sábado, 29 de febrero de 2020

Mateo 4, 1-11



Empezamos el tiempo de Cuaresma, un camino interior de cuarenta días que nos llevará a la Pascua.
El evangelio de hoy comienza propio así: el Espíritu lleva a Jesús al desierto. “Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto” (Mt 4, 1).

El verbo griego que traducimos con “fue llevado” es bastante fuerte y está en forma pasiva. El Espíritu empuja con fuerza a Jesús hacia el desierto: la acción y el protagonismo son del Espíritu.
Bastaría este versículo para vivir plenamente y con provecho la Cuaresma.
¿Es el Espíritu el protagonista de nuestra vida?
¿Nos dejamos conducir por él?
Jesús es el hombre del Espíritu, el hombre atento y disponible.
Solo el Espíritu conoce los caminos y los tiempos.
Por eso es tan esencial dejarse conducir por ese mismo Espíritu.

En nuestro peregrinar por esta vida normalmente se nos presentan dos grandes peligros: o nos creemos los protagonistas de nuestro viaje espiritual y entonces entra en juego el ego que nos conducirá por tortuosos caminos o, por otro lado, vivimos a la deriva, sin rumbo y sacudidos por cualquier corriente o viento que se parece.

La clave está en conectar con el Espíritu y dejarle el protagonismo y las riendas de nuestra existencia.
¿Dónde se encuentra el Espíritu?
¿Cómo conectar con el Espíritu?
Intento dar unas pistas.
En primer lugar el Espíritu no lo encontramos en ningún lugar. Porque no hay ningún lugar ni ningún tiempo adonde el Espíritu no esté presente y actuante. El Espíritu lo llena todo, lo anima todo, todo lo sostiene en el amor y en la vida. El Espíritu es el ambiente vital en el cual nos movemos, amamos, existimos. El Espíritu es el aliento de todo aliento, late con los latidos de nuestro corazón, fluye con nuestra sangre en las venas, mira a través de nuestras miradas.
Tan presente y cercano el Espíritu: es la Vida de nuestra vida.
Esto no quita que podamos crear o buscar unas condiciones más favorables para darnos cuenta de esta presencia y eso es, justamente, lo que propone este tiempo de Cuaresma: oración, atención al otro, entrega personal.
Uno de los textos sagrados del hinduismo y entre los textos espirituales más antiguos de la humanidad, las upanishad, dice así: No existe ningún otro vidente, excepto él, ningún otro oyente que no sea él, ningún otro observador excepto él, ningún otro conocedor, excepto él, este Ser, el gobernante interior, el inmortal.
Tan íntimo el Espíritu que no lo vemos y tan íntimo que no nos damos cuenta de su presencia.

Por eso que la primera clave es salir del dualismo. Salir del dualismo significa salir de la mente dual. Hasta que dejamos en mano de nuestra mente – lo que significa en manos de los pensamientos, los sentimientos y las emociones – nuestra vida espiritual no podremos salir del dualismo y con él no saldremos de la ilusión de la separación: con uno mismo, con Dios, con los demás.
Salimos del dualismo acallando la mente y entrando en el espacio sagrado del silencio. Cuando la mente se aquieta y surge el silencio desaparece el dualismo y percibimos la realidad única…y el único Espíritu que la hace ser.

La segunda clave para conectar con el Espíritu es la atención.
La atención no puede ser mental obviamente, sino recaemos otra vez en el dualismo. La atención debe surgir desde el interior, desde otro nivel de conciencia. Es una atención transmental. Es la atención del testigo imparcial, del observador. Es la atención que también observa la mente. Desde esta atención empezaremos a percibir más claramente la presencia del Espíritu.
Descubriremos con asombro e inmensa alegría que somos uno con este mismo Espíritu. Percibiremos simultáneamente que vivimos en Él, que Él vive en nosotros y que Él nos vive.
Entonces surgirá espontanea la disponibilidad.
Los miedos y las inseguridades se caen y dejaremos al Espíritu manifestarse y expresarse libremente a través de nosotros.
Cuando dejamos que el Espíritu conduzca nuestra existencia y nos entregamos con total disponibilidad, ocurrirá el milagro que solo podemos expresar paradójicamente: seremos nada y todo, totalmente aniquilados y totalmente plenos. Seremos libertad. No “libres”, porque ya no habrá un “yo” que se sienta “libre”. Seremos pura libertad porque, en y desde el Espíritu, seremos Uno con Él, perfecta y plena libertad.
Desde esta perfecta libertad podremos vivir el desierto y las tentaciones con total confianza y serenidad.
El desierto se convertirá en lugar de soledad, de purificación y de intimidad con Dios y las tentaciones en lugar de autoconocimiento y de crecimiento.


