sábado, 29 de julio de 2023

Mateo 13, 44-52


 


Con las tres breves parábolas de hoy se termina el “discurso parabólico” de Mateo, este bellísimo capitulo trece.

El trasfondo de las primeras dos parabolitas – el tesoro y la perla – es el de la búsqueda.

Y Jesús nos aseguró que toda búsqueda sincera, tendrá éxito: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7, 7-8)

 

Jesús compara el Reino de Dios con este tesoro y esta perla que, una vez encontrados, se convierten en experiencia de plenitud y de inmenso gozo. Todo lo demás se vuelve relativo.

Sin duda fue la experiencia de Pablo: “todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él” (Fil 3, 8-9).

 

Tal vez las dos preguntas esenciales, podrían ser:

 

¿Qué es el Reino de Dios?

¿Por dónde tiene que ir nuestra búsqueda?

 

Podemos ver el Reino de Dios como el sueño de Jesús de un mundo fraterno, solidario, justo, donde el amor reciproco sea el centro: sería el proyecto originario de Dios para la humanidad. Pero hay otro nivel más profundo.

Es el nivel interior. El evangelista Lucas lo expresa así: “El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está entre/en ustedes” (17, 21).

El adverbio griego “ντς” significa a la vez “entre” y “en”.

Desde esta visión más interior y profunda – que no quita la otra – podemos decir que el “Reino de Dios” es nuestra identidad más profunda, es el fondo común de lo real, es la esencia de cada cosa.

 

Por eso, este Reino es un tesoro y una perla, por el cual todo lo demás pasa a ser secundario y relativo… ¡no se vende todo, no se deja todo, por algo que no sea esencial!

 

Si no sé quién soy, ¿para qué me sirve llenarme de cosas?

Si no sé quién soy, ¿para qué tanto hacer, tanta ansiedad?

Si no sé quién soy, ¿adónde voy?

 

Jesús, a través de estas parábolas, quiere llevar nuestra búsqueda a lo esencial, a lo que nos regala la paz y la plenitud.

 

¿Qué es lo que buscamos?

¿Cuál es el anhelo más profundo del corazón?

 

San Agustín lo expresó de manera maravillosa y contundente: Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti.

Este es el anhelo de cada corazón humano, de todas las épocas y las culturas. Un anhelo que a menudo queda en el inconsciente o se disfraza de deseos más superficiales.

 

Es el anhelo de una vida plena, de un amor eterno, de un gozo inefable.

 

¿Eres consciente de este anhelo?

¿Eres fiel a tu anhelo? ¿Le das cabida?

Este anhelo es lo que somos: ¡qué hermoso! ¡Qué fantástico!

 

Somos anhelo de plenitud. Por eso, desde este nivel, ya somos plenitud.

Cuando escuchamos el anhelo, se termina la búsqueda compulsiva y se terminan las mil y sutiles formas que tenemos de buscar “consolaciones” parciales y transitorias; consolaciones que encontramos en lo superficial de las “adicciones legales”: consumismo, sexo, dinero, fama, poder, éxito, reconocimiento, apariencia, honores y títulos.  

 

El “tesoro” y la “perla” entonces… ¡eres tú! Eres tú en tu verdadera identidad: Uno con lo divino, expresión de la vida de Dios en este mundo, hijo de la luz y de la resurrección.

 

Por eso los grandes místicos de todas las tradiciones espirituales, no se cansan de repetir:

 

¡Eres lo que estás buscando!

¡Lo que buscas, te está buscando a ti!

 

Esta es la paradoja esencial de la existencia. Dios ocultó este misterio… por eso el “tesoro” y la “perla” de nuestras parábolas, están “escondidos” en el campo.

El diamante que estás buscando está escondido en tu bolsillo… ¡y no te diste cuenta!

La plenitud que buscas “afuera”, está en tu corazón y es lo que tú eres.

 

¿Por qué este misterio?

