domingo, 29 de julio de 2018

Juan 6, 1-15



El famoso relato de la multiplicación de los panes nos permite descubrir – entre otras cosas – el significado y el sentido que las primeras comunidades cristianas otorgaban a la celebración de la eucaristía: fraternidad y compartir.
Como expresa lucidamente Luis González-Carvajal: “Cuando falta fraternidad, sobra la eucaristía.

Más allá de la historicidad o menos del hecho es necesario descubrir su significado simbólico y su sentido originario.
Símbolo y sentido traspasan el espeso muro de la historia y nos traen la frescura y la verdad del evangelio hasta nuestros días y nuestras concretas existencias.

El sentido lo descubrimos – paralelamente – en el actuar de Jesús y en la vivencia de la eucaristía de las primeras comunidades.
El evangelista subraya con fuerza y delicadeza el actuar del Maestro: Jesús está atento a las necesidades de las personas y se preocupa por su salud, bienestar, dignidad. 
Las primeras comunidades desde ahí entendieron la celebración de la Eucaristía: una fraternidad atenta al necesitado. No se concebía una celebración que no integrara estos elementos, una celebración que no partiera de la fraternidad y apuntara a la fraternidad, una celebración que no fuera preocupación por el pobre y el marginado.

Nuestras celebraciones se han transformado – en muchos casos – en puro culto y rito exterior, donde estamos más atentos y preocupados por la forma que por el amor, por el vestido que por la persona, por la exactitud de las palabras que por el gesto fraterno y compasivo. Se vive una liturgia estéril y centrada en sí misma, alejada del vivir concreto de la gente. Las grandes celebraciones – por cuanto muevan la emotividad – están a kilómetros de distancia del sentir de Jesús y de las primeras comunidades.
En nuestras, a menudo, frías celebraciones falta una verdadera fraternidad y una autentica preocupación por los necesitados.

Qué lindo e importante sería volver al sentido original y originario de la celebración de la Eucaristía: lugar de encuentro y de compartir, lugar de comunión y sensibilidad por el necesitado, lugar de verdadera oración y de conocimiento mutuo.
Podemos, juntos, ir dando algunos pasos… sin miedo, con firmeza y humildad.

Igualmente importante y profundo es el sentido simbólico del texto, sentido perenne y eterno.
La gente experimenta su carencia: está cansada y con hambre.
¿Quién no experimenta – o experimentó – cierta carencia?
Es parte de nuestro caminar histórico. Pero no es lo que nos define: somos plenitud, desde ya. Plenitud expresándose en esta forma limitada y carente. Nos podemos vivir desde esta Plenitud: panes y peces sobran. Vida abundante.
Es la paradoja que está inscrita en las leyes del universo y en el corazón del evangelio y de todas las religiones y tradiciones espirituales.
Somos Plenitud experimentándose en una forma limitada: nuestra propia persona.

¿Cómo vivirse desde esta Plenitud?

Calma y quietud. Jesús invita a la muchedumbre a sentarse. La ansiedad y el apuro nos alejan y alienan de la Plenitud que somos, de nuestra verdadera identidad.
Cuando nos aquietamos, cuando mente y corazón se acallan, lo que somos aflora sereno.
Es el camino hermoso del silencio.
Camino que Jesús vivió en primera persona, como estilo de vida.
Jesús, sabiendo que querían apoderarse de él para hacerlo rey, se retiró otra vez solo a la montaña” (Jn 6, 15). 
Jesús amó el silencio y la soledad. Silencio y soledad donde se descubrió Uno con el Padre y desde donde aprendió a amar y servir.

Cuando la carencia en cualquiera de sus formas, golpea a tu puerta, siéntate en silencio y toca la quietud. Descubrirás que no eres esta carencia, sino la Plenitud que en ella, misteriosamente, se revela y expresa.

Cuando soy débil soy fuerte” (2 Cor 12, 10) decía San Pablo y también las palabras del Señor al mismo apóstol: “mi poder triunfa en la debilidad” (2 Cor 12, 9) subrayan esta dimensión paradojica.

Asentados en esta experiencia podemos aportar con serenidad y lucidez para aliviar el sufrimientos de los demás y para construir una sociedad más justa y fraterna.

