En el texto de hoy, Jesús le dice a la mujer cananea: “Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel” (15, 24) y al final del evangelio afirma: “Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (28, 19).
¿Solo para Israel o para todos?
¿Cómo solucionamos esta aparente contradicción?
La solución nos viene desde dos frentes: por un lado, la experiencia de la resurrección significó un cambio radical en la percepción de los discípulos de Jesús. San Pablo fue el encargado de abrir la inicial fe cristiana, a la universalidad. Por otro lado, no debemos olvidar que los evangelios son un anuncio de fe en un estilo catequético. Es muy probable que el texto de hoy responda a un desafío de la comunidad a la cual el evangelista Mateo se dirige y no tanto a un acontecimiento histórico del tiempo de Jesús.
Una lectura simbólica del texto nos abre a una comprensión viva, desde el Espíritu; una comprensión que nos ilumine y aliente en nuestro caminar actual.
La espiritualidad es para todos, la espiritualidad es lo que somos, la espiritualidad nos une: se podría resumir así el mensaje de nuestro texto.
Las religiones – estrictamente ligadas a lo cultural y lo emocional – son vehículos del Espíritu, son caminos de espiritualidad. Cuando una religión se estanca en sus dogmas y se aferra a sus ritos y reglas, pierde su sentido original y originario, pierde el sentido de su propia existencia y su misma razón de ser.
Esta es una de las claves para entender la crisis mundial de las religiones y de las instituciones religiosas. El “problema” no es solo de la iglesia y del cristianismo; es un problema universal que nos indica a claras letras que estamos antes un cambio de paradigma y de consciencia. Frente a este cambio radical – que afecta a los cimientos mismos del fenómeno religioso y de las culturas – se dan dos extremos: un retorno a una postura conservadora e intransigente y un deambular sin rumbo, sin sentido, sin puntos fijos en una búsqueda angustiante. En ambos casos se esconde el miedo.
En este cambio tan radical una palabra decisiva nos viene de la mística.
¿Qué es la experiencia mística?
Antes que nada, justamente esto: experiencia. En muchos casos las religiones ya nos son lugares de experiencia, sino lugares de adoctrinamiento, reglas, ritos exteriores y sin vida.
Afirma Raimon Panikkar: “la experiencia mística es la experiencia integral de la realidad. Es la experiencia de la Vida; experiencia sensible, intelectual, espiritual. La experiencia mística es eminentemente personal – aunque no individualista. La mística supera la alienación sin caer en el solipsismo. La experiencia mística no pertenece a un orden superior, sino que está en la base de la misma constitución del ser humano.”
El llamado de la mística y de la espiritualidad es para todos. Es el aprendizaje del vivir y de la Vida: aprender a descubrir en cada recodo de la existencia lo inefable que nos sostiene y nos espera.
Por eso la experiencia mística tiene estrecha relación con la contemplación y con el ver. Entrenarnos a ver más en profundidad. La realidad no es lo que parece, siempre hay algo más. Siempre nos espera una luz mayor y un amor más grande.
Para volver al texto de hoy: nos nutrimos del pan de la mesa y nos nutrimos de las migajas que caen. Nos nutrimos con lo de adentro y con lo de afuera. Cae la separación, se disuelven los confines, emerge la consciencia de unidad.
La espiritualidad rompe barreras, quiebras prejuicios, libera para el amor.
La espiritualidad genuina nos conduce al núcleo de fuego de cada religión y a captar – con el inevitable éxtasis que se engendra – lo Uno que todo lo abraza y que en todo se revela.
Otra vez, Panikkar nos viene en ayuda: “Es precisamente la mística la que nos dirá que toda religión es una religión de la palabra viva y no de la letra escrita – que sola, mata.” (2 Cor 3, 6).
¿Cuál es la relación entre mística y espiritualidad?
Podemos comprenderlos casi como sinónimos o también podemos ver en la mística, la expresión más genuina y pura de la espiritualidad; la mística sería la cumbre y el vértice de la espiritualidad.
La espiritualidad entonces, nos da la clave para vivir con serenidad este cambio y esta crisis.
Podemos resumir esta clave en tres fundamentales actitudes: profundidad, realidad, visión.
¡A trabajar sea dicho!
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