domingo, 20 de agosto de 2017

Mateo 15, 21-28


El texto de hoy nos 
presenta uno de los mayores problemas de las primeras comunidades cristianas: la relación entre los cristianos que venían del judaísmo y los paganos, es decir, los que no eran judíos y se convertían a Cristo.

La que hoy nos parece una cuestión de poca importancia en el tiempo en el cual Mateo escribe era un tema central y causa de no pocos conflictos: ¿los paganos que se convertían a Cristo tenían que pasar por el judaísmo?
El relato es un reflejo de esta cuestión y la búsqueda de una salida.
El texto también toca de reflejo uno de los grandes temas del cristianismo: la universalidad. Los expertos encuentran en este texto una de las anclas para afirmar la universalidad del mensaje evangélico.
Probablemente refleja de igual manera el camino de compresión que el mismo Jesús tuvo que vivir. Como todo ser humano la comprensión de su vocación y misión fue creciendo hasta llegar a la conclusión de todos los sabios: todos somos uno. Particular y universal son las dos caras de lo mismo.

La Unidad se expresa en lo particular e individual. Lo particular e individual encuentran su sentido y valor en la Unidad.
Es el camino holístico que la humanidad está dando y que no tiene vuelta atrás porque es un escalón en la evolución de la conciencia.

La visión holística o integral afirma la relación dinámica y constitutiva de la parte con el todo: cada parte aunque tenga valor en sí misma solo tiene sentido en su relación a la totalidad.
Es sumamente interesante notar como Jesús y en general todos los maestros y sabios de todas las tradiciones espirituales llegaron a la misma conclusión a través del camino espiritual y de la práctica del amor.

Lo sabemos bien – y cada madre lo puede atestiguar – : el amor autentico es siempre particular y universal. Cada madre ama a cada hijo como si fuera el único y al mismo tiempo ama a todos sus hijos. Por eso tal vez el Amor que es Dios encuentra en la experiencia humana de la maternidad uno de sus más hermosos reflejos.

Volviendo a nuestro texto evangélico: Mateo comprende que Jesús rompe esquemas y barreras. Su mensaje de liberación es particular y universal: para mí, para vos, para todos. El mismo mensaje es particular y universal: no se impone. Se vive y – cuando es necesario – se propone.

Solo se nos exige una condición: la fe.
Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!. Y en ese momento su hija quedó curada.” (Mt 15, 28).
La fe como confianza. La mujer cananea no “tiene fe” porque cree en algo que no entiende o no ve. Tiene fe porque confia. Dice que “si” a la vida. Logra ver en Jesús el Misterio de lo real: la Unidad.
Y cuando uno empieza a ver lo Uno por encima de las diferencias se va curando y va curando al mundo.
La Unidad sana: siempre. Porque la Unidad es lo que somos.




domingo, 13 de agosto de 2017

Mateo 14, 22-33



El texto de hoy es una maravillosa catequesis que Mateo regala a su comunidad y a nosotros hoy. No podemos leerlo en su sentido literal como si Mateo nos contara un acontecimiento histórico. Si en cambio nos acercamos al texto desde la intención del autor y desde el símbolo y la metáfora el mismo texto adquiere una profundidad insospechada. Y alimenta nuestro caminar.

El eje de la catequesis de Mateo lo podríamos formular con un par de preguntas: ¿confianza o miedo? ¿amor o miedo?
Lo opuesto al amor es el miedo, no el odio” sugiere Yoko Ono, la segunda esposa de John Lennon y artista japonesa.
Y el educador brasilero Paulo Freire afirma también:
El contrario del amor no es, como muchas veces o casi siempre se piensa, el odio, sino el miedo de amar, y el miedo de amar es miedo de ser libre”.

El evangelio parece ir en la misma línea.
La barca de los discípulos es sacudida por olas y viento, así como nuestras existencias son sacudidas por temores, miedos, dificultades: a menudo “fantasmas”.
La gran mayoría de nuestros miedos y temores son infundados, imaginarios. Surgen justamente del miedo: el miedo genera fantasmas y los fantasmas ahondan los miedos. Es un circulo vicioso del cual es difícil salir. Hasta que nos instalamos en nuestra verdadera identidad: el amor.
Amor y miedo no pueden coexistir. Es la experiencia y el testimonio de los sabios de todos los tiempos y de todas las tradiciones espirituales.
Sería conveniente escucharlos y confiar en su experiencia.

