sábado, 21 de mayo de 2022

Juan 14, 23-29

 


Otro texto de una profundidad excepcional, donde cada versículo necesitaría un comentario a parte y espacio de silencio contemplativo.

Nos centraremos en algunos aspectos.

El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”: así comienza nuestro texto.

La fidelidad a la palabra de Jesús es la fidelidad a su enseñanza y a su visión y en definitiva es la fidelidad a uno mismo. Las palabras de Jesús son verdaderas y fecundas porque nacen de la fidelidad a su consciencia. La única verdadera fidelidad es la fidelidad a nuestra consciencia… porque “nuestro fondo y el fondo de Dios son un mismo y único fondo” nos recuerda Maestro Eckhart. Entonces, cuando somos verdaderamente fieles a nosotros mismos, somos fieles a Dios y cuando somos fieles a Dios, somos fieles a nosotros mismos.

Desde esta fidelidad ocurre lo extraordinario, lo sorprendente, lo maravilloso: ¡nos descubrimos habitados!

Por eso, desde siempre, la mística habla de “inhabitación divina”: Dios nos habita y nosotros habitamos en Dios.

Una de las místicas cristianas más conscientes de este luminoso misterio es Santa Isabel de la Trinidad (1880-1906), carmelita francesa. Isabel expresa la “inhabitación divina” a través de la imagen conyugal:

Ser esposa es entregarse como Él se entregó, ser inmolada como Él, por Él y para Él… es Cristo mismo que se hace todo nuestro, y nosotros que nos hacemos totalmente suyos… ser esposa es tener plenos derechos sobre su corazón.

Es un cruce de corazones abiertos a toda la vida… Es vivir con, siempre con… es reposar de toda cosa en Él, y permitirle a Él reposar de todo en nuestra alma…

Es no saber otra cosa que amar: amar adorando, amar reparando, amar orando, suplicando olvidando; amar siempre y de todas las formas.

“Ser esposa” es tener los ojos en sus ojos, el pensamiento obsesionado por Él, el corazón apresado totalmente, totalmente invadido, como fuera de sí mismo, traspasado a Él, el alma llena de su alma, llena de su oración, tener el ser cautivado y dado…

En fin, ser tomada por esposa, mística esposa, es haber fascinado su corazón hasta tal punto que olvidando toda distancia, el Verbo se derrama en el alma como en el seno del Padre, con el mismo éxtasis de amor infinito.

Y así el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo invaden el alma, la deifican y la convierten en uno por amor.

 

Esta fidelidad a uno mismo y esta consciencia de estar habitados por la divinidad nos hace comprender de otra manera el regalo de la paz: “Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se inquieten ni teman!” (14, 27).

Nuestro mundo anhela la paz, necesita la paz, busca la paz.

¿Por qué nos resulta tan difícil?

Estamos asistiendo desde siglos a diálogos por la paz entre naciones, entre las religiones, entre grupos sociales, entre familias. Solo para citar unos conflictos actuales: Rusia y Ucrania, Israel y Palestina, Siria, Estados Unidos, Venezuela, Cuba, Corea del norte… los vecinos de al lado, nuestro corazón y nuestra mente…

Los progresos en la paz – cuando los hay – a menudo son lentos y escasos.

¿Por qué?

Porque esta búsqueda de paz es superficial, interesada, hipócrita.

No es la paz de Jesús. La paz de Jesús es la paz interior, integral, completa… “Shalom” – “paz” en hebreo – viene de “shalem”, completo.

Todos los grandes maestros espirituales de la humanidad lo repiten desde siglos: no puede haber paz “afuera” si no hay paz “adentro”.

Hasta que no haya paz en el corazón de los seres humanos no habrá paz real y duradera en el mundo.

Por eso decía San Juan Bosco (1815-1888): “Quien tiene paz en su consciencia, lo tiene todo”.

Y el monje cristiano ortodoxo ruso, Serafín de Sarov (1759-1833), dijo una de las cosas más hermosas que escuché: Adquiere la paz interior y miles a tu alrededor encontrarán la salvación.

Esta paz interior se adquiere solo desde la fidelidad a uno mismo, la honestidad y el desapego.

La “inhabitación divina” y la paz conforman entonces un circulo amoroso y reciproco: la consciencia de estar habitados nos regala la paz y la adquisición de la paz interior hace crecer esta misma consciencia.

¿Queremos paz en el mundo?

Trabajemos para nuestra paz interior y seamos fieles a nosotros mismos.


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