sábado, 26 de agosto de 2023

Mateo 16, 13-20

 


 

Cuando a un niño le enseñas que un pájaro se llama “pájaro”, el niño no volverá a ver un pájaro nunca más”.

 

Quise comenzar el comentario de hoy con esta cita del sabio hindú Krishnamurti porque nos da la clave de lectura para nuestro texto de hoy.

Estamos frente a un texto fundamental, que nos presenta “El Tema” fundamental de la existencia y de la vida.

Es el tema de la identidad.

En el fondo, es el único tema de la filosofía y el gran tema de la teología y de la espiritualidad.

Desde siempre el ser humano se pregunta: “¿Quién soy?”, “¿Quiénes somos?”.

Es la pregunta clave. Una pregunta clave que hemos olvidado y que está resurgiendo en esta época de crisis, de cambio y de despertar de consciencia.

Nos dicen los sabios que es mucho más importante y productivo hacerse la pregunta correcta que intentar dar respuestas: ¡No lo olvidemos!

Es la pregunta correcta del maestro de Nazaret: “¿Quién dicen que soy?” (16, 15).

 

La pregunta sobre la identidad es una pregunta radical y universal, que engloba a todo y a todos. Cuando Jesús pregunta a sus discípulos y nos pregunta a nosotros hoy: “¿Quién dicen que soy?”, nos está diciendo a la misma vez: “¿Quién eres tú?”.

 

Afirma el monje benedictino Laurence Freeman: “Sólo podremos decir verdaderamente quién es él, cuando sepamos quienes somos nosotros”. Y José Antonio Pagola va en la misma línea: “la pregunta «¿quién dicen que soy?» no es ya una cuestión sobre Jesús, sino sobre nosotros mismos. ¿Quién soy yo? ¿Desde donde oriento mi existencia?

 

Por eso que, desde siempre, los sabios indican el camino de autoconocimiento como la clave de la existencia. Famosa es la inscripción en el Templo de Apolo en Delfos, en la Grecia clásica, 400 años antes de Cristo: “Conócete a ti mismo”.

 

Nosotros seguimos huyendo de esta pregunta clave y nos refugiamos en los ídolos – placer, diversión, apariencia – que nos hacen olvidar por un momento la angustia de la pregunta.

Los intentos de respuestas que vamos dando a lo largo de la vida y según las etapas del desarrollo psíquico y espiritual van en la línea de la personalidad; pero la personalidad se refiere solo a la dimensión biológica, psicológica y sociocultural: nuestro nombre, historia, genética, educación, valores, tipología de carácter, etcétera. Dimensiones que fluctúan continuamente y que están destinadas a desaparecer o, para decirlo sin anestesia, a morir.

 

El budismo habla de “impermanencia”, mientras que el salmo nos dice: “no me diste más que un palmo de vida, y mi existencia es como nada ante ti. Ahí está el hombre: es tan sólo un soplo, pasa lo mismo que una sombra” (39, 6-7); y San Pablo en la misma línea nos dirá: “la apariencia de este mundo es pasajera” (1 Cor 7, 31).

Nuestra personalidad es un soplo. ¿Qué es lo que permanece?

Permanece lo que somos, nuestra verdadera identidad. Identidad que se está manifestando y revelando en la personalidad y como personalidad. La identidad real es el fondo común y compartido – nuestra esencia divinadesde la cual emerge la personalidad histórica y temporal.

 

Jesús, con su pregunta clave, apunta, sin duda, a este despertar.

Afirma, otra vez, Freeman: “El escuchar la pregunta de Jesús nos deja, finalmente, sin imágenes de él, solo con su presencia real. Todos los falsos Mesías de nuestra imaginación y todas nuestras formas de proyección deben ser puestas de manifiesto y destruidas, antes de que pueda ser reconocida la verdad del Mesías.”.

