“Hace varios años leí un estudio realizado en
un barrio pobre de Londres. Seleccionaron dos calles paralelas, situadas a un
kilómetro y medio de distancia, ambas en una situación de pobreza similar y con
problemas comunes, que incluían un alto grado de delincuencia. Sin el
conocimiento de los vecinos, se decidió en secreto que una de las calles se
limpiaría cada día. Se recogía la basura, se limpiaban las pintadas de las
paredes, se replantaban y regaban las flores en los canteros, se reparaban y
pintaban las farolas y señales deterioradas. Públicamente no se comentó nada
sobre estas actividades de limpieza y embellecimiento extras. Al cabo de un
año, sin embargo, se compararon las calles. Las estadísticas demostraron una reducción
de casi un 50 por ciento de la delincuencia en la calle que se había limpiado y
cuidado”
Jack Kornfield
Esta simple
experiencia que nos comparte este maestro norteamericano de meditación me gustó
mucho y nos sugiere algo tan sencillo como profundo: la belleza sana.
La humanidad
lo sabe desde siempre. Los testimonios y las experiencias son infinitas y
hermosas. En nuestra sociedad lo hemos un poco olvidado. La sociedad
occidental, esclava del consumismo y excesivamente pragmática y racional, perdió
este contacto sanador con el orden y la belleza. Creyó que la sanación y la
plenitud surgieran del capital, la comodidad y el bienestar: parece claro que
no es así.
El consumismo
y el racionalismo degeneran a menudo en violencia y la violencia va siempre de
la mano del desorden y la fealdad.
Sanar nuestra
sociedad, sanar nuestros grupos humanos y nuestra convivencia pasa por
recuperar el sentido de la belleza y el orden. Sin descuidar otros importantes
aspectos: educación, justicia, solidaridad.
¿Cuál es la
raíz de tan hermosa explicación?
¿Por qué la
belleza sana?
El orden y la
belleza sanan porque nos devuelven a lo esencial: la armonía de amor. El amor
es armónico, ordenado, bello.
Esa armonía
del amor es nuestra identidad más profunda y es una armonía siempre presente y
siempre actuante. A menudo no la vemos: está recubierta de nuestros deseos
egoístas y superficiales, de la ilusión del tener, del miedo a morir.
Hay que
desenterrar la armonía oculta siempre presente. Hay que desenterrar la belleza
infinita del corazón humano.
Es la
experiencia de los artistas, en especial de los escultores. Escuchamos su
testimonio:
“Elijo un bloque de mármol y quito
todo aquello que no necesito” (Auguste Rodin respondiendo a quien le
preguntaba como lograba crear sus estatuas)
“Ves un bloque, piensas en la imagen:
la imagen está adentro, alcanza desnudarla” (Miguel Ángel Buonarroti)
“Vi a un ángel en el mármol y tallé
hasta liberarlo” (Miguel Ángel Buonarroti)
“La figura ya estaba adentro del
mármol y yo solo quité lo que sobraba” (Miguel Ángel Buonarroti)
La belleza siempre está y está porque es nuestra fuente y nuestra meta.
Descubrirla, manifestarla y ordenarla, genera vida y paz.
Exterior e interior son simples categorías mentales: la realidad es siempre
y solamente UNA que se expresa como
adentro y como afuera. Por eso que
construyendo belleza “afuera” se construye también “adentro”. Ordenando la vida
“afuera” se ordena también “adentro”. Y al revés obviamente.
Tenemos que ser muy concretos en todo eso: cuidar nuestros espacios
vitales, nuestros ambientes. Cuidar la limpieza, la prolijidad, el orden.
Trabajar la armonía.
Hacer esto nos ayuda a ser más bellos y ordenados en todo sentido.
Y la belleza alimenta y expresa el amor.
Buen camino: desenterrando belleza.
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