sábado, 30 de septiembre de 2023

Mateo 21, 28-32


Se nos presenta hoy, otra parábola “subversiva” de Jesús, pero si la del domingo pasado nos cuestionaba a todos sobre nuestras imágenes de Dios, la de hoy va directamente a cuestionar a la autoridad religiosa y a sus niveles institucionales.

 

Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios” (21, 31): sin duda una de las afirmaciones más contundentes y duras del maestro de Nazaret; por afirmaciones como estas, Jesús fue condenado y asesinado, y aunque la muerte de Jesús fue responsabilidad directa del imperio romano, fue con el fundamental aval de la autoridad religiosa judía de su época, como lo establece la excelente investigación de Paul Winter en su libro “El proceso a Jesús”.

 

Jesús cuestiona duramente una autoridad hipócrita que se cree dueña de la verdad, impone reglas a los demás y no vive lo que enseña: “¡Ay de ustedes porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!” (Lc 11, 46).

Obviamente, si es así, esta parábola y el mensaje de Jesús valen para todos, aunque tengan un peso especial para los que tienen algún tipo de autoridad sobre los demás.

¡Pero atención! Sabemos que la tentación del poder y el caer en la hipocresía, siempre están a la vuelta de la esquina para todos.

 

¿Cuál es la clave de esta parábola tan fuerte?

 

Jesús pone la ética por encima de la religión, las creencias, las doctrinas.

Tan simple, como tan fuerte y revolucionario.

En el fondo es el gran mensaje del profetismo y el misticismo de todos los tiempos y las latitudes.

 

Tenemos otros textos claves en los evangelios, que nos confirman en esta postura de Jesús.

 

Tal vez, el más famoso, lo encontramos en el mismo Mateo, en el capítulo 25. Es el texto conocido como el “del juicio universal” pero, en realidad, es la regla de oro de esta vida.

 

Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (25, 34-36).

 

Jesús asocia la bendición del Padre y la herencia del Reino – en otras palabras, la plenitud de vida – no a creencias o al cumplimiento de determinadas reglas o determinados ritos, sino a la vivencia concreta del amor.

Con el mismo sentido, podemos citar también el texto del “Buen Samaritano” (Lc 10, 25-37).

 

Estos dos textos, justamente, no son “religiosos”, sino humanos, éticos. Jesús abre el acceso al Misterio desde la puerta universal del amor y de la ética; mejor dicho, nos muestra que esta puerta siempre estuvo y estará abierta, más allá de lo estrictamente religioso.

Jesús no hace depender la “salvación”, la plenitud de la vida y la comunión con Dios, de creencias o de la observancia de reglas y ritos, sino de la vivencia concreta del amor, la solidaridad y la justicia.

Queda mucho camino a recorrer. Quedan muchas puertas para derribar y otras tantas para abrir y queda mucho poder para soltar…

Otro texto interesante – que podría servir de comentario a nuestra parábola – lo encontramos en el sermón de la montaña: “No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7, 21).

 

Y un texto más fuerte aún: “todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50).

 

La comunión de vida con Jesús pasa por cumplir la voluntad del Padre y esta voluntad, bien lo sabemos, es el amor. La primera carta de Juan lo afirma a claras letras: “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (4, 20-21).

 

El filosofo Ludwig Wittgenstein resume todo lo dicho de una forma esplendida: Hasta que no sepamos que hacer, en realidad aún no hemos comprendido.

 

Todo esto no significa, obviamente, que creencias, doctrinas y ritos no tengan su valor. Significa que su valor está subordinado a la vida y en función de la vida; subordinado al amor y en función del amor.

El mismo Jesús fue un rabino observante, que cumplía casi siempre con las reglas y los ritos. Pero Jesús tuvo la libertad de espíritu y la genialidad intelectual de captar el mensaje esencial y oculto de toda doctrina, todo mandamiento y toda regla: el amor.

Y esto fue lo que vieron y captaron los profetas y los místicos de todos los tiempos.

 

Por eso quiero terminar citando a San Juan de la Cruz: “al atardecer de la vida te examinarán en el amor”.

 


 

sábado, 23 de septiembre de 2023

Mateo 20, 1-16

 


 

Nunca es tarde, todo es gratis”: podríamos resumir así el eje del mensaje del texto evangélico de este domingo. Esta parábola de Jesús es, sin duda, la más provocativa y subversiva.