¿Por qué Dios ocultó este misterio?

 

Porque Dios mismo tuvo que ocultarse para crear, Dios tuvo que “retirarse” – como nos explica la mística hebrea – para que el universo sea. Lo Infinito tuvo que esconderse en lo finito… Dios se oculta y se esconde, para que tu pueda existir: ¡nuestra mente se pierde, en esta inmensidad de Amor!

 

Este misterio está oculto también, para mantenernos en la humildad e impedirnos manipular el Misterio… desde siempre nuestros intentos de poseer, controlar y manipular el Misterio se ven frustrados. El Misterio se nos escapa y siempre se nos escapará, también cuando termine la obsesiva búsqueda.

 

Por eso siempre nos queda vivir de emuná, de confianza radical. La emuná nos recuerda que somos este Misterio que buscamos, también cuando todo anda mal, cuando vivimos la frustración, y cuando el dolor y la soledad nos visitan.

 

Por eso podemos también decir con absoluta certeza: ¡el Reino de Dios es la emuná!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 22 de julio de 2023

Mateo 13, 24-30


 

 

Seguimos con el capítulo 13 de Mateo, el “discurso parabólico”. Hoy se nos ofrece otra hermosa y famosa parábola: la del “trigo y la cizaña”.

El gran tema de fondo, es la relación entre el bien y el mal.

Desde siempre es un tema que intrigó a los filósofos y a las religiones:

 

¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal?

¿Cuál es la relación entre ellos?

¿Por qué existe el mal?

 

El “problema del mal”, especialmente, puso y pone en cuestión la existencia de Dios. Tenemos, por ejemplo, el famoso cuestionamiento: Dios, o es omnipotente o es bueno y no puede ser las dos cosas a la vez. Si es omnipotente y permite el mal, entonces no es bueno. Y si es bueno y no puede evitar el mal, entonces no es omnipotente.

El razonamiento lógico está perfecto. El problema radica justamente en nuestra lógica humana. El Misterio de Dios trasciende nuestra lógica… ¡gracias a Dios!

Recordamos las palabras de Pablo: “Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (1 Cor 1, 25).

 

¡Atención!

Aplicar a Dios nuestros razonamientos sin más – y, peor aún, absolutizarlos – nos introduce en un túnel sin salida.

El camino místico nos abre otra puerta, más humilde, más respetuosa del Misterio y más radical. Afirma el máximo historiador de la mística hebrea, Gershom Scholem (1897-1982): “La mística es un continuo destruir todas las formas, que sólo emergen, para ser nuevamente destruidas”.

La mística destruye toda forma (imágenes y conceptos en este caso), para que no caigamos en la idolatría. Dios está siempre más allá… y más acá. Nuestras imágenes y conceptos sobre Dios son simplemente esto: imágenes y conceptos; necesarios para caminar a veces y en algunas etapas de la vida, pero siempre sujetos a destrucción y transformación, para que caminemos con libertad y humildad hacia el horizonte oceánico e infinito del Misterio siempre mayor, siempre nuevo, siempre fresco y nunca agotado por nuestras mentes.

Dicho esto, volvamos al trigo y a la cizaña, al bien y al mal.

 

¿Cuál es la gran enseñanza de esta parábola?

 

Bien y mal son conceptos relativos. Diciendo esto, no estoy diciendo que “todo es relativo”; estoy diciendo que los conceptosnuestra aproximación mental y nuestra formulación lingüística – son relativos; porque nuestro conocimiento es relativo, siempre se da en perspectiva, desde un punto, desde el aquí y el ahora.

 

Por todo eso Rumi – uno de los más grandes místicos de la historia – pudo afirmar: “Más allá de todas las ideas del bien y del mal se extiende un campo. Allí me encontraré contigo.

 

Sabemos por experiencia que un “bien hoy”, puede ser un “mal mañana” y viceversa… o que un bien para mí, no lo es para el otro y viceversa.