sábado, 22 de febrero de 2020

Mateo 5, 38-48


En el texto de hoy Mateo nos muestra concretamente lo que significa que Jesús “no vino a abolir la ley, sino a darle plenitud”.
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente” (5, 38 – Ex 21, 24): esta era una ley del Antiguo Testamento – la famosa ley del talión – y en aquel tiempo y contexto era un avance en humanización: la venganza por un daño recibido no se podía dejar a la arbitrariedad, sino que tenía que ser proporcional.
La conciencia humana evoluciona y crece en los procesos y la Biblia es también la historia de esta evolución humana a la luz de la presencia y la pedagogía de Dios.
Como decía el teólogo uruguayo Juan Luis Segundo la clave para leer la Biblia está en el aprendizaje. Todo el camino humano es un “aprender a aprender”. El proceso pedagógico que Dios hace con la humanidad desde dentro de la historia es el proceso del “aprender a aprender”.
Con Jesús llegamos al centro de la cuestión, a la plenitud de la ley.
Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente”: “pero yo les digo…” (5, 39). En este “yo les digo” está la plenitud y el significado de toda la ley: el amor.
Como vimos la semana pasada, toda ley está en función y a servicio del amor.
si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, preséntale también la otra. Al que quiere hacerte un juicio para quitarte la túnica, déjale también el manto; y si te exige que lo acompañes un kilómetro, camina dos con él. Da al que te pide, y no le vuelvas la espalda al que quiere pedirte algo prestado” (5, 39-42).
Con Jesús la revelación del amor llega a su plenitud y no solo por sus palabras, sino por su manera de vivir y por su entrega hasta la muerte en cruz y la resurrección.
Toda la ley y todas las palabras de Jesús son herramientas que nos conducen paulatinamente al descubrimiento del amor.
Un amor hasta sus más altas exigencias y manifestación: “Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores” (5, 44).

Todo esto puede parecernos utópico e hasta imposible para personas comunes como todos nosotros. Tal vez pensamos que es un llamado reservados a pocos elegidos o a personas con dones especiales.
En realidad no es así: el llamado al amor radical es para todos. La razón es muy simple: el amor es lo que somos, lo que define nuestra esencia, lo que nos sostiene desde dentro a cada instante.
Por eso que estas altas exigencias del amor no pueden ser una tarea del “yo”. No llegamos a la cumbre del amor con la voluntad o el esfuerzo.
La sola voluntad o el simple esfuerzo llevan a la frustración, al cansancio y al orgullo.

La clave la encontramos en el versículo final: “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo” (5, 48).

“Perfecto” traduce el término griego τέλειός (teleios), pero τέλειός tiene justamente el sentido de completo, pleno.
La traducción “perfecto” aunque es aceptable, refleja una cosmovisión y el antropomorfismo subyacente: aplicamos a Dios nuestro concepto humano de perfección. En este sentido la invitación de Jesús es absurda e incomprensible y, más aún, puede llevar a trastornos psico-espirituales.

Entonces podríamos traducir de esta manera: “Sean completos como es completo el Padre que está en el cielo”.
Sean completos” no hay que leerlo en un sentido futuro y de un logro de algo que ahora no poseemos. “Sean completos” hay que leerlo en su sentido afirmativo y actual: ustedes son completos y plenos como el Padre. Justamente porque la experiencia y la visión de Jesús sugiere la no-dualidad: Dios no es un Ser separado sino el Misterio de Amor en el cual “vivimos, nos movemos y existimos” (Hc 17, 28).
Sean completos”: vivan a partir de la plenitud que son y de la plena comunión de amor con el Misterio. Vivan desde la plenitud de Dios en la cual están sumergidos y de la cual son manifestación.

