sábado, 12 de diciembre de 2020

Juan 1, 6-8.19-28

 


 

En este tercer domingo de Adviento se nos presenta un texto del primer capitulo del evangelista Juan que va en continuidad con el evangelio de Marcos del domingo pasado.

Sigue apareciendo la figura de Juan Bautista.

En nuestro texto el evangelista se refiere a Juan el Bautista como “testigo de la luz.

Me parece una hermosa expresión y definición para todos nosotros, para todos los que nos llamamos cristianos y para cada ser humano.

Somos “testigos de la luz”.

La luz es uno de los símbolos más potentes y universales del camino espiritual.

La luz expresa especialmente la conciencia y su nivel de comprensión de lo real. La luz se asocia a la visión y la lucidez.

Por eso que es un símbolo muy apropiado para la divinidad: Dios es luz; pleno conocimiento, plena comprensión.

Jesús se define a sí mismo como luz: “Yo soy la luz del mundo” (Jn 8, 12).

 

Afirma también muy bellamente la primera carta de Juan (1 Juan 1, 5-7):

Dios es luz, y en él no hay tinieblas.

Si decimos que estamos en comunión con él

y caminamos en las tinieblas,

mentimos y no procedemos conforme a la verdad.

Pero si caminamos en la luz,

como él mismo está en la luz,

estamos en comunión unos con otros,

y la sangre de su Hijo Jesús

nos purifica de todo pecado.

 

¿Qué significa entonces ser “testigo de la luz”?

 

En primer lugar darse cuenta que esa luz no está “afuera”, sino que es la luz que somos, que nos constituye.

Como afirma la carta de Juan: “caminamos en la luz”.

Toda la vertiente mística de todas las tradiciones nos advierte: no busquen afuera lo que está adentro.

Podemos resumir la experiencia mística de esta forma: somos luz que ve la luz.

La física cuántica está confirmando científicamente lo que los místicos ya vislumbraron: todo es luz.

 

La mística y monja benedictina medieval Hildegarda de Bingen (1098-1179) es un reflejo y un testimonio maravilloso de este Misterio de Luz.

Escribe Hildegarda:

Desde que era niña […], y todavía hoy, he experimentado siempre en mi interior la fuerza y el misterio de esas secretas y misteriosas facultades de visión. En el tercer año de mi vida vi una luz tan intensa que hizo temblar mi alma, pero como todavía era demasiado pequeña, no la podía expresar.”

Y en otro lugar afirma:

Digo pues que la luz que veo no está localizada, pero es mucho más brillante que una nube que lleva en sí al sol, y yo no soy capaz de considerar en ella su altura ni su longitud ni su anchura: la llamo sombra de la Luz Viviente, y así como el sol, la luna y las estrellas se reflejan en el agua, así en esa Luz resplandecen para mí las Escrituras, los sermones, las virtudes y algunas obras hechas por los hombres.

 

Hildegarda se refiere al Misterio divino como a la “Luz Viviente”.

En esta Luz vive y esta Luz anuncia a través de una vida excepcional y polifacética: mística, música, escritora, botánica, medico, misionera, predicadora, abadesa.

 

La clave del camino espiritual está en descubrirse luz. Como Jesús y como todos los que se atrevieron a poner todo en juego.

Jesús nos reveló lo que somos, pero tenemos miedo a nuestra misma luz.    

Javier Melloni lo afirma así: “Jesús es plenamente Dios y hombre, y eso es lo que somos todos. El pecado del cristianismo es el miedo; no nos atrevemos a reconocernos en lo que Jesús nos dijo que éramos.

 

A nivel más psicológico es lo que afirma Abraham Maslow (1908-1970): “La gente no le tiene miedo al fracaso, le tiene miedo al éxito, a su mejor versión.

 

Las cumbres de la experiencia espiritual son para los que entregan todo y se vuelven “nada”. 

Como dice San Juan de la Cruz:

Para venir a gustarlo todo,

no quieras tener gusto en nada.

Para venir a saberlo todo,

no quieras saber algo en nada.

Para venir a poseerlo todo,

no quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

no quieras ser algo en nada.

 

Somos luz, estamos en camino hacia la luz y todo lo que vemos es luz o esconde luz.

 

Terminamos con una hermosa cita del Maestro Eckhart:

Hay una chispa dentro de nosotros que conoce a Dios - una luz interior, más allá de todo tipo de conocimiento y sentimiento -. Es una chispa que es una con Dios, y cuando nos permitimos estar vivos a esta luz, llegamos a un desierto tranquilo, donde todo es uno, es Dios, soy yo.

 

 

 

 

 

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