sábado, 5 de diciembre de 2020

Marcos 1, 1-8

 


 

En este segundo domingo de Adviento se nos ofrece para nuestra reflexión y oración el comienzo del evangelio de Marcos.

Aparecen dos de las tres figuras claves de este tiempo: Isaías y Juan el Bautista. La tercera y central figura será María, obviamente.

Marcos identifica en Juan la figura profética anunciada por Isaías: es Juan el precursor, el que prepara el camino al Señor que viene.

En el texto de hoy resulta central el tema de la preparación.

Hay que prepararse al encuentro con el Señor, hay que estar preparados para su venida.

¿Qué significa?

¿Cómo prepararnos?

 

Isaías y Juan son figuras bíblicas de la escucha, de la interioridad, de la austeridad.

Son profetas que comparten su experiencia de encuentro con el Misterio de Dios. Estamos todos llamados a ser profetas, a abrir caminos para que toda persona pueda descubrir el Misterio maravilloso de Amor y Paz que llamamos “Dios”.

Todo acontecimiento importante requiere cierta preparación. Requiere disponibilidad y apertura.

Nos estamos preparando para la Navidad y siempre el peligro escondido es el peligro de la rutina, de la repetición formal, del estancamiento.

Podemos llegar a la Navidad como siempre y vivirla como siempre. O podemos intentar vivirla de manera distinta, novedosa, creativa.

El año litúrgico y las repeticiones de ciclos y fiestas encierra el peligro latente de la exterioridad, de las formas, del rito.

Creemos que, por cumplir con un rito establecido, se nos regale una experiencia de Dios, un encuentro real y transformador con el Señor. Sabemos que en muchos casos no es así. Una vivencia de la liturgia que no trasforme la existencia y no nos vuelva más serenos, amantes y pacíficos, es una liturgia muerta y falsa.

 

El Misterio divino viene siempre a nuestro encuentro. Siempre está viniendo. Este tiempo de Adviento y la Navidad ya próxima nos recuerdan esta gran verdad: vivimos en el Misterio (He 17, 28), el Misterio de Amor que nos engendra y sostiene en cada momento.

Para crecer en esta conciencia necesitamos estar preparados y prepararnos cada día.

En el fondo la preparación es ya encuentro. Por eso podemos disfrutar de la preparación como una oportunidad de crecimiento, de plenitud, de vida.

A menudo nuestras preparaciones para eventos particulares, encierran más alegría y plenitud, que el evento mismo.

Con frecuencia disfrutamos más la previa del asado, que el asado mismo.

Con todo hay que prepararse.

Isaías y Juan nos comparten su experiencia y nos regalan pistas.

Volver a una escucha atenta, activa, abierta. Solo podemos escucharnos y escuchar desde un profundo silencio. Silencio que es más mental que de palabras. Apartar nuestras opiniones e ideas para escucharnos más en profundidad.

Regalarnos tiempos de interioridad es fundamental. Todo nace desde adentro. La vida brota desde las profundidades. En nuestras sociedades exteriores, volver a lo interior es un gesto profético. Dediquemos horas de calidad a nuestra interioridad.

Por último la austeridad. La austeridad no es privarnos de lo necesario para la vida y para nuestro desarrollo personal. La austeridad es saber elegir lo esencial y lo útil y dejar lo superfluo. Obviamente no estamos hablando solo de bienes materiales. También hablamos del tiempo, de palabras, de encuentros.

Prepararnos podría significar despejar el camino de tantas cosas inútiles e innecesarias.

Como afirma Rumi: “tu tarea no es buscar el Amor, sino buscar y encontrar dentro de ti, todas las barreras que has construido en contra de él.

Austeridad es justamente buscar y encontrar dentro de nosotros las barreras que hemos construido en contra del Amor. Una vez reconocidas, estas barreras se caen solas.

Concretamente también podríamos desprendernos de objetos, ropa y cosas que no estamos necesitando… y compartirla con quien necesita o con instituciones benéficas.


Terminamos hoy con una linda oración:

 

Si puedo hacer, hoy, alguna cosa,

si puedo realizar algún servicio,

si puedo decir algo bien dicho,

dime cómo hacerlo, Señor.

 

Si puedo arreglar un fallo humano,

si puedo dar fuerzas a mi prójimo,

si puedo alegrarlo con mi canto,

dime cómo hacerlo, Señor.

 

Si puedo ayudar a un desgraciado,

si puedo aliviar alguna carga,

si puedo irradiar más alegría,

dime cómo hacerlo, Señor

(Grenville Kleiser)

 

 

 

 

 

 

 

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