También sabemos por experiencia que muchas veces, lo que considerábamos un “mal”, fue nuestro gran maestro y terminamos agradeciendo este mismo “mal” … y en realidad, si hemos aprendido del supuesto mal, ya no puede ser considerado como “mal”. El “mal” se convirtió en “bien”, la oscuridad en luz.

 

A pesar de estas experiencias, seguimos actuando con necedad, intentando erradicar el mal o luchando en contra del mal. El dueño del trigo de nuestra parábola, no arranca la cizaña, contra todo sentido común y contra toda lógica de un buen agrónomo.

Espera, tiene paciencia. Vendrá el momento de la purificación. Los tiempos no son nuestros. Nuestra tarea es comprender que el “supuesto mal” – lo que etiquetamos como mal – tiene un rol, tiene una función, una maestría para darnos.

 

Una última y fundamental observación.

San Pablo diría: “¿Qué diremos entonces? ¿Qué debemos seguir pecando para que abunde la gracia? ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él?” (Rom 6, 1-2).

Estamos llamados a buscar el bien, hacer el bien, a vivir desde el amor, en el amor, hacia el amor… sabiendo que, misteriosamente, en este proceso y aprendizaje, nos enfrentaremos con un gran entrenador y maestro: “el mal”, la cizaña. Intentar destruirlo o arrancarlo antes del tiempo, no servirá de nada y producirá más “mal”.

La historia enseña, como siempre.

 

Si lograremos aceptar el mal, asumirlo, aprender y transformarlo en luz, creceremos en consciencia y en el amor.

 

¿Jesús no hizo así, con su muerte en la cruz?

 

(Sobre este tema tan importante pueden ver mi video en YouTube: https://youtu.be/B9zM1ju9s98)

 

 

 

 

 

 

sábado, 15 de julio de 2023

María, mujer del silencio

 


 

 Como sabemos, los evangelios nos transmiten muy pocas palabras de María. Según los evangelios canónicos, María habla 4 veces: en la anunciación (Lc 1, 26-38), en la visita a la prima Isabel (Lc 1, 46-55), cuando Jesús se pierde en el templo (Lc 2, 48) y en la boda de Caná (Jn 2, 1-5). Así que solo Lucas (3 veces) y Juan (1 vez) nos transmiten palabras de María, mientras que Mateo y Marcos no reportan ninguna palabra.

 

¿Por qué los evangelios son tan sobrios con las palabras de María?

 

Sin duda porque los evangelios son el anuncio de la Buena Noticia de Jesús de Nazaret y se centran especialmente en el evento pascual. Por otro lado, también podemos suponer, con suficiente certeza, que si los evangelios nos transmiten pocas palabras de María es también porque María hablaba poco. María es la mujer del silencio. Mujer del silencio no tanto y no solo de palabras, cuanto, de ego, de auto referencialidad. María es descentrada, su centro es Dios.

 

En el fondo María pronuncia una sola palabra: “fiat”, “si”. María no tiene nada que decir, porque ella es el espacio donde el Espíritu puede hablar. María calla, para que hable el Espíritu; y cuando habla el Espíritu la “magia” ocurre, la vida se manifiesta, Dios se revela. María es este espacio vacío, donde Dios puede expresarse, es un pentagrama blanco, donde la melodía divina toca su música.

 

El silencio de María es todo un programa de vida para nosotros y toda una revolución. En esta sociedad del ruido, de la palabra inútil, del chusmerio, de la superficialidad, la invitación de María al silencio, es revolucionaria.

 

¿Por qué no intentar cambiar nuestros hábitos?

¿Por qué no evitar el desgaste del ruido y de las palabras inútiles?

¿Por qué no introducir el silencio en nuestra cotidianidad?

 

Se puede, es maravilloso. 

¡Fuerza! Verán un cambio extraordinario en sus vidas.

