viernes, 14 de julio de 2023

Mateo 13, 1-23

 


 

Mateo condensa en cinco grandes discursos las enseñanzas de Jesús. El tercer discurso ocupa este capítulo trece, conocido como “discurso parabólico” ya que recoge siete parábolas del maestro: el sembrador, la cizaña en el trigo, el grano de mostaza, la levadura en la masa, el comerciante de perlas, la red que recoge toda clase de peces.

 

En la redacción actual de la parábola de hoy, “el sembrador”, notamos claramente tres partes: una parábola breve, una explicación más extensa y un “intermedio” donde se intenta explicar porque el mensaje de Jesús no fue aceptado por su pueblo.

 

El comienzo del texto (13, 1-9) – la parábola breve – posiblemente refleja la enseñanza original de Jesús, mientras la explicación más extensa, es una interpretación en clave moral del evangelista y de su comunidad.

 

Nos centraremos hoy en la parábola breve y en el “intermedio”.

El sembrador que esparce las semillas por doquier, simboliza claramente la abundancia de vida que Dios desparrama: ¡Qué imagen tan sugerente y que mensaje extraordinario!

Dios es Vida, Vida abundante. Cabe recordar la épica frase de Jesús en el evangelio de Juan: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia” (10, 10).

Lo mismo expresa Lucas, con otra extraordinaria expresión: “Les volcarán sobre el regazo una buena medida, apretada, sacudida y desbordante” (6, 38).

 

Hildegarda de Bingen lo experimentó en profundidad; en una de sus visiones escucha: “Todas estas cosas viven en su propia esencia y no se crean en la muerte, porque Yo soy la vida. También soy la racionalidad contenida en el viento de la palabra resonante con la que fue hecha toda creatura; y lo insuflé en todas ellas, de modo que no sea ninguna de ellas mortal en su género, porque Yo soy la vida. Pues Yo soy la vida entera, no arrancada de las piedras, ni florecida de las ramas, que no ha echado raíces de la fuerza viril, sino que la vitalidad ha echado raíces desde Mí. Pues que la racionalidad es raíz, la palabra resonante florece en ella. Pero también soy hacendosa, ya que todas las cosas que tienen vida resplandecen por mí, y soy resplandor de vida en la eternidad, que no ha comenzado ni tendrá fin; y la vida misma es Dios, moviéndose y obrando y, sin embargo, es vida en una y tres fuerzas.

 

Esta Vida que Dios es y nos comunica, es lo que somos, es nuestra identidad más profunda y compartida. Todos participamos – cada uno a su manera y desde su estructura psicofisica (la personalidad) – a la misma y única Vida.

 

Todo acontece desde la Vida, en la Vida y hacia la Vida: “en Él somos, nos movemos y existimos” (Hec 17, 28).

 

Por eso, que la tierra buena y fértil, antes de ser una actitud o una predisposición, revela la profundidad de lo real. Ya somos “tierra buena y fértil”. Lo que somos está llamado a tomar forma en nuestra personalidad y estructura psicofísica, hecha de carencias y límites… por eso experimentamos a menudo ser tierra pedregosa, asechada por los pájaros, ahogada por el sol o las espinas.

 

Nuestra experiencia del límite no debe distraernos de la identidad real y profunda: vida, tierra buena. La experiencia central en el camino espiritual – la iluminación, el despertar, la resurrección – es el descubrimiento personal y directo de esta “tierra buena”, que ya somos. Desde ahí los frutos vendrán, porque esta tierra buena tiene fuerza en sí misma: “El Reino de Dios es como un hombre que echa la semilla en la tierra: sea que duerma o se levante, de noche y de día, la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo” (Mc 4, 26).

 

Nos queda reflexionar un momento sobre el “intermedio”.

 

¿Cómo interpretar palabras tan duras?: “Porque a quien tiene, se le dará más todavía y tendrá en abundancia, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” (13, 12).

Solo lo entendemos desde el “ver” y la “visión”. Por eso Jesús dice: “Felices, en cambio, los ojos de ustedes, porque ven; felices sus oídos, porque oyen” (13, 16).

Solo se trata de ver, de despertar la visión interior, el “tercer ojo”. Cuando “vemos” la “tierra buena”, estamos viendo la vida, la fecundidad, la Presencia.

Cuando vemos la Vida, todo se transforma, todo asume otro color. Por eso llamé a mi segundo libro: “Compasión y plenitud. La mirada transformará al mundo”.

Si logramos ver la Vida en todo, tendremos abundancia, ya que descubriremos vida desbordante por doquier. Si vivimos en la superficie y en la queja y cerramos la vista interior – alienándonos de nuestra tierra buena – solo descubriremos carencias.

 

Cuanta más Vida logramos ver, más Vida veremos y descubriremos; cuanto más nos encerramos en nuestro ego, menos Vida veremos y descubriremos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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