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jueves, 15 de marzo de 2018

Stephen Hawking: el supuesto ateísmo de un genio.





Falleció ayer a los 76 años de edad el genio moderno de la astrofísica: el británico Stephen Hawking. Muchos lo consideran el Einstein moderno y el más importante científico de la modernidad. Es también muy conocido por sus publicaciones divulgativas y por la terrible enfermedad – ELA, esclerosis lateral amiotrófica –  que lo tuvo prácticamente inmóvil durante 55 años.
Stephen Hawking es también conocido como una especie de “profeta del ateísmo”. En sus libros, conferencias y entrevistas subrayó varias veces que la existencia y le explicación del Universo no exige la existencia de Dios.

Tengo cierta simpatía por el ateísmo y los ateos. Hasta me parecen necesarios para que los creyentes no nos acurruquemos en imágenes de Dios.
Pero esencialmente los ateos me caen bien… porque no existen.
Ya tuve oportunidad de compartirlo en este blog. El ateísmo es una postura mental/racional y muy respetable por cierto.
Pero, desde la vida más allá de la mente, el ateísmo es imposible.
Es como si dijera: “yo no existo”, “yo no estoy viviendo”, “yo no soy/no estoy siendo”. Quien afirmaría eso – más allá de aconsejar una visita con un especialista – igual estaría en el ámbito mental/racional.
Stephen Hawking profesa un ateísmo de una imagen de Dios, de la cual yo mismo me profeso ateo.
En el fondo es el rechazo o la indiferencia hacia el teísmo: un Dios externo que crea el Universo e interviene desde afuera.
Es en el fondo el gran y único problema de la ciencia: el paradigma dualista (sujeto/objeto; Dios/mundo; Dios/hombre; mundo/hombre). Desde este paradigma es imposible salir del problema “Dios si”, “Dios no”. El paradigma dualista puede funcionar – y concretamente funciona – por las cuestiones prácticas de las cuales la ciencia se ocupa. Pero no funciona por las preguntas últimas y fundamentales: ser/no ser; Dios, muerte.

Solo el silencio abre la puerta de la experiencia y lo que llamamos “Dios” ya no necesita ser explicado: se vive, me vive. Es cuestión de conciencia: puerta de la conciencia de la cual solo el silencio tiene la llave.
El “Dios” que Hawking negaba estaba demasiado cerca para que lo pudiera ver: latía en su corazón y su cuerpo herido, respiraba en su débil respirar, y pensaba en su maravillosa mente.
Este es el único Dios verdadero. Este Dios no necesita ser creído, necesita ser visto y experimentado. Cuando la mente calla, Dios aparece.
La mente de los genios difícilmente calla o difícilmente cree en la revelación que el silencio proporciona. La mente generalmente gira sobre sí misma y lo que sacamos por la puerta entra por la ventana.
Solo el silencio ilumina, permanece, revela.
Cuando la mente calla, la Vida aparece: esa Vida es Dios. Esa Vida que se manifiesta en el Universo entero con sus misterios y sus leyes y en el florecer de la más humilde flor. La única y mismísima Vida. El único y mismísimo Dios.
Hawking era y continua siendo una expresión, una manifestación, una revelación de ese único Dios. El Universo y sus leyes que Hawking investigó no son distintas del florecer de una rosa y el sonreír de un niño. No son distintas de nuestras emociones y nuestro pensar, nuestras alegrías y dolores.
Este es lo asombroso que la mente humana no puede comprender. Tenía razón Hawking cuando afirmaba “la idea de Dios «no es necesaria» para explicar el origen del Universo.
Dios justamente no es una “idea” y todo dios que sea pensado es un dios inventado o una pura imagen.
Y explicar el origen del Universo tampoco quita nada a la experiencia originaria del ser: el Universo es y yo soy. Cuando la mente calla, Eso aparece.
Aparece la pura conciencia del ser – el “Yo Soy” de Jesús – detrás de la cual no nos es dado llegar. La conciencia de ser que siempre está intacta, pura, presente, gratuita. En este mismo instante – si se detiene tu mente – te podrás dar cuenta de la conciencia de ser: estás siendo. Eres. De esto a oler a Dios el paso es muy corto. El genio místico de Maestro Eckhart lo dijo así: "Si yo no existiera tampoco Dios existiría...". Silencio…

Entonces entendemos los versos del místico y poeta Angelo Silesio:
La rosa es sin porqué.
Florece porque florece.
No se cuida de sí misma.
Ni le importa si la ven.

