Se nos presenta hoy, otra parábola “subversiva” de Jesús, pero si la del domingo pasado nos cuestionaba a todos sobre nuestras imágenes de Dios, la de hoy va directamente a cuestionar a la autoridad religiosa y a sus niveles institucionales.
“Les aseguro que los publicanos y las prostitutas llegan antes que ustedes al Reino de Dios” (21, 31): sin duda una de las afirmaciones más contundentes y duras del maestro de Nazaret; por afirmaciones como estas, Jesús fue condenado y asesinado, y aunque la muerte de Jesús fue responsabilidad directa del imperio romano, fue con el fundamental aval de la autoridad religiosa judía de su época, como lo establece la excelente investigación de Paul Winter en su libro “El proceso a Jesús”.
Jesús cuestiona duramente una autoridad hipócrita que se cree dueña de la verdad, impone reglas a los demás y no vive lo que enseña: “¡Ay de ustedes porque imponen a los demás cargas insoportables, pero ustedes no las tocan ni siquiera con un dedo!” (Lc 11, 46).
Obviamente, si es así, esta parábola y el mensaje de Jesús valen para todos, aunque tengan un peso especial para los que tienen algún tipo de autoridad sobre los demás.
¡Pero atención! Sabemos que la tentación del poder y el caer en la hipocresía, siempre están a la vuelta de la esquina para todos.
¿Cuál es la clave de esta parábola tan fuerte?
Jesús pone la ética por encima de la religión, las creencias, las doctrinas.
Tan simple, como tan fuerte y revolucionario.
En el fondo es el gran mensaje del profetismo y el misticismo de todos los tiempos y las latitudes.
Tenemos otros textos claves en los evangelios, que nos confirman en esta postura de Jesús.
Tal vez, el más famoso, lo encontramos en el mismo Mateo, en el capítulo 25. Es el texto conocido como el “del juicio universal” pero, en realidad, es la regla de oro de esta vida.
“Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver” (25, 34-36).
Jesús asocia la bendición del Padre y la herencia del Reino – en otras palabras, la plenitud de vida – no a creencias o al cumplimiento de determinadas reglas o determinados ritos, sino a la vivencia concreta del amor.
Con el mismo sentido, podemos citar también el texto del “Buen Samaritano” (Lc 10, 25-37).
Estos dos textos, justamente, no son “religiosos”, sino humanos, éticos. Jesús abre el acceso al Misterio desde la puerta universal del amor y de la ética; mejor dicho, nos muestra que esta puerta siempre estuvo y estará abierta, más allá de lo estrictamente religioso.
Jesús no hace depender la “salvación”, la plenitud de la vida y la comunión con Dios, de creencias o de la observancia de reglas y ritos, sino de la vivencia concreta del amor, la solidaridad y la justicia.
Queda mucho camino a recorrer. Quedan muchas puertas para derribar y otras tantas para abrir y queda mucho poder para soltar…
Otro texto interesante – que podría servir de comentario a nuestra parábola – lo encontramos en el sermón de la montaña: “No son los que me dicen: «Señor, Señor», los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo” (Mt 7, 21).
Y un texto más fuerte aún: “todo el que hace la voluntad de mi Padre que está en el cielo, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12, 50).
La comunión de vida con Jesús pasa por cumplir la voluntad del Padre y esta voluntad, bien lo sabemos, es el amor. La primera carta de Juan lo afirma a claras letras: “El que dice: «Amo a Dios», y no ama a su hermano, es un mentiroso. ¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe amar también a su hermano” (4, 20-21).
El filosofo Ludwig Wittgenstein resume todo lo dicho de una forma esplendida: “Hasta que no sepamos que hacer, en realidad aún no hemos comprendido.”
Todo esto no significa, obviamente, que creencias, doctrinas y ritos no tengan su valor. Significa que su valor está subordinado a la vida y en función de la vida; subordinado al amor y en función del amor.
El mismo Jesús fue un rabino observante, que cumplía casi siempre con las reglas y los ritos. Pero Jesús tuvo la libertad de espíritu y la genialidad intelectual de captar el mensaje esencial y oculto de toda doctrina, todo mandamiento y toda regla: el amor.
Y esto fue lo que vieron y captaron los profetas y los místicos de todos los tiempos.
Por eso quiero terminar citando a San Juan de la Cruz: “al atardecer de la vida te examinarán en el amor”.
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