Falleció ayer a los 76 años de edad el
genio moderno de la astrofísica: el británico Stephen Hawking. Muchos lo
consideran el Einstein moderno y el más importante científico de la modernidad.
Es también muy conocido por sus publicaciones divulgativas y por la terrible
enfermedad – ELA, esclerosis lateral amiotrófica – que lo tuvo prácticamente inmóvil durante 55
años.
Stephen Hawking es también conocido como
una especie de “profeta del ateísmo”. En sus libros, conferencias y entrevistas
subrayó varias veces que la existencia y le explicación del Universo no exige
la existencia de Dios.
Tengo cierta simpatía por el ateísmo y
los ateos. Hasta me parecen necesarios para que los creyentes no nos
acurruquemos en imágenes de Dios.
Pero esencialmente los ateos me caen
bien… porque no existen.
Ya tuve oportunidad de compartirlo en
este blog. El ateísmo es una postura mental/racional y muy respetable por
cierto.
Pero, desde la vida más allá de la
mente, el ateísmo es imposible.
Es como si dijera: “yo no existo”, “yo no estoy
viviendo”, “yo no soy/no estoy siendo”. Quien afirmaría eso –
más allá de aconsejar una visita con un especialista – igual estaría en el
ámbito mental/racional.
Stephen Hawking profesa un ateísmo de
una imagen de Dios, de la cual yo mismo me profeso ateo.
En el fondo es el rechazo o la
indiferencia hacia el teísmo: un Dios
externo que crea el Universo e interviene desde afuera.
Es en el fondo el gran y único problema
de la ciencia: el paradigma dualista (sujeto/objeto; Dios/mundo; Dios/hombre;
mundo/hombre). Desde este paradigma es imposible salir del problema “Dios si”, “Dios no”. El paradigma dualista puede funcionar – y concretamente
funciona – por las cuestiones prácticas de las cuales la ciencia se ocupa. Pero
no funciona por las preguntas últimas y fundamentales: ser/no ser; Dios,
muerte.
Solo el silencio abre la puerta de la
experiencia y lo que llamamos “Dios” ya no necesita ser explicado: se vive, me
vive. Es cuestión de conciencia: puerta de la conciencia de la cual solo el
silencio tiene la llave.
El “Dios” que Hawking negaba estaba
demasiado cerca para que lo pudiera ver: latía en su corazón y su cuerpo herido,
respiraba en su débil respirar, y pensaba en su maravillosa mente.
Este es el único Dios verdadero. Este
Dios no necesita ser creído, necesita
ser visto y experimentado. Cuando la mente calla, Dios aparece.
La mente de los genios difícilmente
calla o difícilmente cree en la revelación que el silencio proporciona. La mente
generalmente gira sobre sí misma y lo que sacamos por la puerta entra por la
ventana.
Solo el silencio ilumina, permanece,
revela.
Cuando la mente calla, la Vida aparece:
esa Vida es Dios. Esa Vida que se
manifiesta en el Universo entero con sus misterios y sus leyes y en el florecer
de la más humilde flor. La única y mismísima Vida. El único y mismísimo Dios.
Hawking era y continua siendo una
expresión, una manifestación, una revelación de ese único Dios. El Universo y
sus leyes que Hawking investigó no son distintas del florecer de una rosa y el
sonreír de un niño. No son distintas de nuestras emociones y nuestro pensar,
nuestras alegrías y dolores.
Este es lo asombroso que la mente humana
no puede comprender. Tenía razón Hawking cuando afirmaba “la idea de Dios «no es necesaria» para explicar el origen del Universo.”
Dios justamente no es una “idea” y todo
dios que sea pensado es un dios inventado o una pura imagen.
Y explicar el origen del Universo
tampoco quita nada a la experiencia originaria del ser: el Universo es y yo soy. Cuando la mente calla, Eso aparece.
Aparece la pura conciencia del ser – el
“Yo Soy” de Jesús – detrás de la cual
no nos es dado llegar. La conciencia de ser que siempre está intacta, pura,
presente, gratuita. En este mismo instante – si se detiene tu mente – te podrás
dar cuenta de la conciencia de ser: estás siendo. Eres. De esto a oler a Dios
el paso es muy corto. El genio místico de Maestro Eckhart lo dijo así: "Si yo no existiera tampoco Dios existiría...". Silencio…
Entonces entendemos los versos del
místico y poeta Angelo Silesio:
“La rosa es sin porqué.
Florece porque florece.
No se cuida de sí misma.
Ni le importa si la ven.”
Surge lo único
necesario: la gratuidad que engendra y revela el Misterio, sin agotarlo.
Misterio siempre desbordante.
Entonces ciencia y
fe van de la mano y más aún: se descubren como la misma y única cosa.
Gracias Stephen por
tu ejemplo, tu genialidad, tu trabajo.
Gracias Stephen por
tu ateísmo.
Ya no lo necesitas:
ya estás viendo el Misterio del Amor.
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