La pregunta sobre la identidad de Jesús es una pregunta viva, una pregunta siempre abierta; una pregunta que no puede quedar encerrada y atrapada en respuestas dogmáticas y prefabricadas.

La crisis del cristianismo es la crisis del encierro de la pregunta de Jesús y el reducir una supuesta fe, a fórmulas.

 

Otra vez recurrimos a Pagola: “Por desgracia se trata con frecuencia de fórmulas aprendidas a una edad infantil, aceptadas de manera mecánica, repetidas de forma ligera y afirmadas verbalmente más que vividas siguiendo los pasos de Jesús. Confesamos a Cristo por costumbre, por piedad o por disciplina, pero vivimos con frecuencia sin captar la originalidad de su vida, sin dejarnos atraer por su amor apasionado, sin contagiarnos de su libertad. Paradójicamente, la «ortodoxia» de nuestras fórmulas doctrinales nos puede dar seguridad, dispensándonos de un encuentro más vivo con Jesús. Hay cristianos muy «ortodoxos» que viven una religiosidad instintiva, pero no conocen por experiencia lo que es nutrirse de Jesús. Se sienten propietarios de la fe, alardean incluso de su ortodoxia, pero no conocen el dinamismo del Espíritu de Cristo”.

 

Detrás, como casi siempre, se esconde el miedo.

Por eso, brillantemente, Javier Melloni nos advierte: “Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos.”

¡No nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que somos! Tenemos miedo de tanta belleza y de tanta luz. Tenemos miedo de dejar nuestras seguridades, tenemos miedo de cruzar el abismo de la personalidad y de la muerte. Tenemos miedo a la libertad.

 

La clave está en el Espíritu. El Espíritu que nos habita es nuestra verdadera identidad, más acá y más allá de nuestra personalidad. El Espíritu de Dios es el mismo y único Espíritu, el Espíritu de Jesús y el nuestro.

Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad” (Juan 16, 13).

Solo el Espíritu nos revela quien es Jesús y quienes somos nosotros. Solo el Espíritu revela la identidad profunda.

Volvamos a ver “el pájaro real” de Krishnamurti y no nuestras etiquetas mentales. Volvamos al Jesús real y no a nuestros conceptos sobre él. Vivamos desde la esencia, desde el Espíritu.

 

Este “desde” es la clave.

 

Emprendamos este apasionante viaje y dejemos que la pregunta de Jesús nos desinstale. Es un viaje extraordinario, sin retorno. Es el viaje más importante de la vida, el viaje de un éxtasis perenne. El viaje del descubrimiento del Amor y de la Luz que todo lo llenan.

 

 

 

 

 

 

 

 


 

 

 

 

 

 

sábado, 19 de agosto de 2023

Mateo 15, 21-28


 

En el texto de hoy, Jesús le dice a la mujer cananea: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (15, 24) y al final del evangelio afirma: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (28, 19).

 

¿Solo para Israel o para todos?

¿Cómo solucionamos esta aparente contradicción?

 

La solución nos viene desde dos frentes: por un lado, la experiencia de la resurrección significó un cambio radical en la percepción de los discípulos de Jesús. San Pablo fue el encargado de abrir la inicial fe cristiana, a la universalidad. Por otro lado, no debemos olvidar que los evangelios son un anuncio de fe en un estilo catequético. Es muy probable que el texto de hoy responda a un desafío de la comunidad a la cual el evangelista Mateo se dirige y no tanto a un acontecimiento histórico del tiempo de Jesús.

Una lectura simbólica del texto nos abre a una comprensión viva, desde el Espíritu; una comprensión que nos ilumine y aliente en nuestro caminar actual.

 

La espiritualidad es para todos, la espiritualidad es lo que somos, la espiritualidad nos une: se podría resumir así el mensaje de nuestro texto.

 

Las religiones – estrictamente ligadas a lo cultural y lo emocional – son vehículos del Espíritu, son caminos de espiritualidad. Cuando una religión se estanca en sus dogmas y se aferra a sus ritos y reglas, pierde su sentido original y originario, pierde el sentido de su propia existencia y su misma razón de ser.  

