sábado, 8 de febrero de 2020

Mateo 5, 13-16



Es extraordinaria la capacidad de Jesús de elegir elementos de lo cotidiano y transformarlos en símbolos de vida. Jesús se sirve de cosas simples y cotidianas para compartir su experiencia y para enseñar. Obviamente que elige estos elementos a partir de su humanidad, sensibilidad, originalidad. Por eso que tampoco hay que absolutizar estos elementos, pero sí, podemos aprender de Jesús a estar más atentos a la vida y a captar en todo lo que vivimos las huellas del Misterio.

Hoy Jesús se sirve de la sal y de la luz para conducirnos al descubrimiento de nuestra verdadera identidad.
Jesús dice: “Ustedes son la sal de la tierra” (5, 13) y “ustedes son la luz del mundo” (5, 14).
No dice: “ustedes deben ser” o “tendrían que ser”.
Jesús nos muestra directamente lo que somos y nos invita a mirar directamente a lo esencial.
En muchos casos nuestra educación humana y cristiana siguió la dirección moral: “tienen que ser”. A partir de esta visión – diría poco evangélica y bastante superficial – hemos desarrollado un humanismo y cristianismo del “deber”, del “merito”, del “esfuerzo”. Ser buena persona coincidía con esforzarse para ser virtuoso y así ganarse el paraíso. Una visión así del ser humano y del cristianismo nos ha llevado – entre otros elementos por supuesto – a la frustración, al individualismo y, en general, a la crisis actual.
La frustración aparece porque nos damos cuenta que no logramos con nuestros esfuerzos alcanzar una supuesta plenitud – sal o luz exteriores – que no nos pertenecería.
El individualismo aparece cuando – aparentemente – logramos algo. El ego (el falso yo) se adueña de los resultados y se cree el artífice del logro.
Todo esto lleva a una crisis.
¡Bendecida crisis que nos empuja a abrirnos y a ver!
Es una crisis que se manifiesta como hipocresía, desilusión, cansancio, apatía, tristeza.
Es la crisis que surge de la creencia que hoy Jesús deshace: somos incompletos y pecadores.

Ustedes son la sal de la tierra”, “ustedes son la luz del mundo”.
Ya somos lo que estamos buscando. La luz que buscamos es la luz que somos. La sal que buscamos es la sal que somos.
¿Qué contienen estos maravillosos símbolos?
Sal y luz nos conectan directamente al Ser. Nos hacen vislumbrar la esencia, más allá de las formas en las cuales se manifiesta.
La luz “no tiene que hacer nada” para iluminar y la sal “no tiene que hacer nada” para salar.
Nosotros “no tenemos que hacer nada” por ser. Ya lo somos. Todo lo que intentamos “hacer” por ser se convierte en impedimento y un obstáculo para que la esencia brille; este es el sentido del dicho zen: “El camino es el obstáculo”.
Y por eso que en el budismo se dice: “no intentes ser un Buda. Sé un Buda”.
Exactamente lo mismo podemos decir los cristianos: “no intentes ser Cristo. Sé Cristo”.
El intento por ser y el hacer crean un ilusorio espacio entre lo que somos y lo que pensamos deberíamos ser o queremos ser.
Es como la fundamental vivencia del momento presente. En el instante que pensamos: “tengo que vivir el presente” ya estamos afuera del mismo. No pienses en el vivir el presente, vívelo.
Cuando “intentamos ser” lo que ya somos, la sal pierde su sabor y la luz se esconde debajo de un cajón.
La sal da sabor simplemente siendo lo que es y la luz ilumina simplemente siendo lo que es.
¿Por qué nosotros “intentamos ser” lo que ya somos, intentamos ser otra cosa de lo que somos y nos creemos separados del Ser?
Porque estamos enajenados de nosotros mismos y estando lejos de nosotros nos percibimos lejos del Misterio, de Dios, del Ser.
La vuelta a casa consiste en tomar conciencia de nuestra propia esencia, en conectar con nosotros mismos. Como afirma metafóricamente Maestro Eckhart: “Dios ya está en su casa, somos nosotros que salimos a dar un paseo”.
Haz silencio. Aquieta tu mente y tu corazón. Conecta con tu esencia. Lo demás fluirá armoniosamente como expresión maravillosa de tu ser.



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