Lo esencial entonces es conectar con nuestra identidad. Cuando Jesús aparece – continua Mateo su metáfora – todo vuelve a la calma. Calma y amor van de la mano. “Dios es calma”: para mi una de las “definiciones” más hermosas de la divinidad.
Jesús representa y revela nuestra más honda identidad: lo que Jesús es todos lo somos. Hijos amados, expresiones originales del único Amor.
En el fondo solo existe el Amor y tu eres – cada uno es – una expresión exquisita y original de lo Uno y Único.
Cuando descubrimos y conectamos con nuestra identidad eterna – el “Yo Soy” de Jesús – los miedos desaparecen, todo vuelve a la calma, todo se armoniza.

¿Cuales son los caminos para este descubrimiento y esta conexión?
Mateo sigue dándonos pistas: la confianza y el silencio.
Confianza y silencio nos llevan de la mano hacia nuestro ser más profundo.
Jesús invita al asustado Pedro a confiar. La fe es esencialmente confianza. La fe tiene poco o nada que ver con creencias: asentir mentalmente a “verdades” a las cuales la razón no llega a comprender. En el sentido más hondamente evangélico “fe es confiar”. Confío: la vida es radicalmente buena. Todo está bien.
Como decía Santa Juliana de Norwich: “todo está bien, todo estará bien y cada cosa estará bien”. O en una frase atribuida a John Lennon: “todo al final estará bien, y si no está bien, no es el final”.
Y Mateo nos advierte de una práctica constante que Jesús hacía: “subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo” (Mt 14, 23).
Soledad y silencio marcan la vida del Maestro.
¿y la nuestra?

Termino con un hermoso cuento:
-        “¿Qué es el amor?”, preguntó el discípulo.
-        “La ausencia total de miedo” dijo el maestro.
-        “Y qué es a lo que tenemos miedo?

-        “Al amor”, respondió el maestro.


viernes, 11 de agosto de 2017

Me palpita el Ser



Me palpita el Ser
cuando silencioso me escucho.
Frágil percepción que se esfuma                                                                     
en este instante.

Oh hombre egoísta:
¡No se puede retener el ser!
Demasiado libre para tus deseos.

No se puede aferrar el soplo humilde
y sereno del ser.
Solo se puedo serlo, juntos.

De la mano como dos enamorados.
Y mirarlo de vez en cuando
para contemplar la esquiva belleza.

Tercas ideas se quieren apropiar
de lo inapropiable.
Y seguís ciego viendo solo el sol.
¿Qué es el sol sin luna?

No hay desierto sin agua,
ni montaña sin valle.

Y otra vez: solo la muerte serena y quieta
te conduce feliz donde sopla el Ser.
En silencio escucho. Y respiro.
No hay distancias ni tiempos.

¡Mundo ruidoso que sin parar te mueves!
¿No aprendiste todavía que la casa del Ser es el silencio?
Y el silencio me escucha y me comprende.
En el silencio estoy en casa, deseado hogar.

Tiendo la mano en esta casa de paz
intentando una vez más aferrar el ser.
Y el soplo inaferrable del ser
me susurra con un guiño:

¿El silencio te respira o respiras el silencio?



domingo, 6 de agosto de 2017

Mateo 17, 1-9




La liturgia de hoy nos regala un texto fascinante y rico en símbolos: la transfiguración de Jesús.
Mateo construye hábilmente el relato haciendo referencia al capitulo 24 del libro del Éxodo donde se narra la teofanía del Sinaí. Los paralelos son evidentes: Mateo quiere mostrarnos que Jesús es el nuevo Moisés.
Los símbolos y las metáforas del relato son muchas y hablan por sí solas: la luz, el blanco, la voz de cielo, las carpas, la presencia de los profetas y los íntimos de Jesús.

