El texto que leeremos hoy en la liturgia
es uno de los más fuertes, cuestionado y cuestionador de todo el evangelio.
Descubrimos una actitud insólitamente
violenta de Jesús. Es uno de los pocos textos presentes en los cuatro
evangelios: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Sin duda es un indicio de una raíz
histórica importante. Fue un hecho tan decisivo que los cuatro evangelistas
optaron por transmitirlo.
Solitamente los comentaristas suelen
titular este acontecimiento como “la
purificación del templo”: Jesús que saca a latigazos a los vendedores y
comerciantes. En realidad estas actividades – por cuanto las podemos hoy
cuestionar – eran legítimas y aceptadas.
Lo que Jesús hace es mucho más radical:
es un gesto profético de destrucción de la religión o – si queremos matizar – de una manera de vivir la religión.
Es el gesto profético que en realidad
hacen – a menudo inconscientemente – ateos y místicos de todos los tiempos:
criticar y destruir cualquier imagen de Dios y cualquier estructura que se
arrogue los derechos exclusivos de acceso a la divinidad.
Por eso ese gesto tan radical fue clave
en la condena a muerte de Jesús. Tal vez fue la gota que derramó el vaso de la
cobardía y falsedad de los jefes religiosos de su tiempo y de su desmedida
ambición.
Con su gesto radical – podemos leer así
la violencia – Jesús quiere abrir nuevas puertas de acceso a Dios. En realidad
derrumba todas las puertas.
Como el mismo evangelio de Juan dirá:
“Pero
la hora se acerca, y ya ha llegado,
en
que los verdaderos adoradores
adorarán
al Padre en espíritu y en verdad,
porque
esos son los adoradores
que
quiere el Padre.
Dios
es espíritu,
y
los que lo adoran
deben
hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24).
Jesús abre el camino a lo que hoy
estamos por fin entendiendo: la espiritualidad precede y trasciende la religión
y lo religioso.
La espiritualidad es patrimonio de la
humanidad y de cada ser humano: es parte esencial de nuestro ser.
La religión y lo religioso pueden
acompañar a la espiritualidad y vehicularla. Están a servicio de la
espiritualidad y no al revés.
A lo largo de la historia las religiones
privatizaron e institucionalizaron la espiritualidad, haciéndose a menudo
dueñas de este espacio sagrado e íntimo de cada ser.
Jesús, como todos los místicos y
profetas, devuelve el Espíritu y la espiritualidad a su hogar: el corazón de
cada hombre y mujer, más allá de la religión que profesa o no profesa.
Jesús hombre libre y liberador quedará
siempre como un icono de critica a toda tentativa de privatizar el acceso a
Dios y hacerse ídolos del mismo.
A los seres humanos nos encanta crearnos
ídolos y seguimos hoy en día fabricándolos de toda especie y tamaño: fútbol,
tele, sexo, éxito, placer, diversión.
Jesús destroza los ídolos para hacernos
libres y devolvernos a nuestra auténtica naturaleza: el Amor.
Tal vez Jesús – así me gusta pensarlo –
se habrá arrepentido de los latigazos propugnados a los vendedores.
Yo en cambio le agradezco algún que otro
latigazo (hablando simbólicamente…
frustraciones, decepciones, límites, etcétera) que la vida me regaló: aprendí y
crecí. Descubrí que el dolor es maestro, me descubrí a mí mismo, aprendí el
amor y el arte de amar.
A veces los latigazos – sobre todo en ámbito educativo – sirven. Y mucho.
Tal vez habrá que decirlo y vivirlo.
El Amor no es solo bondad y ternura: en
ocasiones es fuego devorador.
“Es fuego y
no viento, lo que hace cantar esta
flauta”
(Rumi)
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