 

El silencio de María se manifiesta esencialmente en tres dimensiones

 

·      María y la interioridad: Lucas 2, 19

 

María es una mujer interior, vive desde “adentro hacia afuera”. María se regala el tiempo para escucharse, escudriñar su corazón, escuchar la voz del Espíritu, reflexionar.

 

Dice el texto griego: ἡ δὲ Μαριὰμ πάντα συνετήρει τὰ ῥήματα ταῦτα συμβάλλουσα ἐν τῇ καρδίᾳ αὐτῆς: se traduce “συμβάλλουσα” con “meditaba”, pero vamos a profundizar es esta palabra.

Como notamos συμβάλλουσα da origen a nuestro término “símbolo”; símbolo es el opuesto de diablo…el sím-bolo une, el dia-blo divide. María es una mujer “simbólica”, es decir que une, que descubre en toda la realidad la Presencia de Dios. Se podría traducir: “María iba juntando y uniendo todo en su corazón”.

 

María une todos los hilos de su historia para descubrir un proyecto, una Presencia, un sentido. María nos enseña a ser hombres y mujeres “simbólicos”, que se reconcilian con su historia y que saber descubrir la relación entre los acontecimientos y el proyecto de Dios. Para hacer este proceso necesitamos tiempo, paciencia, silencio, soledad.

 

·      María y la escucha: Lucas 1, 26-38

 

El silencio de María “se hace escucha”. ¿Cómo podemos escuchar la voz del Espíritu sin silencio interior? ¿Cómo escuchar el susurro del alma? Este es el gran problema de nuestra sociedad, del mundo moderno y de la iglesia. Es un mundo con poca escucha, porque no hay silencio. Nuestras liturgias también son exageradamente cargadas de palabras. Hay una verborragia imperante. ¿Cómo escuchar si estamos constantemente conectados hacia afuera? ¿Cómo escuchar si estamos continuamente hablando?

María puede escuchar el mensaje angélico porque está interiormente en silencio. Su mente y su corazón están abiertos, silenciosos, confiados y quietos. El silencio y la escucha se entrenan, se desarrollan, como todo. Podemos dedicar un tiempo diario a sentarnos quietos y a escucharnos.  

 

·      María y la atención: Juan 2, 1-11

 

El silencio de María se hace atención. Para muchos la atención es la virtud espiritual por excelencia. La atención revela una consciencia despierta. Sin atención no hay amor. ¿Cómo puedo amar al otro si no estoy atento? La atención es tal vez la expresión más concreta, simple y pura del amor. Cuando le prestamos atención a alguien le estamos brindando nuestro amor, nuestra presencia consciente. El regalo más grande que podemos hacer al otro, es prestarle atención… y hoy se dificulta, especialmente por los celulares. 

Escúchame con los ojos”, le dijo un niño a su padre que no lo estaba mirando cuando el niño hablaba.

María está atenta porque ama y ama porque está atenta: ¡falta el vino! El vino, entre otras cosas, es también símbolo del amor y de la fiesta ¡Falta el amor en esta boda! ¡Falta alegría! La atención de María devuelve el amor y la alegría.

 

¿Cómo vivimos la atención?

¿Estoy atento a mí mismo y mis anhelos profundos?

¿Estoy atento al otros y a sus necesidades profundas?

 

Otra vez:

¿Cómo puedo desarrollar y vivir la atención si siempre estoy corriendo, hablando, pensando, atrapado en los pensamientos?

Solo una mente quieta y silenciosa puede estar atenta.

 

La atención de María nos invita a detenernos, a cambiar nuestro estilo de vida, a vivir más lentos, mas conscientes.

 

 

 

 

viernes, 14 de julio de 2023

Mateo 13, 1-23

 


 

Mateo condensa en cinco grandes discursos las enseñanzas de Jesús. El tercer discurso ocupa este capítulo trece, conocido como “discurso parabólico” ya que recoge siete parábolas del maestro: el sembrador, la cizaña en el trigo, el grano de mostaza, la levadura en la masa, el comerciante de perlas, la red que recoge toda clase de peces.

