Con las tres breves parábolas de hoy se termina el “discurso parabólico” de Mateo, este bellísimo capitulo trece.
El trasfondo de las primeras dos parabolitas – el tesoro y la perla – es el de la búsqueda.
Y Jesús nos aseguró que toda búsqueda sincera, tendrá éxito: “Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mt 7, 7-8)
Jesús compara el Reino de Dios con este tesoro y esta perla que, una vez encontrados, se convierten en experiencia de plenitud y de inmenso gozo. Todo lo demás se vuelve relativo.
Sin duda fue la experiencia de Pablo: “todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él” (Fil 3, 8-9).
Tal vez las dos preguntas esenciales, podrían ser:
¿Qué es el Reino de Dios?
¿Por dónde tiene que ir nuestra búsqueda?
Podemos ver el Reino de Dios como el sueño de Jesús de un mundo fraterno, solidario, justo, donde el amor reciproco sea el centro: sería el proyecto originario de Dios para la humanidad. Pero hay otro nivel más profundo.
Es el nivel interior. El evangelista Lucas lo expresa así: “El Reino de Dios no viene ostensiblemente, y no se podrá decir: «Está aquí» o «Está allí». Porque el Reino de Dios está entre/en ustedes” (17, 21).
El adverbio griego “ἐντὸς” significa a la vez “entre” y “en”.
Desde esta visión más interior y profunda – que no quita la otra – podemos decir que el “Reino de Dios” es nuestra identidad más profunda, es el fondo común de lo real, es la esencia de cada cosa.
Por eso, este Reino es un tesoro y una perla, por el cual todo lo demás pasa a ser secundario y relativo… ¡no se vende todo, no se deja todo, por algo que no sea esencial!
Si no sé quién soy, ¿para qué me sirve llenarme de cosas?
Si no sé quién soy, ¿para qué tanto hacer, tanta ansiedad?
Si no sé quién soy, ¿adónde voy?
Jesús, a través de estas parábolas, quiere llevar nuestra búsqueda a lo esencial, a lo que nos regala la paz y la plenitud.
¿Qué es lo que buscamos?
¿Cuál es el anhelo más profundo del corazón?
San Agustín lo expresó de manera maravillosa y contundente: “Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti.”
Este es el anhelo de cada corazón humano, de todas las épocas y las culturas. Un anhelo que a menudo queda en el inconsciente o se disfraza de deseos más superficiales.
Es el anhelo de una vida plena, de un amor eterno, de un gozo inefable.
¿Eres consciente de este anhelo?
¿Eres fiel a tu anhelo? ¿Le das cabida?
Este anhelo es lo que somos: ¡qué hermoso! ¡Qué fantástico!
Somos anhelo de plenitud. Por eso, desde este nivel, ya somos plenitud.
Cuando escuchamos el anhelo, se termina la búsqueda compulsiva y se terminan las mil y sutiles formas que tenemos de buscar “consolaciones” parciales y transitorias; consolaciones que encontramos en lo superficial de las “adicciones legales”: consumismo, sexo, dinero, fama, poder, éxito, reconocimiento, apariencia, honores y títulos.
El “tesoro” y la “perla” entonces… ¡eres tú! Eres tú en tu verdadera identidad: Uno con lo divino, expresión de la vida de Dios en este mundo, hijo de la luz y de la resurrección.
Por eso los grandes místicos de todas las tradiciones espirituales, no se cansan de repetir:
¡Eres lo que estás buscando!
¡Lo que buscas, te está buscando a ti!
Esta es la paradoja esencial de la existencia. Dios ocultó este misterio… por eso el “tesoro” y la “perla” de nuestras parábolas, están “escondidos” en el campo.
El diamante que estás buscando está escondido en tu bolsillo… ¡y no te diste cuenta!
La plenitud que buscas “afuera”, está en tu corazón y es lo que tú eres.
¿Por qué este misterio?
¿Por qué Dios ocultó este misterio?
Porque Dios mismo tuvo que ocultarse para crear, Dios tuvo que “retirarse” – como nos explica la mística hebrea – para que el universo sea. Lo Infinito tuvo que esconderse en lo finito… Dios se oculta y se esconde, para que tu pueda existir: ¡nuestra mente se pierde, en esta inmensidad de Amor!
Este misterio está oculto también, para mantenernos en la humildad e impedirnos manipular el Misterio… desde siempre nuestros intentos de poseer, controlar y manipular el Misterio se ven frustrados. El Misterio se nos escapa y siempre se nos escapará, también cuando termine la obsesiva búsqueda.
Por eso siempre nos queda vivir de emuná, de confianza radical. La emuná nos recuerda que somos este Misterio que buscamos, también cuando todo anda mal, cuando vivimos la frustración, y cuando el dolor y la soledad nos visitan.
Por eso podemos también decir con absoluta certeza: ¡el Reino de Dios es la emuná!
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