 

Esta es una de las claves para entender la crisis mundial de las religiones y de las instituciones religiosas. El “problema” no es solo de la iglesia y del cristianismo; es un problema universal que nos indica a claras letras que estamos antes un cambio de paradigma y de consciencia. Frente a este cambio radical – que afecta a los cimientos mismos del fenómeno religioso y de las culturas – se dan dos extremos: un retorno a una postura conservadora e intransigente y un deambular sin rumbo, sin sentido, sin puntos fijos en una búsqueda angustiante. En ambos casos se esconde el miedo.

 

En este cambio tan radical una palabra decisiva nos viene de la mística.

 

¿Qué es la experiencia mística?

 

Antes que nada, justamente esto: experiencia. En muchos casos las religiones ya nos son lugares de experiencia, sino lugares de adoctrinamiento, reglas, ritos exteriores y sin vida.

Afirma Raimon Panikkar: “la experiencia mística es la experiencia integral de la realidad. Es la experiencia de la Vida; experiencia sensible, intelectual, espiritual. La experiencia mística es eminentemente personal – aunque no individualista. La mística supera la alienación sin caer en el solipsismo. La experiencia mística no pertenece a un orden superior, sino que está en la base de la misma constitución del ser humano.

 

El llamado de la mística y de la espiritualidad es para todos. Es el aprendizaje del vivir y de la Vida: aprender a descubrir en cada recodo de la existencia lo inefable que nos sostiene y nos espera.

Por eso la experiencia mística tiene estrecha relación con la contemplación y con el ver. Entrenarnos a ver más en profundidad. La realidad no es lo que parece, siempre hay algo más. Siempre nos espera una luz mayor y un amor más grande.

 

Para volver al texto de hoy: nos nutrimos del pan de la mesa y nos nutrimos de las migajas que caen. Nos nutrimos con lo de adentro y con lo de afuera. Cae la separación, se disuelven los confines, emerge la consciencia de unidad.

 

La espiritualidad rompe barreras, quiebras prejuicios, libera para el amor.

La espiritualidad genuina nos conduce al núcleo de fuego de cada religión y a captar – con el inevitable éxtasis que se engendra – lo Uno que todo lo abraza y que en todo se revela.

Otra vez, Panikkar nos viene en ayuda: “Es precisamente la mística la que nos dirá que toda religión es una religión de la palabra viva y no de la letra escrita – que sola, mata.” (2 Cor 3, 6).

 

¿Cuál es la relación entre mística y espiritualidad?

 

Podemos comprenderlos casi como sinónimos o también podemos ver en la mística, la expresión más genuina y pura de la espiritualidad; la mística sería la cumbre y el vértice de la espiritualidad.

 

La espiritualidad entonces, nos da la clave para vivir con serenidad este cambio y esta crisis.

Podemos resumir esta clave en tres fundamentales actitudes: profundidad, realidad, visión.

¡A trabajar sea dicho!

 

sábado, 12 de agosto de 2023

Mateo 14, 22-33

 

Un texto bellísimo, apasionante, fundamental. Mateo nos regala una catequesis sobre la emuná, la confianza radical.

 

El evangelista sigue insistiendo sobre el silencio y la soledad del Maestro: “subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo” (14, 23). Pocos antes, en el versículo 13, había dicho: “Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para esta a solas” (14, 13).

En solo diez versículos, Mateo nos repite la misma cosa: ¡tan impactante tiene que haber sido el silencio de Jesús y su búsqueda de soledad!

El domingo pasado hemos visto que, desde el silencio y la soledad, brotó la compasión; hoy, desde este mismo silencio y soledad, brota la emuná.

Parecería que silencio y soledad son la fuente de donde surge lo esencial y de donde surge la fuerza para vivir la vida con sentido y desde el amor.

