El texto de hoy es muy denso,
articulado, profundo. Es una recopilación de distintos textos que el
evangelista intentó armonizar: labor difícil y que está sujeta a la experiencia
e interpretación del mismo autor.
Por eso es siempre muy peligroso –
además que deshonesto – intentar comprender el evangelio al pie de la letra.
Los evangelios son interpretaciones del evento Jesús de Nazaret: no quedarse
atrapados en las interpretaciones e ir al núcleo es nuestro deber y tarea y
solo la podemos cumplir desde el silencio interior, la libertad, la honestidad
intelectual y la trasparencia.
Hoy Juan intenta explicar el evento
central del cristianismo – muerte y resurrección de Cristo – a través de un
acontecimiento central en la historia del pueblo de Israel desde el cual Jesús
proviene: el hecho contado en el libro de los números (21, 4-9). El pueblo en
su éxodo hacia la tierra prometida se queja con su Dios por las dificultades;
Dios entonces envía serpientes venenosas que van matando a los quejosos
israelitas. Moisés intercede y Dios propone el remedio: una serpiente de bronce
sobre un asta. Quien la mira no morirá.
Juan interpreta y explica así el evento
pascual: el Cristo glorioso elevado en le Cruz.
Si no logramos salir de la imagen
quedamos atascados en una visión mítico-racionalista de la salvación.
¿En
qué consiste esta visión?
En síntesis podemos decir que consiste
en la creencia en un Dios externo y separado que “salva” según obedecemos o no
sus leyes. De ahí toda una manera de vivir el culto para “ganarse” la
salvación. Es la religión del merito.
Religión del merito con todas sus “lógicas” consecuencias: centralidad del
culto, de la moral, de lo institucional, de lo jerárquico y – lo más grave y
doloroso – la famosa separación entre
fe y vida.
Todo esto es extraña y asombrosamente
lejano del evangelio y de la experiencia del Maestro de Nazaret.
¿Qué
pasó?
¿Por
qué nos hemos alejado tanto de la genuinidad evangélica y del Dios de la Vida
que Jesús nos reveló y mostró?
Los factores son múltiples y de distinto
peso.
Subrayo dos que me parecen
particularmente importantes.
1. La
“institucionalización” de la iglesia y del cristianismo. Todos los grupos
humanos cuando nacen son puros, frescos, genuinos. Con el peso del tiempo se va
perdiendo la pureza y frescura original: entra el ego con las conocida y poco
saludable compañía del poder, la fama, el éxito. Pasa con todas las
instituciones religiosas y sociales. No hay que asustarse. Es un fenómeno
humano: hay que tomar conciencia del fenómeno, volver a la autenticidad y estar
atentos a no recaer en la institucionalización.
2. El
camino evolutivo de la humanidad y de la conciencia. Según los expertos la
humanidad pasó o está pasando a otro nivel evolutivo, a otro paradigma, otro
nivel de conciencia (otra manera de ver y comprender). El nivel mítico-racional
está superado y estamos entrando en el nivel transpersonal o místico. Sin duda
quedan quistes y rastros de este nivel mítico-racional, especialmente en lo
religioso. El apego del ego a una imagen de Dios es muy fuerte y el más difícil
de soltar. Muchos cristianos, catequistas, sacerdotes y obispos sigue
empantanados en este nivel mítico-racional y por eso la propuesta cristiana
está en crisis, no “muerde”, no atrapa. Sus respuestas prefabricadas dicen poco
o nada a los niños y jóvenes de hoy que ya nacieron en el nuevo paradigma.
Estamos frente a un poderoso cambio de
época: por eso tantos miedos e incertidumbre. ¡No tengamos miedo!: es la
invitación más insistente del Maestro.
Soltamos lo viejo entonces entonces y
adentremos con confianza en el mar de la incertidumbre: es el mar del amor, de
la novedad, de la creatividad.
A partir de eso se nos presenta la
pregunta:
¿Cómo
comprender la “salvación” y el misterio pascual a la luz de la conciencia
mística?
La luz que buscamos – podemos llamarla
“salvación” o “plenitud” – no está separada de nosotros. Es lo que somos.
“Salvarse” es caer en la cuenta que siempre hubo salvación, que todo está ya
perdonado. Que la Vida es Una y siempre fue eterna. Que vivimos adentro de
Misterio Pascual de Cristo. La muerte y resurrección de Cristo están
aconteciendo y me están aconteciendo. Todo esto no quita nada al acontecimiento
histórico: le da más bien espesor y su justo valor.
No existe separación, no existen “Dios y
mundo”, “Dios y hombre”.
Existe lo Uno: llamémoslo Vida,
llamémoslo Amor, llamémoslo Realidad. Este Uno que es nuestra Casa, este Uno
que es el Ser que se está expresando, revelando, regalando en infinitas formas.
Tu eres una de esa: única, maravillosa,
original, eterna.
Abre los ojos y date cuenta: esa es la
salvación.
Podemos releer atentamente nuestro texto
– Juan 3, 14-21 – desde esta luz: todo vuelve a brillar, todo toma sentido,
todo se vuelve actual.
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