sábado, 22 de julio de 2023

Mateo 13, 24-30


 

 

Seguimos con el capítulo 13 de Mateo, el “discurso parabólico”. Hoy se nos ofrece otra hermosa y famosa parábola: la del “trigo y la cizaña”.

El gran tema de fondo, es la relación entre el bien y el mal.

Desde siempre es un tema que intrigó a los filósofos y a las religiones:

 

¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal?

¿Cuál es la relación entre ellos?

¿Por qué existe el mal?

 

El “problema del mal”, especialmente, puso y pone en cuestión la existencia de Dios. Tenemos, por ejemplo, el famoso cuestionamiento: Dios, o es omnipotente o es bueno y no puede ser las dos cosas a la vez. Si es omnipotente y permite el mal, entonces no es bueno. Y si es bueno y no puede evitar el mal, entonces no es omnipotente.

El razonamiento lógico está perfecto. El problema radica justamente en nuestra lógica humana. El Misterio de Dios trasciende nuestra lógica… ¡gracias a Dios!

Recordamos las palabras de Pablo: “Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres” (1 Cor 1, 25).

 

¡Atención!

Aplicar a Dios nuestros razonamientos sin más – y, peor aún, absolutizarlos – nos introduce en un túnel sin salida.

El camino místico nos abre otra puerta, más humilde, más respetuosa del Misterio y más radical. Afirma el máximo historiador de la mística hebrea, Gershom Scholem (1897-1982): “La mística es un continuo destruir todas las formas, que sólo emergen, para ser nuevamente destruidas”.

La mística destruye toda forma (imágenes y conceptos en este caso), para que no caigamos en la idolatría. Dios está siempre más allá… y más acá. Nuestras imágenes y conceptos sobre Dios son simplemente esto: imágenes y conceptos; necesarios para caminar a veces y en algunas etapas de la vida, pero siempre sujetos a destrucción y transformación, para que caminemos con libertad y humildad hacia el horizonte oceánico e infinito del Misterio siempre mayor, siempre nuevo, siempre fresco y nunca agotado por nuestras mentes.

Dicho esto, volvamos al trigo y a la cizaña, al bien y al mal.

 

¿Cuál es la gran enseñanza de esta parábola?

 

Bien y mal son conceptos relativos. Diciendo esto, no estoy diciendo que “todo es relativo”; estoy diciendo que los conceptosnuestra aproximación mental y nuestra formulación lingüística – son relativos; porque nuestro conocimiento es relativo, siempre se da en perspectiva, desde un punto, desde el aquí y el ahora.

 

Por todo eso Rumi – uno de los más grandes místicos de la historia – pudo afirmar: “Más allá de todas las ideas del bien y del mal se extiende un campo. Allí me encontraré contigo.

 

Sabemos por experiencia que un “bien hoy”, puede ser un “mal mañana” y viceversa… o que un bien para mí, no lo es para el otro y viceversa.

También sabemos por experiencia que muchas veces, lo que considerábamos un “mal”, fue nuestro gran maestro y terminamos agradeciendo este mismo “mal” … y en realidad, si hemos aprendido del supuesto mal, ya no puede ser considerado como “mal”. El “mal” se convirtió en “bien”, la oscuridad en luz.

 

A pesar de estas experiencias, seguimos actuando con necedad, intentando erradicar el mal o luchando en contra del mal. El dueño del trigo de nuestra parábola, no arranca la cizaña, contra todo sentido común y contra toda lógica de un buen agrónomo.

Espera, tiene paciencia. Vendrá el momento de la purificación. Los tiempos no son nuestros. Nuestra tarea es comprender que el “supuesto mal” – lo que etiquetamos como mal – tiene un rol, tiene una función, una maestría para darnos.

 

Una última y fundamental observación.

San Pablo diría: “¿Qué diremos entonces? ¿Qué debemos seguir pecando para que abunde la gracia? ¡Ni pensarlo! ¿Cómo es posible que los que hemos muerto al pecado sigamos viviendo en él?” (Rom 6, 1-2).

Estamos llamados a buscar el bien, hacer el bien, a vivir desde el amor, en el amor, hacia el amor… sabiendo que, misteriosamente, en este proceso y aprendizaje, nos enfrentaremos con un gran entrenador y maestro: “el mal”, la cizaña. Intentar destruirlo o arrancarlo antes del tiempo, no servirá de nada y producirá más “mal”.

La historia enseña, como siempre.

 

Si lograremos aceptar el mal, asumirlo, aprender y transformarlo en luz, creceremos en consciencia y en el amor.

 

¿Jesús no hizo así, con su muerte en la cruz?

 

(Sobre este tema tan importante pueden ver mi video en YouTube: https://youtu.be/B9zM1ju9s98)

 

 

 

 

 

 

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