Surge lo único necesario: la gratuidad que engendra y revela el Misterio, sin agotarlo. Misterio siempre desbordante.
Entonces ciencia y fe van de la mano y más aún: se descubren como la misma y única cosa.
Gracias Stephen por tu ejemplo, tu genialidad, tu trabajo.
Gracias Stephen por tu ateísmo.
Ya no lo necesitas: ya estás viendo el Misterio del Amor.



viernes, 23 de octubre de 2015

Asombro

“El punto más alto al que puede llegar el hombre 

es el asombro”



Goethe






Los poetas intuyen y ven aquello que normalmente los demás no logran ver. Y saben expresarlo. Lo que ven los poetas lo podemos ver todos: basta ejercitar la atención y el quieto amor. Todos somos poetas en potencia. Tal vez no todos podemos expresarlo: ahí está la vocación del poeta.

El punto más alto al que puede llegar el hombre es el asombro” nos dice Goethe: fantastica intuición. 

Asombrarse es tipico del ser humano: solo los seres humanos somos capaces de asombro, porque solo el ser humano puede ver más allá de la apariencia.
En buena parte hemos perdido esta capacidad de asombro y perdiendo el asombro hemos arrinconado nuestra vocación poetica y la exquisitez de nuestra humanidad.

El poeta nos recuerda que el asombro es nuestro punto máximo de desarrollo, el punto donde nuestra humanidad es plena. Podemos tal vez equiparar santidad y asombro: el santo es aquel que sabe asombrarse constantemente.

Asombrarse es ver que todo es un milagro. Ya Albert Einstein lo decía: "hay dos formas de ver la vida: una es creer que no existen milagros, la otra es creer que todo es un milagro".

Asombrarse es descubrir la raíz de las cosas, es saber ver más allá del velo que nos las esconde. Para esto necesitamos detenernos, necesitamos silencio y quietud.

Volver al asombro es volver a creer en la humanidad y en lo mejor de cada persona.
Volver al asombro es quererse y vivir tiempos de calidad.
Volver al asombro es tocar el aliento que a todo da vida.

Aunque a veces el asombro estalla frente a grandes cosas, el asombro más genuino y puro es el cotidiano, sencillo, normal.
¿Puedo asombrarme frente a la sonrisa de mis seres amados?
¿Puedo asombrarme otra vez frente a la luz que me inunda al comenzar el día?
¿Puedo asombrarme del exquisito sabor de la comida?
¿Puedo asombrarme del canto matinal de los pájaros?
¿Puedo asombrarme del abrir del pimpollo?
¿Puedo asombrarme de una nota musical y de un verso de Baudelaire?
¿Puedo asombrarme de los pequeños gestos de amor, sencillos y cotidianos?

Al final, vivir el asombro, es descubrir enamorados el aliento creador de Dios en todo...

¡Buen asombro!




viernes, 2 de octubre de 2015

Resultados distintos

"No hay mayor signo de demencia, que hacer la misma cosa una y otra vez, y esperar que los resultados sean distintos

Albert Einstein



El amigo Einstein nos regala una pista para empezar nuestra jornada.
Parece lógico pero, como pasa a menudo, lo más sencillo nos parece demasiado obvio como para ponerlo en práctica, para transformarlo en vida.
En muchos campos de nuestras vidas seguimos repitiendo lo mismo y esperamos que las cosas cambien. Eternamente insatisfechos caemos en la queja: no por nada hasta un libro de la Biblia se llama "de las lamentaciones".
¿Por qué no intentar algo nuevo? 
¿Cuales miedos nos atrapan?
Cada cual puede revisar en cuales aspectos de su vida sigue haciendo lo mismo y por donde van sus quejas.

Yo simplemente quiero subrayar la pastoral de la iglesia.
Por siglos hemos predicado lo mismo y nuestra pastoral, nuestra manera de evangelizar, quedó estancada. 
Por no hablar de la liturgia y la catequesis. 
Y nos quejamos de la poca gente, de que siempre somos los mismos y que no hay un verdadero crecimiento espiritual.

Se están dando signos de apertura y se habla justamente de "conversión pastoral": ¡el Espíritu está abriendo caminos nuevos!

Es verdad que la misión de la iglesia consiste en anunciar siempre lo mismo: Jesucristo muerto y resucitado. Pero esta no puede ser una excusa para no buscar maneras nuevas y actuales para expresar lo mismo.
No hay que perder de vista lo central: Jesucristo es siempre nuevo. Dios es Novedad Absoluta, aquí y ahora. El mismo Cristo evoluciona con la humanidad, por el simple hecho de que Cristo y la Humanidad son Uno.
Tal vez el primer paso para intentar hacer algo nuevo es mirar con ojos nuevos. Dios está creando el mundo en este preciso instante: si lo veo todo será nuevo. Desde ahí encontraré también formas nuevas en el actuar que traerán resultados distintos.
"Yo hago nuevas todas las cosas" (Ap. 21, 5).



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