 

Provocar”, en su sentido etimológico derivado del latín, significa “llamar hacia adelante”, “desinstalar”: a través de esta parábola, el maestro nos invita a cambiar nuestra mirada sobre Dios y a dar un paso.

 

Subversiva” porque, justamente, va a tocar los fundamentos de nuestras imágenes de Dios y de nuestros conceptos sobre Él.

 

El centro del mensaje es la gratuidad compasiva, esta misma “gratuidad compasiva” que es, a la vez, el eje de todo el evangelio y del auténtico mensaje de todas las tradiciones religiosas de la humanidad.

 

Nuestro ego se rebela y se queja: “¡No es justo!” … No es justo que los que trabajaron solo una hora, ganen lo mismo que los que trabajaron todo el día.

El ego funciona a partir de la ley del mérito y la recompensa; el ego no conoce la ley de la gratuidad. Por eso que nuestro sentido de la justicia es sumamente frágil y limitado: juzgamos a partir de lo que vemos – muy poco en realidad – y sin tener en cuenta la realidad integral de la persona. La justicia, sin misericordia, siempre falla. Los sistemas judiciales de las naciones tienen mucho camino a recorrer, así también las religiones.

 

Cuando aplicamos a Dios nuestros criterios humanos de justicia y equidad, estamos creando un ídolo, una caricatura del Misterio y así se explica – es tan terrible reconocerlo, pero necesario – que en “nombre de Dios” se llevaron a cabo atrocidades.

 

Jesús quiere desinstalarnos, cuestionarnos y obligarnos a rever nuestros conceptos sobre Dios.

 

Por eso también, desde siempre, el camino místico se nutre del silencio mental, que destruye todas las imágenes y los ídolos y nos pone de frente al Misterio, desde la humildad y la apertura.

Recordemos otras palabras subversivas que durante el Concilio Vaticano II, dijo el Patriarca Máximo IV Saigh (1878-1967): “yo tampoco creo en el dios en que los ateos no creen.

 

El Misterio desborda todos nuestros cálculos y está más allá de la fe de los creyentes y del ateísmo de los que no creen.

La comprensión y la vivencia de esta parábola, entonces, nos llevan a otro modo de ver, más allá de la mente.

 

La gratuidad del Misterio nos sorprende: ¡dejémonos conmover por la gratuidad!

Se los ruego: ¡Dejemos que transforme nuestra vida!

 

Los quejosos y conflictivos obreros de la viña, no comprendieron que el regalo más grande era la posibilidad de trabajar en la viña, así como el hijo mayor en la parábola de Lucas (15, 11-32), no había comprendido que “todo era suyo” y se quejaba de que el Padre había matado el ternero gordo para su hermano y a él no le había dado ni siquiera un cabrito.

 

San Pablo lo pudo ver y por eso exclama extasiado: “Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios” (1 Cor 3, 22-23).

 

Cuando “salimos” de la consciencia de la gratuidad, abrimos las puertas a la queja, a la envidia y a los celos.

 

¡Somos! ¡Eres!

Estamos participando del Misterio inefable e inagotable del Amor.

 

¿No es suficiente?

¿No te alcanza?

¿Por qué nos comparamos?

 

Nunca es tarde, para darse cuenta de la gratuidad que eres y que te habita.

Nunca es tarde, para volver a confiar en el Misterio.

Nunca es tarde, para hacer de tu vida un canto al Amor y una entrega feliz y radical.

 

Todo es gracia”, “todo es gracia”, “todo es gracia”: ¡sea este nuestro mantra! ¡Sea esta la única brújula de nuestra vida!

 

 

 

 

 

 

 

sábado, 16 de septiembre de 2023

Mateo 18, 21-35


 

Diez mil talentos” y “cien denarios”: una desproporción absoluta que Jesús utiliza en su parábola, para hablar del perdón.

 

El perdón es el gran tema de nuestro texto y, tal vez, el gran o único tema de la humanidad.

 

¿Quién no tiene algo que perdonarse?

¿Quién no tiene algo que perdonar?

 

La desproporción aparece también en el famoso “setenta veces siete”: es decir “siempre”, sin límite. Esta expresión metafórica, que nos invita a perdonar siempre, empalma con la misma expresión que iba en sentido contrario y la transforma: “Caín será vengado siete veces, pero Lamec lo será setenta y siete” (Gen 4, 24).

 

¿Venganza o perdón?

 

Parece ser esta la clave de lectura de la Escritura y de la historia humana. Parece ser este, el único verdadero aprendizaje.