 

En la redacción actual de la parábola de hoy, “el sembrador”, notamos claramente tres partes: una parábola breve, una explicación más extensa y un “intermedio” donde se intenta explicar porque el mensaje de Jesús no fue aceptado por su pueblo.

 

El comienzo del texto (13, 1-9) – la parábola breve – posiblemente refleja la enseñanza original de Jesús, mientras la explicación más extensa, es una interpretación en clave moral del evangelista y de su comunidad.

 

Nos centraremos hoy en la parábola breve y en el “intermedio”.

El sembrador que esparce las semillas por doquier, simboliza claramente la abundancia de vida que Dios desparrama: ¡Qué imagen tan sugerente y que mensaje extraordinario!

Dios es Vida, Vida abundante. Cabe recordar la épica frase de Jesús en el evangelio de Juan: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (10, 10).

Lo mismo expresa Lucas, con otra extraordinaria expresión: “Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (6, 38).

 

Hildegarda de Bingen lo experimentó en profundidad; en una de sus visiones escucha: “Todas estas cosas viven en su propia esencia y no se crean en la muerte, porque Yo soy la vida. También soy la racionalidad contenida en el viento de la palabra resonante con la que fue hecha toda creatura; y lo insuflé en todas ellas, de modo que no sea ninguna de ellas mortal en su género, porque Yo soy la vida. Pues Yo soy la vida entera, no arrancada de las piedras, ni florecida de las ramas, que no ha echado raíces de la fuerza viril, sino que la vitalidad ha echado raíces desde Mí. Pues que la racionalidad es raíz, la palabra resonante florece en ella. Pero también soy hacendosa, ya que todas las cosas que tienen vida resplandecen por mí, y soy resplandor de vida en la eternidad, que no ha comenzado ni tendrá fin; y la vida misma es Dios, moviéndose y obrando y, sin embargo, es vida en una y tres fuerzas.

 

Esta Vida que Dios es y nos comunica, es lo que somos, es nuestra identidad más profunda y compartida. Todos participamos – cada uno a su manera y desde su estructura psicofisica (la personalidad) – a la misma y única Vida.

 

Todo acontece desde la Vida, en la Vida y hacia la Vida: “en Él somos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28).

 

Por eso, que la tierra buena y fértil, antes de ser una actitud o una predisposición, revela la profundidad de lo real. Ya somos “tierra buena y fértil”. Lo que somos está llamado a tomar forma en nuestra personalidad y estructura psicofísica, hecha de carencias y límites… por eso experimentamos a menudo ser tierra pedregosa, asechada por los pájaros, ahogada por el sol o las espinas.

 

Nuestra experiencia del límite no debe distraernos de la identidad real y profunda: vida, tierra buena. La experiencia central en el camino espiritual – la iluminación, el despertar, la resurrección – es el descubrimiento personal y directo de esta “tierra buena”, que ya somos. Desde ahí los frutos vendrán, porque esta tierra buena tiene fuerza en sí misma: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” (Mc 4, 26).

 

Nos queda reflexionar un momento sobre el “intermedio”.

 

¿Cómo interpretar palabras tan duras?: “Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” (13, 12).

Solo lo entendemos desde el “ver” y la “visión”. Por eso Jesús dice: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen” (13, 16).

Solo se trata de ver, de despertar la visión interior, el “tercer ojo”. Cuando “vemos” la “tierra buena”, estamos viendo la vida, la fecundidad, la Presencia.

Cuando vemos la Vida, todo se transforma, todo asume otro color. Por eso llamé a mi segundo libro: “Compasión y plenitud. La mirada transformará al mundo”.

Si logramos ver la Vida en todo, tendremos abundancia, ya que descubriremos vida desbordante por doquier. Si vivimos en la superficie y en la queja y cerramos la vista interior – alienándonos de nuestra tierra buena – solo descubriremos carencias.

