“Cuando mi oración se hizo más callada y más
interior,
tuve cada vez menos que decir.
Al final me callé del todo.
Me volví un oyente,
lo que seguramente es
un mayor contraste al hablar.
Primero creí que rezar era
hablar.
Pero aprendí que rezar no es
solamente callar, sino escuchar.
Así es:
Rezar no es escucharse hablar.
Rezar es:
Ir callándose y estar en silencio
y
esperar hasta que el orante
oye a Dios.”
Sören Kierkegaard (1813-1855)
El
silencio es el gran y el único maestro de la verdadera escucha. No se aprende a
escuchar sin sumergirse en el silencio. No sabemos escuchar porque no sabemos
hacer silencio. Nuestra sociedad es la sociedad de la palabra y de la imagen:
se habla y se mira demasiado y sin sentido. Nuestras palabras e imágenes dicen
poco (o no dicen nada) porque surgen del ruido mental y no desde el silencio
del Ser.
Sentarse
en meditación es la puerta al silencio y a la escucha. Tenemos que aprender a
sumergirnos en el más profundo silencio y abrir todos los poros de la escucha.
Se puede escuchar con cada poro de nuestra piel y de nuestro ser.
Volverse
silencio y volverse escucha: esta es la clave. Y esta es también la oración
pura donde dejamos a Dios ser Dios.
Dejar
que todas las imágenes mentales se diluyan y quedarse solo con la pura
percepción y atención. Notaremos la perdida del sentido común de nuestra
identidad y también de nuestro cuerpo. Desaparecerá lo que llamamos “yo” y solo
habrá atención, escucha, silencio. Solo habrá meditación sin meditador. En este
lugar sin-lugar hay que permanecer. En este tiempo sin-tiempo hay que
permanecer. Ahí hay pura oración. Porque solo hay apertura y disponibilidad.
Solo
hay unidad, solo lo Uno. Solo hay Dios.
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