La historia de la humanidad oscila, desde siempre, entre grandes venganzas y grandes perdones.

 

Estamos en una época decisiva, donde estamos llamados a hacer del perdón el eje de nuestra existencia individual y colectiva. Todos los sabios – y hoy en día muchas corrientes psicológicas – insisten en el poder sanador del perdón, especialmente para quien lo otorga: ¡perdonar sana más al ofendido que al ofensor!

 

Vamos a profundizar en las claves del perdón que nos regala esta parábola.

 

Antes que nada, volvamos a la desproporción entre los “diez mil talentos” y los “cien denarios”: ¿Qué nos sugiere?

 

Nos sugiere que “todo es gracia”, todo es un don. La gratuidad nos envuelve, a partir del don de la vida. Es el gran mensaje de todas las tradiciones espirituales.

 

En el mismo evangelio de Mateo, Jesús nos dice: “Ustedes han recibido gratuitamente, den también gratuitamente” (Mt 10, 8)

Y San Pablo insiste: “¿Y qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿por qué te glorías como si no lo hubieras recibido?” (1 Cor 4, 7).

 

El mismo Pablo, en el comienzo de la carta a los efesios canta, en su bellísimo himno, la gratuidad del amor de Dios y de su proyecto (Ef 1, 3-12).

 

Si todo es un don, si todo lo hemos recibido y lo estamos recibiendo, ¿cómo no vamos a perdonar?

 

La otra clave del perdón que se desprende del texto, es la de la comprensión y de la compasión.

 

Comprensión y compasión van de la mano y no hay una sin la otra.

 

Sin comprensión no hay compasión y sin compasión no hay comprensión: ahí radica la clave del perdón.

 

El verdadero perdón surge cuando nos damos cuenta que, en el nivel más profundo… ¡no hay nada que perdonar! Vivimos en el perdón, porque vivimos en una gratuidad sostenida.

Ya todo está perdonado, en este nivel más profundo.

 

¿Por qué?

¿Cuál es la comprensión?

 

Es la comprensión profunda de que cada ser humano hace lo que puede y sabe, desde su nivel de consciencia actual. Por eso, en sentido estricto, cada cual hace siempre lo mejor que puede desde su nivel de consciencia. Esta es la comprensión clave que genera la consciencia del perdón ya otorgado.

Es lo comprensión de Jesús poco antes de morir en la cruz: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).

“No saben”: no tienen consciencia. Por eso la compasión y el perdón.

 

Es fundamental comprender los distintos niveles de consciencia: es obvio que los asesinos de Jesús – y cualquier asesino lo sabe – sabían que lo estaban matando; pero esta consciencia era muy elemental, muy superficial, material y egoica… podemos decir ¡una consciencia inconsciente!

Por ejemplo: no sabían – no tenían consciencia – del valor de la vida humana, no tenían consciencia de lo que significaba matar a una persona, no tenían consciencia de lo que significa generar dolor en otro ser humano, no tenían consciencia de la dignidad de cada ser humano, no tenían consciencia de la presencia de Dios.

Si hubieran tenido consciencia de todo esto, sin duda no habrían asesinado al maestro.

 

Por eso que es esencial el camino de crecimiento en consciencia y en lucidez.

Cuando somos totalmente lucidos, solo podemos hacer una cosa: amarnos y amar. Porque la consciencia pura nos revela que la esencia de todo es el amor. La consciencia pura solo ve amor, solo ve a Dios.

 

Una aclaración importante: todo eso, obviamente, no significa justificar todo, que todo es lícito y todo vale. Simple y maravillosamente nos revela que el perdón está siempre ahí, otorgado, ofrecido, así como la espléndida gratuidad de la vida. Desde esta consciencia del perdón, los caminos históricos y concretos de reconciliación afectiva y efectiva, son mucho más llanos, sencillos y rápidos.

 

Esta comprensión lleva sin demora, a la compasión. Compasión que es el eje de todas las religiones y las tradiciones espirituales.

Si comprendo en profundidad que “el otro”, y yo mismo, estamos haciendo lo mejor que podemos desde nuestro nivel de consciencia actual, la compasión me invade, me sostiene y me empuja a la responsabilidad y al crecimiento.

