domingo, 31 de julio de 2016

Lucas 12, 13-21




Como siempre muy interesante el evangelio y muy cuestionador, sobre todo si logramos pasar la capa superficial y leerlo con profundidad, atención y empatía. Tendríamos que recordar siempre que la “letra” (el texto así como está escrito) es simple expresión del “Espíritu” (la fuente eterna y creativa de donde todo surge). Quedarse con la “letra” no nos lleva muy lejos. San Pablo lo dijo de manera contundente: “la letra mata, el Espíritu da vida” (2 Cor 3, 6).

Vamos al texto. Un hombre presenta a Jesús el caso de un problema de herencia. La herencia: problema tan antiguo como nuevo. Desde siempre el corazón humano tiende increíblemente a un chato y estúpido egoísmo que no lleva a ningún lado. Cuantas familias sufren y cuantas relaciones se quiebran por cuestiones de herencia, bienes, dinero. Esta búsqueda compulsiva de acumular tiene un nombre: codicia o avaricia. La codicia, lo vemos muy bien en la sociedad, es la causa principal de las peleas, los pleitos, las guerras, la violencia, el odio.

Jesús no entra – no quiere entrar – en estos líos. Simplemente nos advierte tajantemente: “Cuídense de toda avaricia”.
¿Por qué Jesús no se pone de juez o árbitro? ¿Por qué rechaza tomar posición?

Jesús vino a iluminar no a resolvernos "los problemas". Vino a dar la vida en abundancia (Jn 10, 10) no a compartir un código moral. Jesús nos invita a ser responsables de nosotros mismos y nuestras decisiones. Nos empuja a descubrir nuestro ser más autentico, porque sabe que solo desde ahí saldrán las decisiones correctas y humanizantes. La verdad está adentro, la luz está adentro. Nunca afuera.

Las decisiones que se toman solo y simplemente porque “otro me dijo” – cualquier otro sea, hombre o Dios no importa – no sirven para crecer. Más aún: aumentan la alienación de uno mismo. El evangelio está repleto de sugerencias e invitaciones a la interioridad y al descubrimiento de uno mismo: solo desde ahí las decisiones que tomamos serán constructivas y auténticas.

Recuerdo dos textos:

·      Jesús, llamando otra vez a la gente, les dijo: «Escúchenme todos y entiéndanlo bien. Ninguna cosa externa que entra en el hombre puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del hombre. ¡Si alguien tiene oídos para oír, que oiga!». Cuando se apartó de la multitud y entró en la casa, sus discípulos le preguntaron por el sentido de esa parábola. Él les dijo: «¿Ni siquiera ustedes son capaces de comprender? ¿No saben que nada de lo que entra de afuera en el hombre puede mancharlo, porque eso no va al corazón sino al vientre, y después se elimina en lugares retirados?». Así Jesús declaraba que eran puros todos los alimentos. Luego agregó: «Lo que sale del hombre es lo que lo hace impuro. Porque es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino. Todas estas cosas malas proceden del interior y son las que manchan al hombre” (Marcos 7, 14-23).

·      ¿Por qué no juzgan ustedes mismos lo que es justo?” (Lucas 12, 57).

Descubierta nuestra identidad más profunda, nos percibiremos UNO con Dios; vida de Dios que se expresa en mí, en todos y en todo. Ahí no habrá dos voluntades y dos decisiones: el elegir y el caminar serán el elegir y el caminar de Dios en mí y a través de mi. Ahí la codicia no tiene ningún lugar y poder, porque habremos dejado de confundir “lo que somos” con “lo que tenemos”. Mi identidad más profunda no tiene nada que ver con lo que tengo o puedo llegar a tener. Mi identidad más profunda es vida divina. Amor pleno y desbordante.

¿Queda algo para codiciar cuando lo soy todo?


jueves, 28 de julio de 2016

El resplandor de la dicha



Cuando se ha visto una sola vez el resplandor de la dicha en el rostro de un ser querido, uno sabe que para el hombre no puede haber otra vocación que la de suscitar esa luz en los rostros que le rodean

                                                                                                                                           Albert Camus


Albert Camus (1913-1960) es un novelista, dramaturgo y ensayista francés. Un gran escritor sin duda. Muchas de sus obras fueron llevadas al teatro. Se le asocia al existencialismo ateo al igual que a otro gran escritor francés ateo: Jean Paul Sartre. Aunque Camus rechazó que se le asociara al existencialismo, sus obras y su pensamiento reflejan la tragedia de la vida humana, del sufrimiento, de la ausencia de Dios.

Pues bien, la sensibilidad humana de Camus es excepcional, como podemos ver de la cita de hoy. Me parece sumamente interesante que de una persona sin una experiencia de fe explicita pueda salir una luz tan bella. Sin duda, ya lo afirmé en este blog, el ateísmo no existe. Mejor dicho, puede existir como afirmación mental, pero lo real está impregnado de Dios. Simplemente y maravillosamente porque lo real es la vida y la vida es Dios: que se defina con esta palabra o con otras poco importa.