A partir de todo esto y yendo más allá, ¿qué nos quiere decir y comunicar el relato de la transfiguración?
La palabra misma – transfiguración – resuena en el corazón humano sugiriendo hermosas realidades y valores: la transparencia, la coherencia, la belleza, la paz, la luminosidad.

¿Por qué Jesús es una persona transfigurada?
En otras palabras: ¿por qué Jesús era transparente, coherente, bello, pacifico y luminoso?
La respuesta es tan sencilla como revolucionaria. Tan simple como profunda.
Jesús era plenamente humano. Como sintetizó maravillosamente Leonardo Boff: “Tan humano, solo Dios”. Traduciendo: solo un Dios podría ser tan plenamente y bellamente humano.
Estamos en el centro y la clave del cambio de paradigma que se está dando en la conciencia humana y que los cristianos tenemos concentrado en el Misterio de la Encarnación: Jesucristo es plenamente y totalmente humano y divino.

El paso decisivo que nos exige este cambio de paradigma es comprender que la realidad entera, el Universo entero, es también así. La realidad – como siempre la iglesia supo y la Escritura anuncia – es cristiforme. Dios creó en Cristo, con Cristo, por Cristo nos dice la Palabra en varios lugares.
Todo tiene forma de Cristo. Es decir: todo es divino-humano.
No hay separación entre humanidad y divinidad. Lo que Jesús es y descubrió en su vida, todos lo somos y todo lo es.
Esto parece – y es – tan increíble y maravilloso que nos cuesta creerlo y aceptarlo. Por eso en la vida de la iglesia y de los cristianos entró el virus de la separación y hemos aislado al Maestro de Nazaret en un nicho inalcanzable. A partir de ahí entró también la creencia en una divinidad separada. Nos percibimos separados de Dios, entre nosotros, con la creación. La realidad es que no hay separación y – dicho al pasar –, la física cuántica confirma admirablemente todo eso: solo hay luz (el símbolo central de la transfiguración… ¿será casualidad?), solo energía, solo vacío. Luz, energía y vacío que se condensan y toman formas: todo lo que vemos y experimentamos.

Todo esto ¿qué significa para nuestro diario vivir?
En palabras de Willigis Jäger: “No es nuestra vida la que vivimos, es la vida de Dios”.
Es lo que todos los místicos de todas las tradiciones espirituales vivieron y anunciaron. Los cristianos hemos perdido el camino místico y nos hemos enfrascado en el callejón sin salida del rito y la moral. Es hora de volver a Casa. Volviendo a Casa recuperaremos también un rito y una moral humanizantes.
La transfiguración – y Jesús transfigurado – sugieren entonces que el camino para encontrarse con Dios y transparentarlo es el camino de nuestra plena humanización.
Podríamos resumirlo con otra frase: “Cuanto más humanos, más divinos”.
Viviendo nuestra humanidad y desarrollando las potencialidades y dones de cada uno descubriremos ahí mismo el rostro resplandeciente de lo divino.

Y parte esencial de nuestra humanidad es lo que llamamos “trascendencia”: no somos los dueños del Ser, somos sus guardianes.
Guardianes del ser”: hermosa expresión que el filósofo alemán Martin Heidegger reservaba a filósofos y poetas, pero que podemos aplicar a cada persona en sincera búsqueda de su verdadera identidad.

La trascendencia indica que hay siempre algo más, que somos siempre algo más. Que somos, justamente, un don. El ser nos es regalado.
Vivir a pleno nuestra humanidad es también – y sobretodo – descubrir eso: el don del ser. Don del ser: siempre nuevo, siempre más de lo que suponemos o imaginamos.
Descubierto el don será más espontanea y liberadora la vivencia de los valores que nos hacen plenamente humanos: solidaridad, justicia, fraternidad, compasión, amor.

En etapas y momentos de la vida tendremos que empezar a buscar el “don del ser” a partir del esfuerzo por vivir estos mismos valores humanos.
Pero una vez descubierto la vida se trasformará en una fiesta y una danza. La danza del Ser que baila en nosotros.







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