El método teológico-pastoral del
“ver, juzgar, actuar” está tan
arraigado, fue y es tan usado y abusado que parece intocable.
Pues bien: lo voy a tocar.
Ya me atreví a criticar este
método en el IV Congreso Americano Misionero (CAM 4, COMLA 9) que se desarrolló
en Maracaibo (Venezuela) del 26 de noviembre al 1 de diciembre de 2013. En el
compartir final del congreso que reunía alrededor de 5000 personas expresé mis
dudas sobre la conveniencia de este método: fui delicada y solapadamente
invitado a retirarme.
Regreso después de casi 5 años
más convencido, con más recursos y más temas para poner arriba del tapete.
Más allá de las conclusiones y de
mi aporte – opinable como casi cualquier cosa – queda la pregunta clave:
¿Por qué cuesta tanto a la Iglesia – y en especial a la
jerarquía – escuchar y aceptar a quien piensa distinto y propone caminos
nuevos?
Los motivos son muchos y variados
obviamente y no es este el momento de tratarlos. Ya los abordé en otros
momentos y volveré a analizarlos.
En nuestros templos, en el
Vaticano y en las sedes de las conferencias episcopales sería interesante que
hubiera un letrero con una sugerencia de un famoso y supuesto ateo, Voltaire: “no comparto lo que dices pero defenderé
hasta la muerte tu derecho a decirlo”.
Entramos en el tema. Intentaré
ser breve y dar simples pistas y sugerencias.
El método del “ver, juzgar,
actuar” nace en Francia en el siglo pasado, es asumido por el Concilio Vaticano
II (en especial en el documento “Gaudium
et spes”) y es profundizado y radicalizado por la teología de la liberación
latinoamericana.
¿En que consiste este método?
Es un método para discernir la
realidad, actuar más fielmente según los criterios evangélicos respondiendo a
los signos de los tiempos.
Muy en síntesis:
Ver: vemos la realidad, tomamos conciencia de lo que es con honestidad y profundo
realismo.
Juzgar: juzgamos esta realidad a partir de los criterios
evangélicos: “esto” es evangélico,
“esto” no es evangélico.
Actuar: a partir del ver y del juzgar tenemos más luces y más
claridad para la acción. Respondemos al llamado de la realidad.
Este método en su tiempo fue una
respuesta a la realidad, justamente. También supuso un crecimiento de
conciencia en la iglesia y en los cristianos. En muchos casos su aplicación fue
positiva y generadora de esperanzas y novedad.
Hoy en día ya no. Los métodos son
herramientas que se toman y se dejan.
Es tiempo de dejar esta
herramienta: ya no sirve. Ya no responde a la realidad en esta etapa evolutiva
de la conciencia humana.
El mundo ha evolucionado, la
conciencia humana ha evolucionado increíblemente en estos últimos 60 años. Y,
como su costumbre, la iglesia llega tarde y con la respiración entrecortada.
El método “ver, juzgar, actuar”
responde a una visión del mundo, a una cosmovisión
en términos técnicos. Esencialmente responde a la visión antropocéntrica de la
modernidad (con su fe ciega en la razón y en el progreso) y a la visión
mecanicista de la física de Newton.
Estas visiones colapsaron, aunque
quedan rastros, secuelas, nostalgias.
La cosmovisión nueva – esta nueva
etapa evolutiva – tienen otros y fundamentales ejes que no podemos dejar de
lado.
Esencialmente:
1)
La dimensión espiritual del ser humano y de lo real es
central. Por eso la búsqueda de espiritualidad de nuestros tiempos.
2)
Una espiritualidad integral. El ser humano no es el
centro del universo, es parte del universo. Desde ahí la visión holística del
saber y la importancia de todo lo eco.
3)
La unidad. Hay una raíz común que podemos llamar “Vida”.
Nos sentimos parte de un Todo. El anhelo de unidad anima a muchas búsquedas.
4)
La física cuántica revolucionó la visión científica. Hay
que tenerla en cuenta.
A partir de estos ejes propongo
el método teológico-pastoral del “observar,
callar, fluir”.
El “ver” nunca es objetivo. Esta
es la primera gran falla del viejo método.
Estamos adentro del sistema,
adentro del Universo. Más aún: somos
el universo expresándose en diferentes y maravillosas formas.
“Afuera” en sentido estricto, no
hay nada. Lo que veo me está viendo: los místicos, que precedieron la física
cuántica, siempre lo supieron. En palabras del Maestro Eckhart: “el ojo con el cual veo a Dios es el mismo
ojo con el que me ve”.
Nuestro “ver” entonces nunca es
objetivo, sino siempre “interpretación”. Tomar conciencia de esto es, por
supuesto, un gran y decisivo paso.
A la realidad no llegamos
interpretando, sino observando.
Por eso el primer paso del nuevo
método es OBSERVAR.
La observación es neutral, porque
es observación libre de interpretación y apegos afectivos y emocionales.
Observamos desde un lugar de conciencia más allá de lo mental.
Obviamente es un aprendizaje y un
ejercicio: aprender a observar así no es automático.