Nuestra experiencia humana es la misma experiencia de Dios. Dios que se vive humanamente. Y por eso nuestra experiencia humana es también divina.
Como dice Willigis Jäger: “No es nuestra vida la que vivimos, es la vida de Dios”. No deja de asombrarme tanta belleza y tanta creatividad.

Ver el “resplandor de la dicha” en un rostro es ver a Dios sin duda y vivir para engendrar ese resplandor es vivir como cristianos, vivir desde el Amor.
Me gusta mucho eso del “resplandor”. Tiene que ver con la luz, sin ser luz. El resplandor indica la luz, la presiente, la intuye, nos conduce a ella.
“El resplandor de la dicha” lo podemos ver por todos lados. Diría especialmente en la naturaleza y en los rostros humanos. Si nos detenemos y silenciamos nuestra mente frente a una sencilla flor, un pájaro, un árbol, podemos percibir este resplandor: la flor es dichosa y su dicha viene de disfrutar lo que es, sin miedo, sin apegos. Simplemente es.

En los rostros humanos ese “resplandor de la dicha” puede ser maravilloso también. Puede enamorarnos y extasiarnos, puede servir de inspiración para la poesía, la música, la pintura. Muy a menudo ese resplandor en el rostro humano queda oculto, detrás del entrevero del pensamiento y los sentimientos. Al ser humano le cuesta “simplemente ser”: quiere ser lo que no es o ser “esto” y no “aquello”. Así perdemos la simple pureza del ser.
Me resuena el poema de Jorge Guillen: “Ser, nada más. Y basta. Es la absoluta dicha.

El resplandor lo podemos ver y generar en el otro cuando simplemente somos. Cuando disfrutamos ser, así como el ser se manifiesta en el momento presente.
El amor, el amor simple que surge del ser, muchas veces logra despertar ese resplandor. Vivamos pues desde el amor: en efecto no hay vocación más divina que suscitar ese resplandor en otro rostro humano.

Gracias Albert que nos recordaste hoy que estamos hechos del “resplandor de la dicha” y que estamos llamados a despertarlo en el otro, cualquier otro.

Ser, aquí y ahora: resplandor de la dicha.





domingo, 24 de julio de 2016

Lucas 11, 1-13



El evangelio de hoy nos presenta el tema de la oración. El evangelista Lucas es muy sensible a esta tema; a menudo lo sugiere en su evangelio y nos presenta a un Jesús orante.

La oración: sin duda un aspecto fundamental en el ser humano y en todas las religiones. Desde siempre el ser humano reza, de una u otra forma. También lo que se profesan “ateos” viven de alguna manera formas de oración.

Porque “orar” – como afirma muy ajustadamente el teólogo español Juan María Castillo – es “expresar un deseo”. ¿Y quién no tiene deseos?

Esencialmente el ser humano es “deseo de infinito” hecho carne e historia. Dicho de otra manera: es anhelo de infinito, de inmortalidad, de vida eterna y plena; el anhelo de un amor infinito nace con cada ser humano y nos acompaña siempre.
Decía el filosofo francés Gabriel Marcel: "Amar a una persona es decirle: tú no morirás".

Tan importante entonces es el deseo, tan importante es la oración. Porque nos mueve de nuestras comodidades, de la conformidad, de una vida superficial y, a veces, sin sentido.
Orar entonces es mucho más que “pedir”. Una visión muy exterior de Dios desvirtuó tanto la oración que casi la identificamos pura y llanamente con pedir.
Decime en que Dios crees y te diré como rezas”, recita un conocido refrán. En otras palabras: según la experiencia de Dios que uno tiene así será su oración.

Comprendida desde un nivel más profundo, desde una experiencia de Dios como unidad y raíz de todo lo existente, la oración se transforma en algo fresco, vital, nuevo, transformador. Comprendemos que orar es esencialmente agradecer, contemplar, dejarse amar, hundirse en el silencio eterno.
¡Qué hermosa entonces es la oración!

Hacemos un pasito más. Fundamental pasito.

Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá…” (Lc 11, 9-10).

¿Cómo comprender estas otras enseñanzas de Jesús sobre la oración?
Por mucho tiempo no lograba comprenderlas cabalmente: ¿no estamos siempre necesitando algo? ¿No nos falta siempre algo?
Desde un tiempo, esencialmente desde que comencé a meditar con fidelidad, se me hizo la luz. Hermosa luz.
Jesús apunta a la autentica realidad, a nuestra más profunda identidad. Siempre Jesús nos invita – así también Buda y los auténticos maestros espirituales – a descubrir nuestra raíz, lo eterno en nosotros, lo que somos. Nos invita a salir de la ignorancia, de la confusión. Nos invita a trascender la estrechez mental y el ego, en definitiva.

El ser humano no es un manojo de deseos y necesidades. Deseos y necesidades hacen parte de nuestro ser más superficial y son herramientas que Dios nos puso en el corazón para que descubriésemos nuestro auténtico ser. Por eso el deseo bien vivido es clave. Por eso el deseo es oración, porque nos empuja a bajar a la raíz, a trascender lo superficial y la apariencia. Llegados, mejor dicho, descubierto nuestro autentico ser hasta el deseo y los deseos dejan de tener importancia. El budismo siempre lo ha enseñado: la paz y la felicidad surgen límpidas y plenas en ausencia de deseo. 