Dios es plenitud y el amor es plenitud. El amor, en su sentido estricto, no tiene que ver con los sentimientos y las emociones. Los sentimientos y emociones simple y maravillosamente son reflejos (pueden reflejar) del Amor que todo lo constituye.
Amor es la esencia de lo Real. Amor es la totalidad de lo que somos y lo que es.
Por eso que la clave para vivir este amor en lo concreto de nuestras existencias no está en el esfuerzo de voluntad individual – esfuerzo destinado al fracaso – sino en el reconocimiento de nuestra identidad completa.
Somos uno con este Dios, somos uno con el Amor.
Cuando descubrimos que nuestra identidad profunda, como la identidad de todas las cosas, es amor, nos viviremos desde ahí. Nos viviremos desde el amor que somos como un dejar fluir nuestra propia esencia. Entonces todo es posible, entonces ocurren milagros por doquier. Descubriremos que “el otro soy yo” y por eso no existen “enemigos”; el “enemigo” es una creación y reacción mental de quien se cree separado y se vive desconectado de su propio ser.

Esta es la historia de los santos y los místicos: no es la historia de superhéroes o superhombres. Es la historia de personas comunes y “normales”, con limites y dones, que supieron ver y conectar con su propia esencia.
Desde ahí, en sentido estricto, no fueron ellos los que amaron y los que hicieron de su propia vida una entrega.
Fue el Amor mismo, que cuando encuentra el vacío, puede expresarse libre y plenamente.
Fue Dios mismo que se vivió a través de personas libres de su ego, de su “yo” superficial.
Dejémonos alcanzar por la plenitud de Dios. Dejémonos vivir por el Amor que somos y que todo lo llena.






viernes, 21 de febrero de 2020

Polvo. Ceniza. Nada.



Manresa y Cataluña están viviendo un preludio primaveral y este tipo de preludio invita a caminar. Ayer en una de estas caminatas mañaneras quise entrar en el cementerio de Manresa. A la salida me encuentro con la escrita en latín: “Pulvis. Cinis. Nihil.”; Polvo. Ceniza. Nada.
Se podría pensar: ¡Qué buen comienzo de jornada! ¡Qué linda primavera! Y, ya que hoy es también mi cumpleaños, se podría decir: ¡Qué linda reflexión para celebrar la vida!
Y si, después del primer susto, es así.
Somos polvo, ceniza, nada. Como somos luz, amor y vida.
En esta forma humana temporal somos muerte como somos vida.
Vida y muerte son las dos caras de la misma moneda.
Todos los sabios de todas las tradiciones religiosas nos invitan a entablar una relación amistosa con la muerte.
“¡Morir antes de morir!” nos advierten. 
La muerte está siempre mucho más cerca de lo que imaginamos. Está serenamente agazapada a la vuelta de la esquina, en el umbral de nuestras casas. Está ahí porque justamente es la otra cara de la vida. No podría estar lejos.
“Morir antes de morir” es aceptar con radicalidad y serenidad lo pasajero de esta forma en la cual la vida se expresa. Aceptar que todo nace, crece y muere es entrar en la Paz inacabable. La Paz de Dios.
Si logramos ver la muerte como la otra cara de la vida el juego está hecho. Le hemos ganado el partido al miedo y a la angustia.
Lo que llamamos “vida” y “muerte” se desarrollan adentro del Gran Misterio que es la Vida Real y Total, sin otra cara, sin oposición.
Estamos llamados a enraizarnos en este Misterio y a vivirnos desde ahí. Descubriremos la pura libertad y belleza. Viviremos desde la Infinita Paz del Ser.
Bendecido polvo, bendecida ceniza y bendecida nada si nos conducen al Amor y a la Vida.



sábado, 15 de febrero de 2020

Mateo 5, 17-37




Seguimos con el capitulo cinco del evangelio de Mateo que hoy nos presenta una tema muy relevante: la relación entre la ley y el amor.
Todo el texto, con sus múltiples ejemplos, se puede leer y resumir bajo esta luz.

Mateo quiere subrayar la continuidad de Jesús con Israel y sus leyes y por eso pone en boca de Jesús las palabras: “No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” (5, 17) y lo que sigue.
Por otro lado Mateo se da también cuenta de la ruptura y novedad del mensaje de Jesús: “Les aseguro que si la justicia de ustedes no es superior a la de los escribas y fariseos, no entrarán en el Reino de los Cielos” (5, 20).
Las primeras comunidades cristianas percibían esta tensión entre la continuidad y la novedad del mensaje del evangelio.
Después de dos mil años de cristianismo y su evolución la tensión no es tanto entre las leyes del judaísmo y la llamada al amor, sino entre las leyes de la iglesia y la ley en general y el mismo llamado al amor, que sigue vigente más que nunca.