Asentados en el silencio nuestras celebraciones florecerán como vida nueva, como expresión de autentica fraternidad, autentica comunión y autentico compartir.

domingo, 15 de julio de 2018

Marcos 6, 7-13



Hoy Marcos nos presenta el tema del envío y de la misión. Es muy probable – diría cierto – que los relatos de misión no transmitan palabras textuales de Jesús sino que reflejen las actitudes y vivencias de las primeras comunidades. Igual son indicadores del sentir del Maestro y testimonios de una manera de comprender y vivir la misión.
¿Cómo vivir la misión?
Es un gran tema y muy actual en la vida de la iglesia, de muchas congregaciones y muchos cristianos comprometidos.
Es fundamental darse cuenta que la manera de vivir la misión – como del resto toda otra actividad – depende en gran parte del estado de conciencia.

¿Qué es el/un estado de conciencia?
Es la manera concreta de ver y comprender la realidad en un momento dado.
Y es obvio que el actuar será consecuencia de esta manera de ver.
En nuestro tema: si antes la comprensión de la iglesia (derivada también del estado de conciencia de la humanidad en general) se fundamentaba en la creencia de poseer la verdad, es obvio que la misión se vivía consecuentemente: proselitismo, sacramentalismo, condenas, etcétera… esta manera de entender se plasmó en el famoso dicho: “afuera de la iglesia no hay salvación”.
Hoy esto parece absurdo e inviable (aunque todavía hay sectores que simpatizan con esta postura) y la misma iglesia se dio cuenta que es una manera de ver y entender que ya es obsoleta y hay que cambiarla y/o reinterpretarla.
¿Qué es lo que cambió?
El estado de conciencia, la manera de ver y comprender.
Se vio, se está viendo, que “la verdad” no es una contenido mental que se pueda poseer o imponer. Entonces va cambiando el actuar, va cambiando el estilo de misión.
Por eso es tan importante dar cabida al estado de conciencia, esforzarse para abrirse, para comprender, para dejarse cuestionar. La humanidad va evolucionando, va creciendo en conciencia y la iglesia va lenta, atrasada, asustada.
No podemos hoy en día vivir la misión sin tener en cuenta todos los logros maravillosos de la humanidad en el campo de la ciencia, de la psiquiatría, de la psicología, de la espiritualidad, de la neurociencia.
Pero cuesta. Cuesta dejar seguridades, cuesta dejar lo mental para adentrarse en el Misterio silencioso. Los fantasmas del miedo rondan por los pasillos del Vaticano.
Jesús, que era un místico, ya había visto y a través de las categorías culturales y religiosas de su tiempo ya había apuntado a lo esencial que se ve reflejado en el evangelio de hoy: sanar, humanizar, dignificar.
¿No será ese el eje actual de la misión? ¿No será también el eje permanente más allá de las épocas y las culturas?
Misión como compartir la vida, plenificar la vida, celebrar la vida.
¿No es el Dios de Jesús el Dios de la Vida?
Ireneo de Lyon  - ¡ya en el siglo II! – había dicho: “la gloria de Dios es el hombre viviente”.
Desde el estado de conciencia actual de la humanidad hay que dar este paso: centrarnos en la vida.
Dios mismo es Vida, es La Vida. Entrando plenamente en la Vida, viviendo con plena conciencia la vida, estamos experimentando a Dios.

¿No es asombrosamente maravilloso y mucho más simple de lo que estuvimos pensando y haciendo por siglos?

Entrar en la Vida exige y supone – todo “cierra” armónicamente – lo que el texto de Marcos afirma del envío: desapego y entrega.
Como afirma Pagola: “Según Marcos, al enviarlos, Jesús les da autoridad sobre los espíritus impuros. No les da poder sobre las personas que irán encontrando en su camino. Les da autoridad para liberarlas del mal…” Y agrega: “Curiosamente, Jesús no está pensando en lo que han de llevar para ser eficaces, sino en lo que no han de llevar.

No podemos entrar en la Vida y compartir la vida si estamos aferrados al poder, la comodidad, los ritualismos, las doctrinas.
No podemos entrar radicalmente en la Vida si continuamente estamos juzgando, eligiendo, separando, discriminando. Realidades que – a pesar de todo lo positivo – siguen aconteciendo en la iglesia y afuera de la iglesia.

Entrar plenamente en la Vida y dejarse penetrar radicalmente por esa misma Vida es, antes que nada, decisión y compromiso personal: nadie ni nada lo puede hacer por ti. Los procesos y los tiempos son personales y “la ficha cae cuando cae” pero lo que podemos hacer y es urgente hacer es abrir la mente y el corazón. En el zen se dice: “No hay que buscar la verdad, hay que dejar de tener opiniones”. Cuando la mente y el corazón se aquietan la Verdad aparece.