Desde occidente hemos muchas veces mal interpretado todo eso suponiendo que significaba un amputación de algo muy humano. Nada de eso: la supresión del deseo en el budismo nace justamente por sobreabundancia, no por falta. Si descubro la plenitud, ¿qué más hay que desear? El evangelio lo dice con las hermosas parabolitas del tesoro escondido y la perla fina: El Reino de los Cielos se parece a un tesoro escondido en un campo; un hombre lo encuentra, lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, vende todo lo que posee y compra el campo. El Reino de los Cielos se parece también a un negociante que se dedicaba a buscar perlas finas; y al encontrar una de gran valor, fue a vender todo lo que tenía y la compró.” (Mt 13, 44-46).
Descubierto el tesoro o la perla, ¿queda algún deseo?

Pidan y se les dará, busquen y encontrarán, llamen y se les abrirá. Porque el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá…” expresa que en el fondo ya somos lo que anhelamos y, por ende, ya lo tenemos todo.

En las lúcidas palabras de Enrique Martínez: “Somos ya lo que nuestro corazón anhela. No hay ninguna distancia entre lo que somos y lo que anhelamos, excepto la ignorancia que nos impide verlo. Y desde esa identidad profunda, la “intercesión” funciona: somos una gran Red, y todo repercute en todo. Por eso, la “oración” siempre llega a las personas por quienes oramos.

Así podemos también comprender esta palabras de Jesús en el evangelio de Marcos (11, 22-24):

Tengan fe en Dios. Porque yo les aseguro que si alguien dice a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, sin vacilar en su interior, sino creyendo que sucederá lo que dice, lo conseguirá. Por eso les digo: Cuando pidan algo en la oración, crean que ya lo tienen y lo conseguirán.

Ya lo tenemos todo, porque en el fondo lo somos todo. Claro: en una experiencia humana limitada. Dios se vive en nosotros, Dios quiere vivirse y experimentarse como persona humana. Lo ilimitado se manifiesta en lo limitado y lo eterno en lo temporal.
Depende desde donde me vivo. Si me vivo desde lo que soy viviré en una constante sensación de plenitud y los deseos y necesidades los asumiré desde la paz. Si me vivo desde los deseos y necesidades – el ego en el fondo – viviré siempre con cierta insatisfacción y angustia.





jueves, 21 de julio de 2016

Cual aleteo



"Cual aleteo
siempre enamorado
no lo poseas"


Amo la poesía. Siempre más. Casi como el silencio o, mejor dicho, desde el silencio. Dios es, antes que nada y por sobre todas las cosas, poeta. La poesía nos devuelve a nuestro centro, a nuestro ser, a la divinidad que somos. El camino espiritual es un volver a casa y la poesía es su sendero más hermoso.

Descubrí hace relativamente poco una forma de poesía muy simple y a la vez profunda, al alcance de todos: el haiku. El haiku es una forma poética japonesa que nace del asombro.  Consiste en tres versos, con una métrica determinada que en japonés se llaman moras. Transfiriendo a la escritura occidental, cada verso tiene que tener su número de silabas: 5, 7, 5. De todas formas puede variar ligeramente. El haiku también tiene que tener una referencia más o menos explicita a la naturaleza y las estaciones. Aunque surge antes e independientemente resuena en el haiku la paradoja típica del zen: a menudo se introduce una aparente contradicción. Típico del haiku es también cierta nostalgia y la sensibilidad frente al dolor.

El haiku fue y es usado por maestros zen como herramienta del camino espiritual. Un camino de descubrimiento interior, de conocimiento, de profundidad, de asimilación existencial cada vez más radical de la paradoja de la vida; en el haiku, luz y tinieblas, vida y muerte, alegría y tristeza conviven admirablemente.

Les comparto este haiku y les doy mi interpretación. Cada cual puede dar la suya: así es toda poesía, así es todo arte. Deja libre y crea libertad.


"Cual aleteo
siempre enamorado
no lo poseas"


En mi haiku de hoy intento expresar la belleza infinita y la fragilidad del amor, amor que no podemos poseer, pese su muerte.
El amor es parecido al aleteo de una mariposa: delicadísimo, invisible, fugaz y a la vez poderoso y que todo une. Dice un proverbio chino que “el aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.

La esencia del amor se nos escapa, porque el Misterio se nos escapa. La realidad última que sostiene todo y da vida a todo es inaferrable: no podemos comprenderla intelectualmente y menos poseerla. Intentar aferrar el aleteo de una mariposa es una tarea imposible. Podemos atrapar una mariposa, pero posiblemente la mataremos y al instante se termina el aleteo.
Solo podemos contemplar, vivir enamorados del amor. Dejar ser al amor. Disfrutemos entonces del aleteo de la vida, de la Presencia del Amor: Presencia única y eterna.
Porque en realidad solo el Amor está Presente pero, al querer poseerlo, lo estropearemos y se nos escapará.

Los invito a recorrer el camino del haiku... escriban sus propios haikus... desde el silencio saldrán solos, porque siempre han estado ahí.



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