 

La catequesis de Mateo quiere mostrarnos el camino “del miedo a la confianza”: sin duda uno de los ejes – tal vez el más importante – del crecimiento y del camino espiritual.

Del miedo a la confianza.

Del miedo a la confianza.

Del miedo a la confianza. (Te invito a escribir esta frase en un papel y pegarla en tu heladera o ponerla en la mesa de luz).

 

Jesús “camina sobre las aguas”: extraordinaria metáfora del misterio de la vida. La vida es frágil, incierta, inestable, sorprendente. La incertidumbre nos acompaña a cada paso. Por eso el miedo. Por eso la angustiosa búsqueda de seguridades que invade a los seres humanos. Nos cuesta aceptar y comprender la fragilidad de la vida. Nos cuesta vivir sin seguridades. Por eso el miedo. El miedo es una de las emociones básicas de la vida y, en su justa medida, tiene un rol positivo: se encarga de nuestra supervivencia. Sin un mínimo de miedo, estaríamos todos muertos antes del tiempo.

El gran problema es cuando el miedo abarca más de lo esperable, cuando invade la vida, acecha el alma, oscurece la mente, bloquea la vida. Con extrema facilidad el miedo conquista nuestros espacios y, con frecuencia, se convierte en patológico.

 

La neurociencia moderna ha descubierto que la confianza y el miedo utilizan las mismas redes neuronales para funcionar. Son las dos caras de la misma moneda y por lo tanto, no pueden estar activas al mismo tiempo. Para el cerebro, o tienes miedo o tienes confianza, pero no puedes encontrarte en ambos estados a la vez.

¡La neurociencia está demostrando científicamente lo que los místicos ya vislumbraban – y vivían – desde la espiritualidad!

 

Lo que ocurre a nivel neuronal en nuestro cerebro, tiene que convertirse también en el centro de nuestro camino espiritual.

Estamos llamados a vivir desde la emuná radical de Jesús: ¡qué hermoso vivir así!

Desde lo simbólico de la catequesis de Mateo, podemos ver que Jesús invita a Pedro a entrar en su misma emuná: “ven” (14, 29) y Pedro se atreve, pero su caminar en emuná es sacudido por el viento y la emuná se esfuma. ¿Y que ocurre? Pedro se hunde.

Cuando perdemos la confianza en la Vida y en el Misterio de Dios que nos sostiene, nos hundimos; la vida pierde sentido, las dificultades nos parecen insuperables, todo nos asusta y vemos peligros por todo lado… se activó la red neuronal del miedo que no puede coexistir con la confianza.

 

Mateo nos asegura: ¡Tranquilos! Jesús tiende la mano a Pedro, lo rescata y el viento se calma. La emuná hace el milagro: ¡la emuná es el milagro!

La emuná salva la vida y engendra la calma.

¡Siempre podemos volver a la emuná!

Es el camino, el más hermoso.

 

Todo, absolutamente todo lo que nos ocurre en la vida, adentro y afuera, está perfectamente diseñado para que crezcamos en la emuná.

 

Cuando no sé qué hacer, ni adónde ir… ¡emuná!

Cuando me siento perdido y sin rumbo… ¡emuná!

Cuando me siento solo e incomprendido… ¡emuná!

Cuando estoy en el dolor y me siento solo… ¡emuná!

Cuando Dios parece estar lejos… ¡emuná!

Cuando estoy sin fuerzas y sin ganas… ¡emuná!

Cuando no me entiendo y no entiendo a los demás… ¡emuná!

Cuando no le encuentro sentido a la vida y a las cosas… ¡emuná!

Cuando me atrapa una tormenta emocional… ¡emuná!

Cuando mi mente está inquieta… ¡emuná!

Cuando me visita la ansiedad o la angustia… ¡emuná!

Cuando estoy enfermo… ¡emuná!

Cuando me critican y calumnian… ¡emuná!