Comprender el eje de la misión como liberación y humanización es esencial, es un signo de los tiempos y un volver al eje que fue de Jesús y que es el centro de todas las religiones y tradiciones espirituales de la humanidad.

Misión: liberar al ser humano de toda forma de esclavitud y dependencia, interna y externa.
Misión: humanizar al ser humano. Volvernos cada vez más humanos, rescatando y valorizando todas las dimensiones que desarrollan los valores humanos y la belleza infinita del ser humano.

¿No es maravilloso y revolucionario vivir así la misión?




domingo, 8 de julio de 2018

Marcos 6, 1-6


El texto de hoy subraya una de las vivencias más duras de Jesús: ser rechazado por su gente. Fue algo tan fuerte que todos los evangelios sinópticos lo transmiten: el texto de Marcos que estamos comentando, Mateo 13, 53-58 y Lucas 4, 16-24, donde el rechazo se hace más violento y Jesús se salva de ser despeñado del barranco de Nazaret.
Este rechazo queda plasmado en el famoso refrán que Jesús cita al final de nuestro texto: “Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa” (Mc 6, 4) que en nuestro lenguaje común abreviamos diciendo: “Ninguno es profeta en su patria.”
Este rechazo parece absurdo e ilógico, también porque esconde una contradicción: por un lado la gente reconoce la sabiduría del Maestro y sus dones de curación (Mc 1, 21-34) y por el otro no quiere escucharlo y menos, comprenderlo.

¿Dónde podemos encontrar una clave de comprensión?

Sugiero dos pistas:
1)   Por un lado la persona de Jesús rompe con los esquemas. Jesús no es un sacerdote del Templo ni un maestro de la ley. Su enseñanza y su actuar no quieren defender doctrinas preestablecidas ni preservar el orden institucional, social y religioso. Jesús comparte lo que ve y lo que vive. Es un Maestro de sabiduría que ofrece su experiencia de Dios y su visión de la vida. Es un profeta y la clave de la vida de un profeta es la libertad: Jesús es el hombre libre que vive desde el Amor y para el Amor.
Afirma lucidamente el teólogo italiano Vito Mancuso: “Entregarse a la realidad sin nada que defender y hacerse penetrar por ella significa activar la primera y decisiva condición para el nacimiento de la libertad.
Palabras que reflejan perfectamente lo que Jesús vivió: es lo que el Maestro hizo y lo que nos invita a hacer.

Esta libertad molesta al orden preestablecido, ayer como hoy. Las instituciones – y en ellas también la iglesia – viven a menudo para defender y mantener lo institucional que, dicho sin rodeos, significa “poder” y “privilegios”. 
Hoy en día la iglesia institución sigue siendo, en muchos casos, “motivo de tropiezo” para mucha gente: cristianos comprometidos y no cristianos, creyentes y ateos. Y “motivo de tropiezo” no por su fidelidad a la novedad de Jesús – ojalá así fuera –, sino por caer en las mismas contradicciones de las instituciones de la época de Jesús: priorizar la doctrina sobre la vida, rigidez, resistencia a los cambios, hipocresía, moralismo, fanatismo religioso, burocracia. Jesús se había convertido en “motivo de tropiezo” para las instituciones de su época justamente para cuestionar todo este aparato engañoso y poner la vida en el centro.

La frase “y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo” (Mc 6, 3) se puede traducir también como “y desconfiaban de él”. Me parece interesante esta traducción porque pone el acento sobre la desconfianza. Y aquí va la segunda pista.

2) La gente – su gente – desconfía de Jesús. Y el evangelio nos sugiere los motivos: era demasiado conocido. Que también se puede decir: demasiado humano.
Jesús era un vecino más, lo conocían desde niño. Conocían su familia y su entorno: nada excepcional.
¿Qué le pasa ahora a este hijo del carpintero que se pone a predicar y sanar?
¿Se piró?
Son los mismos comentarios de hoy en día con personas que conocemos bien. No logramos aceptar ni ver la belleza y grandeza que se esconde en lo que ya suponemos conocer. Hay que subrayar “suponer” con tinta roja parpadeando. Su gente suponía conocer a Jesús: en realidad no le conocía. Se quedaban con la imagen que se habían hecho de él y no lograban salir de esta imagen. Se quedaban con la superficie. Lo mismo – vaya como se repite la historia – que hacemos nosotros: con Jesús, con Dios, con los demás. Nos relacionamos a partir de las imágenes que tenemos del otro. Nos quedamos con lo superficial y los pocos datos que sabemos.
Por eso que – en el camino espiritual –, romper las imágenes de Dios que uno tiene es el primer y esencial paso para encontrarse con el verdadero Dios… y cuando no queremos romper estas imágenes, la vida se encarga. La vida siempre rompe las imágenes de Dios que nos hemos construido… ¡no podemos atrapar y manipular el Misterio!
Jesús molesta porque – con lucidez y fuerza – hace justamente esto: rompe imágenes y estructuras y, por ende, pone en crisis el orden institucional.

