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sábado, 27 de agosto de 2016

Desde lo que sobra - Lc 17, 10.



Así también ustedes, cuando hayan hecho todo lo que se les mande, digan: “Somos servidores inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”. (Lucas 17, 10).

Este versículo de Lucas me llamó siempre la atención. Y no solo a mi. Era y es un problema para muchos estudiosos y comentaristas del evangelio y en general para el pueblo cristiano.

¿Qué significa “somos servidores inútiles”? ¿Cómo interpretarlo? Es por demás sugerente que en la traducción misma muchas veces se omite el termino “inútil” para otras expresiones más fáciles de interpretar. La Biblia del pueblo de Dios traduce: “somos simples servidores”.
Es una posible y válida traducción, pero en realidad el termino griego (acreios) expresa ese sentido de inutilidad. Lo encontramos también en Mateo 25, 30 como cierre de la parábola de los talentos: “echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes”.

Desde nuestra visión mística de la realidad podemos vislumbrar su significado más profundo. Fascinante.
Ya hemos hablado en el blog de los distintos matices de lo “útil” y lo “inútil”, afirmando que en general podemos hablar de utilidad en sentido pragmático, pero que lo más hermoso y profundo de nuestra humanidad y experiencia hunde sus raíces en la “inutilidad” u otro tipo de “utilidad”. En sentido estricto lo que da sentido y belleza a la vida es – pragmáticamente – inútil: el amor, el arte, la amistad, el juego. Estas realidades expresan genuinamente el Ser y el ser se disfruta, se vive. Es pura gratuidad. Es la inutilidad más útil en definitiva: la que llena la vida, que da sentido.

Justamente por eso me parece tan bello y esencial este versículo: “Somos servidores inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”.

Casi siempre nuestro actuar brota de una sensación de vacío, de falta. Nos parece que al Universo le falta algo, que a nosotros mismos nos falta algo y con nuestras acciones y búsquedas intentamos llenar este vacío o completar lo faltante.
A partir de esta percepción nuestra vida y nuestro actuar se vuelven ansiosos, puramente pragmáticos, egoístas, inquietos.

Pero en realidad esta percepción es mental (podemos llamarla psicológica). A partir del silencio y la quietud se nos abre otra percepción y nos vamos dando cuenta que no falta nada. Más aún: sobra. En el Universo sobra vida, todo sobra. El mismo evangelista Lucas lo afirma: “Den, y se les dará. Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (6, 38).

“Sobra” no en el sentido que comúnmente damos a esta palabra: algo que ya no sirve, algo para tirar. Sino en el sentido de abundancia, de disponibilidad siempre presente, de gratuidad inaferrable.

¡Como cambia construir la vida desde lo que falta o desde lo que sobra!

Construir desde lo que falta – más allá que la misma percepción es superficial y no toca la realidad – siempre supondrá algo de ansiedad y agotamiento y sobre todo de ego. Nos la creemos: nos convencemos que somos nosotros a actuar, arreglando un Universo en falta. El hinduismo vio este tipo de falla cuando afirma: no hay un hacedor individual. Y el zen lo afirma diciendo que – en sentido estricto – no hay una persona iluminada, sino solo un actuar iluminado.

Es justamente lo que descubrimos cuando construimos desde lo que sobra: solo hay Vida. Vida Una que desborda por todos lados. Simplemente hay que fluir con ella y ordenarla, vivir en armonía. Entonces se hace patente el significado más profundo de nuestro amado versículo: “Somos servidores inútiles, no hemos hecho más que cumplir con nuestro deber”.

Inútiles porque todo está ya dado. Todo es gratuidad. Todo es perfecto. Todo es Vida y Vida abundante (Juan 10, 10). No es una inutilidad moral, es una inutilidad esencial o amorosa. ¿Qué podemos agregar a la plenitud del Amor?
Viviendo desde lo que sobra – desde la inutilidad evangélica – nos daremos cada vez más cuenta que no hay un actuar personal o individual, sino solo el Amor manifestándose en todo y a través de todo.

Resuenan las palabras del sabio Lao-Tse: “El universo es sagrado. No lo puedes mejorar. Si intentas cambiarlo lo estropearás. Si intentas asirlo, lo perderás”.








martes, 12 de abril de 2016

¿Sin amor?




