sábado, 2 de septiembre de 2023

Mateo 16, 21-27

 


 

El texto de hoy nos trae uno de los versículos más famosos y citados del evangelio: “él que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará” (16, 25).

 

¿Qué quiere decirnos en profundidad?

¿Qué es “salvar” y “perder” la vida?

 

La vida es un don, es “El Don”; y Dios es Vida. Jesús vino a traernos vida en abundancia, como él mismo afirmó (Jn 10, 10) y “la gloria de Dios es el hombre viviente”, nos dijo también, San Ireneo de Lyon.

Estamos participando de la Vida Una, estamos compartiendo la Vida Una.

 

El gran desafío – que vimos en profundidad el domingo pasado – es el de la identidad.

 

“Querer salvar la vida” significa vivir identificados con nuestro ego, con nuestro pequeño y caprichoso “yo superficial”. El ego no define lo que somos. Nuestra identidad está más allá del ego. El ego es un mecanismo mental de supervivencia y que nos es útil para las cosas prácticas de la vida. Pero el ego no tiene nada que ver con lo que somos. Por eso, vivir identificados con el ego, es causa de sufrimiento y angustia y, en último término, nos aleja de la vida real y de nuestra esencia.

 

“Perder la vida”, significa des-identificarse del ego (de lo que no-somos) y vivirse desde la raíz, desde la verdadera identidad. La des-identificación supone una muerte para el ego, por eso es un “perder” …, y por eso todos los místicos, nos hablan de la noche y de los pasajes oscuros del alma. Son pasajes necesarios para acceder a la Vida.

 

Si “pierdo” el ego, encuentro la Vida. La Vida se encuentra un paso más allá del ego. El ego, como todo en este universo, tiene su función. Por eso no hay que “matar” al ego – cosa además imposible, porque significaría también la muerte física – sino que hay que reconocerlo y trascenderlo.

 

Cuando el ego se trasciende – nos des-identificamos de la mente – nos podemos vivir desde nuestra esencia amorosa y serena y dejar que el ego cumpla su función.

 

Tenemos que estar siempre atentos y despiertos, ya que el ego es un hábil usurpador y con facilidad gana terreno y ocupa lugares que no le pertenecen.

 

En este sentido va el duro reproche de Jesús a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres” (16, 23).

Sin duda Jesús tenía en la cabeza las palabras del profeta Isaías de setecientos años antes: “Porque los pensamientos de ustedes no son los míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos –oráculo del Señor –. Como el cielo se alza por encima de la tierra, así sobrepasan mis caminos y mis pensamientos a los caminos y a los pensamientos de ustedes” (55, 8-9).

 

Jesús de Nazaret, gran místico y conocedor del alma humana, da en el clavo: “tus pensamientos no son los de Dios”: los pensamientos no observados nos alejan de Dios, de la Vida; los pensamientos son pensamientos, no son “la verdad”, aunque nos pueden dar pistas u orientarnos. Cuando dejamos que los pensamientos y la mente guíen nuestra vida casi siempre “le erramos al blanco” que – entre paréntesis – es el significado etimológico de “pecado” tanto en el hebreo bíblico como el griego del Nuevo Testamento.

Cuando vivimos desde la mente, nos convertimos en “obstáculo” y en “satanás” para el despliegue de la Vida, para la manifestación de Dios.

“Satanás” y “diablo” son los que dividen, separan, crean conflictos… ¡justo lo que hace la mente no observada!

 

¿De dónde surgen las divisiones y los conflictos?

 

El origen es siempre mental y emocional. Cuando creo que mi pensamiento es “la verdad” estoy a un paso de entrar en conflicto con el otro que piensa distinto. Cuando me identifico radicalmente con una opinión, seré causa de división. Cuando reduzco mi identidad al pensamiento – ese es el ego – surge la división.

Lo vemos a diario en la vida social y política, en el deporte, en las religiones, en grupos o asociaciones de todo tipo y color. Si asocio mi identidad – el mecanismo es inconsciente – a un cuadro de futbol, a un partido político o a una idea cualquiera, cuando surja una contrariedad o un problema entraré en “modo defensa”, porque sentiré que mi identidad es atacada.  

 

Volver a “los pensamientos de Dios” es volver a Casa, volver a lo que somos, a nuestra identidad. Desde ahí, hasta el ego se convertirá en un don, porque estará a servicio de nuestro proyecto de vida.

 

Volver a Casa,

volver a La Fuente;

esta Fuente que me habita

y me susurra: ¡ven!

 

Volver al amor que soy

y que eres.

Volver, siempre volver,

al hogar nunca perdido.

 

Y vivirme desde la Luz,

con todo y con todos.

Calmo, sereno, alegre.

Volver y confiar.

 

Lo que soy está siempre a salvo.

 

 

 

 

 

 

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