Se nos regala hoy un texto que me enamora… ¡Dejémonos enamorar por este hermoso texto que nos abre una ventana sobre la intimidad de Jesús, sobre su corazón amante y agradecido!
Jesús “se estremece de gozo” nos dice el texto paralelo de Lucas (10, 21-24).
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra”, traduce nuestro texto. En realidad, el verbo griego que acá se traduce con “te alabo” es mucho más amplio y profundo. Abarca significados tan profundos como: reconocer, confesar, glorificar. Otras traducciones dicen: “Te doy gracias, Padre”.
La profundidad semántica del verbo corresponde a la profundidad del movimiento místico del corazón del maestro.
Jesús reconoce al Padre, lo glorifica, lo alaba, le agradece. Su corazón explota de gozo y de alegría y por eso las palabras no son suficientes.
¿No les pasa de quedar sin palabras y extasiados frente a la belleza, al amor, a la luz?
¿Cómo expresar con palabras el nacimiento de un niño, un corazón enamorado, la belleza del tulipán, el aroma de un bosque, el trinar de las aves, el sabor del tomate?
Me pasa a menudo de quedarme sin palabras, mudo y silencioso, frente al Misterio: toda palabra sobraría, toda palabra estropearía el instante del asombro. Por eso, tal vez, San Pablo hablaba de los gemidos del Espíritu: “el Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables” (Rom 8, 26).
Ocurre también, paradójicamente, que este gozo no puede quedar atrapado y rompa el silencio y logre expresarse: es lo que le ocurre a Jesús, según nos lo transmite Mateo.
Reconocer, alabar, agradecer, glorificar: ¡qué hermoso vivir así!
Todo un programa de vida.
Cuando caemos en la cuenta de la Presencia de Dios, cuando nos percatamos de la Unidad que nos habita, cuando en todo vislumbramos las huellas del Amor, ¿Cómo no cantar? ¿Cómo no agradecer y alabar?
El problema nace cuando nos creemos “sabios y entendidos” y perdemos la humildad, la apertura y la sencillez.
Resuenan otra vez las palabras de Pablo: “si alguno de ustedes se tiene por sabio en este mundo, que se haga insensato para ser realmente sabio. Porque la sabiduría de este mundo es locura delante de Dios” (1 Cor 3, 19).
Ya el profeta Isaías lo afirmaba: “Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (Is 55, 8-9).
La sabiduría de Dios va por caminos que nos sorprenden, a veces nos asustan, siempre nos cuestionan. Hay también una pista clara y segura.
¿Cuál es el secreto del éxtasis de Jesús frente a la sabiduría del Padre?
El gozo de Jesús es el gozo que abarca los opuestos y abraza la paradoja: “cielo y tierra”, “yugo suave”, “carga liviana”.
Es el gozo místico del silencio que logra abrazar a la realidad, así como se presenta y así como se nos regala.
“Más allá de todas las ideas del bien y del mal se extiende un campo. Allí me encontraré contigo”, afirma Rumi.
Cuando la mente se silencia, lo real aparece; aceptando y abrazando lo real, con todas sus contradicciones y paradojas, surge el gozo más puro y sereno.
¿Por qué el yugo de Jesús es suave?
¿Por qué su carga es liviana?
Porque Jesús vive reconociendo la Presencia. Jesús vive aceptando y abrazando la realidad. Jesús vive desde la “emuná”, la confianza radical. Desde ahí todo lo transforma y todo se transforma, hasta lo más duro: “El Padre me ama porque yo doy mi vida para recobrarla. Nadie me la quita, sino que la doy por mí mismo” (Jn 10, 17-18).
No nos queda que vivir agradecidos y agradeciendo.
No nos queda que vivir extasiados, dejando que el corazón cante y respire.
Maestro Eckhart ya había entendido todo: “Si la única oración que dijiste en tu vida fue «gracias», es suficiente.”
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