sábado, 9 de septiembre de 2023

Mateo 18, 15-20

 


 

El texto de hoy termina con la conocida invitación del rabino de Nazaret: “donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (18, 20). Unos años más tarde el rabino Ananías – falleció en el 135 – dijo algo muy parecido: “donde dos se reúnen para estudiar las palabras de la Ley, la presencia de Dios está con ellos”.

 

Reunirse “en el nombre”, es reunirse en la Presencia, en la consciencia de la Presencia.

 

Existe una retroalimentación maravillosa: mi consciencia de la Presencia de Dios me empuja a compartir la vida con los demás y, por otro lado, la comunión y el compartir, nos ayuda a crecer en la consciencia de la Presencia.

 

Otra vez se da la paradoja de la vida y del camino espiritual: lo individual y lo colectivo/comunitario no son opuestos y no tienen porque entrar en conflicto, sino son dos caras de lo mismo.

 

Justamente los conflictos y los problemas dieron origen a este texto.

Sin duda, la primera parte de nuestro texto – como proceder en la comunidad cuando alguien se equivoca – no refleja palabras de Jesús, sino expresa los primeros intentos de resolución de conflictos en la comunidad cristiana que se estaba constituyendo.

 

Mateo quiere ayudar a su comunidad a resolver las diferencias desde el estilo paciente y amoroso del maestro.

 

Nos damos cuenta de que son palabras de Mateo y no de Jesús por la contradicción que aparece entre el “considéralo como pagano o republicano” (18, 17) y lo que, el mismo Mateo, pone en los labios de Jesús solo 5 versículos después: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (18, 22): ¡hay que perdonar y acoger siempre! ¡Nada de exclusión!

 

Parece que el mensaje original de Jesús fue un mensaje sumamente inclusivo y abierto y el mismo Mateo lo atestigua en muchos pasajes de su evangelio.

 

El problema surge con la institucionalización de la comunidad cristiana y, en realidad, de cada grupo humano.

Cualquier grupo humano, necesita de reglas de convivencia y leyes para resolver los conflictos y las diferencias… en realidad “las necesitamos” por nuestro bajo nivel de consciencia: ¡si nos amaramos de verdad no existirían conflictos!

Con frecuencia estas reglas nos alejan de la inspiración original y originaria y con el tiempo se va perdiendo el espíritu de los comienzos, la honestidad, la frescura, la transparencia.

 

La iglesia tuvo que plasmar estas reglas, por ejemplo, en el código de derecho canónico.

 

¿Lo necesitamos este antipático y frío código?

 

Si y no.

 

Si”: esencialmente porque todavía no sabemos amarnos y respetarnos. Si, porque todavía somos presa del ego. Si, para organizar la vida práctica. Podemos entender este “si” a través de las reglas de tránsito y las multas correspondientes cuando las infringimos. Las necesitamos por dos motivos esenciales: positivamente para que haya un orden en el tránsito y negativamente porque no sabemos conducir sin respetar a los demás y el castigo – las multas – nos inducen a cumplir con las reglas.

 

No”: porque nos hace perder la frescura y la novedad del evangelio. No, porque nos hace perder de vista el espíritu y nos hace creer que ser cristiano se centra en observar reglas. Volviendo al ejemplo del tránsito: si tuviéramos plena consciencia del valor de nuestra vida y pleno respeto al otro, las reglas de tránsito se reducirían drásticamente y no habría necesidad del poder disuasivo de las multas.

 

La clave está, como siempre, en vivir lo exterior, lo superficial y lo pragmático, desde la esencia, desde el ser, desde el amor.

 

Si recuperamos el estilo de vida que Jesús nos vino a mostrar y a enseñarnos, necesitaremos cada vez menos recurrir a reglas y leyes. Si nos comprometemos en el camino de crecimiento en consciencia, necesitaremos cada vez menos resolver conflictos y diferencias.

 

Donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos”: la Presencia siempre está presente y no puede no estarlo. Cada cual, y cada cosa, es manifestación y reflejo de lo Uno, de la Única Luz, de la Vida Una. El Espíritu de Jesús sigue habitándonos y regalándonos vida. El Espíritu en todo vive y en todo respira. Aprender a reconocerlo es aprender a vivir la verdadera comunión y a descubrir en cada ser humano una riqueza infinita, la misma riqueza y la misma belleza del Misterio de Dios.

 

Y todo se convierte en la fiesta de la Presencia.

 

 

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