Comprender la relación entre ley y amor es esencial para una vida plena y que tenga sabor a verdadera libertad.
Las palabras que Mateo pone en boca de Jesús al comienzo de nuestro texto son geniales: No piensen que vine para abolir la Ley o los Profetas: yo no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento.
“Dar cumplimiento” se puede también traducir con “dar plenitud”.
¿Qué significa que Jesús confiere plenitud a la ley?
Significa que le otorga su verdadero sentido, su valor, su significado.
¿Para que sirve una ley – religiosa o civil en este caso poco importa –?
Una ley sirve para conducirnos al amor: simple y maravillosamente esto. San Pablo lo había visto y centró en esta verdad todo su anuncio: “toda la Ley está resumida plenamente en este precepto: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Gal 5, 14); “el que ama al prójimo ya cumplió toda la Ley” (Rom 13, 8).
También San Agustín lo vio así y nos dejó el famoso aforismo: “Ama y haz lo que quieres”. A veces se traduce la expresión latina “dilige et quod vis fac” con “ama y haz lo que quieras”, pero la traducción correcta es “ama y haz lo que quieres”. Es decir: que la acción surja de la conexión con el amor que eres. Entonces no habrá conflicto ni tensión entre “ser” y “voluntad”: son la misma y única realidad.

La ley es un pedagogo que nos conduce (o tendría que conducirnos… a menudo existen leyes va en la dirección opuesta) a la plena libertad y a la plenitud del amor.
Cuando una ley ya ha cumplido su labor de pedagogo o cuando, por alguna razón, no puede cumplirla, hay que rechazarla sin duda alguna y sin remordimiento.
Por eso que cuando nos dejamos animar y guiar por el amor ya no necesitamos ninguna ley. Esta es la experiencia común de todos los santos, místicos, maestros de todas las tradiciones religiosas de la humanidad. A esto estamos todos llamados.
Hasta que necesitamos de una ley externa para saber como comportarnos o para guiar nuestro caminar, nuestro amor es todavía inmaduro y frágil. En este proceso obviamente hay etapas, a nivel psicológico y espiritual y muchas idas y vueltas…pero es fundamental apuntar a la madurez, a la plenitud, al ser.

El amor que somos y nos constituye es tremendamente más exigente de cualquier ley. Por eso que no queremos escucharnos y no queremos descubrir quienes somos… es más cómodo y más fácil obedecer leyes externas que escuchar el llamado radical y transformador del amor.
Cuando nos escuchamos y conectamos con el Amor que somos y que nos llama ocurre el milagro: descubrimos la plenitud y una libertad radical. Y no hay vuelta atrás. Cuando viste – aunque sea por un instante – el amor que te constituye ya no serás el mismo y esa luz te perseguirá toda tu vida.

¡No necesitamos leyes! Somos libres, radicalmente libres. Somos el Amor que pide fluir a través de nosotros.
Si leemos el texto con atención notaremos un constante y penetrante transfondo: la interioridad.
Todo brota desde ahí. Jesús parece decirnos: vayan adentro, descubran el tesoro que son y que los habita, conecten con su esencia amorosa y pacifica. Vivan desde ahí, vivan desde el Amor que son y que los constituye.
Jesús fue el primero en darnos el ejemplo: hombre interior y sabio, se descubrió a sí mismo como hijo amado, como esencia divina y se vivió desde ahí, haciendo de su existencia una entrega radical, amorosa y libre.
El sufí Rumi también lo vivió y nos invita:
Nada tiene sentido, solo rendirse al Amor. Hazlo
Terminamos con otro hermoso texto de otro sufí, Hafiz:
Yo he aprendido tanto de Dios que ya no puedo llamarme cristiano, hindú, musulmán, budista o judío. La verdad ha compartido tantas cosas de sí misma conmigo que ya no puedo llamarme hombre, mujer, ángel o incluso alma. El amor ha penetrado en Hafiz tan por completo que me ha convertido en ceniza y me ha liberado de las imágenes y conceptos que mi mente había conocido.


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