En el evangelio de hoy Lucas nos hace un
resumen de la misión de las primeras comunidades vinculando la tarea misionera
al estilo de vida de Jesús: un estilo abierto, dinámico, itinerante y
desapegado.
Si leemos el texto desde un nivel de
profundidad que supera la simple lectura literal descubriremos aspectos muy
interesantes y transformadores. Subrayo con ustedes unos pocos.
La misión aparece como un cosechar. Generalmente en la iglesia se
habla de la misión como un sembrar,
sembrar que también tiene su noble sentido y su valor.
Hay que sembrar seguramente – hay
parábolas que nos lo recuerdan – pero el énfasis de hoy en la misión como
cosecha da un nuevo sabor y una nueva profundidad a la tarea misionera de la
iglesia. Estamos llamados a cosechar. Los frutos ya están, porque Dios está. La
presencia de Dios desborda por todos lados: esto hay que cosechar. Cosechar una
Presencia.
Cosechar una – mejor dicho – la
Presencia puede ser expresada de distintas maneras: descubrir una presencia que
ya está, dar un nombre a los frutos, saborear y disfrutar los frutos.
Desde esta comprensión se caen por si
solas otras visiones de misión que ya no corresponden a nuestro tiempo: misión
como conquista, misión como imponer una fe, misión como anunciar algo que no
está.
Entramos en el reino de la gratuidad:
todo es fruto, todo es un don que espera paciente nuestro reconocimiento,
nuestra cosecha.
La gratuidad nos trae la paz, lo sabemos
y lo podemos experimentar cada día. Paz que es otro gran mensaje del texto de
hoy.
Parecería que el gran don que el
evangelio nos invita a compartir es el don de la paz. Lo primero es llevar paz,
disfrutar la paz, compartir la paz.
Es así: cuando los frutos están, no hay
necesidad de competir y de luchar. Nadie tiene más Dios que otros. La plenitud de la Presencia de Dios está
disponible aquí y ahora para todos. Por eso el anuncio que sigue a la paz: “El Reino de Dios está cerca”, es decir,
está aquí, oculto en lo ínfimo y cotidiano, escondido en nuestro barro y
nuestra historia, mezclado a nuestros deseos y proyectos.
Y lo fundamental: para compartir
gratuidad y paz hay que descubrirla primero en nosotros. El camino espiritual que
va de la mano con el camino de crecimiento humano es justamente el
descubrimiento de que la paz no es algo que tenemos o que conseguimos. La paz
es lo que somos. Somos paz, porque somos vida divina. Nuestra raíz, nuestra
fuente es la paz. Desde ahí podemos vislumbrar la cosecha y los frutos.
Esto significa la hermosa expresión final
que Lucas pone en los labios de Jesús: “alégrense
que sus nombres están escritos en el cielo”. ¡Maravilloso!
Nuestra alegría no proviene de nuestros
logros y nuestros esfuerzos, como no proviene de nuestro frágiles éxitos o
nuestro superar fracasos. La alegría surge límpida e imponente desde el
descubrimiento de nuestra común identidad: amor gratuito. Amor que se traduce en
nuestra historia como gratuidad y como paz.
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