 

Cuanta más Vida logramos ver, más Vida veremos y descubriremos; cuanto más nos encerramos en nuestro ego, menos Vida veremos y descubriremos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 8 de julio de 2023

Mateo 11, 25-30

 



 

Se nos regala hoy un texto que me enamora… ¡Dejémonos enamorar por este hermoso texto que nos abre una ventana sobre la intimidad de Jesús, sobre su corazón amante y agradecido!

Jesús “se estremece de gozo” nos dice el texto paralelo de Lucas (10, 21-24).

 

Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”, traduce nuestro texto. En realidad, el verbo griego que acá se traduce con “te alabo” es mucho más amplio y profundo. Abarca significados tan profundos como: reconocer, confesar, glorificar. Otras traducciones dicen: “Te doy gracias, Padre”.

La profundidad semántica del verbo corresponde a la profundidad del movimiento místico del corazón del maestro.

 

Jesús reconoce al Padre, lo glorifica, lo alaba, le agradece. Su corazón explota de gozo y de alegría y por eso las palabras no son suficientes.

 

¿No les pasa de quedar sin palabras y extasiados frente a la belleza, al amor, a la luz?

¿Cómo expresar con palabras el nacimiento de un niño, un corazón enamorado, la belleza del tulipán, el aroma de un bosque, el trinar de las aves, el sabor del tomate?

 

Me pasa a menudo de quedarme sin palabras, mudo y silencioso, frente al Misterio: toda palabra sobraría, toda palabra estropearía el instante del asombro. Por eso, tal vez, San Pablo hablaba de los gemidos del Espíritu: “el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8, 26).

 

Ocurre también, paradójicamente, que este gozo no puede quedar atrapado y rompa el silencio y logre expresarse: es lo que le ocurre a Jesús, según nos lo transmite Mateo.

 

Reconocer, alabar, agradecer, glorificar: ¡qué hermoso vivir así!

Todo un programa de vida.

 

Cuando caemos en la cuenta de la Presencia de Dios, cuando nos percatamos de la Unidad que nos habita, cuando en todo vislumbramos las huellas del Amor, ¿Cómo no cantar? ¿Cómo no agradecer y alabar?

 

El problema nace cuando nos creemos “sabios y entendidos” y perdemos la humildad, la apertura y la sencillez.

Resuenan otra vez las palabras de Pablo: “si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios” (1 Cor 3, 19).

Ya el profeta Isaías lo afirmaba: “Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (Is 55, 8-9).

 

La sabiduría de Dios va por caminos que nos sorprenden, a veces nos asustan, siempre nos cuestionan. Hay también una pista clara y segura.

 

¿Cuál es el secreto del éxtasis de Jesús frente a la sabiduría del Padre?

 

El gozo de Jesús es el gozo que abarca los opuestos y abraza la paradoja: “cielo y tierra”, “yugo suave”, “carga liviana”.

Es el gozo místico del silencio que logra abrazar a la realidad, así como se presenta y así como se nos regala.

 

Más allá de todas las ideas del bien y del mal se extiende un campo. Allí me encontraré contigo”, afirma Rumi.

 

Cuando la mente se silencia, lo real aparece; aceptando y abrazando lo real, con todas sus contradicciones y paradojas, surge el gozo más puro y sereno.

¿Por qué el yugo de Jesús es suave?

¿Por qué su carga es liviana?

Porque Jesús vive reconociendo la Presencia. Jesús vive aceptando y abrazando la realidad. Jesús vive desde la “emuná”, la confianza radical. Desde ahí todo lo transforma y todo se transforma, hasta lo más duro: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo” (Jn 10, 17-18).

 

No nos queda que vivir agradecidos y agradeciendo.

No nos queda que vivir extasiados, dejando que el corazón cante y respire.

Maestro Eckhart ya había entendido todo: “Si la única oración que dijiste en tu vida fue «gracias», es suficiente.”

 

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