital donde las vivimos, es esa mismas relaciones y las trasciende por completo.

Silencio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 14 de noviembre de 2020

Mateo 25, 14-30

 


 

Se nos presenta hoy la famosa parábola de los talentos. El talento era una unidad de medida monetaria de los tiempos de Jesús y parece que desde ahí deriva el actual significado de “talento” como inteligencia y aptitud para algo.

La parábola es de una actualidad impresionante y hasta urgente.

A menudo la parábola fue leída e interpretada solo en clave moral y mercantilista: al don recibido hay que responder con el esfuerzo y el trabajo para producir más. Es lo que ocurre con los primeros dos servidores que multiplican al 100% los talentos.

 

Esta lectura – que tiene su razón de ser – no puede ser exclusiva. No podemos olvidar dos realidades: por un lado el eje del mensaje de Jesús es la gratuidad y por el otro el centro de la parábola va por otro lado.

El eje de la parábola gira justamente alrededor del tercer servidor. Este servidor tiene miedo y entierra su talento: “este siervo no se siente identificado con su señor ni con sus intereses. En ningún momento actúa movido por el amor. No ama a su señor, le tiene miedo.” (J.A. Pagola).

 

La parábola es una dura critica a la actitud conservadora.

Por eso su actualidad es urgente.

La iglesia y el cristianismo, en muchos y frecuentes casos, siguen escondiendo y enterrando el talento. No les pasa solo a la iglesia obviamente, sino a muchas tradiciones religiosas y a muchas y diversas instituciones.

La actitud conservadora es típica del nivel institucional. El nivel institucional está asociado con el poder y el control y – consciente o inconscientemente – intenta manipular a las personas a través del miedo.

José Antonio Pagola es muy lucido y no puedo que compartir su análisis: “La actitud conservadora es tanto más peligrosa cuanto que no se presenta bajo su propio nombre, sino invocando la ortodoxia, el sentido de la iglesia o la defensa de los valores cristianos. Pero, ¿no es, una vez más, una manera de congelar el evangelio?

 

Es interesante (para comprender…) y preocupante que la iglesia jerárquica sigue centrando su energía en mantener el llamado “depósito de la fe”. Este “depósito” suena muy parecido al “talento” enterrado del tercer servidor o al lugar físico – no muy lleno de vida que se diga – donde guardamos objetos que usamos poco o nada y que se van llenando de polvo.

Hay detrás una interpretación errónea y parcial de la tradición: tradición como conservación. Demasiada conservación lleva a la putrefacción y los que cocinan lo saben.

En realidad tradición viene del latín “tradere”: entregar, transmitir. Nada de conservación. Se confundió y confunde la fidelidad a Jesús y al evangelio con una estéril cuanto inútil conservación.

Lo que dice la carta a los hebreos: “Jesucristo es el mismo ayer y hoy, y lo será para siempre” (13, 8) no podemos interpretarlo en clave conservadora o estática. Justamente habla del “hoy”: ¿que significa transmitir el mensaje del evangelio hoy? ¿Qué significa Jesús hoy?

 

La fidelidad es a la esencia, no a la forma. La esencia se revela y manifiesta siempre de maneras distintas.

La entrega y la transmisión del mensaje es siempre revelación actual y nueva de la esencia.

Por eso que la clave está en volver a la esencia, a lo esencial. Hemos perdido la esencia y seguimos anunciando solo formas y, además, formas viejas o ya muertas.

Por eso esta parábola es tan actual y urgente.

Nos invita a volver a la experiencia central y directa del evangelio y de Jesucristo para compartirla hoy desde formas nuevas y desde el nivel de conciencia de la humanidad en el cual nos encontramos.

 

Jesús es una invitación a vivir intensamente. Jesús es novedad, libertad, apertura.

Vivir el evangelio es arriesgarse, equivocarse, ser vulnerable y hasta perderse.

Sin ninguna duda prefiero arriesgar, equivocarme y perderme que vivir en conserva, como una salsa de tomate.  

La frase que me inspira y que tal vez pueda renovar a muchos la encontramos en Juan 3, 8: “El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu.

 

El Misterio del Amor que Jesús vivió y anunció es pura libertad, pura posibilidad, pura Vida, fidelidad creativa y siempre nueva.

En el fondo el talento más valioso es nuestra propia vida, la frágil y corta existencia humana que tenemos en las manos.

Se nos pide vivir la vida, disfrutarla, entregarla, amarla. Sin miedo, sin egoísmos, intensamente pero sin apuro.

Estamos llamados a dar fruto. Mejor dicho: a ser el fruto soñado por Dios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Etiquetas