 

 

 

 

 

 


sábado, 5 de agosto de 2023

Mateo 14, 13-21

 


 

Jesús se va a un lugar desierto “para estar a solas”. Esta anotación del evangelista puede pasar desapercibida, pero es de fundamental importancia. Todo lo que sigue después, surge de esta capacidad de Jesús de estar a solas, de buscar, en el silencio, la comunión con el Padre. Hay otra dimensión importante: justo antes de nuestro texto, Mateo nos relató la decapitación de Juan el Bautista y su sepultura: “al enterarse de esto” – nos dice Mateo – Jesús busca la soledad y el silencio.  

 

¿Cómo manejamos las situaciones dolorosas de la vida?

¿Dónde nos refugiamos?

 

Jesús – y junto a él una marea de místicos de todas las latitudes – nos enseña a refugiarnos en la soledad y en el silencio.

 

En sus últimos meses, Buda enseñaba: “Tomen refugio en ustedes mismos y en nada más. El Buda, las enseñanzas y la comunidad están en su interior. No persigan cosas que están lejos. Todo está en su corazón. Sean una isla para ustedes mismos”.

Escribe Thich Nath Hanh: “Al practicar ir a tu Refugio, te conviertes en una isla de paz, de compasión, y puedes inspirar a otras personas a que hagan lo mismo. Es como un bote lleno de personas cruzando el océano. Si se encuentran con una tormenta y todos entran en pánico, el bote se vuelca. Pero si hay una persona en el bote que permanezca en calma, esa persona inspirará a las demás a permanecer en calma. Y luego habrá esperanza en todo el bote.

 

¡Tu Refugio es tu corazón y tu alma!

¡Tu Refugio es este lugar sin-lugar, donde el Espíritu te habita!

¡Tu Refugio siempre está ahí, esperándote!

 

Aprendamos a no huir. Aprendamos a no refugiarnos en el ruido, la televisión, las redes sociales, la comida, la diversión. Aprendamos a sentarnos a solas, en silencio y quietud.

Siéntate con tu dolor.

Siéntate con tu tristeza.

Siéntate con tu angustia y tu soledad.

Siéntate con tu enojo.

Siéntate contigo mismo y con tu Dios.

 

Como un guerrero de la luz, me sentaré.

Me sentaré y enfrentaré todo lo que hay que enfrentar.

Desde ahí brota la paz, la reconciliación, la compasión.

 

Compasión que, justamente, es el otro eje de nuestro texto.

 

La soledad de Jesús se rompe por la gente dolida y necesitada; los enfermos y los hambrientos le buscan… en él encuentran la calma, de la cual hablaba Thich Nath Hanh.

 

Jesús se deja cuestionar y afectar por el dolor y su silencio se convierte en compasión. Así es la vida, así es la experiencia de la plenitud divina: una constante oscilación entre silencio y palabra, quietud y movimiento, soledad y compasión, ser y hacer.

 

Jesús sana a los enfermos, nos dice Mateo; los panes y los peces se multiplican y todos comen.

 

¿Cuál es la clave?

 

Me gusta descubrirla en estas extraordinarias palabras: “levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición” (14, 19).

 

Levantar los ojos al cielo es reconocer nuestra pequeñez, nuestra nada.

“No hay nada afuera de Él” – ein od milvadó – nos dice la mística hebrea.

Levantar los ojos al cielo, es abrirse a lo desconocido, a una fuerza mayor.

Levantar los ojos al cielo es confiar, vivir de emuná.

Jesús confía radicalmente.

Confía y bendice.

Bendecir es reconocer la Presencia, en todo momento y circunstancia.

Bendecir es vivir agradecido y de agradecimiento.

Bendecir es reconocer a un Amor que nos sorprende y nos supera.

 

¡Qué hermoso es vivir levantando los ojos al cielo y bendiciendo!

 

La vida se transformará, no tengan dudas.

Etiquetas