Marcos, al final de nuestro texto, anota algo interesante: “Y no pudo hacer allí ningún milagro, fuera de curar a unos pocos enfermos, imponiéndoles las manos. Y él se asombraba de su falta de fe” (Mc 6, 5-6).
La desconfianza impide una vida plena y digna. A menudo “se usaron” los supuestos milagros de Jesús como “prueba” de su divinidad. En realidad nunca Jesús usó las curaciones para demostrar su estatus de mesías. Es una operación engañosa e injusta. El evangelio también la desmiente: “Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán” (Lc 16, 31).
Jesús da mucha más importancia a la confianza. Porque sabe que la confianza sana y dignifica. Porque sabe que la confianza es el milagro más grande. Por eso también le dolió mucho la desconfianza de su pueblo y sus amigos. Es la confianza la que sana y la que “permite” el milagro. Es el estribillo que Jesús repite: “Tu fe – tu confianza – te ha salvado.”
Volver a confiar en nosotros mismos, en los demás y en la Vida es entonces, fundamental. El camino de la confianza es el camino que siempre lleva a la luz y a la paz.
¡Qué hermoso es relacionarnos con el otro – cualquier otro – a partir de la confianza! Es un ejercicio diario, una práctica espiritual. Casi siempre lo primero que nos surge frente al desconocido o al que piensa o vive distinto es la desconfianza. Cuando notamos surgir la desconfianza podemos detenernos un momento y conectar con lo mejor de nosotros y dar cabida a la confianza que, a menudo, empieza con una amable sonrisa.

A partir de estas dos pistas nuestro camino espiritual puede tomar vuelo y un respiro más fresco: ¡qué necesidad de aire nuevo!

Podemos dejar de “suponer” que conocemos a Jesús, y menos, a Dios. Podemos entonces abrirnos y dejarnos cuestionar. “A Jesús no se le puede entender desde fuera” recuerda Pagola. Abrirnos a Jesús y al evangelio exige poner entre paréntesis ideas y opiniones y dejarnos aferrar por el Amor que habla desde el silencio, cuando la mente calla. Entrar en la experiencia de Jesús es dejarse aferrar por él y su novedad. Jesús nos comparte su conciencia y su visión: solo podemos entrar desde el silencio y la humildad. Jesús pone en el centro lo humano. Como recuerda Leonardo Boff: “Tan humano solo Dios”. Acá radica la novedad esencial de Jesús: lo divino se manifiesta, expresa y revela en lo humano. Entonces el camino hacia Dios es el camino hacia lo humano. Poner en el centro lo humano, especialmente las relaciones humanas, es poner en el centro a Dios. Este es el “escandalo” y el “motivo de tropiezo” de toda institución religiosa que se considera “dueña” del acceso a Dios y que restringe este acceso a la participación o menos en sus rituales.
Jesús rompe con esto, que nos guste o no. Jesús abre el acceso a Dios a todo corazón humano e invita, antes que nada, a celebrar nuestra humanidad como terreno fértil y hermoso de la revelación del Misterio de Amor que llamamos “Dios”.

Podemos además dejar de relacionarnos con los demás a partir de nuestras imágenes y prejuicios y de nuestro “supuesto conocimiento” del otro.
Relacionarnos con el otro – cualquier otro – a partir de las imágenes que tenemos o lo que ya conocemos es muy pobre e injusto. Cada persona, cada ser viviente, es un Misterio infinito e inagotable. Hay que respetar y amar este Misterio.
Es un Misterio que se renueva cada mañana, es el Misterio del Amor que se manifiesta en toda forma: ¿cómo pretendemos tenerlo dominado y agotado?
Aprender a relacionarse con el otro desde el Misterio siempre nuevo es una aventura maravillosa que nos reservará muchas y agradable sorpresas.
Dejemos que la Vida quiebre nuestras imágenes y supuestos conocimientos: todo brillará de una luz nueva. Todo se coloreará de divino y los aromas del Amor nos enamorarán.  


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