Unas breves consideraciones sobre la elección de Trump como
presidente de los EEUU me parece necesaria. No solo porque los Estados Unidos
son la primera potencia económica mundial sino también por todo el revuelo
mediático en la campaña electoral y las consideraciones sobre el neo-electo
presidente.
No quiero entrar en juicios políticos o no-políticos y menos
juzgar al sr. Trump con el cual, entre paréntesis, no tengo nada personal. Hace
tiempo la práctica meditativa me condujo al no-juicio más radical: una
verdadera liberación.
Unas simples consideraciones para abordar la temática desde
perspectivas más amplias, integrales y profundas. Quedo siempre asombrado de la
parcialidad, superficialidad y sectarismos con los cuales se tratan distintos
temas.
Es el mal – más o menos común – de muchos gremios y partidos hoy
en día: cada cual mira a su chacrita, desde sus criterios, sus intereses, su
ideología. Muy pobre visión, discúlpenme.
Hay dos aspectos que me llamaron particularmente la atención de la
postura de Trump: nacionalismo y agresividad. Tal vez fueron en buena
medida “armas electorales”, pero son aspectos que pueden resultar muy
peligrosos y deshumanizantes, sobre todo si expresan con transparencia el
sentir de sr. Trump. Transparencia: el asunto pendiente en política.
Obviamente desconozco todas las motivaciones por las cuales los
ciudadanos estadounidenses votaron al sr. Trump, sin duda un empresario muy
inteligente y capaz.
Desde nuestra visión no-dual o mística podemos afirmar con certeza
que cada aspecto de la sociedad es un reflejo de la sociedad entera y también
de la entera humanidad.
Somos cuerpo, somos unidad. En el fondo somos UNO: no hay que
olvidarlo para interpretar correctamente la historia y no buscar siempre el
chivo expiatorio.
Más concretamente: nacionalismo y agresividad son parte de la
sociedad estadounidense y oscuro patrimonio de la entera humanidad.
Nacionalismo y agresividad están en vos y en mi. Hasta que eso no es reconocido
y asumido seguiremos generando ciertos tipos de políticas y políticos.
¿Cuánto hay en mí de nacionalismo y agresividad? ¿Los he
reconocido? ¿Los he asumido? ¿Los estoy integrando y transformando en amor y
compasión?
Este es el problema en el fondo: no el sr. Trump o la sra.
Clinton.
La siempre preocupante falta de transparencia de la política es
también mi falta de transparencia.
El delirio de omnipotencia bastante presente en el seno de la
política norteamericana es el delirio de omnipotencia mío y tuyo.
Muchos países – especialmente los de perfil izquierdista –
critican y acusan este delirio estadounidense cuando en el fondo desean lo
mismo.
Tal vez hay que dejar de buscar afuera los responsables y ser más
transparentes adentro: adentro de cada uno, cada institución, cada partido,
cada país.
Terminando. Llama la atención que en una época de la humanidad donde
por muchos lados se camina hacia la unidad y donde crece la conciencia de que
venimos de lo UNO y volvemos a lo UNO, crezcan ciertas divisiones. Parece en
muchos casos que retrocedemos.
En EEUU gana el nacionalismo y la agresividad. En Europa gana el
brexit. Crece el fundamentalismo religioso. Los mercados económicos comunes
flaquean.
¿Qué pasa?
Pasa que la vivencia de la unidad no puede ser apresurada. La
humanidad siente el hermoso e imperante anhelo a la unidad y busca formas de
vivirlo y expresarlo. Pero nos salteamos pasos y apuramos procesos.
Cada parte tiene que hacer su proceso de integración para
descubrir lo UNO que subyace y alienta al todo.
Cada parte: célula, individuo, familia, sociedad, partido, país.
Solo por nombrar algunas.
Sin este proceso de descubrimiento y asimilación, los pasos hacia
la unidad serán frágiles y parciales. Nos causarán sufrimiento: el necesario
para comprender y emprender otros caminos.
Les deseamos lo mejor al sr. Trump y al pueblo estadounidense:
descubrir la raíz común que nos convoca como humanidad y universo entero.
Descubrimiento que, inexorablemente, conduce a la paz, la
justicia, la solidaridad.
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