 

Veremos “diez mil talentos” por todos lados.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


sábado, 9 de septiembre de 2023

Mateo 18, 15-20

 


 

El texto de hoy termina con la conocida invitación del rabino de Nazaret: “donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (18, 20). Unos años más tarde el rabino Ananías – falleció en el 135 – dijo algo muy parecido: “donde dos se reúnen para estudiar las palabras de la Ley, la presencia de Dios está con ellos”.

 

Reunirse “en el nombre”, es reunirse en la Presencia, en la consciencia de la Presencia.

 

Existe una retroalimentación maravillosa: mi consciencia de la Presencia de Dios me empuja a compartir la vida con los demás y, por otro lado, la comunión y el compartir, nos ayuda a crecer en la consciencia de la Presencia.

 

Otra vez se da la paradoja de la vida y del camino espiritual: lo individual y lo colectivo/comunitario no son opuestos y no tienen porque entrar en conflicto, sino son dos caras de lo mismo.

 

Justamente los conflictos y los problemas dieron origen a este texto.

Sin duda, la primera parte de nuestro texto – como proceder en la comunidad cuando alguien se equivoca – no refleja palabras de Jesús, sino expresa los primeros intentos de resolución de conflictos en la comunidad cristiana que se estaba constituyendo.

 

Mateo quiere ayudar a su comunidad a resolver las diferencias desde el estilo paciente y amoroso del maestro.

 

Nos damos cuenta de que son palabras de Mateo y no de Jesús por la contradicción que aparece entre el “considéralo como pagano o republicano” (18, 17) y lo que, el mismo Mateo, pone en los labios de Jesús solo 5 versículos después: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (18, 22): ¡hay que perdonar y acoger siempre! ¡Nada de exclusión!

 

Parece que el mensaje original de Jesús fue un mensaje sumamente inclusivo y abierto y el mismo Mateo lo atestigua en muchos pasajes de su evangelio.

 

El problema surge con la institucionalización de la comunidad cristiana y, en realidad, de cada grupo humano.

Cualquier grupo humano, necesita de reglas de convivencia y leyes para resolver los conflictos y las diferencias… en realidad “las necesitamos” por nuestro bajo nivel de consciencia: ¡si nos amaramos de verdad no existirían conflictos!

Con frecuencia estas reglas nos alejan de la inspiración original y originaria y con el tiempo se va perdiendo el espíritu de los comienzos, la honestidad, la frescura, la transparencia.

 

La iglesia tuvo que plasmar estas reglas, por ejemplo, en el código de derecho canónico.

 

¿Lo necesitamos este antipático y frío código?

 

Si y no.

 

Si”: esencialmente porque todavía no sabemos amarnos y respetarnos. Si, porque todavía somos presa del ego. Si, para organizar la vida práctica. Podemos entender este “si” a través de las reglas de tránsito y las multas correspondientes cuando las infringimos. Las necesitamos por dos motivos esenciales: positivamente para que haya un orden en el tránsito y negativamente porque no sabemos conducir sin respetar a los demás y el castigo – las multas – nos inducen a cumplir con las reglas.

 

No”: porque nos hace perder la frescura y la novedad del evangelio. No, porque nos hace perder de vista el espíritu y nos hace creer que ser cristiano se centra en observar reglas. Volviendo al ejemplo del tránsito: si tuviéramos plena consciencia del valor de nuestra vida y pleno respeto al otro, las reglas de tránsito se reducirían drásticamente y no habría necesidad del poder disuasivo de las multas.

 

La clave está, como siempre, en vivir lo exterior, lo superficial y lo pragmático, desde la esencia, desde el ser, desde el amor.

 

Si recuperamos el estilo de vida que Jesús nos vino a mostrar y a enseñarnos, necesitaremos cada vez menos recurrir a reglas y leyes. Si nos comprometemos en el camino de crecimiento en consciencia, necesitaremos cada vez menos resolver conflictos y diferencias.

 

Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”: la Presencia siempre está presente y no puede no estarlo. Cada cual, y cada cosa, es manifestación y reflejo de lo Uno, de la Única Luz, de la Vida Una. El Espíritu de Jesús sigue habitándonos y regalándonos vida. El Espíritu en todo vive y en todo respira. Aprender a reconocerlo es aprender a vivir la verdadera comunión y a descubrir en cada ser humano una riqueza infinita, la misma riqueza y la misma belleza del Misterio de Dios.

 

Y todo se convierte en la fiesta de la Presencia.

 

 

sábado, 2 de septiembre de 2023

Mateo 16, 21-27

 


 

El texto de hoy nos trae uno de los versículos más famosos y citados del evangelio: “él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (16, 25).