“La obligación sin amor te hace malhumorado.
La responsabilidad sin amor te hace imprudente.
La justicia sin amor te hace duro.
La verdad sin amor te hace criticón.
La educación sin amor te hace contradictorio.
La inteligencia sin amor te hace astuto.
La amabilidad sin amor te hace hipócrita.
El orden sin amor te hace mezquino.
El conocimiento sin amor te hace obstinado.
El poder sin amor te hace violento.
La honra sin amor te hace arrogante.
La posesión sin amor te hace avaro.
La fe sin amor te hace fanático."


Lao-Tse



Lao-Tse vivió 500 años antes de Jesús. Es un filosofo chino y se le considera como el fundador del taoismo.
Sumamente interesante es destacar que ya 500 años antes de Jesús el buen Lao Tse ya había entendido todo...o casi.
Es un texto hermoso el de Lao Tse y nos recuerda el famoso himno al amor de San Pablo en la Primera carta a los corintios (1 Cor 13).

¿Que es lo que vio Lao Tse?
Vio la esencia de todo lo que existe, vio nuestra identidad más profunda.
Somos amor. La raíz de cada cosa es el amor. Solo el amor es real y solo el amor queda.
Lo descubrió Lao Tse. Lo anunció y lo vivió Jesús de Nazaret.
Lo testimoniaron multitides de seres humanos: cristianos, budistas, musulmanes, hinduistas, ateos.

Sabemos que es así. Todos lo saben. 
Nos cuesta experimentarlo y vivirlo. La humanidad queda atrapada por el miedo. Le tenemos todavía miedo al Amor. Porque le tenemos miedo a la muerte.
El Amor te desnuda, te despoja, te vacía y te llena.
No queremos morir a nuestro pequeño yo: no hay otro camino hacia el Amor. Le tenemos miedo a la plenitud y a la felicidad: ¡trágica paradoja!

¡Oh Amor! ¿Qué será de nosotros si Tu no nos quiebras?
Vuelve otra vez ¡Oh Amor! y entra sin temor.
Abres nuestros ojos, enciende el corazón de la humanidad.
Llevanos a tu casa, nuestra casa. La única casa. Donde siempre estuvimos y estamos. 
¡Oh Amor! Que nuestra frágil carne huela tu aroma. 
Que todo se aparte para que por fin seamos lo que ya somos: Tú, Oh Amor.







sábado, 22 de agosto de 2015

La ilusión del miedo

"No existe ilusión más grande que el miedo"

Lao Tzu





Lao Tzu o Lao Tse es un filosofo chino que vivió 500 años antes de Jesús. Se le considera como el fundador del Taoismo. Es asombroso descubrir la sabiduría que desde siempre vivió en el corazón humano y que algunos supieron descubrir y compartir con todos. 
Lao Tse nos dice que la ilusión más grande es el miedo. Me parece sumamente interesante profundizar en este tema. El miedo está mucho más presente en nuestras vidas y nuestras elecciones de lo que solemos pensar. Fundamentalmente existe un solo miedo: a la muerte. Los demás miedos son despliegue y matices de este único, terrible miedo. ¿Qué es este miedo a la muerte? Es el miedo a la aniquilación, a desaparecer, al no-ser, a la nada, al vacío. 
¿Qué pasaría si nos diéramos cuenta que la muerte misma es ilusión?
En esto hace hincapié nuestro amigo Lao Tse. 
Si me identifico con lo que desaparece, el miedo es inevitable. El cuerpo va a desaparecer, pero no soy mi cuerpo. Mi psique (afectividad, emociones, pensamientos) va a desaparecer, pero no soy eso. 
No soy lo que muere, no puedo serlo. Por eso es tan importante descubrir quién soy.
Lo que va a desaparecer pertenece al tiempo, a la forma, a la manifestación. No a la esencia. La esencia, lo que soy, no nace ni muere. 
Descubierto eso podemos ver que la muerte, en el fondo, es ilusión. Y si la muerte es ilusión, también el miedo. El miedo es la ilusión más grande porque la muerte es la ilusión más grande. 
A un nivel superficial muy probablemente siempre nos acompañará algo de miedo... No ponemos ahí nuestra atención. Es el momento de vivirse desde lo que somos: Uno con Dios, Amor Infinito, Vida divina expresandose momentáneamente aquí y ahora.  Desde ahí no existe muerte, no existe miedo, no existe ilusión. Simplemente Soy.

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