Se observa “sin pensar”: el
pensamiento siempre interpreta y juzga. La observación pura es también pura
aceptación y puro amor.
Por eso el segundo paso del nuevo
método es CALLAR.
No juzgamos más la realidad – lo
que hemos observado desde más allá del pensamiento – sino que callamos.
Entramos en el silencio creador. Desde el silencio contemplamos, aceptamos,
amamos.
La mente – pensamientos,
sentimientos, emociones – siempre juzga pero sus criterios son tremendamente
condicionados y limitados. Por eso siempre se distorsiona la realidad y, en el
fondo, no vemos la realidad, sino vemos nuestra interpretación de la misma a
partir de nuestras opiniones, heridas afectivas y deseos egoístas o
superficiales.
Callamos: el silencio nos
introduce en el mundo de la gratuidad y la aceptación. La realidad es un don, siempre
un don. La Vida siempre es un regalo: también con su cuota de dolor o
incomprensión.
Callamos y el silencio nos hace
descubrir un lugar más profundo y más real de lo que la mente nos muestra. Es
el lugar del Ser, el lugar sin-lugar
de pura vida donde todo está surgiendo sin etiquetas, sin partidos, sin
divisiones.
El silencio nos abre las puertas
al verdadero amor: aceptación incondicional e incondicionada de todo lo que es.
Desde la pura observación y la
práctica del silencio aprendemos a FLUIR.
Se fluye con la Vida, porque nos
descubrimos UNO con esa misma Vida. Se fluye porque se ama, se ama porque se
fluye. Descubriendo la bondad radical de la Vida surge la confianza. Confianza
que se convierte en la postura básica y esencial frente a la Vida. Confiando,
solo podemos fluir.
Fluir es decir que “si” a la Vida
que se manifiesta y expresa asombrosa y maravillosamente en este preciso
instante.
El fluir no es en absoluto
resignación. La resignación no tiene
nada que ver con la aceptación y el
verdadero fluir. Resignarse es de cobardes, aceptar es de valientes.
Entonces comprendemos que el
verdadero fluir con la Vida es la única revolución necesaria y que solo el
fluir es realmente transformador.
Se terminan las estériles luchas
“en contra de o a favor de”: la lucha
es siempre expresión de miedo y de no aceptación de la Vida. A menudo surge de
nuestra interioridad herida y no-amada.
Desde el fluir con la Vida surge
la acción correcta y necesaria en este preciso instante. El método que propongo
– “observar, callar, fluir” – es sin duda un método místico que hunde su raíz
en el ser. No va en contra del actuar
y de la acción, sino que busca una sabiduría mayor. Sabiduría que viene del
alinearse con la Vida. En el caducado método del “ver, juzgar, actuar”, el
actuar en el fondo nacía del razonar/pensar, por cuanto seriamente se hacía uso
de dicha herramienta.
En mi propuesta el actuar surge desde más allá, desde el
lugar siempre sano del ser humano. En sentido estricto es más un dejar actuar que un actuar. Soltamos el
ego y nos convertimos en cauces por donde la Vida/Dios actúa. ¡Qué liberación!
¡La única y auténtica liberación!
Entonces el fluir es dejar
actuar, dejar que la Vida te traspase, te viva, se viva y vivifique.
Por eso que solo el fluir con la
Vida, paradójicamente, transforma la realidad. Porque solo la Vida trasforma y
ella solo sabe modos y tiempos.
Fluir con la Vida entonces no es
ser cómplices de las injusticias y el egoísmo humano. Injusticias y egoísmo son
justamente la resistencia al fluir. Injusticias y egoísmos surgen del ego (la
mente no observada o la identificación con la mente), de la creencia que simple
y solamente somos mente. Solo el silencio disuelve el ego y permite un actuar
más sabio.
La Vida auténtica no conoce
injusticia y egoísmo. La ley que rige el Universo es la ley del Amor, bien lo
sabemos. Pero el Amor es desposesión y entrega, es perder lo que creemos ser –
nuestro pequeño e ilusorio “yo” – para perdernos en el Infinito mar del Amor,
nuestra verdadera y común esencia.
Esta desposesión causa terror y
el hombre se resiste al morir del “yo”: esto engendra egoísmo e injusticias. De
otra manera: resistencia.
Fluir una y otra vez es el
aprendizaje del Amor, el aprendizaje del Ser y de ser.
Este fluir sereno y calmo que es
Dios mismo, solo puede surgir desde el observar y el callar.
Estoy convencido que la
aplicación de este método teológico-pastoral en todos los campos de la vida de
la iglesia y de la sociedad dará abundante frutos y nos abrirá a nuevos
descubrimientos.
Habrá que aprender con paciencia
a aplicarlo en los distintos campos y dimensiones de la vida. Sin duda
necesitará ser pulido y ser encarnado. Habrá que encontrar símbolos y lenguajes
para su aplicación en las distintas culturas y áreas existenciales.
Pero el eje está. El camino está
trazado. El Espíritu, la Vida Una, ha soplado.
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