sábado, 21 de noviembre de 2020

Mateo 25, 31-46

 


 

En este último domingo del tiempo ordinario – el domingo que viene empezará el Adviento – se nos presenta el relato evangélico conocido como el “juicio final”.

En realidad la parábola es una invitación a vivir el presente y nos regala una clave esencial para que nuestra existencia sea feliz y fecunda.

Lamentablemente una lectura literal y superficial del texto nos llevó a interpretaciones y elucubraciones tanto fantasiosas como inútiles sobre el llamado “juicio final”.

 

El evangelio – y con él todos los textos sagrados de las tradiciones espirituales y religiosas – son mapas para vivir en plenitud la vida presente y no suposiciones de un hipotético futuro.

Un cuento zen que cito a menudo nos viene muy bien:

Un discípulo fue a ver a su gran maestro:

-     Maestro, ¿qué hay después de la muerte?, le preguntó.

-     No lo sé querido hijo, respondió el maestro.

-     ¡Como es posible! Usted es un gran y sabio maestro…

-     Soy un maestro si, pero estoy vivo.

 

Cuando vivimos en plenitud el presente ocurre el milagro y algo paradójico: entramos desde ya en la vida eterna. Nos damos cuenta que lo único que hay es Vida y ya no nos preocupamos por el futuro.

 

La parábola quiere responder a las preguntas:

¿Cómo vivir para encontrarse con Dios?

¿Qué hacer?

 

Nuestro texto es tan profundo como sorprendente.

Jesús no hace ninguna referencia a actitudes “religiosas”: no dice que hay que rezar, ir al templo, obedecer doctrinas, cumplir con leyes.

Jesús da una respuesta profundamente humana y ética: preocúpate del que sufre, sé atento y compasivo, alivia el dolor del otro.

¡Qué maravillosa grandeza! ¡Qué belleza!

 

La clave está en la compasión atenta y activa hacia el otro y la parábola del “buen samaritano” (Lc 10, 25-37) lo muestra de manera contundente.

Es también sumamente interesante y sugerente que Jesús no hable de “amor”, sino de actitudes muy concretas: visitar, vestir, dar de comer y de beber, curar.

En realidad Jesús habló muy poco del “amor”… lo vivió. Nosotros hablamos demasiado del amor y nos cuesta vivirlo.

Raimon Panikkar sugirió un ayuno de dos siglos de palabras tan usadas y abusadas como “amor” y “Dios”.

No sabemos nada o casi nada sobre el “amor” y sobre “Dios”: mejor callar y servirnos concretamente.

 

Hay otro aspecto tremendamente sorprendente y profundo.

Jesús – en relación al servicio concreto hacia el necesitado – no dice: “Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, es como si lo hicieron conmigo.

Sino dice: “lo hicieron conmigo”.

Estamos en el corazón místico, en el centro de la no-dualidad. El evangelio invita también, y muy claramente, a la visión no dual.

Jesús era un místico y sabía bien que todos somos uno, que “el otro soy yo”.

Podemos afirmar de esta manera la visión no dual de la realidad: “somos diferentes pero somos lo mismo”.

Somos Vida, somos Amor manifestándose de manera distinta, única, original.

Esta es la paradoja central de la vida y de la visión mística de todas las tradiciones y de todos los sabios.

Entrar en esta visión es revolucionario y fascinante.

Podemos así comprender más cabalmente el eje del texto: la compasión.

La compasión – no es menor subrayarlo – es el eje alrededor del cual giran todas las religiones y tradiciones espirituales… parece ser el centro de la Vida, el centro del Ser.

La compasión más profunda y verdadera surge de esta visión mística: “el otro soy yo”, “el otro es no-otro de mí”. Por eso lo que hago (o no hago) al otro me lo estoy haciendo o no-haciendo a mí mismo… y al revés.

Por eso también el Buda afirmó: “la compasión no es completa si no te incluye a ti mismo”.

Por todo eso también, “la regla de oro” de todas las religiones es la misma: “Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes” (Lc 6, 31; Mt 7, 12).

Lo que me hago – como me trato, considero, valoro – se manifestará y reflejará “afuera”, en mi entorno y relaciones.

Lo que hago a los demás me lo estoy haciendo a mí mismo.

Y, maravilla de las maravillas, todas estas series de relaciones y de idas y venidas, es el Misterio que llamamos “Dios”.

“Dios” precede estas relaciones, es el espacio vital donde las vivimos, es esa mismas relaciones y las trasciende por completo.

Silencio.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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