 

¿Qué quiere decirnos en profundidad?

¿Qué es “salvar” y “perder” la vida?

 

La vida es un don, es “El Don”; y Dios es Vida. Jesús vino a traernos vida en abundancia, como él mismo afirmó (Jn 10, 10) y “la gloria de Dios es el hombre viviente”, nos dijo también, San Ireneo de Lyon.

Estamos participando de la Vida Una, estamos compartiendo la Vida Una.

 

El gran desafío – que vimos en profundidad el domingo pasado – es el de la identidad.

 

“Querer salvar la vida” significa vivir identificados con nuestro ego, con nuestro pequeño y caprichoso “yo superficial”. El ego no define lo que somos. Nuestra identidad está más allá del ego. El ego es un mecanismo mental de supervivencia y que nos es útil para las cosas prácticas de la vida. Pero el ego no tiene nada que ver con lo que somos. Por eso, vivir identificados con el ego, es causa de sufrimiento y angustia y, en último término, nos aleja de la vida real y de nuestra esencia.

 

“Perder la vida”, significa des-identificarse del ego (de lo que no-somos) y vivirse desde la raíz, desde la verdadera identidad. La des-identificación supone una muerte para el ego, por eso es un “perder” …, y por eso todos los místicos, nos hablan de la noche y de los pasajes oscuros del alma. Son pasajes necesarios para acceder a la Vida.

 

Si “pierdo” el ego, encuentro la Vida. La Vida se encuentra un paso más allá del ego. El ego, como todo en este universo, tiene su función. Por eso no hay que “matar” al ego – cosa además imposible, porque significaría también la muerte física – sino que hay que reconocerlo y trascenderlo.

 

Cuando el ego se trasciende – nos des-identificamos de la mente – nos podemos vivir desde nuestra esencia amorosa y serena y dejar que el ego cumpla su función.

 

Tenemos que estar siempre atentos y despiertos, ya que el ego es un hábil usurpador y con facilidad gana terreno y ocupa lugares que no le pertenecen.

 

En este sentido va el duro reproche de Jesús a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (16, 23).

Sin duda Jesús tenía en la cabeza las palabras del profeta Isaías de setecientos años antes: “Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor –. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (55, 8-9).

 

Jesús de Nazaret, gran místico y conocedor del alma humana, da en el clavo: “tus pensamientos no son los de Dios”: los pensamientos no observados nos alejan de Dios, de la Vida; los pensamientos son pensamientos, no son “la verdad”, aunque nos pueden dar pistas u orientarnos. Cuando dejamos que los pensamientos y la mente guíen nuestra vida casi siempre “le erramos al blanco” que – entre paréntesis – es el significado etimológico de “pecado” tanto en el hebreo bíblico como el griego del Nuevo Testamento.

Cuando vivimos desde la mente, nos convertimos en “obstáculo” y en “satanás” para el despliegue de la Vida, para la manifestación de Dios.

“Satanás” y “diablo” son los que dividen, separan, crean conflictos… ¡justo lo que hace la mente no observada!

 

¿De dónde surgen las divisiones y los conflictos?

 

El origen es siempre mental y emocional. Cuando creo que mi pensamiento es “la verdad” estoy a un paso de entrar en conflicto con el otro que piensa distinto. Cuando me identifico radicalmente con una opinión, seré causa de división. Cuando reduzco mi identidad al pensamiento – ese es el ego – surge la división.

Lo vemos a diario en la vida social y política, en el deporte, en las religiones, en grupos o asociaciones de todo tipo y color. Si asocio mi identidad – el mecanismo es inconsciente – a un cuadro de futbol, a un partido político o a una idea cualquiera, cuando surja una contrariedad o un problema entraré en “modo defensa”, porque sentiré que mi identidad es atacada.  

 

Volver a “los pensamientos de Dios” es volver a Casa, volver a lo que somos, a nuestra identidad. Desde ahí, hasta el ego se convertirá en un don, porque estará a servicio de nuestro proyecto de vida.

 

Volver a Casa,

volver a La Fuente;

esta Fuente que me habita

y me susurra: ¡ven!

 

Volver al amor que soy

y que eres.

Volver, siempre volver,

al hogar nunca perdido.

 

Y vivirme desde la Luz,

con todo y con todos.

Calmo, sereno, alegre.

Volver y confiar.

 

Lo que soy está siempre a salvo.

 

 

 

 

 

 

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